martes, 18 de mayo de 2010

Lo que no se dice de la crisis



Por Vicenç Navarro (*)

La crisis que están viviendo algunos países mediterráneos –Grecia, Portugal y España– e Irlanda se está atribuyendo a su excesivo gasto público, que se supone ha creado un elevado déficit y una exuberante deuda pública, escollos que dificultan seriamente su recuperación económica. De ahí las recetas que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo (BCE) y el Consejo Europeo han estado imponiendo a aquellos países: hay que apretarse el cinturón y reducir el déficit y la deuda pública de una manera radical.

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Es sorprendente que esta explicación haya alcanzado la dimensión de dogma, que se reproduce a base de fe (el omnipresente dogma liberal) y no a partir de una evidencia empírica. En realidad, ésta muestra lo profundamente errónea que es tal explicación de la crisis. Veamos los datos.
Todos estos países tienen los gastos públicos (incluyendo el gasto público social) más bajos de la UE-15, el grupo de países más ricos de la Unión Europea, al cual pertenecen. Mírese como se mire (bien gasto público como porcentaje del PIB; bien como gasto público per cápita; bien como porcentaje de la población adulta trabajando en el sector público), todos estos países están a la cola de la UE-15. Su sector público está subdesarrollado. Sus estados del bienestar, por ejemplo, están entre los menos desarrollados en la UE-15.
Una causa de esta pobreza del sector público es que, desde la Segunda Guerra Mundial, estos países han estado gobernados la mayoría del periodo por partidos profundamente conservadores, en estados con escasa sensibilidad social. Todos ellos tienen unos sistemas de recaudación de impuestos escasamente progresivos, con carga fiscal menor que el promedio de la UE-15 y con un enorme fraude fiscal (que oscila entre un 20 y un 25% de su PIB). Son estados que, además de tener escasa sensibilidad social, tienen escaso efecto redistributivo, por lo que son los que tienen mayores desigualdades de renta en la UE-15, desigualdades que se han acentuado a partir de políticas liberales llevadas a cabo por sus gobiernos. Como consecuencia, la capacidad adquisitiva de las clases populares se ha reducido notablemente, creando una economía basada en el crédito que, al colapsarse, ha provocado un enorme problema de escasez de demanda, causa de la recesión económica.
Es este tipo de Estado el que explica que, a pesar de que su deuda pública no sea descomunal (como erróneamente se presenta el caso de Grecia en los medios, cuya deuda es semejante al promedio de los países de la OCDE), surjan dudas de que tales estados puedan llegar a pagar su deuda, consecuencia de su limitada capacidad recaudatoria. Su déficit se debe, no al aumento excesivo del gasto público, sino a la disminución de los ingresos al Estado, resultado de la disminución de la actividad económica y su probada ineficacia en conseguir un aumento de los ingresos al Estado, debido a la resistencia de los poderes económicos y financieros.
Por otra parte, la falta de crédito se debe al excesivo poder del capital financiero y su influencia en la Unión Europea y sus estados miembros. Fue la banca la que, con sus comportamientos especulativos, fue creando burbujas que, al estallar, han generado los enormes problemas de falta de crédito. Y ahora están creando una nueva burbuja: la de la deuda pública. Su excesiva influencia sobre el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (este último mero instrumento de la banca) explica las enormes ayudas a los banqueros y accionistas, que están generando enormes beneficios. Consiguen abundante dinero del BCE a bajísimos intereses (1%), con el que compran bonos públicos que les dan una rentabilidad de hasta un 7% y un 10%, ayudados por sus agencias de cualificación (que tienen nula credibilidad, al haber definido a varios bancos como entidades con elevada salud financiera días antes de que colapsaran), que valoran negativamente los bonos públicos para conseguir mayores intereses. Añádase a ello los hedge funds, fondos de alto riesgo, que están especulando para que colapse el euro y que tienen su base en Europa, en el centro financiero de Londres, la City, llamada el “Wall Street Guantánamo”, porque su falta de supervisión pública es incluso menor (que ya es mucho decir) que la que se da en el centro financiero de EEUU.
Como bien ha dicho Joseph Stiglitz, con todos los fondos gastados para ayudar a los banqueros y accionistas se podrían haber creado bancos públicos que ya habrían resuelto los problemas de crédito que estamos experimentando (ver mi artículo “¿Por qué no banca pública?”, en www.vnavarro.org).
En realidad, es necesario y urgente que se reduzca el sobredimensionado sector financiero en el mundo, pues su excesivo desarrollo está dañando la economía real. Mientras la banca está pidiendo a las clases populares que se “aprieten el cinturón”, tales instituciones ni siquiera tienen cinturón. Dos años después de haber causado la crisis, todavía permanecen con la misma falta de control y regulación que causó la Gran Recesión.
El mayor problema hoy en la UE no es el elevado déficit o deuda (como dice la banca), sino el escaso crecimiento económico y el aumento del desempleo. Ello exige políticas de estímulo económico y crecimiento de empleo en toda la UE (y muy especialmente en los países citados en este artículo). No ha habido una crisis de las proporciones actuales en el siglo XX sin que haya habido un crecimiento notable del gasto público y de la deuda pública, que se ha ido amortizando a lo largo de los años a base de crecimiento económico. EEUU pagó su deuda, que le permitió salir de la Gran Depresión, en 30 años de crecimiento. El mayor obstáculo para que ello ocurra en la UE es el dominio del pensamiento liberal en el establishment político y mediático europeo, imponiendo políticas que serán ineficientes, además de innecesarias. Y todo para asegurar los beneficios de la banca. Así de claro.

