domingo, 31 de enero de 2010

Tenemos que hablar



Por Santiago O’Donnell (Página 12, Buenos Aires)

Tenemos que hablar del discurso de Obama. El martes a la noche, en una sesión bicameral del Congreso, Obama pronunció el discurso que allá en Estados Unidos llaman del “Estado de la Unión”. Vendría a ser el equivalente a los discursos que el presidente o la presidenta dan acá todos los años para inaugurar las sesiones legislativas.
Obama había arrancado su mandato en la cima de la popularidad, pero tras un año por debajo de las expectativas, por decirlo suavemente, sus índices de aprobación están en caída libre y ya se acercan a los cuarenta puntos, un piso impensable doce meses atrás. Por eso estuvo bueno que reconociera que se equivocó.

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Dijo que su principal error fue haber perdido el contacto con la gente. Eso está claro. Por más que se haya pasado meses enteros recorriendo el país con sus foros ciudadanos sobre la reforma sanitaria, es evidente que perdió el contacto con la gente. Lo dicen todos los sondeos de opinión: él quería una cosa pero la gente pedía otra y por eso fue perdiendo popularidad.
El quería, claro, reformar el sistema de salud. Por eso se la pasó viajando y hablando del tema. Para darle cobertura al menos a buena parte de los 42 millones de estadounidenses que no la tienen y para mejorar la cobertura que reciben los demás. Esa había sido la principal promesa de su campaña.
Bah, ha sido la principal promesa de campaña de todos los candidatos y precandidatos demócratas del último siglo, pero ninguno de ellos había podido cumplirla. Obama quería romper esa racha y entrar en la historia por la puerta grande.
Una apuesta ambiciosa, una batalla durísima. Nada menos que los nenes de la industria del seguro y la industria farmacéutica, más la burocracia estatal, la industria del juicio, la corporación médica y los dueños de los hospitales privados.
Pensó que había que golpear de entrada, en plena luna de miel, con viento de cola y mayorías amplias en las dos cámaras del Capitolio. Y decidió que a la reforma la vendería él, por lejos el personaje más popular de su gobierno, que la reforma sería él.
Y se equivocó porque la gente no quería hacer historia, quería llegar a fin de mes. Quería que se dejara de joder con los grandes temas internacionales como las guerras y el medio ambiente, con el show off de dirigir personalmente la operación de rescate del capitán secuestrado por piratas somalíes en la otra punta del mundo.
Que se deje de joder. Todo el día discutiendo con la oposición republicana y los lobbies de los gigantes del sistema de salud, como si fuera la madre de todas las batallas. Mientras tanto ellos tenían que soportar la peor crisis económica desde la Gran Depresión.
Querían que bajara el desempleo pero el desempleo no bajó, querían que cambiara la economía pero la economía no cambió.
Porque Obama estaba en otra cosa y porque no quiso abrir otro frente con los nenes de Wall Street. Entonces les dio un megarrescate y los dejó tranquilos y ellos hicieron lo que saben hacer cuando los dejan tranquilos: record de ganancias en la Bolsa, bonificaciones estratosféricas, cero regulación, cero reforma, cero derrame hacia la economía real. Derivativos, banca off shore, bonos basura, carteras tóxicas, paraísos fiscales. Más de lo mismo pero con algunos agravantes. Más de lo mismo pero en medio de una terrible crisis que ellos mismos generaron. Más de lo mismo pero con fondos públicos. Fumando la guita del megarrescate.
El martes Obama reconoció que el megarrescate había sido “tan popular como un tratamiento de conducto en una muela”. Horas antes había sacudido el ambiente al imponer las regulaciones más estrictas que había conocido Wall Street desde los tiempos de Roosevelt. Algo es algo.
Ahora dice que va a ocuparse de la gente y de sus problemas. Dice que la reforma de salud tiene que salir, pero ya no es la prioridad. Admite que el mundo sigue existiendo, pero sólo le dedicó nueve minutos en un discurso de hora y media.
En cambio de economía habló largo y tendido. Propuso una reducción de impuestos para los dueños de las pymes y un paquete para reconvertir empresas al uso de energía no contaminante. Hasta tren bala propuso. Claro, para un país de primer mundo. Y prometió mucha obra pública. A financiarse con los millones que les prestaron a los bancos. Que devuelvan la guita, desafió Obama, ya que tan bien les fue el año pasado, a juzgar por las grandes bonificaciones que se repartieron.
Porque aunque lo acusen de populista, la pulseada con Wall Street, con los lobbies y con la burocracia de Washington recién empieza, dijo el presidente. “Acabo de terminar el discurso del Estado de la Unión y quería mandarles unas líneas para que sepan que no me daré por vencido”, escribió en el Facebook.
O sea, se nota un cambio, al menos en la retórica. Se nota la intención de hacer, o al menos decir, lo que le pide la gente. Cuando le pegó a Wall Street el martes, aplaudieron hasta los legisladores republicanos, que no son ningunos tontos.
Y porque no son tontos hicieron todo lo posible para frenarle la reforma de salud a Obama, para forzarlo a perder el tiempo peleando contra ellos mientras se estira el desenlace y se desgasta la imagen presidencial porque la gente prefiere que ponga sus energías en otro lugar.
La reforma ya tiene media sanción, pero hace dos semanas los republicanos ganaron una elección en Massachusetts por la banca de Teddy Kennedy que les quitó a los demócratas la “supermayoría” en el Senado. El ganador, Scott Brown, había nacionalizado la campaña, pero Obama podría haberse hecho el distraído. Sin embargo, el presidente reconoció el martes que el derrotado había sido él, y que la derrota había sido “merecida”.
Porque la gente allá en Estados Unidos no quería que los políticos se pelearan todo el tiempo. Quería que se pusieran de acuerdo en alguna cosa y que hicieran algo, y si sirve para mejorar la economía y combatir el desempleo, tanto mejor.
El martes Obama habló de la herencia recibida y del obstruccionismo sistemático de la oposición. Pero en vez de echarles la culpa a los demás se hizo cargo –perdí el contacto, merecí perder– y llamó al diálogo, o más bien al cogobierno: “A los líderes republicanos que van a insistir en que 60 votos en el Senado son necesarios para hacer cualquier cosa en esta ciudad –una supermayoría– entonces la responsabilidad de gobernar ahora es de ustedes también. Decirle no a todo podrá ser buena política en el corto plazo, pero no es liderar”.
A veces es bastante obvio lo que pide la gente, pero los presidentes, sumidos en sus entornos, no siempre lo entienden. El martes Obama dio señales de entender.
“No es que yo crea que la prioridad de los estadounidenses sea asegurarse sus empleos –arrancó diciendo–. La prioridad de los estadounidenses es asegurarse sus empleos.” Era el reconocimiento que todos los estadounidenses querían escuchar.
No es que Obama se merezca el aplauso por reconocer sus errores y decir que va a pegar un golpe de timón. Es lo menos que puede esperarse de un presidente después de un año entre malo y desastroso. Aun así, del dicho al hecho hay todo un trecho y, más que palabras, lo que exigen los estadounidenses son acciones concretas que arrojen resultados palpables.
Tampoco hace falta coincidir con las prioridades de la opinión pública norteamericana. A uno le gustaría que Obama se ocupara un poco más de las chanchadas que dejó Bush por el mundo, pero se puede entender que allá las urgencias sean otras.
Por eso tenemos que hablar del discurso. Porque cuando a un presidente las mediciones le dan mal, no un día o una semana porque tomó una medida necesaria pero impopular, sino varios meses de deterioro progresivo, entonces es que algo no funciona.
Cuando eso pasa está bueno que la persona aludida por lo menos reconozca que algo se está haciendo mal, que se comprometa a escuchar más a la gente y que se dé cuenta de que algunas cosas tienen que cambiar.

Reservas internacionales y furia opositora



Por Carlos Ábalo, economista (Página 12, Buenos Aires)

La actual discusión sobre el Fondo del Bicentenario para garantizar el pago de la deuda involucra la de la ilegitimidad de una parte de ella y la de la independencia del Banco Central.

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Desde los años setenta en la Argentina y en el mundo predominaron las operaciones financieras sobre la producción porque las grandes ganancias y la rapidez para acumular se potencian con las finanzas. La presente gran crisis mundial toma la forma de grandes burbujas porque la acumulación financiera con menor acumulación productiva se vuelve en gran parte ficticia cuando el capital se desinfla de su excedente artificial. Gracias al poder del establishment financiero, en los países desarrollados el Estado rescató el capital privado devaluado a costa de la sociedad, que es la que produce la riqueza.
La crisis es inherente al capitalismo porque la acumulación en el polo más rico genera pobreza en el otro extremo, efecto potenciado por la especulación financiera. Para que la oligarquía financiera y sus socios acumulen en gran escala es preciso que los banqueros impongan sus normas y que los bancos centrales sean independientes. La relativa autonomía de un banco central no puede ser confundida con una pretendida independencia, porque las divisas que reúne y sostienen el sistema monetario y financiero provienen de la actividad productiva de la Nación y su utilización depende de los poderes que gobiernan el Estado, no del Banco Central, cuyas autoridades no son elegidas por sufragio.
El argumento de la independencia cobró relevancia en los años setenta. Hasta entonces había un límite monetario para la expansión financiera. Cuando Estados Unidos liquidó la convertibilidad del dólar con el oro, los bancos pudieron crear dólares contables fuera de Estados Unidos (los eurodólares) y la emisión financiera se independizó de los estados nacionales. En la línea de una mayor autonomía financiera, profundizando las bases establecidas por la Ley de Entidades Financieras de la dictadura militar, Menem modificó en 1992 la Carta Orgánica del Banco Central acentuando su independencia. La ley de 1976 había servido para multiplicar la deuda externa. La dictadura fue derrotada y dejó al país en ruinas, pero el mercado extorsionó al gobierno de Alfonsín, que tuvo que aceptar la porción ilegítima de la deuda.
En sentido inverso a la independencia del Banco Central, la crisis financiera global cuestiona la acumulación financiera y reclama regulaciones, porque el manejo por el mercado de los tipos de cambio y de la valorización de los activos y la calificación arbitraria de países y empresas facilitan la especulación. Con la crisis global y los rescates, igual que con el fin de la convertibilidad, el corralito, la aceptación de la deuda ilegítima y la fuga de las divisas hacia acreedores seleccionados (con responsables entre algunos de los opositores más notorios), la acumulación financiera desplumó a la sociedad sin que los que ahora se escandalizan abrieran la boca.
Pese a que el establishment internacional dominante es el financiero, el sistema está mutando porque las finanzas pierden terreno frente al desarrollo productivo asiático, que genera una expansión capitalista con nuevos círculos dominantes. El establishment argentino tiene poco que ver con el desarrollo productivo en ciernes y el Fondo del Bicentenario va en una línea de desendeudamiento poco afín a los intereses financieros de largo plazo.
La furia de la oposición para desvalorizar el Fondo del Bicentenario y defender la independencia del Banco Central muestra su inclinación por el poder financiero, en el primer caso porque en vez de pagar con divisas preferiría adquirir nueva deuda y siempre por su recelo respecto de la inversión pública y el crecimiento. De 2003 a 2008 pronosticó un desastre tras otro pero la expansión fue record y aunque asegura inquietarse porque en 2009 disminuyó el excedente fiscal, se debe recordar que el país tuvo déficits fiscales sistemáticos. Hay que convenir que la mayor parte de la oposición representa al establishment responsable de la falta de crecimiento nacional, socio menor de las finanzas mundiales y enemigo de las políticas K limitadoras de la renta financiera y de la renta agraria, que en gran parte se recicla como renta financiera y se ve afectada por las retenciones. La especialización agraria argentina es una suerte para el país, pero se convierte en su desgracia si se vuelve excluyente y obstruye la industrialización. Por su parte, la opinión pública parece haberse olvidado de la funesta patria financiera y de las mentiras con que los grandes medios cubrían las espaldas de la dictadura y las operaciones con la deuda externa.
La expansión asiática y emergente favorece el desarrollo productivo y lo volverá a potenciar. El desafío de la Argentina es correr esa carrera. La ofensiva opositora se apoya en que el Gobierno no siempre elige el mejor camino para poner en marcha sus iniciativas. Las retenciones debieron ser incluidas en una estrategia agraria como la que empieza a delinearse, dentro de un plan nacional ofrecido a la discusión, como la que había que llevar a cabo para presentar el Fondo del Bicentenario, pero, aunque las formas son importantes, no pueden ser una excusa para silenciar el positivo alcance de los contenidos.

