sábado, 4 de julio de 2009

Los ojos de la mosca

Por Tomás Eloy Martínez (La Nación, Buenos Aires)

Cuatro décadas atrás, en su retiro de Puerta de Hierro, Juan Perón corrigió el refrán que solía repetir cuando era presidente ("la única verdad es la realidad") con una fábula que le había oído contar a su abuela Dominga en la escuela de la calle San Martín, donde pasó la infancia. "Observá los ojos de la mosca ?decía la abuela?. Son enormes. Ocupan casi toda la cabeza. Tienen cuatro mil facetas. ¿ Qué ve la mosca, Juan? ¿Ve cuatro mil verdades o una verdad partida en cuatro mil pedazos?"

Cristina Fernández de Kirchner respondió con un énfasis que aleja cualquier tentación de réplica de que las verdades pueden ser cuatro mil, pero que sólo una vale: la que ella ve.

Ante los resultados adversos de las elecciones legislativas de mitad de período, el 28 de junio, la Presidenta reaccionó con una defensa cerrada de su porción de realidad, como si así incluyera todas las otras. No es fácil prestar atención a los que disienten, pero las voces que trataron de hacerse oír en estas elecciones fueron lo bastante claras como para entender mal el significado de los números electorales. La conferencia de prensa de CFK, el lunes, dejó una sensación de profundo desaliento. La jefa del Estado argentino parecía desorientada. Hablaba desde un atril, debajo de una leyenda que señalaba una dirección: "Camino al Bicentenario 1810-2010". En su discurso, sin embargo, no hubo ni una sola alusión al rumbo que tomará la Argentina en el porvenir inmediato. Perdió la ocasión de explicar en qué consiste el ya fatigado "modelo", que acaso se refiera al país que ella gobierna y al modo como lo gobierna. No se mostró conmovida por el movimiento sísmico de un electorado que la votó con entusiasmo hace casi dos años y que después de su conflicto sin tregua con los productores agropecuarios se volvió contra el estilo de confrontación que heredó del ex presidente, su marido.

Esas laboriosas mayorías, al votar, apoyaron incluso agendas que no se ve cómo podrían mejorar su mediocre calidad de vida. El lenguaje que la Presidenta empleó el lunes 29 de junio fue el mismo de siempre; también lo fueron su dificultad para admitir errores, tropiezos o cambios de humor en la ciudadanía.

Es verdad que la arrogancia de los ganadores no le fue en zaga. Aunque durante la campaña pidió ampliar y ahondar el diálogo, el peronismo disidente se volvió receloso cuando se confirmó que había ganado en la poderosa provincia de Buenos Aires. A las pocas horas, la líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, ya pronosticaba "problemas de gobernabilidad".

Si bien el día anterior sólo se habían elegido legisladores, la proyección nacional que Néstor Kirchner venía adjudicando a los resultados permitía suponer que, ante el claro pronunciamiento en favor de un cambio, el discurso presidencial ofrecería mayor sustancia y contenido. Nada se movió, sin embargo: la mosca sólo pudo ver la misma persistente realidad de mármol. En el aire del Bicentenario, casi todo quedó sin explicar. ¿De qué se habla cuando habla, por ejemplo, de conjurar la pobreza? La Presidenta respondió a los desafíos como podría hacerlo una política aferrada a su banca de combate, no como una estadista. Abundó en cifras y justificaciones, y se olvidó del futuro.

En contraste, Pino Solanas, cuya excelente elección en la ciudad de Buenos Aires nadie esperaba, planteó un modelo de país. Se puede estar o no de acuerdo con él, pero al menos su discurso estuvo lleno de ideas. Habló desde un escenario que evocaba imágenes de los años 60 tardíos, cuando Perón alimentaba desde Madrid las ilusiones de un peregrino "trasvasamiento generacional" mientras Solanas lo filmaba.

Cuarenta años después, junto al cineasta estaba sentada Alcira Argumedo, la mítica socióloga de las Cátedras Nacionales, una de las musas inspiradoras de los intelectuales en aquellos tiempos remotos. El escenario parecía cargado de rancia melancolía, pero Solanas lo colmó enseguida de planes para el futuro, en un involuntario intercambio de papeles con la Presidenta. El diputado electo por un distrito solo, el de la ciudad capital, indicó cuáles caminos le parecían los mejores para el país entero en la marcha hacia 2010. Mientras tanto, la jefa del Estado se distraía en rencillas de unidad básica.