(*) Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy en The Johns Hopkins University

jueves, 13 de mayo de 2010

De la mala a la peor


Por Juan Gelman (Página 12, Buenos Aires)

Se apaga el concierto de voces que proclaman la salida de la crisis económica mundial: el sismo europeo es una fuerte réplica del epicentro que sacude a EE.UU. desde el 2008. Hasta el FMI subraya que las medidas adoptadas para salvar a Grecia son apenas calmantes de una enfermedad grave. Pero no explica en qué consiste el mal. Sólo propone la “cura” de las medidas de ajuste que afectan a millones y millones de habitantes del planeta.

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El distinguido profesor emérito de Economía de la Universidad de Ottawa, Michael Chossudovsky, y el investigador independiente Andrew Gavin Marshall acaban de reunir en el volumen titulado The Global Economic Crisis. The Great Depression of the XXI Century (Global Research Publishers, Centre for Research on Globalization, Montreal, 2010) los trabajos de 16 especialistas que exploran a fondo las causas y consecuencias de un fenómeno que no se debe precisamente a un puñado de banqueros sin escrúpulos, como Barack Obama propone: es el desemboque de un largo proceso de cambio del modelo económico occidental que se inició en los años ’80. La llamada “desregulación” que nació entonces estuvo normada por la implantación progresiva de complejos instrumentos creados por el aparato financiero.

Los editores sintetizan las conclusiones de los estudiosos en el prólogo de la obra (www.globalresearch.ca, 9-5-10). La central: “La humanidad se encuentra en la encrucijada de la crisis económica y social más grave de la historia moderna”. Se subraya que no consiste sólo en la burbuja inmobiliaria que estalló hace dos años: el hundimiento de los mercados financieros en el período 2008/09 fue secuela del fraude institucionalizado y la manipulación financiera. En obediencia, claro, a la ley del beneficio máximo.

Es notorio que esto ensancha las distancias entre base y cima sociales en materia de distribución del ingreso nacional. Un estudio que el profesor Emanuel Saez, del Departamento de Economía de la Universidad de Berkeley, llevó a cabo hace dos años revela que en EE.UU. ese distanciamiento “es particularmente brutal a partir de los ’80: el 10 por ciento más rico (de la población) acaparaba el 35 por ciento del ingreso nacional en 1982, una proporción que alcanza el 50 por ciento 25 años después, reinstalando la situación que precedió al crac de la Bolsa en 1929” ( , 15-3-08). Pese a las declaraciones optimistas de la Casa Blanca, el desempleo en la superpotencia va en aumento.

Otros análisis inquietantes se resumen en el prólogo de The Global Economic Crisis: esta recesión económica no tiene un origen acotado, sino que se inscribe en el desarrollo de una militarización a escala mundial. “La dirección de la ‘guerra prolongada’ del Pentágono se vincula estrechamente con la reestructuración de la economía global..., la arquitectura financiera global alimenta objetivos estratégicos y de seguridad nacional. A cambio, la agenda militar de EE.UU. y la OTAN sirve de apoyo a una poderosa elite empresarial que socava incesantemente las funciones del gobierno civil.”

El traslado de una ingente masa de capital a las actividades financieras ha “desmaterializado” la producción y provocado un cambio estructural en la economía estadounidense: crece el número de quiebras de empresas pequeñas y medianas, al mismo tiempo que la economía de guerra, engordada por un presupuesto de defensa de casi un billón de dólares, goza de muy buena salud. La industria de armas de alta tecnología y la contratación de mercenarios para las guerras de Irak y Afganistán conocen, entre otros, un esplendor sin precedentes. “Basta echar un vistazo a la escalada (bélica) en el Medio Oriente y Asia Central, así como a las amenazas de EE.UU. y de la OTAN dirigidas a China, Irán y Rusia, para percibir hasta qué punto la guerra y la economía están íntimamente vinculadas.”