miércoles, 27 de enero de 2010

Seguridad jurídica



Por Daniel Paz

Cuando no crece el desvarío


Por Martín Granovsky (Página 12, Buenos Aires)

A veces “cierra la oficina, crece el desvarío, los peces se amotinan contra el dueño del río”. Lo canta Joaquín Sabina en “Crisis”. Fuera del tono catastrófico de algunas consultoras privadas, un informe especial del Servicio de Investigaciones del Congreso de los Estados Unidos diferencia por primera vez a los fondos buitre de otros bonistas que quedaron fuera de la reestructuración argentina de la deuda en el 2005, critica “los préstamos y los consejos que en el pasado dio a la Argentina el Fondo Monetario Internacional” y consigna con respeto el argumento de que cuando un país se empobrece los bonistas también deben perder algo de sus expectativas.

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“Los fondos buitre a menudo lucran con las pérdidas de otros bonistas y emplean una estrategia de holdout que puede impedir cualquier solución”, dice el documento.
La expresión “fondos buitre” se puso de moda en alusión a la compra de bonos argentinos –casi carroña, porque fueron adquiridos a veces en sólo un 20 por ciento de su valor– en tiempos de la caída y la bancarrota que alcanzaron el pozo más hondo en la crisis del 2001. Los holdouts son, en general, los bonistas que no arreglaron y esperan una situación de acuerdo en mejores condiciones.
Escrito en tono neutro, el informe fue preparado por el experto J. F. Hornbeck, quien se presenta como “especialista en comercio internacional y finanzas”, y lleva fecha del 21 de enero último.
El economista terminó de escribir su informe, que ahora circula entre los representantes de todos los Estados, justo en la misma semana utilizada por el embajador argentino en los Estados Unidos, Héctor Timerman, para denunciar por carta al Congreso que “dos fondos buitre con domicilio en paraísos fiscales y sus lobbistas han comenzado un ataque sistemático para impedir un acuerdo entre las partes”. Timerman había hablado de “Elliot Associates de Cayman Islands y EM Limited, también con sede en Cayman Islands y liderado por Kenneth Dart, quien renunció a su ciudadanía para no pagar impuestos en los Estados Unidos”. Dijo que “ambos grupos unieron esfuerzos para boicotear la reapertura del canje, [detectándose] la ejecución de operaciones financieras tendientes a bajar los precios de los bonos argentinos que podrían entrar en el canje como forma de pago”.
El contexto es la nueva reestructuración de la deuda que encara la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Sobre las variantes actuales y los reclamos contra la Argentina, registra Hornbeck que como muchos bonos aún están en proceso de cambio de manos es difícil saber a quién pertenecen. Ejemplo: “Los fondos que litigaron contra la Argentina en tribunales de los Estados Unidos reclaman dos mil millones de dólares del capital, pero como muchos de esos fondos están organizados legalmente en países conocidos por su falta de transparencia financiera es difícil establecer la nacionalidad de quién los posee”.
El experto diferencia entre tres tipos de estrategia. Los fondos institucionales que representan bancos de inversión y grandes empresas buscan mejorar los términos de la negociación. Los que representan inversores individuales, sobre todo europeos, también siguen una línea parecida. Y los fondos buitre, “que compraron valores riesgosos en el mercado secundario a precios altamente descontados, procurar recuperar todo”. Dice Hornbeck que la estrategia puede ser buena para inversores con paciencia, si al final los holdouts terminan siendo un porcentaje suficientemente pequeño del total de la deuda no resuelta. Agrega también que, de hecho, los fondos buitre buscan un papel de coordinación de los acreedores, al encarnar el reclamo de máxima y no vacila en ejercer presiones duras a favor de los embargos.
En otro tramo, define a la Fuerza de Tareas Norteamericana sobre la Argentina (AFTA, en sus siglas en inglés) como “un grupo privado de lobby que representa a intereses diversos, incluidos los fondos buitre”. Refiere el experto que fue la AFTA la que quiso que el Congreso del 2009 aprobara una ley sobre el incumplimiento judicial de Estados extranjeros, pero consigna que no lo logró.
¿Por qué el Gobierno argentino quiere reestructurar la deuda otra vez?
Hornbeck informa a los congresistas que a mediano y largo plazo la Argentina necesitará conseguir dinero en el mercado internacional de capitales y que hacerlo hoy, sin amenazas financieras inmediatas, permite que el país se maneje con tiempos compatibles con tasas de interés razonables como las que ofrece hoy el mercado internacional. En segundo lugar, las oportunidades de financiación especial, como la estatización de la jubilación privada, son un menú limitado. El experto incluye en este menú el reciente programa Bicentenario porque “mina la independencia del Banco Central, disminuye la posición argentina en reservas y permite al Gobierno que demore decisiones difíciles de ajuste fiscal”.
Según el paper, la Argentina está hoy en mejores condiciones financieras que en el 2001 y en el 2005 por su balanza de pagos positiva, por el aumento de reservas de 10.400 millones de dólares en 2002 a 47.500 millones en el 2009 y por el crecimiento del 8.5 por ciento entre el 2003 y el 2008.
El texto da una gran importancia al cepo que implicó para la economía el Plan de Convertibilidad y marca que “las acciones de la comunidad internacional fueron cómplices en la profundización de la severidad de la crisis financiera de la Argentina”.
Detalla Hornbeck:
- “Los mercados globales de crédito prestaron generosamente a la Argentina, incluso cuando los factores de riesgo comenzaron a crecer a niveles preocupantes”.
- “El FMI acordó numerosos préstamos entre 1991 y 2001 basados en cambios prometidos de política económica que fueron o demasiado optimistas o irreales”.
- “Es imposible separar, en buena parte de ese tiempo, la política de los Estados Unidos de la política del Fondo”.
- “Sin el FMI la convertibilidad hubiera colapsado antes. Muchos economistas dijeron después que hubiera sido mejor que el FMI hubiera quitado su apoyo y hubiera presionado antes a favor de la reestructuración de la deuda”.
Aquello sí era para Sabina: “Crisis de valores, funeral sin flores y dólares de calcetín”.
Explica el informe que el proceso actual de reestructuración requiere un porcentaje alto de participación de quienes quedaron afuera en el 2005 y dice que “esta acción permitiría a la Argentina renovar el acceso a los mercados internacionales de crédito”.
Indica que históricamente, los problemas de deuda se resuelven cuando el 90 por ciento de los acreedores quedan dentro de la solución. Como los holdouts componen el 24 por ciento de los tenedores originales de bonos, si se consigue que participe el 60 por ciento de ese 24 la Argentina se acercaría, entre su propuesta de 2005, aceptada por el 76 por ciento de los acreedores, y la propuesta actual, a ese ansiado 90 por ciento. En ese caso, la Argentina habrá completado una reestructuración de deuda que abarcó al capital más grande en toda su historia, reza el documento del Congreso norteamericano.
El tono neutro tiene frases como ésta, que haría saltar de felicidad a los teóricos de la corresponsabilidad de la deuda: “Los tenedores originales de bonos quedaron severamente heridos por aquel acuerdo, pero lo mismo le pasó a la Argentina con la crisis” que remató en diciembre del 2001.
Al revés del estilo habitual de las consultoras en finanzas, la descripción del experto es más histórica que fotográfica. La deuda restante (que el experto reparte entre 20 mil millones de dólares para tenedores privados, 10 mil millones en intereses del pasado y 6200 millones en créditos al gobierno norteamericano y a otros Estados) aparece luego de “un extenso período de inestabilidad política y económica” que levó a la crisis financiera de diciembre del 2001 y al “peor default de deuda soberana en la historia”.
El 2001, según el informe, fue la culminación de una mezcla de factores: “En buena medida, la Argentina cayó víctima de sus propias políticas económicas, pero esas políticas fueron acompañadas por una política cuestionable de préstamos y consejos por parte del Fondo Monetario Internacional, una recesión global” y el descuido de los factores de riesgo en los mercados internacionales de crédito. De ese modo la deuda se hizo imposible de sustentar “y terminó en un default sin precedentes y en el esquema de reestructuración”.
Dice Hornbeck que la solución del 2005 permitió reducir una parte importante de la deuda, pero que “los métodos heterodoxos dejaron a la Argentina lejos de los mercados de crédito por aproximadamente una década y dispararon acciones legislativas y sanciones en los Estados Unidos”. Recuerda la tesis oficial de que los bonistas debían compartir la pobreza que afectaba a toda la Argentina y, práctico, termina citando la que es, a su juicio, la razón quizá más importante de la reestructuración del 2005: “Simplemente, la Argentina no estaba en condiciones de repagar esa deuda masiva”.
Hoy, en su opinión, reestructurar la deuda consiste en negociar con los holdouts privados, pagar o reescalonar la deuda con el Club de París y reconectarse con el FMI, que en el pasado cuestionó, recuerda el experto, la forma de recolección de datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos, aunque dice que en los últimos meses el Indec reparó parcialmente el origen de aquellas críticas. Cita un documento del Fondo, el Global Markets Monitor del 14 de diciembre de 2009, para decir que las cifras del Indec registran el 70 por ciento de la inflación total.
En cuanto a las chances concretas de que la Argentina alcance el 90 por ciento de acreedores incluidos en un nuevo arreglo, dice Hornbeck que podría lograrse gracias a quienes en su momento compraron títulos de la deuda en el mercado secundario a un precio muy deprimido y que ahora, en cambio, podrían recuperar posiciones.
De todos modos, el autor no confunde este final potencialmente feliz con la recomendación del default como la solución de los problemas del mundo. Incluso teniendo en cuenta que ese default, el más grande de la historia, “requería soluciones radicales, abarcando una quita de los bonistas”, el default no es un modelo deseable. En lo que parece un consejo a los legisladores de su país, destaca Hornbeck que el rigor del mercado internacional de capitales y la necesidad combinada con oportunidad pesa más en las decisiones argentinas que las sanciones o las propuestas legislativas extranjeras.

martes, 26 de enero de 2010

Los dos Méxicos


Por Jorge Volpi, escritor mexicano (El País, Madrid)

Así como España parece no lograr sustraerse a la maldición de hallarse dividida en dos mitades, siempre enfrentadas entre sí -una simplificación burda pero no del todo errónea las identifica como comunistas y católicos-, el México de principios del siglo XXI se acerca peligrosamente a una partición semejante. No se trata de una guerra de ideologías, acaso porque éstas se deslavaron de manera tan drástica en la pasada centuria que ya nadie se atreve a esgrimirlas sin ruborizarse, sino de una confrontación moral, lo cual en nuestra época supone quizá la expresión última de la política.