Las respuestas de la Presidenta sobre la gripe A contuvieron el único acierto de la tarde, al considerarla pandemia, algo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) dejó establecido hace rato, sobre todo cuando el 11 de junio subió la alerta al máximo. Si bien la enfermedad tiene una tasa de mortalidad baja, lo poco que se sabe sobre su capacidad para expandirse es alarmante: el virus que la provoca es altamente contagioso, de efecto no sólo primario -la transmisión de persona enferma a persona sana-, sino también secundario, de persona sana portadora a otra persona sana, y así se puede dispersar indefinidamente.

El martes 30, cuando once provincias y la ciudad de Buenos Aires declaraban la emergencia sanitaria en sus territorios, hacía ya dos semanas que los expertos y las autoridades del Ministerio de Salud de la Nación habían pedido que la medida se impusiera en todo el país, lo que hubiera obligado a postergar los comicios. La renuncia de la ministra Graciela Ocaña fue en sí misma una acusación a la indiferencia del Gobierno, que estaba enfermo de la gripe P, la gripe del poder.

¿Qué otras lesiones inesperadas podría haber inferido al peronismo la suspensión de unos comicios que fueron adelantados precisamente por temor a los resultados desfavorables? Así, el interés político de los candidatos oficiales fue puesto por encima de las medidas de prevención que pedían los inmunólogos sensatos. La ministra Ocaña se fue, pero su salida fue la de una ciudadana digna.

Hasta la mañana de las elecciones, los muertos argentinos por la gripe A eran veintiocho, número que a ningún medio extranjero le parecía verosímil. Día tras día se fueron sumando las regiones en emergencia sanitaria. De pronto, el martes 30 se habló de veintinueve muertos sólo en la provincia de Buenos Aires. Entre médicos responsables de la salud privada se menciona ahora una cifra cercana al centenar, y los infectados suman decenas de miles. Según la OMS, la Argentina es el tercer país en mortandad por la pandemia, detrás de México, donde se originó la mutación del virus, y de los Estados Unidos.

Uno de los médicos a los que consulté dijo que los ciudadanos reciben una información tan insuficiente que hasta su propia hija no entendió que le prohibiera ir a un recital de rock. ¿Por qué tenía que hacerlo, si para el Gobierno nada pasaba? Sólo cuando se anunció el cierre de escuelas -después de las elecciones, porque antes ni siquiera lo hizo el opositor Mauricio Macri, a cuyo aliado Francisco de Narváez favorecían las encuestas el fin de semana anterior- la adolescente aceptó que su padre no exageraba.

La gente del equipo que coordina este médico trabaja con guantes, guardapolvos, barbijos y anteojos descartables, y aun así muchos temen contagiarse en su ámbito de trabajo, tanto como en los viajes en subte hasta la clínica. Ocurre que han estudiado un protocolo de selección de pacientes en caso de gripe pandémica publicado por el Canadian Medical Association Journal . El trabajo no considera la tasa habitual de incidencia de la gripe común, que es del 10 por ciento, ni lo que sucedería en caso de una mutación de gran violencia, como la gripe española que en 1918 causó la muerte de 40 millones de personas.

A partir de la expansión de la gripe aviaria, los canadienses pensaron cómo diagnosticar y derivar a los pacientes con rapidez y eficiencia en las dos primeras semanas de estallido de la enfermedad. Sin entrar en detalles médicos, advirtieron que las internaciones por una gripe pandémica impedirían drásticamente la atención de otras emergencias, y que los requerimientos de terapia intensiva desbordarían los hospitales y centros de salud. Una pandemia es, aun en los países desarrollados, una situación potencialmente caótica.

La emergencia sanitaria debió haberse declarado hace semanas, cuando se conocieron las primeras muertes. Eso habría significado algunos sacrificios electorales que quizás el oficialismo no podía darse el lujo de tener. Las elecciones del 28 de junio indicaron que los ciudadanos exigen, con urgencia y angustia, un país que crezca y distribuya mejor la riqueza común, pero sin operaciones que lo manipulen ni funcionarios que se nieguen a dialogar con quienes piensan distinto. Pero la Argentina de los últimos años ha ido acostumbrándose a la perniciosa distancia que hay entre las promesas que destellan mientras dura la euforia de los triunfos y los hechos que, como los espejismos del desierto, se alejan siempre más y más.