Las relaciones de la banca con el complejo militar-industrial y los gigantes del petróleo, el papel central que la política monetaria desempeña en la recesión, el peso de la deuda pública y privada, las repercusiones socioeconómicas y políticas que acarrearon las reformas del libre mercado, son aspectos que, entre otros, escrutan analistas destacados como Claudia von Werlhof, Richard C. Cook y Peter Dale Scott. Desde distintos puntos de vista y desde disciplinas diferentes, todos los autores coinciden –señala el prólogo– en que se trata de una crisis con alcances verdaderamente mundiales que influyen en todas las naciones y en todas las sociedades. La estadounidense incluida, desde luego.

“Nunca vi algo semejante –señaló Noam Chomsky sobre el estado de ánimo imperante en EE.UU. (www.legrandsoir.info, 24-4-10)–. Escucho la radio para enterarme de lo que dicen los que llaman por teléfono. ¿Qué me pasa?, se preguntan. Hice todo lo que me dijeron que hiciera. Soy un buen cristiano. Trabajo duro para mantener a mi familia. Tengo un arma. Creo en los valores de este país y, sin embargo, mi vida se derrumba.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Libertad de expresión



Por Ezequiel Fernández Moores (La Nación, Buenos Aires)

"Los republicanos también compran zapatillas". Es una de las frases más célebres en la historia del deporte. La pronunció Michael Jordan en 1990. Querían que el ídolo hablara para frenar el triunfo electoral de Jesse Helms, un político racista, homofóbico, amigo de las dictaduras latinoamericanas, del Ku Klux Klan y del apartheid sudafricano. Pero Jordan recordó que tenía un contrato de 20 millones de dólares con Nike. Los ídolos deportivos no deben "abusar de su liderazgo" para influenciar a sus seguidores, dijeron sus defensores. Además, agregaron, "el deporte debe mantenerse separado de la política". Veinte años después, los Suns de Phoenix, sepultaron la máxima de Jordan. El play off que liquidaron el pasado domingo ante los Spurs de Manu Ginóbili significó algo más que un triunfo deportivo. Marcó un hito para los estudiosos de los vínculos entre el deporte y la política. Comparable a la negativa de Muhammad Alí a combatir en Vietnam en 1965 y al podio rebelde de México 68 de los atletas negros Tommie Smith y John Carlos.

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Arizona está convulsionada por la nueva ley antiinmigración de la gobernadora Jan Brewer, que faculta a la policía a exigir papeles a quienes pueda sospechar que son indocumentados. ¿Cómo reconocer a un indocumentado? "Por su ropa, pero especialmente por su conducta", respondió el senador Brian Bilbray, de California. Los Suns, como muchos otros, entendieron a la ley como una cacería del inmigrante latino. El patrón del equipo, Robert Sarver, acordó con los jugadores que salieran al segundo partido contra los Spurs con una camiseta que decía "Los" Suns, en español. El canadiense Steve Nash, líder del equipo, y que ya en 2003 había salido a la cancha con una camiseta que criticaba la invasión a Irak, fue otra vez la voz cantante. Robert Kerr, ex compañero y gran amigo de Ginóbili en los Spurs, y actual gerente general de los Suns, calificó de "nazi" a la iniciativa. Senadores republicanos le exigieron que se rectificara. La mayoría de los mensajes que llegaron al diario The Arizona Republic a los Suns recordaban que al menos el 60 por ciento de la población de Arizona aprueba la ley. "Shut up and play" (Cállense y jueguen), decían carteles que los propios hinchas de los Suns exhibieron ese día a sus jugadores. Fuera del estadio, unas tres mil personas marchaban con camisetas de "Los" Suns. Fue una previa inusual para la trasmisión de la TV. "Me saco el sombrero con la decisión de Sarver", expresó en estudios el ex jugador Charles Barkley ante Ernie Johnson, un periodista deportivo cada vez más incómodo con el rumbo que tomaba la trasmisión. Nash y sus compañeros sabían lo que arriesgaban. No sólo volvieron a ganar esa noche. Triunfaron también en los dos partidos siguientes. Fue un 4-0 rotundo. Jugaron como nunca antes. En el último, el domingo por la noche, a Nash le cerraron un ojo de un codazo. Terminó ofreciendo un recital.

Los Suns recibieron apoyo de los Spurs y de la propia NBA, habitualmente reacia a definiciones políticas. Hasta Barack Obama saludó su gesto. Muchos esperan ahora que también el béisbol se pronuncie. Que defienda a sus jugadores, el 27 por ciento de los cuales son de origen latino. Se pide que la Major League Baseball (MLB) desplace a Phoenix como sede del Juego de las Estrellas de 2011. Y que se declare un boicot contra el equipo local, los Arizona Diamondbacks. El patrón del equipo, Ken Kendrick, se vio obligado a admitir que había aportado dinero a los candidatos republicanos, pero aclaró que no apoya la ley. Sus defensores dieron amplio detalle de fundaciones a las que él aporta dinero y que ayudan a niños latinos. La gobernadora Brewer escribió en la página web de ESPN que no tiene sentido impulsar boicots y, mucho menos, mezclar al deporte con la política. Brewer defendió la ley, afirmó que debió actuar porque Arizona es un estado fronterizo que sufre los clanes de la droga y del tráfico de personas que actúan desde México, que Phoenix se había convertido en la ciudad de Estados Unidos con mayor cantidad de secuestros (316 en 2009), que no podía aguardar más "la inacción" de Obama y que su ley no es racial y, mucho menos, nazi.