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Desde la caída del muro de Berlín, las diferencias entre izquierda y derecha se han vuelto cada vez más tenues: las medidas económicas de uno y otro bando apenas se distinguen, e incluso sus políticas sociales han tendido a confundirse entre el populismo y el asistencialismo. Pero existe una drástica excepción: el resurgimiento de la defensa de la "moral pública" -especialmente sexual- en el seno de la derecha. Cuando Malraux afirmó que el siglo XXI sería religioso o no sería, podría haberse referido a esta mutación en el discurso político contemporáneo. Mientras el siglo pasado fue esencialmente laico -o, para decirlo de otro modo, fue la época de mayor retroceso de las iglesias en la historia-, nuestra era posee una honda impronta religiosa: sea el islamismo en Asia y África, el fundamentalismo cristiano en Estados Unidos o la renovada fortaleza de la Iglesia católica en Europa meridional y América Latina, sus obsesiones no sólo han seducido a numerosos grupos de poder, sino que han llegado a convertirse en uno de los centros de la discusión pública.

Que incluso en Francia, la nación laica por antonomasia, la derecha populista de Nicolas Sarkozy esté intentando darle la vuelta a su propia tradición, resulta por demás preocupante. El llamado "laicismo positivo" no sería, en este caso, más que el escudo para permitir la expansión religiosa; la idea de promover desde el Estado "a todas las religiones" traiciona el verdadero espíritu de la laicidad, cuya vocación es separar por completo a las iglesias -cualesquiera que éstas sean- del Estado, no el de convertir a este último en un promotor de todas ellas en circunstancias de supuesta igualdad.

Desde mediados del siglo XIX, México se había caracterizado por poseer uno de los regímenes laicos más sólidos del planeta: las Leyes de Reforma separaron al Estado de la Iglesia y confinaron a esta última a la esfera privada de los ciudadanos. Sin duda se les puede achacar una infinita cantidad de defectos a los Gobiernos mexicanos que se sucedieron desde entonces, pero el laicismo es uno de sus pocos logros inequívocos, pues permitió el desarrollo de una sociedad más abierta y menos dependiente de los chantajes ultraterrenos. Pero en 1992, en un intento por conseguir nuevas alianzas, el presidente Carlos Salinas de Gortari decidió reestablecer las relaciones entre México y el Vaticano y, desde ese momento, la Iglesia católica se apresuró a retomar su papel de guardián de las conciencias y comenzó a opinar de manera cada vez más enfática sobre asuntos de interés público.

El triunfo del Partido Acción Nacional en el 2000 ensanchó aún más su campo de acción. Si bien su fundador, Manuel Gómez Morín, era un católico liberal que confiaba en el Estado laico, el PAN no tardó en volverse un refugio para grupos profundamente conservadores (como ocurre con el PP en España), cercanos a las posiciones más intransigentes de la Iglesia. Ello ha permitido que, si bien a nivel federal el partido mantiene una estrategia más o menos moderada, en muchos Estados el PAN permanece bajo el control de católicos radicales, los cuales no han dudado en impulsar la agenda de la Iglesia en sus gobiernos y congresos.

Así, mientras la ciudad de México, gobernada por la izquierda de manera ininterrumpida desde 1993, se ha convertido en uno de los mayores bastiones de libertad moral y sexual del planeta -recientemente se aprobó una ley de plazos para el aborto y el matrimonio homosexual con posibilidad de adopción-, en el resto del país, el PAN, aliado de manera escandalosa con el PRI -cuya principal dirigente se precia en público de ser feminista y en privado de apoyar al movimiento gay-, se ha dedicado a aprobar normas que no sólo retroceden frente a legislaciones anteriores, sino que llegan a penalizar de las maneras más severas a las mujeres que abortan, incluso en caso de violación, sólo porque así lo exige la Iglesia. Y, por supuesto, han impedido que el tema del matrimonio homosexual siquiera llegue a tocarse como una posibilidad cercana.

Como muchas sociedades de origen católico, México en su conjunto sigue siendo una sociedad machista y homófoba, pero en la cual el respeto a las decisiones individuales ha comenzado a ganar cada vez más peso. El reciente caso de un comentarista de televisión que se atrevió a calificar la homosexualidad como una patología dejó entrever algunos de nuestros prejuicios más arraigados: la polémica posterior no sólo dejó en evidencia la intolerancia de los sectores conservadores del país, sino que también dio lugar a las biliosas respuestas de grupos supuestamente progresistas que en ningún momento se detuvieron a defender, como otro valor fundamental de la democracia, la libertad de expresión. Aun así, no hay que soslayar todos los avances: como señaló una encuesta reciente, puede ser que, preguntados de manera expresa, muchos mexicanos se opongan al matrimonio gay; pero, si se les pregunta sobre la discriminación, una amplia mayoría privilegia la libertad individual por encima de cualquier otra consideración.

Aunque no queramos verlo, ésta es la verdadera guerra que se libra en México: la de quienes se empeñan en limitar la libertad individual -los sectores radicales del PAN, la Iglesia católica y sus aliados-, y quienes, desde la izquierda o la derecha, intentan establecer políticas públicas auténticamente liberales con el fin de protegerla. México se fractura, pues, en dos mitades: de un lado la capital que, más allá de la larga cadena de errores de la izquierda mexicana, se convierte en ejemplo para el mundo, y del otro cada vez más Estados de la República donde se aprueban reformas que, en aras de proteger la vida desde el momento de la concepción, penalizan a las mujeres y discriminan a los homosexuales.

En México, la democracia ha sufrido un vertiginoso desgaste desde el año 2000, y una de sus consecuencias ha sido ver en nuestra nueva pluralidad un terreno fértil para la reaparición pública de la Iglesia. En una sociedad moderna cualquiera puede expresar sus opiniones -qué duda cabe-, pero ello no implica socavar el laicismo ni abrir debates públicos sobre temas como la libertad individual o los derechos humanos, como llegó a sugerir la dirigente del PAN en el DF.

Una democracia funcional no implica que todos los asuntos deban resolverse a través de consultas o referéndums -o, en el otro extremo, de marchas y manifestaciones en un sentido o en otro-: estos instrumentos de la democracia directa a veces resultan terriblemente destructivos para la propia democracia, como se ha podido comprobar en Venezuela y otras partes. La libertad individual no puede estar sujeta a debate: el Estado ha de garantizar y proteger los derechos de las mujeres y de las minorías -en este caso, de las minorías sexuales-, lejos de cualquier debate populista. Y debe confinar la discusión a términos científicos y sociales, ajenos ya no a la fe -Cristo jamás dio instrucciones sobre el aborto o el matrimonio homosexual-, sino a la manía secular de una institución, la Iglesia católica, por regir la vida sexual de todas las personas, incluso de aquellas que no comulgan con sus creencias.

¿El ejemplo de Chile?



Por Florencia Abbate (Crítica de la Argentina)

¿Cuál es “el ejemplo de Chile”?, me preguntaba hace unos días un tanto desconcertada, mirando C5N. Más tarde volví a ver en un programa de TN un titular semejante. Y más tarde comprendí su sentido gracias a Mirtha Legrand, quien hablaba emocionada de los comicios en el país vecino, y del ejemplo que la buena relación entre los dos principales candidatos debería significar para nuestros políticos, tan poco diplomáticos, tan peleadores, tan groseros. Fue un comentario generalizado. Un comentario que podría sintetizarse con la foto del afectivo saludo entre el nuevo presidente, Sebastián Piñera, y su opositor, Eduardo Frei, como si esa amabilidad entre ambos constituyera una muestra de la madurez democrática de Chile. Pero, ¿es así?

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Un amigo chileno que históricamente apoyó a la centroizquierda y quedó desencantado por el hecho de que los gobiernos democráticos hayan continuado la línea neoliberal heredada de la dictadura, vio en esa foto una muestra más de los motivos de su descontento con la Concertación: el problema del sistema bipartidista, me dijo, es que los proyectos económicos de las únicas dos opciones se pueden llegar a parecer demasiado.

Por otra parte, la trayectoria del candidato que ha vencido es generosa en casos y comportamientos que no serían muy defendibles como ejemplos de moral democrática. Y durante la campaña no faltaron voces, Bachelet incluida, que salieron con justeza a recordarle eso a la ciudadanía.

Durante la campaña se mencionó por ejemplo la participación que había tenido Piñera en uno de los desfalcos bancarios más grandes de la historia chilena. Ante lo cual el acusado esgrimió: “Hay mala leche”. No pudo sin embargo desmentir que él y sus socios precipitaron la quiebra del Banco de Talca, del cual era gerente general, después de haber cobrado de ese banco millonarias sumas a través de una empresa de asesoría que tenía, y tras haberles concedido millonarios préstamos a empresas ficticias que ellos mismos crearon y que utilizaban los créditos para comprar acciones del banco. Si bien estuvo 24 días prófugo de la Justicia, logró posteriormente que su hermano, entonces ministro de Pinochet, intercediera para que la Corte Suprema lo ayudara a no ir a prisión.

En 1992 planeaba presentarse como candidato presidencial a las siguientes elecciones, pero surgió un imprevisto. En un famoso programa televisivo revelaron una conversación telefónica en la que Piñera daba instrucciones para dejar mal parada a Evelyn Matthei, que también quería ser candidata a presidente por el mismo partido: “La gracia es que trate elegantemente de dejarla como una cabrita chica, cierto, despistada, que está dando palos de ciego, sin ninguna solidez”, decía allí sobre su correligionaria, y ambos tuvieron que retirar sus candidaturas.

Asimismo, se recordó que en 1997, durante su gestión como parlamentario, aprovechó su cargo en el Senado para conseguir que Endesa España le pagara por sus acciones de una empresa de energía eléctrica un precio mayor que el que se ofreció a otros accionistas. Sobre lo cual ha expresado que era lógico que él aprovechara ese beneficio.

Al año siguiente se lo vio participando en la campaña en repudio a la detención de Pinochet en Londres. Y allí lanzó una frase que para muchos sobrevivientes podría sonar involuntariamente irónica: “Los Pinochet merecen toda nuestra solidaridad”.

Ya hacia el año 2004 compró unos terrenos que aún le reclaman comunidades indígenas huilliches que vivían allí. En esas 115 mil hectáreas instaló un parque verde al estilo del Parque Yellowstone, esperando venderles entradas a 100 mil visitantes cada año. Los dirigentes huilliches consideraron una “ofensa”, y sobre todo una grave “provocación”, que Piñera rebautizara su parque privado como “Tantauko”, nombre que hace alusión al Tratado firmado en 1826 entre Chile y España, y que reconoce los derechos a perpetuidad de los huilliches sobre las tierras de la Isla Grande de Chiloé.

"Tantauko” es también el nombre que eligió para llamar a los grupos de “mentes brillantes” que lo asesoran, y que estuvieron trabajando dos años en 36 comisiones para armar el programa de gobierno del empresario. Mayor apoyo a las empresas y mayor flexibilidad laboral son las bases del plan económico que 1.200 técnicos diseñaron para Piñera. Y en ese sentido, la frase “el ejemplo de Chile” podría traer a la memoria otra frase, acuñada por Milton Friedman, “el milagro de Chile”, que celebraba con cinismo la desquiciada desregulación económica llevada adelante por la Junta Militar y planificada por economistas de Chicago.

