viernes, 26 de febrero de 2010

Espías en conflicto



Por Raymundo Riva Palacio (Eje Central)

Un escándalo fue desatado por el diario The Washington Post al informar este miércoles que ambos gobiernos alcanzaron un acuerdo para que agentes estadounidenses realicen labores de inteligencia en el centro de comando de la Policía Federal en Ciudad Juárez. Sin demora, México y Estados Unidos negaron la información, que en realidad es un debate ocioso. Desde hace tiempo agentes estadounidenses operan en México, tienen en nómina a jefes policiales mexicanos y han infiltrado el corazón de los cárteles de la droga.

Sin existir un acuerdo formal que implique modificaciones legales que permitan a los agentes estadounidenses a realizar acciones operativas extraterritoriales, ambos gobiernos han intercambiado información de inteligencia sensible por largo tiempo. Pero también, agentes estadounidenses han realizado operaciones tácticas en México, con y sin autorización del gobierno mexicano, desde hace más de 30 años.

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Agentes estadounidense realizaron vuelos de apoyo junto a militares mexicanos durante la campaña de erradicación del opio en Guerrero, donde incluso murieron dos agentes de la DEA, cuando chocó su avioneta cerca de Acapulco en 1976. Agentes de la oficina de Inmigración y Aduanas encubrieron en 2005 a uno de los responsables de los feminicidios en Ciudad Juárez, porque era un informante del Cártel de Juárez. Y cuatro años antes, tras el atentado terrorista en Estados Unidos, Washington envió a decenas de agentes encubiertos a México para detectar más agresores y eventuales futuros ataques a su territorio. El gobierno mexicano no fue enterado porque no confiaban en él.

La relación de ambos gobiernos es vasta y en ocasiones rebasa la imaginación. Por ejemplo, la CIA capturó a Ye Gon –en México o Estados Unidos- y lo llevó a Vancouver, donde pudo interrogarlo sin los límites que establece la ley estadounidense, dos meses antes de que “apareciera” en un suburbio en Washington y lo detuviera la DEA. En ese tiempo, la CIA le permitió hablar con él a José Luis Santiago Vasconcelos, quien era subprocurador de Asuntos Jurídicos y Relaciones Internacionales de la PGR, y se trasladó a Vancouver. Poco después dijo que los interrogatorios de la CIA habían “secado” a Ye Gon.

La CIA y el FBI han entrenado a policías mexicanos responsables de la lucha contra el narcotráfico. Inclusive, el comando de élite de la Marina que cazó y mató a Arturo Beltrán Leyva en diciembre pasado, tenía dos semanas de haber regresado de Estados Unidos, y según fuentes políticas, la información de dónde se encontraba el entonces jefe máximo del Cártel de los hermanos Beltrán Leva la proporcionó Washington con la presión no sólo para que fueran por él, sino que fuera esa unidad de élite la que realizara el ataque.

Las agencias de inteligencia estadounidense han tenido como uno de sus principales objetivos en México la infiltración de los cárteles de la droga. Uno de los casos desconocidos por la opinión pública es la penetración de las organizaciones del recientemente fallecido Beltrán Leyva y Heriberto Lazcano “Z-1”, jefe de Los Zetas. En el mismo momento en el cual estaban construyendo la alianza que modificó el mapa de los cárteles de la droga en México en la primavera de 2008, un agente de la DEA estaba mandando la información en tiempo real a través de mensajes de texto de su celular.

Los agentes estadounidenses suelen contratar a personal mexicano, como servicio de apoyo, o como informantes. El caso más notorio de doble empleo es el de Alfredo Zavala Avelar, piloto de la Secretaría de Agricultura que trabajaba con el agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar, asesinados en 1985 luego de revelar la existencia del rancho “El Búfalo”, en Chihuahua, una maquinaria de producción de marihuana del Cártel de Guadalajara. Son muy reacios a contratar jefes policiales, porque su experiencia no ha sido positiva. Una experiencia muy dramática fue en la “Operación Limpieza”, cuando descubrieron que un informante del Cártel de Sinaloa trabajaba en el área de narcotráfico en la Embajada de Estados Unidos en México. Los testigos protegidos que aportaron detalles de esa operación fueron interrogados en Estados Unidos, porque no confiaban en la PGR.

Pero al mismo tiempo, la PGR, cuando menos en tiempos del procurador Eduardo Medina Mora, se excedió en sus servicios y rompió leyes mexicanas sin castigo alguno, al autorizar que agentes de la DEA presenciaran interrogatorios a jefes policiales presuntamente vinculados al narcotráfico, y en cuando menos una ocasión les permitió que formularan preguntas. Medina Mora protegió también a Édgar Bayardo, asesinado en diciembre pasado, quien tenía tres patrones: la Policía Federal, a la Agencia de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos, y el Cártel de Sinaloa.