En lugar de triples o home runs, el deporte pasó a hablar de "progres" o "nazis". Así debe ser, afirma el periodista y escritor de deportes Dave Zirin. Califica de hipócrita a Kendrick, el patrón de los Diamondbacks. Por un lado dice que no apoya la ley, pero, por otro, cederá su estadio para un mitín del senador Jonathan Paton, uno de los más furiosos defensores de la ley. Paton, agrega Zirin, tiene un estrecho vínculo con Russell Pearce, el senador ex combatiente en Irak que inspiró la ley. La TV mostró imágenes de Pearce reunido con líderes neonazis como J.T.Ready y John Birch y un correo electrónico antisemita que el senador reenvió en 2006 a sus seguidores. La revelación incomodó a quienes defienden la ley y se indignan con el calificativo de "nazi". Kerr no fue el único que lo utilizó. "No puedo imaginarme a Arizona utilizando las técnicas de la alemania nazi y de la Rusia comunista para perseguir a los sospechosos", expresó Roger Mahony, arzobispo de Los Angeles. ¿Acaso no fue justamente Arizona el estado que resistió largos años a aceptar el día feriado en homenaje a Martin Luther King? ¿Y no fue acaso la presión del deporte la que ayudó a cambiar esa postura? La National Football League (NFL, football americano) quitó a Arizona su condición de sede del Superbowl de 1993. La decisión, se dijo entonces, fue clave para que un año después los votantes de Arizona aprobaran finalmente adherir al feriado en honor al luchador por los derechos civiles asesinado en 1968. Los manifestantes que protestan ahora ante cada juego de los Diamondbacks pretenden que la MLB (béisbol) haga lo mismo con su Juego de las Estrellas de 2011. Quieren que el deporte se sume a otros sectores que ya comenzaron a boicotear a Arizona. ¿Acaso no fue un beisbolista, Jackie Robinson, un pionero que en 1947 rompió barreras raciales?

También la Major League Soccer (MLS, nuestro fútbol), que tiene a más del cuarenta por ciento de sus jugadores nacidos en Latinoamérica, evalúa si deberá excluir a Phoenix como subsede si la FIFA designa en diciembre a Estados Unidos como país organizador del Mundial 2018 o 2022. "Odio decirlo, pero ¿por qué debería darle un valor especial a la opinión política de un deportista que gana millones? El deporte cruza razas, colores y política y dos hinchas de un mismo equipo, aún cuando piensen lo opuesto, pueden hablar allí un lenguaje común. Cuando los atletas llevan al deporte las divisiones de afuera destrozan una ilusión, como cuando Jim Carrey encontró que su vida era el Truman Show", escribió el periodista Greg Salvatore. "Les pagamos para que nos sirvan de escape", coincidió su colega Skip Bayless. El deporte, dicen sus estudiosos, suele disfrazar de neutralidad posturas conservadoras. Y está cada vez más atado a sus patrocinadores. La asunción de Obama, sin embargo, desató fanatismos y leyes como las de Arizona. Consciente del peligro, Obama recomendó hace unos días leer qué dicen los que piensan distinto. "Puede que te hierva la sangre, pero es esencial para una eficaz convivencia".

El mercado laboral de Estados Unidos, contaba hace unos días el periodista Andrés Oppenheimer, demanda hasta 500.000 trabajadores no cualificados por año. El actual sistema inmigratorio autoriza apenas 5.000 visados anuales. Hay gente que lleva veinte años pidiendo su visa. Terminan entrando ilegalmente. Once millones de inmigrantes carecen de papeles en Estados Unidos. Casi medio millón están en Arizona, ex territorio mexicano. Una crónica reciente recordó la letra de "Somos más americanos", un corrido que cantan Los Tigres del Norte. "Ya me gritaron mil veces que me regrese a mi tierra porque aquí no quepo yo. Quiero recordarle al gringo: yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó…Ellos pintaron la raya para que yo la brincara y me llaman invasor… Nos quitaron ocho Estados. ¿Quién es aquí el invasor? Soy extrajero en mi tierra. Y no vengo a darles guerra. Soy un hombre trabajador". Del hombre trabajador, justamente, depende la pasión del deporte. Michael Jordan no tenía razón. "El deporte –escribió Paola Boivin en The Arizona Republic- sirve para algo más que para vender zapatillas".

sábado, 8 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

¡Al diablo los inmigrantes!