Pero no se trata aquí de criticar al elegido, que siempre se ha presentado como lo que es: un exitoso “tiburón” en los negocios, un “gran especulador”, lo que lo ha convertido en uno de los hombres más ricos del continente. Lo destacable es quizá que a esta altura ese tipo de datos en la trayectoria de un candidato no es algo que logre indignar a la gente ni impedir que se lo vote. Y de eso no es Chile el único ejemplo. ¿A qué le llamamos, entonces, “madurez democrática”?

domingo, 24 de enero de 2010

China y Japón se disputan la medalla de plata de la economía mundial

Por Andrew Batson (The Wall Street Journal)

Desde que China superó a Alemania en 2007 para convertirse en la tercera mayor economía del mundo, el siguiente hito ya se asomaba en el horizonte. El imparable crecimiento del país significa que en algún momento en el futuro cercano superará a Japón como la segunda economía del planeta, detrás de Estados Unidos.

Según las últimas cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI), esa meta probablemente se alcanzará a fines de 2010. Pero posteriormente China revisó al alza sus cifras del Producto Interno Bruto, después de que su censo económico revelara actividades previamente no contabilizadas en el sector de servicios.

Tal revisión, que infló el tamaño de la economía en 4,5% respecto a cálculos previos, dejó a China aún más cerca de la barrera. Con la publicación el jueves de los datos económicos de China de 2009, una pregunta que se plantea a menudo es si podría de hecho ya haber superado a Japón como la segunda mayor economía del mundo en dólares.
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Es demasiado pronto para determinarlo con certeza, ya que Japón no publica sus datos completos de 2009 hasta el mes que viene, pero los indicadores iniciales parecen sugerir que no.
El FMI, en sus últimas Perspectivas de la Economía Mundial, de octubre, pronosticó que la producción anual de Japón en 2009, en dólares a la tasa de cambio del mercado, sería de US$5,049 billones (millones de millones). Estas comparaciones normalmente se hacen usando la producción económica anual de cada país convertida a dólares según las tasas de cambio del mercado. Los resultados anuales de la mayoría de las economías son más completos y menos volátiles que las cifras trimestrales del PIB.
El FMI también estimó que el PIB de China en 2009 llegaría a los US$4,758 billones, bastante por debajo de la cifra de Japón. Pero la Oficina Nacional de Estadísticas de China dijo que su PIB en 2009 sumó 33.535 billones de yuanes, una cifra final que computa también las revisiones de 2008. A la tasa de cambio promedio del año, de 6,831 yuanes por dólar, eso equivale a US$4,909 billones.
Un crecimiento menor de lo esperado en Japón a fines de año aún podría cambiar el resultado. Además, el país ya ha revisado a la baja el PIB del tercer trimestre a una tasa anualizada de 1,3% respecto a su cálculo inicial de 4,8%. Sin embargo, no hay ninguna evidencia de que China tenga un interés ávido por quedarse con la medalla de plata en la carrera mundial de economías.
Ante preguntas en una conferencia de prensa el jueves sobre si China es realmente la número dos, Ma Jiantang, director de la Oficina Nacional de Estadísticas de China, respondió que su trabajo no consiste en recopilar ránkings de la economía mundial. "En lo que se refiere al puesto que ocupa el PIB de China en la economía mundial, expertos e investigadores, incluidos amigos presentes aquí, pueden hacer sus propias indagaciones", dijo. "Independientemente de dónde se ubique la producción económica de China, el hecho principal sigue siendo el siguiente: nuestra renta per cápita no llega ni al puesto 100. Tenemos una gran población, unos cimientos económicos débiles, escasos recursos naturales y mucha gente pobre. Esa es la situación actual de China".

Obama y los bancos: ¿populismo o realismo?


Por Marcelo Justo (BBC Mundo)

El anuncio de Barack Obama de un impuesto especial para los bancos es popular, pero está lejos de solucionar el problema de fondo de la crisis: los agujeros en la regulación financiera estadounidense.
Este impuesto especial entrará en vigor en 2011 y afectará a los bancos que tengan más de 50.000 millones en activos, unas 50 entidades en total, que deberán abonarlo durante diez años.

Según Barack Obama el objetivo es recaudar unos 117.000 millones y "recuperar hasta el ultimo centavo que invirtió el estado en el rescate".

Wall Street puso el grito en el cielo, tildó la medida de "populista" y no faltaron excéntricas acusaciones en blogs que convertían a Obama en una especie de caballo de troya del socialismo.
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El anuncio presidencial tiene como telón de fondo el creciente conflicto entre Wall Street (las finanzas) y "main street" (el ciudadano común y corriente).

Este conflicto tiene una larga historia en Estados Unidos (enfrentó a dos de los padres de la patria, Alex Hamilton y Thomas Jefferson) que se disparó en las últimas semanas por las bonificaciones multimillonarias que están por dar a conocer las entidades financieras.

Con 26 millones de desempleados, récord en los últimos 25 años, dos millones de familias que perdieron sus hogares, y 36 millones que dependen de la ayuda alimentaria estatal, Barack Obama sintonizó con el sentir de muchos estadounidenses.
A una semana del primer aniversario de su asunción y con elecciones para la renovación parcial del congreso a la vista, el anuncio tiene un costado indudablemente político.

Al mismo tiempo, de no ser por la ayuda estatal, el sistema financiero en su conjunto habría colapsado, hubieran o no recibido los bancos fondos del estado que, además, rescató a AIG, la principal aseguradora de Wall Street.
Desde este punto de vista, los 117 mil millones de dólares del impuesto son apenas la punta del iceberg de la cuenta total que tendrán que pagar los contribuyentes por la crisis.

Pero más allá de la polémica, la gran pregunta es si este anuncio sirve para evitar otro descalabro financiero.

El eterno retorno

El consenso es que el descalabro se debió a la falta de regulación.

A pesar de algunos anuncios el año pasado no hay todavía una reforma de fuste del sistema financiero en Estados Unidos ni una clara separación entre bancos de inversión, dedicados a la especulación, y bancos de depósito, que manejen el ahorro de la gente.

En medio de la otra gran crisis económica de los últimos 80 años, en 1933, el Congreso estadounidense aprobó la ley Glass-Steagall que transformó las reglas de juego financieras al separar nítidamente esos dos tipos de bancos.

La desactivación de esta ley comenzó con la presidencia de Ronald Reagan y culminó con la de Bill Clinton cuando, a instancias del entonces ministro de finanzas Lawrence Summers, se completó la desregulación del sector con la eliminación de la ley.

Para los críticos, la presencia en el gobierno de Barack Obama de Summers y de otro baluarte del proceso desregulador como Timothy Geithner, abre signos de interrogación sobre la aprobación de una reforma seria del sistema.

De hecho la concentración del sector ha aumentado. Según el congresista republicano Maurice Hinchey, cuatro gigantes financieros tienen la mitad de las hipotecas de Estados Unidos, emiten dos terceras partes de las tarjetas de crédito y controlan el 40 por ciento de los depósitos en momentos en que han aumentado vertiginosamente las transacciones con instrumentos financieros de alto riesgo.

La crisis ha demostrado la vulnerabilidad de un sistema financiero montado sobre los hombros de gigantes con pies de barro.

Parafraseando a Sigmund Freud (el que no recuerda repite), cabría decir que el que no se reforma se expone a una nueva crisis.

sábado, 23 de enero de 2010

Obama juega a ser Roosevelt


Por Miguel Olivera (Crítica de la Argentina)

Obama anunció una reforma financiera histórica. En sus propias palabras: “Propongo una reforma simple y de sentido común que llamamos la “regla Volcker”, por este tipo alto que está parado detrás de mí. Los bancos ya no podrán ser dueños, o invertir o promover hedge funds, fondos de inversión privados o realizar operaciones de trading, utilizando su balance en su propio beneficio y que no esté al servicio de sus clientes”. Al pie de la letra, es una revolución en las finanzas globales que va a llenar libros de historia. ¿Será?
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Para entender lo que Obama propuso, el Congreso será el que finalmente decida, hay que hacer un poco de historia y de economía. Vale la pena para entender cuán dramática sería la transformación y pensar algunas de sus consecuencias para nuestros países.

Empecemos por la economía. ¿Qué hace un banco comercial? Toma depósitos de aquel que tiene ahorros y los presta a quien necesita para consumir o invertir. Con el desarrollo vino la innovación financiera (unos pocos economistas, usualmente pagados por los bancos, piensan que es al revés) y aparecieron los mercados de capitales, donde se comercializan bonos y acciones. Ésa es banca de inversión, ya no comercial, y que no se financia con depósitos sino con inversores a través de bonos y acciones. Los bancos de inversión, además, se dedican a comprar y vender los activos financieros que ayudan a crear asesorando a las empresas. Suficiente economía.

Ahora la historia. En 1930 se produjo una fenomenal crisis bancaria que, para muchos, fue la causa de la Gran Depresión. En 1933, una de los remedios fue la sanción de una ley en los Estados Unidos (la Glass-Steagall) que separó la banca comercial de la banca de inversión. A partir de allí, un banco no podía jugar a la ruleta con los depósitos de la gente. La banca comercial, la de inversión, el financiamiento hipotecario, el negocio de seguros… todo tenía que hacerse por separado evitando la colusión y la formación de un mega-banco. Más, como los depósitos estaban (y están) garantizados por el Estado, la separación evitaba que las actividades más riesgosas se financiaran con capital subsidiado.

Por varias décadas la ley Glass-Steagall estuvo vigente. Poco a poco empezó a tener fisuras frente a la presión de los bancos. En 1997, se le permitió a los bancos comprar casas de bolsas. Un año después, y vaya a saber en qué marco legal, la Reserva Federal de los Estados Unidos autorizó la fusión entre el Citigroup (banco) y Travelers (seguros). En 1999, el Clinton post Lewinsky envió al Congreso una ley de modernización financiera que en los hechos acabó con la ley GS.

Todo es historia. Revisar la historia ayuda a entender la ley Volcker: la reforma propuesta por Obama es, en algún sentido, una limitación parecida a la que estuvo vigente hasta finales de los años noventa en Estados Unidos. Siempre que se pueda llevar a la práctica. Y es más también: acorde a los tiempos que corren, la propuesta también incluye límites al tamaño.

Son muchas las cosas para decir a partir de la iniciativa. Algunas más anecdóticas. Otras, que llevan a repensar incluso las políticas macroeconómicas locales. Como en botica, aquí van algunas.

Empecemos por Volcker, el consejero que le da nombre a la reforma. En la Argentina de hoy, Volcker sería considerado un conservador furioso y un militante de la política antiinflacionaria: cuando le tocó dirigir la Reserva Federal, bajó la inflación de 13,5% en 1981 a 3,2% en 1983 ¡pero lo hizo subiendo la tasa de interés al 20%!