El trabajo que realizan las agencias de inteligencia estadounidenses en México ha culminado en varias de las operaciones más exitosas que ha tenido el gobierno mexicano en los últimos años en contra de los cárteles de la droga. Fue la DEA la que alertó a la Marina mexicana en 2007 del cargamento de seudoefedrina que condujo a Zhenli Ye Gon, el importador de precursores químicos para Joaquín “El Chapo” Guzmán, y también lo que logró la detención de Javier Arellano Félix, “El Tigrillo”, en 2006, en una operación conjunta con la Guardia Costera de Estados Unidos, supuestamente en aguas internacionales, a 25 kilómetros de la costera de La Paz, en Baja California Sur.

En muchas ocasiones pareciera que los estadounidenses tienen mejor información sobre los cárteles mexicanos, que las propias autoridades mexicanas. En diciembre se colgaron el éxito de la operación contra Arturo Beltrán Leyva, y en enero, el jefe de operaciones de la DEA, Michael Braun, anticipó a The Washington Times que el arresto de Joaquín “El Chapo” Guzmán podría darse en un plazo de 90 días. Mejor vocero del gobierno mexicano, no podrían haber encontrado. Entonces,¿por qué la reacción tan fuerte e inmediata a lo revelado por el Post? Quizás porque en el momento actual el gobierno mexicano quedó desnudado y exhibido de que solo, no puede contra los cárteles.

La batalla del euro se libra en España



Por Stephen Fidler (The Wall Street Journal)

Madrid.- Grecia desató la crisis que aflige a la zona euro. España, sin embargo, es el país que podría determinar la supervivencia de la moneda común.

La cuarta mayor economía de la zona euro tiene una tasa de desempleo de 19%, una deuda alta y un gigantesco déficit fiscal. El Producto Interno Bruto se contrajo 3,6% en 2009 y se espera que vuelva a caer este año en lo que constituiría la recesión más profunda y prolongada del país en medio siglo.

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En el centro de la crisis se encuentran millones de españoles como Olga Espejo. Esta mujer de 41 años perdió su puesto de empleada administrativa en un laboratorio en Madrid, luego encontró un empleo temporal como reemplazo de una persona con licencia médica. El trabajo se eliminó cuando la persona a la que sustituía falleció. Su esposo y su hermana, quien vive cerca, también fueron despedidos, con lo que pasaron a engrosar las estadísticas según las cuales uno de cada nueve españoles perdieron su empleo en los últimos dos años.

Cada uno recibe un pago por desempleo de 1.000 euros al mes, unos US$1.350, parte del generoso paquete de gasto social que el gobierno ha prometido no recortar. Pero los cheques de Espejo dejarán de llegar en julio y los de su esposo en mayo. "¿Qué perspectiva tenemos cualquiera de nosotros?", pregunta Espejo.

Es una cuestión que se plantean toda España y el resto de la zona euro, en momentos en que el continente afronta su mayor crisis financiera desde el nacimiento del euro en 1999.

El problema es que, gracias a su pertenencia a la zona euro, España no puede recurrir a la herramienta más tradicional para sanar su economía.

El país no puede devaluar su moneda para aumentar el atractivo de sus exportaciones y sus destinos turísticos porque usa el euro, que está ligado a la gigantesca y competitiva economía alemana. Madrid tampoco puede reducir las tasas de interés ni imprimir dinero, porque esas decisiones las toma en Fráncfort el Banco Central Europeo (BCE).

España podría tratar de estimular la economía mediante recortes de impuestos y aumentos del gasto gubernamental. Pero el gobierno ya implementó un sustancial paquete de estímulo que, de paso, elevó el déficit fiscal a 11,4% del PIB. Ahora, Madrid tiene que colocar más bonos para recaudar capital fresco. Los posibles compradores, asustados por la perspectiva de un incumplimiento de la deuda soberana griega, ya han exigido tasas de interés más altas.
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"España es la prueba real para el euro", indica Desmond Lachman del American Enterprise Institute, un centro de estudios de Washington. "Si España se mete en problemas serios, será difícil mantener la cohesión del euro... y, en mi opinión, España está en graves aprietos".

El gobierno se niega a hablar de una crisis. "Los fundamentos de nuestra economía son sólidos", afirmó en una entrevista Elena Salgado. La vicepresidenta económica subrayó que los grandes bancos del país gozan de buena salud, sus estadísticas económicas son creíbles y sus empresas son lo suficientemente dinámicas como para mantener su participación en los mercados de exportación. Recalcó que España acumuló superávits fiscales antes de que estallara la crisis financiera y que la deuda gubernamental ha crecido desde una base muy baja.

Alemania y Francia, los pesos pesados de la zona euro, han prometido respaldar a Grecia en caso de ser necesario. Pero cualquier tipo de rescate para España —cuya economía de US$1,6 billones (millones de millones) es casi el doble que la suma de las de Grecia, Portugal e Irlanda — sería mucho más oneroso. Un paquete de ayuda para calmar los nervios de los mercados, si fuera necesario, bordearía los US$270.000 millones, según el banco francés BNP Paribas. Medidas similares para restaurar la confianza en Grecia, Irlanda y Portugal ascenderían a US$68.000 millones, US$47.000 millones y US$41.000 millones, respectivamente.