Por Raymundo Riva Palacio (El País, Madrid)

Arizona nos llena hoy la boca de horror y galvaniza nuestros peores presentimientos sobre un país que no ha logrado superar sus traumas desde la Guerra Civil. Pero Arizona no es un síntoma de lo que está sucediendo en Estados Unidos, ni de las contradicciones en su sociedad o de su polarización. Subraya sí, una tendencia de años en contra del multiculturalismo, al cual han atacado desde liberales como Arthur Schlesinger Jr. -quien fuera muy cercano al presidente John F. Kennedy-, hasta un halcón de la política como Samuel Huntington, y muestra también una derechización ideológica que a muchos está preocupando.

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Si Sarah Palin, la ex gobernadora de Alaska y ex candidata a la vicepresidencia es ahora una de las figuras emergentes más populares entre los republicanos, si hay un movimiento tan beligerante como conservador denominado el Tea Party, con el cual se reconocen dos de cada 10 estadounidenses, que está organizando protestas contra el gobierno en todo el país, y si al propio Barack Obama, que nació y creció en el universo multicultural de Hawai lo señalan de haber nacido en Kenia, sugiriendo que su Presidencia es inconstitucional, ¿qué pueden esperar las personas de piel cobriza y ojos oscuros, sin gran estatura ni fortachones, católicos y no protestantes que se sienten agredidos por la ley antiinmigrantes en Arizona?
El alegato contra el multiculturalismo es que la inmigración a Estados Unidos afecta al tejido social y la vida del estadounidense común y corriente. Los inmigrantes, continúa la argumentación, no comparten los valores tradicionales estadounidenses y prefieren seguir fieles a sus viejas culturas, sin querer asimilarse a aquella en donde ahora viven. Esta nación, fundada por inmigrantes, repele hoy a los inmigrantes cuando estos no encuadran en el estereotipo de los peregrinos que edificaron el primer asentamiento de la colonia en Plymouth ni llevan en los genes el significado del Día de Gracias.
La nueva ley antiinmigrante en Arizona ha sido descrita como la más regresiva en Estados Unidos, y se combatirá en las cortes, que tendrán mucho trabajo. Arizona fue el primero de una decena de estados que quieren leyes similares en contra de inmigrantes, y que están respaldados por una creciente ola de opinión pública que sí quieren la mano dura contra quienes se encuentren sin documentos en Estados Unidos. Cierto, tiene más apoyo en Estados Unidos de los que muchos les gusta admitir.
Según el reconocido Rasmussen Report, el 60% de los estadounidenses aprueban la ley que recién firmó la gobernadora Jan Brewer, contra el 31 por ciento de oposición. El 44%, en reflejo de uno de los argumentos más fuertemente esgrimidos contra la inmigración, asegura que será bueno para la economía, y que los inmigrantes dejarán de robar empleos para los estadounidenses o los inmigrantes con documentos. Esta justificación es tramposa y esconde el fondo del fenómeno.
Hace algunos años, el ex presidente mexicano Vicente Fox, en una simplificación del debate, dijo que los mexicanos hacían trabajos en Estados Unidos que ni los negros querían hacer. En casos reales, no hay mejores trabajadores que los oaxaqueños en la pizca de la fresa en el sur de California, por su baja estatura que les permite ser muy rápidos. Tampoco hay más eficientes y veloces en limpieza de edificios que los mexicanos, a quienes llueven contratos a lo largo de la costa este de Estados Unidos.
Los mexicanos han ido ocupando gradualmente en las dos últimas décadas cada plaza de trabajo en industrias que antes estaban copadas por los negros. Producen tabaco en Carolina del Norte y empacan pollos en Alabama y Tennessee. Han abierto restaurantes en el corredor industrial y agrícola en los estados que colindan en la parte central del país con Canadá, y prácticamente monopolizan el trabajo en servicios en ciudades como Las Vegas. Muchos de ellos son indocumentados.
Cuando el huracán Katrina devastó Nueva Orleans, fueron los mexicanos quienes llegaron a hacer los trabajos de limpieza y las primeras obras de reparación, como sucedió en 1996, cuando al no verse cómo se concluirían las instalaciones deportivas en tiempo para la inauguración de los Juegos Olímpicos en Atlanta, las autoridades migratorias cerraron los ojos para que entraran mexicanos, sin documentos, a salvarles la fiesta.
El equipo de futbol más popular en Estados Unidos es México, según reportó esta semana The Wall Street Journal. Por eso se ha vuelto un éxito de taquilla: 90,000 espectadores en el Tazón de las Rosas en Pasadena, California, contra Nueva Zelanda, 63,000 en Carolina del Norte contra Islandia, y próximamente se esperan otros 80,000 en el juego contra Ecuador en Meadowlands, Nueva Jersey, cerca de la ciudad de Nueva York, donde nadie podría pensar, por los gritos y la algarabía, que se juega en un país que no es México. El seleccionado local, en comparación, no logra meter más del 50% de esa taquilla.
El tema de fondo en la discusión que atañe a México no es el económico o el proceso de integración que están siguiendo los mexicanos en Estados Unidos, sino el de la discriminación y el racismo. Pero este fenómeno, que galopa libremente por esa nación ante la preocupación e impotencia de muchos, no es sino uno más de los componentes ideológicos que se están sucediendo aceleradamente en esa nación, y que muestran una radicalización ideológica hacia la derecha en campo abierto y con más adeptos cada vez.
Su voz más beligerante es la cadena Fox, cuyos noticieros en los sistemas de cable tienen más audiencia que los noticieros combinados de CNN, MSNBC y CNBC. Sus conductores, en los programas hablados, caracterizados por la virulencia y tonos inflamatorios de sus palabras, arrasan a sus competidores. Glenn Beck, antiinmigrante de cepa, tiene casi 600 mil más televidentes que Larry King y Anderson Cooper juntos. Ambos, combinados, apenas si empatan el rating de Bill O'Reilly, otro extremista del micrófono.
No es gratuito que la televisión más ideológica, la que rebasa los parámetros del conservadurismo y está totalmente despreocupada por los equilibrios y la ponderación, sea la más vista en Estados Unidos. Para allá está caminando esa nación, que se ha quitado el pudor y la vergüenza de que se le tilde de derechosa. "No culpen a Arizona", escribió este domingo en The New York Times el columnista Frank Rich. "El estado del Gran Cañón solamente estuvo en el lugar correcto en el momento preciso para inclinarse hacia el lado oscuro. Su histeria es otro síntoma de un virus político que no puede ponerse en cuarentena y cuya cura es aún desconocida".
Lo que dice es que las cosas se pondrán peor. Hoy mandan al diablo a los inmigrantes, pero esa enfermedad avanzará por encima de ellos y sobre cosas aún inimaginables.