Sin embargo, Volcker tuvo –y tiene obviamente– una visión dura acerca de las libertades que se le tienen que dar al sistema financiero: tanto que Ronald Reagan prefirió no ofrecerle nuevamente el puesto de presidente de la Fed y eligió, en cambio, a Greenspan quien (des)regularía y promovería la liberalización financiera de los años noventa. Tanto así que ya en 1987, el artículo del New York Times que narraba el cambio sostenía que la diferencia entre ambos era que Volcker “tendía a resistir la desregulación mientras que Greenspan estaba más favorablemente dispuesto” (http://www.nytimes.com/1987/06/03/business/volcker-out-after-8-years-as-federal-reserve-chief-reagan-chooses-greenspan.html) Como Presidente de la Reserva Federal, Volcker apoyó el Plan Austral de Juan Sourrouille (ambos aún son amigos).

No es tan sencillo. Llevar adelante la reforma no es un asunto fácil y no se trata sólo del poder de lobby fenomenal de los bancos. Primero, Obama lanzó la reforma sin buscar la coordinación internacional. La falta de acuerdo internacional es un problema serio: en un mundo globalizado, la existencia de otros centros financieros internacionales alternativos a Wall Street abre la posibilidad de eludir alguna de las regulaciones. Varios mercados nacieron (por ejemplo, el de eurodólares) como resultado de regulaciones e impuestos unilaterales.

Además, la oportunidad del anuncio no es clara. Algunos medios sugieren que el timing es consecuencia de la derrota política en Massachusetts a manos de los republicanos. Sin embargo, con una recuperación en curso sin bases más sólidas que el estímulo público fiscal y monetario, un aumento en la percepción del riesgo financiero (toda reforma crea incertidumbre) puede ser contraproducente. De cualquier manera, los tiempos de implementación se piensan de 3 a 5 años.

Además, el sistema financiero fue en las últimas décadas una de las fuentes de crecimiento en los Estados Unidos. Cada vez más los servicios son una parte importante de la producción de un país en detrimento de la industria. Y dentro de los servicios, las finanzas tienen un rol importante. La “financialización” es una tendencia de largo plazo que llevó a que en la segunda mitad del siglo pasado el peso de los servicios financieros se duplicara de 10% a 20% del PBI mientras que la industria bajó de 30% a 12%. En los últimos años, Wall Street reforzó su peso a nivel local e internacional. En tanto la reforma financiera vaya en contra de esta tendencia puede tener costos de corto plazo en términos de nivel de actividad: las pólizas de seguro sirven pero al contratarlas hay que pagar la prima y, quién sabe, el resultado de ésta sea un mayor costo financiero la mayor parte del tiempo a costa de reducir las frecuencias de las crisis.

Obama y nuestras reservas. Hoy, mal que nos pese, los argentinos no podemos pasar del mundo. Nuestra suerte depende en buena medida de la liquidez mundial y los precios de las materias básicas (en términos más técnicos, los economistas estiman que más de la mitad del ciclo económico local se puede explicar sólo por factores externos). No estamos solos.

Cuando cae la tolerancia al riesgo de los inversores, los países en desarrollo se resfrían y, a veces, hasta se pescan una neumonía. Hay varias discusiones que hacen a cómo lidiar con la globalización financiera y, especialmente, mitigar sus efectos más negativos. Hay que entender que globalización significa, también, que todos los inversores privados se comportan como una manada, en forma coordinada. ¿Cómo protegerse?

La acumulación de reservas es una de las herramientas más elogiadas, especialmente luego de la crisis financiera global, en tanto póliza de seguro frente a la volatilidad importada. Los seguros, lo dije más arriba, tienen algún costo –acumular reservas no es gratuito– pero sirven cuando ocurre el siniestro. ¡Aun cuando, como en este caso, la razón sea la posible reforma bancaria en el principal país del mundo!

Por lo tanto, la utilización de las reservas, si sobran o no, si conviene usarlas para pagar deuda ahora o guardarlas en caso de que la economía mundial sufra una recaída, son asuntos de interés general y deberían ser, entonces, discusiones colectivas. Tal vez nuestro bienestar futuro dependa de ello.

Obama agita arquitectura financiera internacional


Por Marcelo Justo (BBC Mundo)

La separación entre la banca de depósitos y la de inversión anunciada por Barack Obama está dando vuelta el reloj de la desregulación financiera iniciada en los años 80.

En ese otro gran templo de la desregulación que ha sido el Reino Unido, el oficialismo y la oposición se apuraron a saludar la medida.

El gobierno británico indicó que la política del primer ministro Gordon Brown va en la misma dirección que la anunciada por el presidente estadounidense mientras que la oposición señaló que la limitación al tamaño y operatoria de los bancos es un modelo a seguir para la reforma de las entidades financieras en todo el mundo.

Según Olann Kerrison, jefe de Análisis del "Lafferty Group", consultora del sector financiero, el anuncio de Barack Obama puede marcar la pauta de un nuevo sistema financiero.
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"A diferencia de otras medidas que se han anunciado, ésta responde a los problemas estructurales del sistema financiero. Al separar los dos tipos de banca, se está diciendo que si una entidad especula, tendrá que asumir enteramente el riesgo y no contagiará al conjunto de la economía", señaló Kerrison a BBC Mundo.
La calle y los bancos

En diciembre el Comité Basel, que reúne a bancos centrales de todo el mundo, propuso a instancias del G20 una reforma que incluye un aumento de los encajes o reservas que los bancos deben tener para hacer frente a una crisis.

Los gobiernos del Reino Unido y Francia también presentaron iniciativas para regular el sector financiero.
Pero la propuesta de Obama es la más radical hasta el momento.

Lo curioso es que los integrantes del gobierno estadounidense han sido firmes defensores de la desregulación financiera.
En Estados Unidos los demócratas se encargaron en 1999 de enterrar la ley Glass Steagal que separó en 1933 la banca de depósito y la de inversión: el cerebro de esta eliminación fue el actual responsable de planeamiento económico, Lawrence Summers.

La debacle económica y la creciente indignación pública por los megarescates estatales de los bancos han cambiado la ecuación política.

No es casualidad que el anuncio de Obama llegase a dos días de la derrota de los demócratas en Massachusetts.

Presionado por su propia opinión pública, otro entusiasta de la desregulación antes de la crisis, el primer ministro Gordon Brown propuso el año pasado un impuesto especial a las transacciones financieras internacionales y, junto al presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, se comprometió en diciembre a una mayor regulación del sector financiero y firmes medidas en el tema de las bonificaciones.

Segun Juan H. Vigueras, autor de "La Europa opaca de las finanzas" y "Los paraísos fiscales", la propuesta de Obama es muy interesante, siempre que pueda superar los escollos políticos del congreso.

"Indudablemente que Estados Unidos impulse esta reforma con la actual globalización puede tener repercusiones. Como propósito es interesante, pero por el momento es un buen deseo", explicó a BBC Mundo Vigueras.
Las bonificaciones

Las entidades financieras no leyeron correctamente la indignación pública por los megarescates, como quedó en claro con la polémica que generaron las bonificaciones multimillonarias a los banqueros.

A pesar de la creciente indignación popular, reflejada y magnificada en los medios, las entidades financieras insistieron el año pasado en que seguirían adelante con las bonificaciones.

A principios de enero el presidente Obama anunció la creación de un impuesto para recuperar el dinero fiscal invertido en los megarescates citando el escándalo que estaban provocando estas bonificaciones multimillonarias.

Este impuesto especial tuvo un impacto en otros centros financieros. En Suiza el Credit Suisse y en Londres el Goldman Sachs decidieron reestructurar su política de bonificaciones.

Pero si el poder de la primera potencia se hace sentir, el de Wall Street no se queda atrás.

En el congreso están empantanadas la ley contra la evasión y el fraude estimulado por los paraísos fiscales (Stop Tax havens Abuses Act), que se presentó en marzo del año pasado, y otro intento de reforma del sector financiero.

"Lo que está pasando con estas leyes es una demostración de los limites que el poder de Wall Street impone a la Casa Blanca", señala Vigueras.

Así y todo, esta corriente de indignación pública, que en una democracia se traduce en votos, se ha convertido en un factor de peso, más en un año como el 2010 en el que los estados tendrán que lidiar con la gigantesca deuda generada por los megarescates y los votantes deberán sufrir los ajustes que se hagan para pagarlos.

martes, 19 de enero de 2010

“Fueron las imágenes más duras que vi en mi vida”


Por Emilio Ruchansky (Página 12, Buenos Aires)

Puerto Príncipe.- En la casa del embajador argentino en Haití no se sirve cena a los invitados pero se ofrece, con la mejor sonrisa del mundo, una estadía en “un hotel de millones de estrellas”: el patio de entrada, donde en más de una decena de colchones duermen el anfitrión, el personal de servicio y sus familias, los guardias y algunos periodistas. Las millones de estrellas están ahí, en cielo despejado de esta ciudad derrumbada, donde ahora es invierno y, pese al calor diario, la noche trae una brisa fresca. Por suerte, no es época de lluvias.

José María “Chito” Vázquez Ocampo, el embajador, está en la residencia de su colega chileno. Dos jóvenes negras, una haitiana, otra dominicana, juegan con dos niños a una especie de rayuela en la puerta de entrada. Detrás, se ve un muro de piedra caído, que solía proteger las riquezas de la familia que allí vivía. Se oyen cantos religiosos más abajo, en las calles llenas de velas por el corte de luz y con gente, a pesar de los delincuentes que aterrorizan Puerto Príncipe desde que el terremoto destruyó dos cárceles de las que huyeron al menos 4500 reos.
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El personal de seguridad toma mate y bromea sobre lo caro que resulta ser blanco y comprar algo en este país negro. Para no ir más lejos, el “precio turista” de una botella de agua de litro es 35 dólares. “Yo acá soy rubio”, dice el guardia, un gendarme morocho, criado en la mesopotamia argentina. El único lugar de la casa que pisa seguro es la cocina y el baño, que tienen luz gracias a un generador eléctrico. El resto está en peligro de derrumbe.

Cuando uno de los guardias se ofrece para trasladar colchones que están dentro para la visita, camina sobre una senda estudiada para evitar las grietas de una columna que sostiene parte del comedor. La escalera que conduce al primer piso tiene restos de revoques caídos. Allí, hay algunos colchones más, en un cuarto amplio y lujoso. Al tercer piso no se puede subir, sólo las vibraciones de nuestros pasos ponen en peligro al lugar.

Antes de que llegase el embajador, el cronista revisó la heladera. Había una minúscula pata de pollo cocida, agua, algunos condimentos, pan, mantecas y frutas. La primera frase de Vázquez Ocampo ronda por ese lado: “¿Trajeron comida?, buenísimo. Miren que acá no nos sobra nada”. No miente. Ya en plena noche, una empleada tuvo que dar la mala noticia: se había acabado el papel higiénico. El café de la mañana vendrá acompañado de tostadas y manteca vistos la noche anterior. Y de nuevo, otra mala noticia: no hay más azúcar y ya queda poco gas para cocinar.

La misa está servida

A los tumbos en una camioneta de Gendarmería Nacional, el embajador accede a una entrevista mientras se dirige a una base cercana al aeropuerto de Puerto Príncipe, en donde quedaron depositadas las donaciones del gobierno argentino. A los costados en la avenida Del Mas y bajo un sol tremendo, se ve una larga procesión de gente local que anda muy bien vestida: pantalón de vestir, saco y corbata para los hombres, camisa y pollera las mujeres. Vázquez Ocampo mira la escena y comenta que se trata de la clase media de Puerto Príncipe, “el 10 por ciento de toda la sociedad”, que va a la misa del domingo.