Los tres caminos

Algunos observadores confían en que España capeará la tormenta. Emilio Ontiveros, presidente de AFI, una firma madrileña de análisis financiero, anticipa una recuperación para el segundo semestre del año. "Tuvimos algo de suerte. Francia y Alemania, nuestros mayores mercados, están comenzando a crecer", indica. Esto debería ser suficiente para impedir que el desempleo se empine mucho más allá del 20%, un nivel que España ya soportó a finales de los 90.

La mayoría de los economistas contempla tres opciones para España.

La primera es que el gobierno se quede de brazos cruzados y deje que la economía atraviese por años de alto desempleo y cesaciones de pagos.

La segunda es que adopte un rol más activo, recorte el gasto y emprenda medidas impopulares como una reforma del rígido mercado laboral. El martes, el presidente del banco central exhortó al gobierno a seguir este camino en un discurso en el que solicitó la pronta acción del Estado para reducir el déficit presupuestario y reformar el mercado laboral. "Si las reformas llegan tarde o son insuficientes, nuestro futuro es, sin dudas, preocupante", advirtió Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España.

Lachman duda que España siga este curso. El investigador del American Entreprise Institute cree que la incapacidad crónica del gobierno para reactivar el crecimiento lo llevará a contemplar una tercera opción: retirarse de la zona euro. Ello le permitiría devaluar la moneda y, de esta manera, aumentar la competitividad y reanudar la expansión de la economía.

La mayoría de los economistas, en todo caso, sostiene que ningún gobierno, incluido el de España, se animará a enfrentar el caos financiero que

desataría un retior de la moneda común. "Es sumamente costoso dejar el euro", asevera Jean Pisani-Ferry de Bruegel, un centro de estudios de Bruselas. Una vez que el gobierno apenas insinúe una devaluación, habría una corrida bancaria y los contratos en euros entrarían en cesación de pagos.

El gobierno anunció medidas, empezando por alzas de impuestos y recortes de gastos este año, para reducir el déficit fiscal a 3% del PIB para 2013, un programa que los analistas financieros y el banco central han calificado de viable. Pronostica que la deuda pública alcanzará un máximo de alrededor de 74% del PIB en 2012, comparado con 113% hoy en Grecia e Italia.

El primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, ha sido blanco de las críticas de los economistas por decir que enfrentará la crisis sin tocar el gasto social. "Ese no es un plan, sino un anuncio", afirma Lorenzo Bernaldo de Quirós, presidente de Freemarket International Consulting en Madrid. Como consecuencia, señala, los españoles aún no comprenden que su cómoda forma de vida, respaldada por el Estado, está por cambiar. Los españoles aún "piensan como cubanos y viven como yanquis", señala.

Durante los próximos años, España dependerá de los inversionistas para financiar su gobierno, bancos y empresas. El gobierno central calcula que debe levantar 76.800 millones de euros para pagar 35.000 millones de euros en bonos adicionales de próximo vencimiento. Bernaldo de Quirós cree que, en medio de todo esto, los inversionistas aguardarán acciones decisivas del gobierno. "Mientras más tiempo desperdicien", dice en alusión al gobierno, "más devastador tendrá que ser el ajuste".

miércoles, 24 de febrero de 2010

El invento de otra guerra en Malvinas



Por Martín Granovsky (Página 12, Buenos Aires)

El intríngulis de Malvinas tiene una trama difícil de desmontar. En 1982 la dictadura no sólo ordenó una guerra con el Reino Unido: la perdió. Además del costo en vidas, la guerra y la derrota consiguieron aplazar cualquier intención verdadera, hipotética o remota de Londres de discutir soberanía.

Por eso es sensato que la Argentina no responda con bravuconadas militares al anuncio británico de que comienzan las perforaciones para buscar petróleo al norte de las Malvinas. Primero, reavivaría el fantasma de la dictadura. Y luego, sólo les haría el juego a los halcones británicos: ellos saben, como cualquiera, que la Argentina no tiene el poder para convertir la bravata en un hecho militar. Pero usarían la amenaza como si fuera seria. De ese modo la Argentina terminaría demonizada y, como suele ocurrir, el demonio made in England luego sería importado por los conservadores made in Argentina. Una bola de nieve imparable.

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Es peligroso azuzar a los halcones. Suelen alimentar a la poderosa prensa amarilla del Reino Unido, que a su vez convierte en temas de agenda pública asuntos que de otro modo quedan limitados a círculos pequeños.

El diario The Guardian editorializó contra su colega amarillo The Sun y dijo que la dureza de ambos lados, el británico y el argentino, obstruyó un proceso de cesión mutua de soberanía (pooling sovereignty en el original) “que permitiría a los isleños desarrollar relaciones normales con su vecino más cercano”. Recordó que eso mismo pudo haber pasado en 1980, cuando el subsecretario del Foreign Office, Nicholas Ridley, propuso un plan de flexibilización.