lunes, 3 de mayo de 2010

Un poco más de respeto


Por Eduardo Aliverti (Página 12, Buenos Aires)

Sí, habría que tener un poco más de respeto por las palabras. Por algunas de ellas, mejor dicho. Y mejor todavía, por lo que connotan.

Estamos en democracia, para empezar por una perogrullada que, sin embargo, alguna gente parece perder de vista con extrema facilidad. Buena, mala, perfeccionada, empeorada, carente de demasiados derechos básicos, avanzando en otros. Pero estamos en democracia. Si en lugar de eso se prefiere hablar de “el régimen”, “sistema burgués”, “fantochada institucionalista”, “partidocracia”, “monarquía constitucional” u otros términos de vitupero, es legítimo pero hay que buscarle la vuelta a que se los puede vociferar sin problemas.

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Nadie va preso (apenas la segunda recordación primaria, ya apuntada por algunos colegas, y uno comienza a cansarse). También es atendible que esa prerrogativa, la libre expresión, no alcanza para vivir como se debería. Lo semantizó Anatole France: “Todos los pobres tienen derecho a morirse de hambre bajo los puentes de París”. Expresarse en libertad puede entonces no tener resultados prácticos, para quienes no comen ni se curan ni se educan con el decir lo que se quiera. Si además se afina la puntería para meterse con la libertad de prensa, por aquello de que todo ciudadano tiene derecho a publicar sus ideas sin censura previa, resulta que hay que contar con la prensa propia. Y en consecuencia pasamos a hablar de la propiedad de los medios de producción. Lo cual es igualmente legítimo, desde ya, pero con el riesgo de que se convierta en teoricismo si acaso no es cotejable con la época y circunstancias que se viven. Veámoslo a través del absurdo: si siempre es igual, democracia y dictadura también son iguales. En este punto el cansancio por las obviedades se incrementa. Y uno se pregunta si no se lo preguntan quienes sí viven de poder expresarse libremente por la prensa, pero para referirse al momento argentino como si continuáramos en plena dictadura.

Mataron a mucha gente acá. Picanearon, violaron, nos mandaron a una guerra inconcebible, robaron bebés, desaparecieron a miles, tiraron cadáveres al mar y adormecidos también, electrificaron embarazadas, regaron el país de campos de concentración, torturaron padres delante de los hijos. Se chuparon a más de cien periodistas acá. Si hasta parece una boludez recordar que estaban prohibidos Serrat y la negra Sosa, que las tres Fuerzas se repartieron las radios y los canales, que inhibieron textos sobre la cuba electrolítica, que en el ‘78 estaba vedado por memorándum criticar el estilo de juego de la Selección Argentina de fútbol. ¿Nos pasó todo eso y por unos afiches de mierda y una escenografía de juicio vienen a decirnos que esto es una dictadura? ¿Pero qué carajo les pasa? ¿Dónde están viviendo? ¿Cómo puede faltársele así el respeto a la tragedia más grande de la Argentina? Acá lo cepillaron a Rodolfo Walsh, ¿y hay el tupé de ir a llorar miedo al Congreso? Faltaría ir al Arzobispado. Si bendijo a los milicos, seguro que también puede dar una mano ahora que se viene el fin del mundo con el matrimonio gay.