Entre la multitud se distingue una herrería, donde se trabaja a destajo para reparar las puertas de acero destruidas de los caserones de la clase acomodada de Haití. Más allá, detrás de un inmenso muro que se vino abajo, una familia pobre desayuna sobre la lujosa mesa de jardín de los dueños de casa, que tapiaron todo antes de irse. En la embajada también tomaron sus precauciones. Sin ir más lejos, en el asiento del acompañante de la camioneta que traslada a Vázquez Ocampo hay una ametralladora de mano. Las primeras preguntas para el embajador son las de rigor a los sobrevivientes por estos días: ¿qué estaba haciendo en el momento del terremoto?

–Venía de un viaje a la Argentina. Como estaba recién llegado me puse a desarmar la valija y me preparaba para ducharme. Sí (risas). Estaba desnudo. Me puse debajo del marco de la puerta, entre el baño y el dormitorio. Y al rato, vino José Luis, uno de los guardias, y entró a auxiliarme y a protegerme. Fue un momento de pánico. Me vestí y salí. Por suerte no hemos perdido a nadie. Quiero decir algo sobre esto: el grupo de seguridad de la Gendarmería aquí presente es de lo mejor de la cultura argentina.

–¿Por cuánto tiempo tendrán que dormir fuera de la casa?

–Todavía no se hizo un diagnóstico de la residencia, pero hay una cúpula muy comprometida y si hay una réplica puede caerse todo. Gran parte del personal haitiano se quedó sin casa, así que se vinieron a vivir acá. Vamos a pedir que el Estado argentino ayude a reconstruírselas. Alguna gente que estaba de visita en ese momento la mandamos a Santo Domingo.

–¿Y la embajada?

–La embajada es otra historia. Es un edificio que compartimos con la Unión Europea, Brasil y Japón, tampoco se hizo un diagnóstico, se lo ve cuarteado de afuera, la policía lo tiene cercado y no hemos podido entrar. Nos dijeron que no habría problemas de estructura, pero hay que esperar.

–¿Qué fue lo que vio en la calle la primera vez que salió luego del terremoto?

–Fui por esta avenida, Del Mas, que es una de las tres arterias que conectan el puerto con el barrio de Petionville. Vi miles de personas caminando, veintipico de muertos, tirados en la vereda, algunos estaban tapados con diarios. Al otro día acompañé a dos criaturas, de un año y de trece, que requerían una amputación. Fuimos con las ambulancias hasta el Hospital Militar Argentino (Reubicable) pero allí no podían amputarlos porque es un hospital limitado por las normas de la ONU para cierto tipo de prácticas médicas. Además de que sólo debería atender personal de la ONU. Gracias a la cooperación de la embajada de Cuba, que tiene una misión de 500 médicos en Haití y dos hospitales, pudimos llevarlos a un quirófano. Fue un golpe en el alma. Cuando entré a esos hospitales el panorama era dantesco, fueron las imágenes más duras que vi en la vida. Y lo digo con conocimiento de causa: éste es el quinto terremoto que paso. Estuve en terremotos en México, Perú y dos muy fuertes en Chile.

–¿Qué es lo que vio en ese hospital?

–Descontrol, desesperación, gente tirada por todas partes, en el pasto, sobre sábanas y pedazos de papel. Los médicos corrían de un lado al otro auxiliando. Fue todo lo que se pueda imaginar. Y lo que no también.

–Tengo entendido que ya estuvo antes aquí.

–Estuve en el 2004. Hubo un huracán en Gonaives y vine con las tropas argentinas. En ese momento, yo era subsecretario de Defensa de la Nación y quedé estremecido: vi lo peor de la pobreza, de la debilidad, de la condición humana. Todo esto era una gran villa miseria. Y nuestras tropas tenían una profesionalidad y un sentido democrático enormes, con mucha sensibilidad humana... Y te lo dice alguien que tiene un hermano desaparecido durante la dictadura y su mamá (Marta Vázquez) es una de la fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo. Y nunca digo esto. En ese viaje visité un hospital y encontré un joven herido y me dio la sensación de que era mi hijo, más allá del color de la piel. Fue una sensación de humanidad muy fuerte.

–Y regresó hace un año y medio.

–Sí. Vine en medio de una etapa de reconstrucción de las instituciones que quedó un poco trunca. Yo tuve la oportunidad de ir a Perú, por ejemplo, pero la verdad es que agradezco estar acá.

–¿Cuál es la situación hoy en su casa? ¿Se están quedado sin víveres?

–Enviamos gente a comprar comida a República Dominicana hace unos días pero ya se acabó. Tal vez mañana lleguen algunos refuerzos, pero de momento falta agua, nafta, gasoil. La verdad es que estamos en las últimas.

España y América Latina: relaciones asimétricas y contaminadas




Por Luis Méndez (Eurity, Madrid)

He podido constatar en repetidas ocasiones, entre sorprendido e indignado, que los medios de comunicación españoles cargan las tintas editoriales cuando se trata sobre todo de cuestionar la legitimidad de gobernantes de países latinoamericanos donde el capital español se ha instalado de manera significativa, desde Venezuela a Argentina, pasando desde luego por Bolivia. Y en este paquete monetario también está incluido el desembolso efectuado en aquellas tierras por grupos mediáticos españoles que en los últimos años han apostado por la expansión foránea ante los cada ver mayores apretones domésticos.
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El menor desliz de algunos dirigentes latinoamericanos sirve a los respectivos equipos de pensamiento para enmendar la plana allende el océano; y cuando el error es manifiesto, según las entendederas de los editorialistas, se ceban las cañoneras y se enfilan hacia el gobernante insensato con una saña digna de una cuadrilla de gurkas. Sin ir más lejos, ahí están los duros calificativos que, periódicos españoles que disienten en lo cotidiano, emplearon a mansalva en sus páginas de opinión para descalificar a la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, con motivo del reciente enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Banco Central a propósito del pago de la deuda externa. Sin entrar en honduras, es subrayable el tono irrespetuoso y excesivamente agresivo que emplearon la mayoría de los medios para referirse a la conducta de la Presidenta argentina que, según ellos, incurrió en una falta de lesa democracia y que por obra y gracia de estos plumillas, nada inocentes por cierto, se aleja a marchas forzadas del paraíso. Surgieron sin más términos como déspota, tirana o autoritaria, por supuesto debidamente aderezados por todos los ingredientes posibles, menos el del contexto y el análisis riguroso, para encasillar decisiones que sencillamente corresponde a los argentinos evaluar en toda su extensión y alcance, sobre todo porque hablamos de dirigentes que fueron elegidos democráticamente en las urnas. Cabe siempre el análisis y la crítica, argumentada; pero no procede la inhabilitación sistemática que observamos en editoriales de medios españoles sobre gobernantes de países que, casualmente y como he precisado antes, cobijan buena parte del capital español invertido en América Latina y que se supone en riesgo por conductas que desde esta orilla se tachan de irresponsables y antidemocráticas con una ligereza que produce escozor en la piel más curtida. Es evidente que en seis párrafos difícilmente se puede abordar realidades tan complejas como las que nos atañen. Sin embargo, como no es ese el objetivo de la copla, bienvenido el destripamiento en caliente. Este tipo de injerencias mediáticas contaminan mucho más que esclarecen y desde luego no ayudan en nada a mejorar la imagen de España y de sus empresas en esas tierras. Y lo que me parece también grave: destilan un resabio colonial que debía estar ampliamente superado. Claro, que se corresponden a la perfección con ese estilo chulesco de nuevos ricos, nuevos demócratas y nuevos europeos que se instaló antaño en este país para quedarse y afearnos como colectivo.

lunes, 18 de enero de 2010

Chile: el fin de una era


Por José Natanson (Página 12, Buenos Aires)

El triunfo de Rafael Piñera en las elecciones chilenas de ayer marca el ocaso del proyecto político más exitoso del último ciclo de transiciones a la democracia en América latina. En la primera vuelta, por primera vez desde el fin del pinochetismo, la Concertación había sido batida por la derecha, y ayer el megaempresario, dueño de Lan y ex presidente del Colo Colo, se convirtió en el nuevo presidente de su país, abriendo una nueva era en la historia política chilena y alimentando la posibilidad de que la alianza entre el socialismo y la democracia cristiana, cuyo origen se remonta a la campaña por el No a Pinochet en el plebiscito de 1988, finalmente se rompa, con el consiguiente riesgo de que la pata más moderada de la coalición explore un acercamiento con los sectores más democráticos de la derecha (que precisamente lidera Piñera). Y en el fondo, el agotamiento de un proyecto político de dos décadas que dejó triunfos innegables pero también algunas sombras.
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En el balance de éxitos de la Concertación, el mayor es sin dudas económico. Como se sabe, los gobiernos concertacionistas continuaron las líneas maestras del modelo impuesto a sangre y fuego por Pinochet, que de todos modos admite algunos matices: pese a sus raíces innegablemente ortodoxas, ciertos rasgos propios marcan una diferencia crucial entre el esquema chileno y el neoliberalismo puro y duro. En principio, ni siquiera Pinochet se atrevió a privatizar Codelco, la empresa nacional de cobre, ni a desarmar la reforma agraria implementada por la democracia cristiana en los ’60, que acabó con los latifundios y fue clave para el posterior despegue de los agronegocios. El Estado, además, cumplió un rol importante, garantizando un tipo de cambio competitivo primero y estableciendo límites al ingreso de capitales después.

Pero lo central es que ni Patricio Aylwin ni Eduardo Frei ni Ricardo Lagos ni Michelle Bachelet arriesgaron los grandes ejes del diseño pinochetista, basado en un manejo macroeconómico muy riguroso, sin déficit fiscal, con una presión impositiva bajísima (16,5 por ciento del PBI) y una estructura fiscal regresiva (los impuestos al consumo afectan incluso a los productos más básicos, como la leche y el pan, mientras que el impuesto a la renta es muy reducido), junto a leyes laborales hiperflexibles, con una de las tasas de sindicalización más bajas de la región (menos del diez por ciento) y servicios públicos carísimos.

Todo esto en el marco de una importante apertura al mundo (Chile firmó tratados de libre comercio con veinte países, desde Estados Unidos y China hasta Nueva Zelanda y México) que funciona como el pilar de un modelo ultraexportador y pro-empresarial que convirtió a algunas compañías chilenas, como LAN y Falabella, en gigantes translatinas, y cuyos valores de progreso individual y egoísmo capitalista han permeado culturalmente a la sociedad chilena (uno de los legados más duraderos y menos comentados de la dictadura de Pinochet).

Veamos algunos números. En los veinte años de gobiernos concertacionistas, el salario real creció 3 por ciento al año, el desempleo se ubicó siempre debajo del 10 por ciento, la inflación se mantuvo controlada y la deuda externa se redujo hasta ubicarse por debajo del 50 por ciento del PBI. El PBI chileno creció a un promedio de 5,5 por ciento al año, aunque el ritmo se ha ido desacelerando en los últimos tiempos e incluso –los números oficiales aún no fueron difundidos– se estima una caída de entre 2 y 3 por ciento para 2009, aunque con una posible recuperación en 2010. Durante los últimos quince años, Chile logró sortear las crisis mexicana, asiática, rusa, argentina y mundial sin estallidos ni colapsos, marcando una diferencia crucial con el resto de los países de América latina, que cada tantos años sufren una hiper, una recesión profunda o un default, entre ellos Argentina, pero también Brasil y Uruguay (y obviamente todos los andinos). Tal vez esta continuidad sea el principal acierto del modelo chileno.