El editorial “Orgullo imperial”, que causó revuelo en Gran Bretaña, dice comprender el sentimiento de los isleños después de la guerra y también su sueño de convertirse en un Dubai con bandera inglesa. Pero sostiene que “seguirán en aislamiento artificial, sin ayuda del país más cercano para desarrollar su industria petrolera”.

Después, en una crítica a los dos gobiernos, remata: “Gran Bretaña puede mantener a los isleños en el limbo. Los políticos argentinos pueden encontrar en la cuestión de las Malvinas una distracción fácil. Es tiempo de que ambos crezcan”.

Hasta ayer, al menos, aun el ala más conservadora en Londres hacía una descripción de las cosas sin tono bélico. El artículo firmado en el diario The Times por Hannah Strange desde Caracas tenía un título neutro: “América latina respalda a la Argentina mientras Gran Bretaña comienza a explorar en las Falklands”. Strange citó a Hugo Chávez, calificado de “vociferante”, pero resaltó declaraciones vertidas en México por Marco Aurelio García, asesor internacional de Lula: “Las Malvinas deben ser reintegradas a la soberanía argentina. Al revés del pasado, hoy hay consenso latinoamericano detrás de los reclamos argentinos”.

La propia periodista analizaba así la cumbre del Grupo Río en Cancún: “Al contrario de lo que ocurrió en 1982, cuando algunas naciones latinoamericanas, sobre todo el presidente Pinochet en Chile, apoyaron el despliegue británico para repeler la invasión argentina de las islas, el continente ahora mantiene lazos fuertes entre gobiernos ideológicamente aliados y podría montar una poderosa resistencia a las operaciones británicas por el petróleo”.

John Hughes, ex embajador del Reino Unido en la Argentina, publicó una columna en The Guardian llamada “El fárrago de las Falklands”. Comienza preguntándose si podría haber un conflicto militar con la Argentina. Y se contesta: “Mi respuesta es inequívoca. No. Hay una Argentina muy diferente. Lleva 27 años de democracia y pasó la crisis económica y social de 2001 y 2002 sin siquiera pensar en una vuelta al régimen militar. Ya fue suprimida la sombra de una dictadura argentina”.

Práctico, además de citar la historia Hughes recurre al análisis de poder: “En los 27 años que van desde que Raúl Alfonsín fue electo presidente, todos los gobiernos dijeron que las Falklands –o las Malvinas– serían restituidas sólo por medios pacíficos. La prueba de eso es que en la Argentina democrática no se produjo un aumento significativo de la capacidad militar”.

Para Hughes, que la cuestión tenga ahora un perfil más alto se debe al cambio de táctica diplomática por parte de la Argentina. Dice que los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner pusieron mayor voltaje discursivo a la cuestión de las Malvinas y, para ejercer presión, “terminaron la cooperación en pesca con las Falklands y el Reino Unido” y en el 2007 “denunciaron unilateralmente un acuerdo con el Reino Unido sobre exploración petrolera en un área distinta a la que comenzará a ser perforada estos días”.

El ex embajador pronostica que, gobierne quien gobierne en el 2011, no cambiará la política de “Las islas Malvinas son argentinas”, aunque las tácticas son una cuestión abierta. También considera “una lástima” que no haya recorrido el camino de la cooperación, porque en su opinión “tanto la colaboración como la construcción de confianza mutua seguramente habrían servido a los intereses presentes en ambos lados del Atlántico Sur”, léase Argentina de un lado y Londres más isleños del otro.

“Puede haber más dificultades en la exploración petrolera, pero no una guerra”, escribe.

El diario The Independent, con firma de Rupert Cornwell, publicó ayer que no hay ninguna chance de un conflicto armado. En cuanto al escenario actual, para Cornwell la Argentina puede interrumpir parte del movimiento naval entre Tierra del Fuego y las islas, entre ellos el de los cruceros que hacen escala y convirtieron el cementerio en una atracción turística, puede formular reclamos en tribunales internacionales y puede exigir una parte del petróleo que se encuentre. Cornwell encuentra dos dificultades en esa estrategia. Una, “Gran Bretaña tiene derecho a explotar cualquier reserva de petróleo o gas en aguas territoriales de las Falklands”. Otra, la fuerte presencia de tropas británicas y navíos harían improbable una acción militar argentina.

lunes, 22 de febrero de 2010

Que se vayan todos



Por Santiago O’Donnell (Página 12, Buenos Aires)

Tea Party. Que se vayan todos. Es la manera más fácil de entender este movimiento nuevo que barre las praderas de Estados Unidos, el Tea Party Movement. Hay crisis, la gente está enojada. Un diario todavía poderoso, el New York Times, tiene la ocurrencia de reproducir una encuesta. Uno de cada cuatro norteamericanos tiene una opinión favorable del movimiento Tea Party. Uno de cada tres opina bien de los demócratas y uno de cada dos, de los republicanos. Buena idea la del Times. Impacto inmediato. Ahora que la jauría de la cadena Fox los corre por derecha, los diarios tradicionales tienen que estar atentos a las movidas populistas.
Pero en términos de capital político, el movimiento Tea Party no representa nada.