Uno entiende que pasaron algunas cosas, nada más que algunas por más significativas que fueren, capaces de suscitar que sea muy complejo trabajar de periodista en los medios del poder. Lo de las jubilaciones estatizadas, lo de la mano en el bolsillo del “campo”, lo de la ley de medios audiovisuales y la afectación del negociado del fútbol de Primera. Ahora bien, ¿la contradicción aumentada entre cómo se piensa y dónde se trabaja justifica las sobreactuaciones? Es decir: puede pensarse que en verdad algunos dicen lo que pensaron toda la vida, y que otros quedaron presos de la dinámica furiosa de la patronal. Pero, ¿decir que estamos o vamos hacia una dictadura? ¿Que si esto sigue así puede haber un muerto? ¿Hace falta construir ese delirio para congraciarse? En todo el país, si es cuestión de propiedad mediática y de programas y prensa influyentes, bastan y casi sobran los dedos de ambas manos para contar los espacios que –con mayor o menor pensamiento crítico– apoyan al Gobierno. La mayoría aplastante de lo que se ve, lee y escucha es un coro de puteadas contra el oficialismo como nunca jamás se vio. La oposición es publicada y emitida en cadena, a toda hora. ¿Qué clase de dictadura es ésa? Ese libre albedrío, muy lejos de ser mérito adjudicable al kirchnerismo, ocurrió igualmente con Alfonsín, la rata, De la Rúa, Duhalde. Lo que no había sucedido es esta cuasi unanimidad confrontadora salvo por los últimos tiempos del líder radical, a quien por derecha se le cuestionaban sus vacilaciones y por izquierda también. Contra Menem recién cargaron en su segundo lustro, después de que completó el trabajo. La Alianza se caía por su propio peso. Con el Padrino pegar era gratis, porque el país ya había estallado. Pero en el actual, que después de todo es simplemente un gobierno más decidido que el resto en cierta intervención del Estado contra el mercado y en el perjuicio a símbolos muy preciados de la clase dominante, ¿qué tan de jodido pasa como para hablar de una dictadura? ¿Será que basta con tocar unos intereses para edificar en el llano la idea de que pueden empezar a matar? ¿Los Kirchner son Videla, Massera, Suárez Mason? Por favor, tienen que aclararlo porque de lo contrario hay uno de dos problemas. O se lo creen en serio y, por tanto, se toma nota de que desvarían. O saben que es una falsedad sobre la que se montan para condolerse y entonces se anota que está bien. Que no se justifica pero se entiende. Que quedaron tras las rejas de los medios en que laboran. Ojalá sea lo segundo, por aquello de que un tonto es más peligroso que un mal bicho.

Se cometieron varias estupideces en forma reciente. Se le dio mucho pasto a la manada, se perpetraron injusticias con colegas que no se lo merecen, se agredió a los que precisamente buscan victimizarse. Eso no es hacer política. Es jugar a la política. La diferencia entre una cosa y la otra es que cuando se ejecuta lo primero es bien medida la correlación de fuerzas. A quiénes se beneficia, cuánto se puede tensar la cuerda en la dialéctica entre condiciones objetivas y subjetivas; cómo no sufrir un boomerang, en definitiva, y si se produce cuánto de fuerte son las espaldas para sortearlo. En cambio, si se juega a la política todo eso es lo que importa un pito antes que nada, con el agravante de que las consecuencias las paga un arco mucho más amplio que el de quienes formularon la chiquilinada.

De ahí a que se tomen de esos yerros para hablar de peligro de muertos, de sensación de asfixia dictatorial, de avanzada totalitaria, media una distancia cuya enormidad causa vergüenza ajena de apenas pensarla. No es algo que no pudiera preverse. Como lo dijo allá por los ’80 César Jaroslavsky, otro sabio sólo que de comité pero muy ducho en transas y arremetidas: te atacan como partido político, y se defienden con la libertad de prensa.

Se sabe que es así. Pero igual uno ya está harto de los hartos que se hartaron ahora.

sábado, 1 de mayo de 2010

El primer Mundial en África, ¿un evento excluyente?