Desde el punto de vista social, los avances han sido igualmente notables. Como resultado de una serie de políticas sociales focalizadas, bien implementadas y sostenidas a lo largo del tiempo, la pobreza se ha reducido significativamente. En 1989, en el último año de la dictadura de Pinochet, la pobreza había trepado al 42 por ciento. Hoy se ubica en 13,2, según datos de Cepal, el porcentaje más bajo de América latina, con una tasa de indigencia de 3,2, casi casi la de un país en desarrollo. Otros estudios coinciden con este diagnóstico: el Indice de Desarrollo Humano –un índice más abarcativo que combina niveles de crecimiento con desigualdad, pobreza de ingresos, salud y educación– sitúa a Chile en el primer lugar de América latina (44º del mundo), superando por primera vez a la Argentina, que ocupa el 49º (el tercero es Uruguay). Y un último dato asombroso: hoy existen en Chile bolsones de pobreza rural, sobre todo en la regiones del Norte, y algunos asentamientos precarios en el Gran Santiago, pero prácticamente no quedan villas miseria.

Estos avances, que deberían llevar a la reflexión a quienes acusan a los gobiernos chilenos de encarnar un simple modelo neoliberal, no alcanzan a ocultar las asignaturas pendientes: las políticas sociales, aunque sirvieron para atacar la pobreza y la indigencia, se han demostrado incapaces de enfrentar otros problemas, más complejos, como la precariedad del trabajo, en general mal pago y sobreexplotado, o las crecientes demandas de una clase media baja que no logra incorporarse a un boom de consumo que ha alcanzando niveles obscenos. El reflejo estadístico de estos déficit es la desigualdad, donde los avances han sido menores o incluso inexistentes. En Chile, la distancia entre el 20 por ciento más rico y el 20 por ciento más pobre de la población es de 14 veces. El Gini, el indicador más popular de desigualdad, es de 0,56, lo que sitúa a Chile como uno de los países más desiguales de la región junto a Brasil y Paraguay.

En los últimos años, en especial desde el gobierno de Lagos, se iniciaron algunas reformas orientadas a mejorar estos temas: los servicios de salud se extendieron mucho, la infraestructura educativa fue reforzada y, ya durante la gestión de Bachelet, se aprobó una reforma del sistema previsional que incluye una “jubilación solidaria” para quienes no aportaron los años suficientes (aunque la reforma no tocó el corazón del sistema jubilatorio, basado en el aporte individual, por ejemplo mediante la creación de un sistema mixto, y ni qué decir de la posibilidad de un sistema totalmente estatal, como el que funciona en Argentina y en Brasil).

Llegamos así a lo que muchos analistas consideran el núcleo del problema. El formidable impulso exportador, explicación última de todos estos progresos, se ha basado sobre todo en productos primarios o elaboraciones a partir de ellos. Cuando lo entrevisté para mi libro La nueva izquierda, Ricardo Lagos me dijo que la crítica es correcta pero que a menudo se exagera. “El argumento tiene algo de cierto, pero a veces se transforma en una caricatura. Yo le pregunto a usted: si yo exporto almendras, pero colocadas dentro de una bolsita hermética, que a su vez va dentro de una cajita de cartón especial, diseñada especialmente para un hotel cinco estrellas de Europa, con el nombre y el logo del hotel, que tiene que llegar en determinado momento y en determinado volumen. ¿Qué estoy exportando? ¿Almendras? ¿Qué valor tienen las almendras en ese producto? Otro ejemplo. Tengo un amigo que exportaba ostiones congelados, hasta que se dio cuenta de que era más rentable exportarlos enfriados. Eso significa que, desde que los ostiones se sacan del Pacífico hasta que se sirven en un restaurante de París, Nueva York o Berlín, no pueden pasar más de 30 horas. ¿Qué exporta mi amigo? ¿Ostiones? ¿O exporta know how, tiempo, eficiencia, seguridad?”

Más allá de la defensa de Lagos, los números son elocuentes: el 75 por ciento de las exportaciones chilenas están constituidas por productos primarios o bienes elaborados en base a ellos. Del total, un porcentaje importante, hoy cercano al 38, sigue siendo cobre. El resultado es un diseño que dificulta la extensión de los beneficios del crecimiento a todos los sectores sociales, expone a la economía a los ciclos externos (el precio del cobre es casi tan importante para Chile como el del petróleo para Venezuela o el gas para Bolivia), en el marco de una economía que incluye varios enclaves ultraproductivos (cobre pero también madera, fruta o salmón), un sector servicios muy extendido y eficiente (aunque excluyente) y un sector industrial reducido, con un mercado interno chico y no muy dinámico.

En sus veinte años de gestión, la Concertación ha avanzado también en otras áreas. Tras muchas idas y vueltas, consiguió limpiar los aspectos más autoritarios de la Constitución creada por la dictadura, en un movimiento de despinochetización institucional que devolvió al presidente el control de las Fuerzas Armadas, democratizó la Justicia y eliminó la figura de los senadores ¡vitalicios! creados por Pinochet, junto a otros avances en el plano cultural, como la eliminación del Comité de Censura y la sanción de la ley de divorcio (Chile fue el último país del Hemisferio Occidental –fuera de Malta– en aceptar el divorcio). Al mismo tiempo, persisten déficit severos, entre los que sobresale un sistema electoral binominal creado para favorecer a la derecha, que excluye sistemáticamente de representación a las minorías.

Pero, más allá de este ajustado balance de logros y deudas, no cabe duda de que el corazón del problema chileno, lo que explica el triunfo de Piñera y el inicio de una nueva era, es económico-social. En particular, la relación entre inequidad y política económica: en efecto, la persistente desigualdad chilena no es el resultado de una desviación del modelo suceptible de ser corregida mediante políticas específicas, sino parte esencial de un diseño que la Concertación no ha querido o no ha sabido o no ha podido modificar.

martes, 12 de enero de 2010

En busca de la regulación perdida



Por Marcelo Justo (BBC Mundo)


En el comunicado del G-20 el pasado abril se establecía la necesidad de garantizar "la regulación y supervisión a todas las instituciones financieras" para evitar una nueva crisis.

A seis meses de esas augustas palabras se puede decir que se avanzó poco y nada.

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En junio Estados Unidos presentó una "amplia reforma financiera" calificada por la mayoría de los analistas económicos de "tímida" e "insuficiente".

En el Reino Unido aparecieron claras diferencias entre el ministro de finanzas Alistair Darling y el presidente del Banco Central de Inglaterra, Mervyn King, en relación a la supervisión regulatoria y la existencia de grandes conglomerados financieros.

Alemania y Francia se hallan a la vanguardia en temas de bonos de banqueros, pero no se han movido gran cosa en otros aspectos de la regulación bancaria.

Hagan juego

En otras palabras, el casino sigue abierto.

La única diferencia es que la mayoría de los jugadores (pero no todos) apuestan con más cautela sus fichas luego de los golpes recibidos en la ruleta.

Con nuevas invocaciones a la necesidad de regular el sistema financiero, los ministros de finanzas del G-20 acordaron en Londres a principios de septiembre el aumento de los encajes o reservas bancarias (porcentaje obligatorio de reservas en relación a los depósitos) para evitar posibles corridas y limitar los extravíos de las apuestas.

Dada la gravedad de la situación, el gran interrogante es si este mecanismo - el más simple a nivel regulatorio - bastará para evitar otra crisis como la que estamos viviendo.

Bomba de tiempo

El sistema financiero internacional está sentado sobre una doble bomba de tiempo.

Por un lado no se ha dado una solución definitiva al problema de los activos tóxicos - préstamos incobrables --- a punto que ni siquiera se ha cuantificado su monto total, ni cuáles son las entidades financieras más afectadas.

Por otro, a falta de un esquema regulatorio, los bancos siguen operando con las mismas reglas ultra laxas que condujeron a la crisis.

La "banca en la sombra", que creció con la desregulación del sistema financiero de los últimos 25 años, sigue funcionando sin más restricciones que el temor a una apuesta errada.

Esta banca opera por medio de una red de filiales en paraísos fiscales - muchas veces una simple dirección postal - que le permiten eludir cualquier tipo de regulación (incluyendo los encajes) a la hora de pedir y conceder préstamos.

Las grandes fusiones y adquicisiones de gigantes multinacionales, una "moda" que hizo furor en los últimos 10 años, se financiaron en gran medida con lo que en la jerga financiera se llama apalancamiento (leverage, en inglés).

Con un capital reducido y la promesa de ganancias futuras, las entidades financieras "en la sombra" pedían prestado un 70 u 80% más de lo que tenían de respaldo en sus reservas con el aval de las casas matrices y la mirada tolerante de las calificadoras de riesgo.

Según Olann Kerrison, director de análisis del Lafferty Group, una compañía de consultores financieros, hoy la misma fragilidad del sistema es un obstáculo.

"Los gobiernos y reguladores están preocupados por asegurar la supervivencia del sistema. Quieren regular, pero no saben cómo hacerlo sin poner en peligro el mismo sistema en momentos en que está dando débiles señales de recuperación", indicó a BBC mundo.

La cuenta la está pagando el fisco.

Según la publicación especializada "The Big Money", la Reserva Federal estadounidense absorbió unos US$800.000 millones en activos tóxicos en este intento de apuntalar el sector privado.

En Europa el Reino Unido ha gastado casi 800.000 millones de euros, Dinamarca y Alemania casi 600.000 e Irlanda y Francia superan los 360.000 millones con una mezcla de inyección de capital y ayuda específica para lidiar con los activos tóxicos.

El laberinto financiero

En medio de la otra gran crisis económica de los últimos 80 años, en 1933 el Congreso estadounidense aprobó la ley Glass-Steagall que transformó las reglas de juego financieras al separar nítidamente a los bancos comerciales (del ahorrista común y corriente) y los de inversión (bancos especulativos).

Con la desregulación financiera esta nítida separación que protegía al ahorrista se fue desdibujando hasta que desapareció del mapa con una ley de 1999 que volvió las cosas a foja cero.

¿Es posible dar marcha atrás?

"Es necesario volver a algo así. El problema es que los que están a cargo de la agenda son los mismos que reinaban durante la época de la desregulación", indicó a BBC mundo Olann Kerrison.

El actual ministro de finanzas de Barack Obama, Timothy Geithner, es un ex ejecutivo del Citigroup, mientras que el director del Consejo Nacional Económico, Lawrence Summers, fue el ministro de finanzas que enterró la ley Glass-Steagall.

Pero el tema desborda ampliamente las personalidades y biografías de los protagonistas.

Segun Juan H. Vigueras, autor de "La Europa opaca de las finanzas", la economía global está metida en un laberinto financiero del que no sabe cómo salir.

"Desde los 80, tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos se siguió el modelo desregulador de las finanzas, en el marco de una competencia desatada para atraer el capital financiero, manifestada en las bajadas de impuestos. Esto no ha cambiado. Ningún Estado está decidido aún a plantear una regulación efectiva del mundo de las finanzas para que esté al servicio de la economía real," indicó a BBC mundo Juan H. Vigueras .

¿Habrá que esperar una nueva crisis?

¿No pagar la deuda?