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La frase “tea party” en Estados Unidos es sinónimo de “rebelión fiscal”, pero nadie ha dejado de pagar sus impuestos. Los adherentes al movimiento dicen que están cansados de pagar y que quieren pagar menos, pero no dicen que no van a pagar más. No tienen líderes orgánicos, no tienen programa, no tienen estructura, ni siquiera salen a cacerolear. Desnudan la debilidad de los partidos políticos pero no se ofrecen como alternativa.
Su actividad se limita a expresiones en foros de Internet y protestas públicas que se hacen en los feriados patrios (ver foto) y el día de cierre para las declaraciones de impuestos en los distintos estados. Su filosofía es algo inconsistente: quieren bajar la deuda pública pagando menos. Lo que se ignora no puede hacer mal: en otra encuesta, el 80 por ciento de los adherentes al movimiento dijeron no saber que el paquete de estímulo de Obama les había bajado los impuestos al 90 por ciento de los estadounidenses. Esas noticias no salen mucho en la Fox, la cadena que promueve descaradamente cada convocatoria de su movimiento.
Tienen, sí, referentes que se valen de la frase y del movimiento para hacer campaña en contra del gobierno. Hablan sencillo, critican a la burocracia de Washington y se quejan todo el tiempo de lo que gasta Obama. Como el melli D’Angeli, acusan al gobierno de ser un enchastre. La más importante es Sarah Palin, la candidata republicana a la vicepresidencia en la última elección. Esa que contestó, cuando le preguntaron por los desafíos de la política exterior: “Tenemos a Rusia... ahí cerca...”, y no pudo agregar nada más.
Tea Party. Suena bien. La frase se refiere al acto fundacional de los Estados Unidos, el equivalente al Cabildo del 25 de Mayo. En 1773, los patriotas de Boston, cansados de pagar impuestos, se suben a un barco y vacían al mar un cargamento de té. Y Boston fue una fiesta, y vino la Guerra de la Independencia, y los padres fundadores plantaron bandera y escribieron la Constitución y Yankee doodle dandy. ¡Viva la patria!
Tea Party para poner al negro ése en su lugar. No es casualidad que el perfil del adherente medio sea blanco, pobre, poco educado, libertario o conservador. Las crisis económicas sacan a relucir el costado xenófobo y racista de las sociedades. Encima Estados Unidos viene de elegir a su primer presidente negro.
Si uno está cansado de verlo sonriendo por televisión, si le molestan los diseños africanos de la primera dama, si está harto de todas esas películas que salieron ahora con un negro haciendo de héroe, si está convencido de que los negros son todos chorros y por eso llenan las cárceles, y si encima lo echaron de su trabajo por la crisis pero imagina que fue por no pertenecer a una minoría protegida, entonces no puede decir “saquemos a patadas de la Casa Blanca a ese negro de mierda.” Lo podrían acusar de racista. Entonces dice “Tea Party” y se entiende igual.
Los negros no estuvieron en el Tea Party de Boston porque estaban en el sur cosechando tabaco y algodón para sus amos. Y nadie le hizo un Tea Party a Bush por llevar el déficit a cifras astronómicas ni por darles un megarrescate a los banqueros de Wall Street. En la Tea Party versión 2010, los negros vendrían a ser los sacos de té que el movimiento quiere tirar por la borda. Porque no es sólo Obama. Obama es la consecuencia de 20 años de Acción Afirmativa que el padre del populismo norteamericano, Ronald Reagan, tuvo a bien abolir en los ’80: las cuotas para las minorías en los empleos, el traslado forzoso de chicos negros pobres a las escuelas de blancos ricos, los fiscales federales enviados a Alabama para dificultar los linchamientos de los seguidores de Martin Luther King, los programas para obligar a los blancos a compartir con los negros el asiento del colectivo. Todo ese gasto en programas estatales para igualar las cosas, y ahora hay un negro en la Casa Blanca que sigue gastando los impuestos que todos tienen que pagar. Y encima rescata a los banqueros y a los dueños de las automotrices y ahora pide otro dineral para reformar el sistema de salud.
Tea Party. Kill the bill. La derecha no tiene muy buenas razones para oponerse a una legislación que bajaría la cuota de las prepagas y extendería la cobertura a más de veinte millones de personas que hoy no la tienen. Salvo que no es momento para grandes gastos porque hay crisis y la gente no quiere pagar más impuestos. Entonces se valen del movimiento para eludir el debate de ideas y gritan “Kill the Bill”, maten la ley de Obama, en los sitios web y las protestas del movimiento. Los legisladores demócratas se asustan. Se vienen las elecciones y no quieren ser víctimas del Tea Party. Bill sigue vivo, esperando el voto del Senado, demócratas y republicanos saben que es la gran batalla política del gobierno de Obama y que muy bien podría definir las próximas presidenciales. Por ahora los demócratas tendrían número si consiguieran ponerse de acuerdo, pero despues de las legislativas del 2011 el porotaje podría cambiar.
Tea Party. No gasten más. En el imaginario popular estadounidense son los demócratas los que gastan y los republicanos los que ahorran. Pero no es tan así. Al principio sí, pero ya no. Primero vino el “New Deal” del demócrata Franklin Roosevelt y sus recetas keynesianas para salir de la Gran Depresión. Después llegó Hoover, el fiscalista republicano, para llenar de agujeros al Estado de bienestar. Más tarde Lyndon Johnson y todo el empuje al movimiento de derechos civiles y sociales de los negros. Después Nixon para decir basta.
Todo cambió con la llegada los populistas de derecha y los demócratas autoproclamados “fiscalmente responsables”. Ahí se dio vuelta la tortilla. Primero vino la “Reagan Revolution” de los republicanos, que disparó el déficit con recortes de impuestos para las empresas y mucho gasto militar. Después llegó el ajuste del demócrata Clinton, que llegó al déficit cero desmembrando el programa espacial, encogiendo al Departamento de Estado y congelando la planta de empleados públicos. Después, con la “cultural revolution” de George W. Bush, volvió el déficit record con descuentos impositivos para los ricos, “vouchers” para escuelas, escudo antimisiles y guerra global.
Después llegó Obama con su discurso de demócrata fiscalmente responsable, pero también de Gran Transformador. Dice que va a terminar con el déficit en cinco o diez años, pero no dice cómo lo va a hacer y cada mes anuncia un nuevo paquetazo. Primero los rescates para salir de la crisis, después la reforma de salud, ahora quiere reconvertir la economía a energía limpia y ayudar a las Pymes. Todos objetivos atendibles, pero caros. Y la gente está asustada. Y algunos no le perdonan que sea negro. Y no le creen que va a cuidar el mango y que no va a subir los impuestos. Ya no les creen ni a los demócratas ni a los republicanos.
Entonces se juntan y gritan ¡Basta! ¡Tea Party! ¡Viva la patria! ¡Kill the bill! Como expresión política no quiere decir mucho, pero sirve para el desahogo. Y para apretar al Congreso para que no siga gastando. No porque piensen que el gasto estatal originó la crisis, sino porque piensan que no es la solución.
Sobre todo gritan ¡Tea Party! para complicarle la vida al negro Obama, que necesita dólares y leyes para hacer política. Que no haga nada, le gritan, que se vaya, que se vayan todos. Tea Party hasta que lleguen tiempos mejores.