Por Peter Wonacott (The Wall Street Journal)

Ciudad del Cabo.- Con la llegada del Mundial este junio a Sudáfrica, la máquina de marketing de la entidad que gobierna las federaciones de fútbol de todo el mundo y sus estrictas reglas sobre el uso de las marcas registradas colisionan con todo tipo de negocios, grandes y pequeños.
Cuando la aerolínea de bajos costos Kulula.com quiso vender vuelos a ciudades sede de partidos de la Copa del Mundo, la compañía lanzó un anuncio en el que se describía como "la Aerolínea Nacional No Oficial de 'Ya-Sabe-Qué'". El anuncio mostraba a un jugador, varios balones de fútbol y la bandera sudafricana.

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Ni en sueños, contestó la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA). Abogados de la organización acusaron a Kulula de "marketing de emboscada", alegando que el anuncio asociaba ilegalmente a la aerolínea con el Mundial de la FIFA en Sudáfrica, protegido por la ley de marcas registradas.
La advertencia llevó a Kulula a modificar su publicidad. Entre otros cambios, reemplazó los balones con una bola de discoteca, la bandera por un silbato y le quitó los medias y los botines de fútbol al jugador.
La FIFA informa que está investigando más de 400 casos relacionados con violaciones de marcas registradas en Sudáfrica. Mientras tanto, las reglas de la FIFA sobre quiénes pueden vender artículos cerca de los estadios se están colisionando con los pequeños negocios y los vendedores callejeros sudafricanos.
El tema es particularmente preo cupante en Sudáfrica, un país con una de las mayores disparidades de ingresos en el mundo y con una tasa de desempleo de casi 25%. Mucha gente pobre se gana la vida en las calles, vendiendo desde plumeros a camisetas de fútbol no oficiales en las veredas y ventanillas de vehículos.
Es la primera vez que el Mundial se juega en territorio africano, una decisión que busca no sólo subrayar la naturaleza global del deporte sino también mostrar el apoyo a las economías emergentes del continente. El gobierno sudafricano se embarcó en una enorme tarea de construcción de carreteras, líneas férreas y estadios para prepararse para la avalancha de visitantes, lo que avivó las esperanzas de creación de empleos y de un repunte del crecimiento económico. Desde que salió de una difícil recesión a finales del año pasado, el país espera casi con desesperación obtener dividendos del Mundial.
El secretario general de la FIFA, Jérôme Valcke, dice que cuesta US$1.000 millones organizar el Mundial de Sudáfrica, y los acuerdos publicitarios exclusivos son necesarios para financiar el evento. Esta es la razón por la que la FIFA está colaborando con las autoridades para ahuyentar a quienes practican el "marketing de emboscada", agrega.
Los patrocinadores como Adidas AG, Coca-Cola Co. y la aerolínea Emirates pueden vincular sus marcas al torneo de fútbol y sus famosos logotipos oficiales. Si bien la FIFA declinó revelar las cifras publicitarias, un veterano de la industria con conocimiento de las tarifas actuales afirma que algunas multinacionales están pagando de US$250 millones a US$300 millones por un acuerdo de ocho años, o US$30 millones a US$40 millones por año.
La FIFA asevera que los negocios del Mundial se extenderán mucho más allá de los grandes nombres corporativos. El organismo cita estudios de la consultora Grant Thornton LLP que estiman que casi medio millón de visitantes acudirán a Sudáfrica para los partidos, lo que generará unos US$2.600 millones en ingresos y creará unos 415.000 empleos.
Sin embargo, en algunas ciudades, las autoridades sudafricanas se enfrentan al malestar de los pequeños negocios que se sienten marginados por el evento. La FIFA está colaborando con la policía para bloquear las ventas y la publicidad no autorizadas alrededor de los estadios en las llamadas Zonas de Exclusión, de entre medio kilómetro y tres kilómetros, dependiendo del estadio. El organismo señala que busca formas de integrar a los artesanos locales y a algunos propietarios de comercio en las zonas donde se concentrará un gran número de espectadores.
En Johannesburgo y en la capital de Sudáfrica, Pretoria, los vendedores ambulantes se quejan de que no se les permitirá acceso a las zonas cercanas a los estadios para vender sus productos en las áreas con mayor tráfico de peatones, afirma David Cote, miembro de la organización Abogados por los Derechos Humanos en Pretoria.
Funcionarios sudafricanos involucrados en el Mundial dicen que los vendedores ambulantes necesitan ajustarse a las reglas, al igual que los comerciantes de todo el mundo. Este cumplimiento no va a ser fácil, especialmente para los millones de personas que pertenecen a las clases más bajas de la sociedad sudafricana. Ester Nongauza, que opera junto a su hijo un puesto de snacks y cigarrillos en la estación de tren de Ciudad del Cabo, sospecha que no podrá vender durante la Copa del Mundo, ya que está cerca de un parque designado para aficionados. "Si nos quedamos en casa, no tenemos nada", dice.

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