Por Florencia Abbate (Crítica, Buenos Aires)

En estos días de acalorada discusión en torno al Banco Central se han delineado tres posturas sobre “nuestras deudas”: 1) La postura oficial, que consiste en destinar reservas al pago de la deuda; 2) La que apunta a pagarla con recursos fiscales, generando un achique del gasto público para que sea financiable; 3) La que propone no pagar la deuda.

Quienes sustentan esta tercera postura, como Pino Solanas, argumentan que la deuda es fraudulenta. Y tienen razón.

Pero en estos contextos no basta con tener razón. Y no hace falta más que recordar el clima “globalizado” de crisis que se vivía para estas mismas fechas el año pasado. Los economistas del mundo discutían: ¿Cómo sigue esto del capitalismo?

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Todos parecían un tanto desconcertados. El pueblo estadounidense acababa de presenciar el alevoso hecho de que cientos de miles de millones de dólares eran repartidos a la misma gente que había causado la catástrofe. Un poco como en nuestra Argentina de fines del 2001 y principios de 2002, sólo que con cifras mucho más abultadas y repercusiones de escala mundial.

Todos los pueblos tuvieron la obligación de enterarse de que ésas son las leyes del capitalismo. Este tipo de Estados no está para salvar a los pobres y a los jubilados sino a gente como la que digita a los tahúres de Wall Street –aun cuando hayan firmado papeles en los que decían que podían permitirse perder el dinero invertido. Y más que nunca parecía acertada la afirmación de que “la política es la sombra que los grandes capitales proyectan sobre la sociedad” (J. Dewey).

El hecho de que la Reserva Federal, el principal Banco Central del mundo, decidiera obsequiarles a los grandes inversionistas los fondos que había ahorrado con la retención a los salarios de todos, no hacía más que poner en evidencia la naturaleza de los bancos centrales en un Estado capitalista de este tipo.

El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no parece haber percibido realmente el agotamiento de este modelo de capitalismo. Si bien la Presidenta, en sus declaraciones, suele mostrarse aggiornada al respecto -y conciente de que la crisis mundial es un buen escenario para crear alianzas entre las “fuerzas progresistas” de Latinoamérica–, sus políticas económicas no se han apartado demasiado del rumbo fijado cuando el capitalismo estaba en su esplendor. El dato de que sea Blejer el candidato para reemplazar a Redrado resulta elocuente. El Estado capitalista tiene por lo menos tres funciones. Una es la de proveer servicios que no pueden ser desarrollados de un modo fiable por medios privados. La segunda consiste en proteger a los poseedores contra los que nada tienen, asegurando el proceso de acumulación de capital en unos pocos mientras circunscribe las demandas de las masas trabajadoras. La tercera función, no tan mencionada, es impedir que el sistema capitalista se devore a sí mismo.

El sistema tiene en sí una tendencia a la sobreproducción y a la crisis del mercado. Una tendencia crónica hacia la sobreproducción de bienes y servicios del sector privado, y un infraconsumo de la población trabajadora. Por eso los grandes inversionistas invierten en “cosas virtuales”, como los bonos de deuda de los distintos países. Es que el dinero que les “sobra” para invertir rebalsa la economía real y las fronteras.

La administración de los Kirchner ha sido más sólida que otras a la hora de cumplir la tercera función del Estado, impidiendo el colapso; ha sabido por ejemplo acumular reservas. Pero esto no supone en principio ningún quiebre ideológico comprometedor para la buena salud de la plutocracia global.

Tiene razón Pino Solanas cuando dice que la pulseada en torno al Banco Central es payasesca porque el problema de fondo es el pago de la deuda. Pero lo cierto es que las macropolíticas impuestas al mundo continuarán como hasta ahora mientras no haya una verdadera posibilidad de desacople de la articulación comercial, productiva y financiera de la economía mundial. Mientras tanto no queda otra opción que pagar esas deudas, aunque sean fraudulentas.

Sólo en países en los que el capitalismo ha sido frenado en cierto grado por la socialdemocracia, las mayorías han podido asegurarse cierta prosperidad. De otra manera, las crisis seguirán ocurriendo cíclicamente –arrastrando con ellas a millones de personas–, como resultado de un sistema fundado en principios amorales.

El ensayista Santiago Alba Rico dio en la tecla cuando dijo que “el capitalismo es materialmente un nihilismo”, remitiéndose al filósofo chino que expuso hace siglos la paradoja del individualismo extremo: “No sacrificaré un solo cabello de mi cabeza aunque de ello dependa la salvación de todo el universo”.

domingo, 10 de enero de 2010

Al Qaeda deja al desnudo a la CIA



Por Antonio Caño (El País, Madrid)

La CIA, lejos de su leyenda, es una institución pesada y burocrática. Incapaz de competir por los mejores cerebros de cada promoción universitaria, se tiene que conformar generalmente con disciplinados funcionarios que ascienden por años de servicio y buscan una vida sin sobresaltos.

La CIA, lejos de su leyenda, es una institución pesada y burocrática. Incapaz de competir por los mejores cerebros de cada promoción universitaria, se tiene que conformar generalmente con disciplinados funcionarios que ascienden por años de servicio y buscan una vida sin sobresaltos. Para muchos de ellos, acudir por las mañanas a su oficina entre la paradisiaca vegetación de Langley, en el norte de Virginia, y dirigir desde su ordenador el bombardeo de un drone (aviones sin tripulación) sobre una aldea de Pakistán es tan rutinario como despachar el correo.
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La prolongación de la guerra contra el terrorismo está presentando, no obstante, exigencias mayores. Los voluntarios para actuar en zonas de combate escasean, los conocedores del terreno y el idioma del enemigo se cuentan aún con los dedos de una mano y la CIA ha tenido que recurrir a estrictos turnos de rotación que obligan a la práctica totalidad de sus empleados a pasar un tiempo en territorio hostil.

En la mayoría de los casos, esos turnos son de un año, un plazo pensado para que los agentes no consuman demasiado tiempo alejados de sus familias, pero insuficiente como para que se formen convenientemente en las costumbres de aquellos a los que combaten. Sólo los jóvenes pugnan por acudir a misiones que, además de valentía, exigen de la sagacidad que sólo dan los años. Los verdaderos expertos prefieren hacer análisis desde la paz de sus escritorios.

Estas limitaciones no eran tan evidentes en la época dorada de la CIA, durante la Guerra Fría, cuando sus agentes competían con rivales aún más burocratizados y cínicos que ellos, los espías del KGB. Pero hoy, cuando se enfrentan a jóvenes iluminados, como el nigeriano Umar Faruk Abdulmutallab, o ilustrados fanáticos, como Human Jalil Abu Mulal al Balawi, el doble agente jordano que mató a siete empleados de la base de Khost, en Afganistán, las carencias de la CIA tienen dramáticas consecuencias.

Y no es un problema sólo de la CIA. Las 16 agencias civiles y militares encargadas del espionaje en Estados Unidos sufren, en alguna medida, enormes dificultades para responder a los desafíos que representa Al Qaeda y sus múltiples manifestaciones. Su adiestramiento es tan precario y su adaptación al medio tan escasa que, como afirma Reuel Marc Gerecht, un antiguo espía y experto en la materia, "sin la ayuda de Blackwater [la compañía de seguridad privada ahora rebautizada Xe], la actividad de la CIA en Afganistán probablemente se vería paralizada".

Entre los siete muertos en Khost, dos eran, efectivamente, empleados de Xe, que, liberados de las esclavitudes del reglamento y estimulados por la atracción del dinero, llenan algunas de las muchas lagunas del espionaje norteamericano en Afganistán y en otros frentes de esta guerra. Los mandos militares se han quejado oficialmente de que sus fuerzas sobre el terreno carecen de la información necesaria para hacer su trabajo y han alertado de que, en estas condiciones, el enemigo se hace muy difícil.

Los tres fracasos cosechados por los servicios de inteligencia en los dos últimos meses han encendido todas las señales de alarma. En el caso de Nidal Malik Hasan, el oficial médico del Ejército que en noviembre perpetró una matanza en Fort-Hood (Tejas), el FBI le había detectado 18 correos electrónicos intercambiados con el clérigo radical de Al Qaeda en Yemen Anwar al- Awlaki que hacían sospechar claramente de sus planes, pero los remitió a la seguridad militar con un código diferente al que ésta usa para los asuntos urgentes. Nadie actuó al respecto.

Sobre el avión de Detroit, la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, en sus siglas en inglés) había interceptado comunicaciones de la base de Al Qaeda en Yemen sobre la planificación de un atentado con la implicación de un nigeriano. La CIA, por su parte, había entrevistado en la Embajada estadounidense en Lagos al padre de Abdulmutallab en relación con la denuncia que éste había hecho sobre la vinculación de su hijo con el radicalismo islámico. Ambas agencias remitieron sus respectivas informaciones a sus superiores para quedar almacenadas entre pilas de datos sueltos que el espionaje recolecta cada día.

La competencia infantil entre departamentos y el escaso celo de los responsables impiden que cada agencia haga algo más que lo que exige el protocolo. Y como el protocolo no obliga a cotejar los datos ofrecidos por el padre de Abdulmutallab con el archivo de visados del Departamento de Estado, no se le pudo incluir en la lista de personas vetadas para entrar en el país. Para contribuir al desastre, el Departamento de Estado ha reconocido que no podía encontrar el nombre del sospechoso en su documentación por un error en el deletreo del apellido.

En 2004 fue creado el Centro Nacional Contraterrorista con el objetivo, precisamente, de coordinar la actividad de todos los departamentos y evitar errores como ésos. Su actual director, Michael Leiter, quien, por cierto estaba de vacaciones en el momento del atentado frustrado y tardó dos días en reincorporarse al puesto, ha tenido que escuchar al presidente Barack Obama decir que "el sistema ha fallado sistemáticamente".

La consecuencia más dramática de esos fallos fue la de la base de Khost, probablemente el peor golpe contra la CIA en toda su historia. Aunque quizá en este caso, además del error evidente que representa permitir que un doble agente se reúna al mismo tiempo con siete de tus mejores empleados -motivado, sin duda, por la inexperiencia y el desconocimiento del medio-, hay que mencionar también el mérito de Al Qaeda. La organización terrorista supo planificar una acción que exigió meses de paciente y cuidadoso trabajo para burlar la vigilancia no sólo de la CIA, sino también del servicio secreto jordano (GID), mucho más ducho en el manejo del terreno.

Jordania era hasta ahora, por esa razón, un aliado imprescindible del espionaje norteamericano, que se nutre de colaboraciones como ésa para compensar sus limitaciones en la región. Precisamente el viernes estuvo en Washington el ministro de Relaciones Exteriores jordano, Nasser Judeh, para recomponer esa alianza. "Si la información es poder", dijo ante la secretaria de Estado, Hillary Clinton, "compartir la información es aún más poder".

Pero algunos de las desventajas de los servicios norteamericanos respecto a sus enemigos no se solucionan con más colaboración o más reformas. La burocratización, la presión por los resultados o el relativismo de las convicciones son, como las vacaciones de Leiter y del mismo Obama, consecuencia natural de las sociedades desarrolladas, que pagan, además, el precio de la ansiedad desatada por los medios de comunicación.

Sin haber llegado siquiera a explotar el avión, el joven Abdulmutallab ha sembrado el pánico entre los estadounidenses. Como ha dicho el veterano periodista Ted Koppel, "lo ocurrido puede describirse como un éxito absoluto de Al Qaeda".