El odio



Por Eduardo Aliverti (Página 12, Buenos Aires)

Sí, el tema de estas líneas es el odio. Planteado así, de manera tan seca y contundente, quizás y ante todo deba reconocerse que es más propio de cientistas sociales que de un simple periodista u opinólogo. Pero, precisamente porque uno es esto último, registra que su razonamiento respecto del clima político y social de la Argentina desemboca en algo que ya excede a la mera observación periodística.

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Hay –es probable– una única cosa con la que muy difícilmente no nos pongamos todos de acuerdo, si se parte de una básica honestidad intelectual. Con cuantos méritos y deficiencias quieran reconocérsele e imputarle, desde 2003 el kirchnerismo reintrodujo el valor de la política, como ámbito en el que decidir la economía y como herramienta para poner en discusión los dogmas impuestos por el neoliberalismo. Ambos dispositivos habían desaparecido casi desde el mismo comienzo del menemismo, continuaron evaporados durante la gestión de la Alianza y, obviamente, el interregno del Padrino no estaba en actitud ni aptitud para alterarlos. Fueron trece años o más (si se toman los últimos del gobierno de Alfonsín, cuando quedó al arbitrio de las “fuerzas del mercado”) de un vaciamiento político portentoso. El país fue rematado bajo las leyes del Consenso de Washington y la rata, con una audacia que es menester admitirle, se limitó a aplicar el ordenamiento que, por cierto, estaba en línea con la corriente mundial. También de la mano con algunos aires de cambio en ese estándar, y así se concediera que no quedaba otra chance tras la devastación, la etapa arrancada hace siete años volvió a familiarizarnos con algunos de los significados que se creían prehistóricos: intervención del Estado en la economía a efectos de ciertas reparaciones sociales; apuesta al mercado interno como motor o batería de los negocios; reactivación industrial; firmeza en las relaciones con varios de los núcleos duros del establishment. Y a esa suma hay que agregar algo a lo cual, como adelanto de alguna hipótesis, parecería que debe dársele una relevancia enorme. Son las acciones y gestos en el escenario definido como estrictamente político, desde un lugar de recategorización simbólica: impulso de los juicios a los genocidas; transformación de la Corte Suprema; enfriamiento subrayado con la cúpula de la Iglesia Católica; Madres y Abuelas resaltadas como orgullo nacional y entrando a la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales; militancia de los ’70 en posiciones de poder. En definitiva, y –para ampliar– aun cuando se otorgara que este bagaje provino de circunstancias de época, sobreactuaciones, conciencia culposa o cuanto quisiera argüirse para restarles cualidades a sus ejecutores, nadie, con sinceridad, puede refutar que se trató de un “reingreso” de la política. Las grandes patronales de la economía ya no eran lo único habilitado para decir y mandar. Hasta acá llegamos. Adelante de esta coincidencia que a derecha e izquierda podría presumirse generalizada, no hay ninguna otra. Se pudre todo. Pero se pudre de dos formas diferentes. Una que podría considerarse “natural”. Y otra que es el motivo de nuestros desvelos. O bien, de una ratificación que no quisiéramos encontrar.

La primera nace en el entendimiento de la política como un espacio de disputa de intereses y necesidades de clase y sector. Por lo tanto, es un terreno de conflicto permanente, que ondula entre la crispación y la tranquilidad relativa según sean el volumen y la calidad de los actores que forcejean. Este Gobierno, está claro, afectó algunos intereses muy importantes. Seguramente menos que los aspirables desde una perspectiva de izquierda clásica, pero eso no invalida lo anterior. Tres de esos enfrentamientos en particular, debido al tamaño de los bandos conmovidos, representan un quiebre fatal en el modo con que la clase dominante visualiza al oficialismo. Las retenciones agropecuarias, la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales. Ese combo aunó la furia. Una mano en el bolsillo del “campo”; otra en uno de los negociados públicos más espeluznantes que sobrevivían de los ’90, y otra en el del grupo comunicacional más grande del país, con el bonus track de haberle quitado la televisación del fútbol. De vuelta: no vienen al caso las motivaciones que el kirchnerismo tenga o haya tenido y no por no ser apasionante y hasta necesario discutirlas, sino porque no son aquí el objeto de estudio. Es irrebatible que ese trío de medidas –y algunas acompañantes– desató sobre el Gobierno el ataque más fanático de que se tenga memoria. Hay que retroceder hasta el segundo mandato de Perón, o al de Illia, para encontrar –tal vez– algo semejante. Potenciados por el papel aplastante que adquirieron, los medios de comunicación son un vehículo primordial de esa ira. El firmante confiesa que sólo la obligación profesional lo mueve a continuar prestando atención puntillosa a la mayoría de los diarios, programas radiofónicos, noticieros televisivos. No es ya una cuestión de intolerancia ideológica sino de repugnancia, literalmente, por la impudicia con que se tergiversa la información, con que se inventa, con que se apela a cualquier recurso, con que se bastardea a la actividad periodística hasta el punto de sentir vergüenza ajena. Todo abonado, claro está, por el hecho de que uno pertenece a este ambiente hace ya muchos años, y entonces conoce los bueyes y no puede creer, no quiere creer, que caigan tan bajo colegas que hasta ayer nomás abrevaban en el ideario de la rigurosidad profesional. Ni siquiera hablamos de que eran progresistas. La semana pasada se pudo leer que los K son susceptibles de ser comparados con Galtieri. Se pudo escuchar que hay olor a 2001. Hay un límite, carajo, para seguir afirmando lo que el interés del medio requiere. Gente de renombre, además, que no se va a quedar sin trabajo. Gente –no toda, desde ya– de la que uno sabe que no piensa políticamente lo que está diciendo, a menos que haya mentido toda su vida.

Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, todavía estamos en el campo de batalla “natural” de la lucha política; es decir, aquel en el que la profundidad o percepción de unas medidas gubernamentales, y del tono oficialista en general, dividieron las aguas con virulencia. Son colisiones con saña entre factores de poder, los grandes medios forman parte implícita de la oposición (como alternativamente ocurre en casi todo el mundo) y no habría de qué asombrarse ni temer. Pero las cosas se complican cuando nos salimos de la esfera de esos tanques chocadores, y pasamos a lo que el convencionalismo denomina “la gente” común. Y específicamente la clase media, no sólo de Buenos Aires, cuyas vastas porciones –junto con muchas populares del conurbano bonaerense– fueron las que el 28-J produjeron la derrota electoral del kirchnerismo. ¿Hay sincronía entre la situación económica de los sectores medios y su bronca ya pareciera que crónica? Por fuera de la escalada inflacionaria de las últimas semanas, tanto en el repaso del total de la gestión como de la coyuntura, los números dan a favor. En cotejo con lo que ocurría en 2003, cuando calculado en ingresos de bolsillo pasó a ser pobre el 50 por ciento del país, o con las marquesinas de esta temporada veraniega, en la que se batieron todos los records de movimiento turístico y consumo, suena inconcebible que el grueso de la clase media pueda decir que está peor o que le va decididamente mal. Pero eso sería lo que en buena medida expresaron las urnas, y lo que en forma monotemática señalan los medios.

Veamos las graduaciones con que se manifiesta ese disconformismo. Porque podría conferirse la licencia de que, justamente por ir mejor las cosas en lo económico, la “gente” se permite atender otros aspectos en los que el oficialismo queda muy mal parado, o apto para las acusaciones. Ya se sabe: autoritarismo, sospechas de corrupción, desprecio por el consenso, ausencia de vocación federalista, capitalismo de amigotes y tanto más por el estilo. Nada distinto, sin ir más lejos, a lo que recién sobre su final se le endilgó a Menem y su harén de mafiosos. ¿Qué habrá sucedido para que, de aquel tiempo a hoy, y a escalas tan similares de bonanza económica real o presunta, éstos sean el Gobierno montonero, la puta guerrillera, la grasa que se enchastra de maquillaje, los blogs rebosantes de felicidad por la carótida de Kirchner, los ladrones de Santa Cruz, la degenerada que usa carteras de 5 mil dólares, la instalación mediática de que no llegan al 2011, el olor al 2001, el uso del avión presidencial para viajes particulares? ¿Cómo es que la avispa de uno sirvió para que se cagaran todos de la risa y las cirugías de la otra son el símbolo de a qué se dedica esta yegua mientras el campo se nos muere? ¿Cómo es que cuando perpetraron el desfalco de la jubilación privada nos habíamos alineado con la modernidad, y cuando se volvió al Estado es para que estos chorros sigan comprándose El Calafate? Pero sobre todo, ¿cómo es que todo eso lo dice tanta gente a la que en plata le va mejor?

Uno sospecharía principalmente de los medios. De sus maniobras. De que es un escenario que montan. Pues no. Por mucho que haya de eso, de lo que en verdad sospecha es de que el odio generado en las clases altas, por la afectación de algunos de sus símbolos intocables, ha reinstalado entre la media el temor de que todo se vaya al diablo y pueda perder algunas de las parcelas pequebú que se le terminaron yendo irremediablemente ahí, al diablo, cada vez que gobernaron los tipos a los que les hace el coro.

Debería ser increíble, pero más de 50 años después parece que volvió el “Viva el Cáncer” con que los antepasados de estos miserables festejaron la muerte de Eva.

sábado, 20 de febrero de 2010

La extrema derecha discute vías para alcanzar el poder en EE.UU.


Por Antonio Caño, corresponsal en EE.UU (El País, Madrid)

Estimulada por la pujanza de un movimiento que en estos momentos domina la vida política en Estados Unidos, la extrema derecha norteamericana se reúne este fin de semana en Washington en una conferencia que pretende imponer el control sobre el Partido Republicano y decidir la suerte de las próximas elecciones. El objetivo de esta conferencia es el de convertir lo que hasta ahora es un movimiento disperso en una fuerza cohesionada capaz de conseguir el poder.
Les une el odio al 'aparato' del Estado y una oposición radical a Obama.

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La cita se produce en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), una institución que se reúne anualmente con el fin de discutir y actualizar el ideario conservador. El año pasado, pocas semanas después de la toma de posesión de Barack Obama, esta conferencia fue un cementerio en el que el abatimiento general hacía presagiar una larga etapa de depresión. Tan sólo un año después, la reunión se ha llenado de nueva energía y nuevos rostros que anuncian, como decía ayer John O'Hara, uno de los organizadores de la reciente convención de los Tea Party, "el triunfo de esta contrarrevolución".
Desde el jueves hasta hoy participan en la conferencia los nuevos héroes de la derecha, como Scott Brown, el reciente senador de Massachusetts, y Dick Armey, el presidente de FreedomWorks (el embrión de los Tea Party), alguna vieja leyenda, como el ex vicepresidente Dick Cheney, y un símbolo del futuro inmediato, el ex gobernador Mitt Romney, el más convincente candidato presidencial republicano hasta ahora.
Abrieron y cerrarán las sesiones dos grandes figuras en alza: Marco Rubio, un joven ultracatólico de origen cubano que puede ser el próximo senador de Florida, y Glenn Beck, el pintoresco presentador de televisión que se ha convertido en el galvanizador, símbolo y portavoz de todo este movimiento. Rubio encendió a la audiencia cuando proclamó: "Nuestros derechos no emanan del Estado, emanan de Dios". Entre las ausencias, la más destacada es la de John McCain, una de las bestias pardas de estos grupos. Sarah Palin decidió no acudir para no excederse en protagonismo, pero su espíritu está presente en los salones del hotel donde se celebran las sesiones y no se descarta aún una visita sorpresa.
La conferencia está dividida en sesiones destinadas a temas como los siguientes: "el secretismo de Obama: cómo encontrar los archivos que el Gobierno esconde", "la lucha contra la tiranía de Washington", "la resistencia a los recaudadores de impuestos", "cómo salvar la libertad amenazada", "la guerra a la inmigración ilegal", "la rendición de Obama ante la Yihad y Ahmadineyad". En fin, todo gira en torno a una oposición radical a Obama, un odio feroz al aparato del Estado y una presunta defensa de los supuestos valores tradicionales frente a la pretendida amenaza de las élites culturales, los medios de comunicación, Hollywood, los inmigrantes y las influencias extranjeras.
Pero el asunto central de debate es la forma de conciliar la plataforma radical del Tea Party con las necesidades del Partido Republicano. En varios Estados, los Tea Party apoyan para las legislativas de noviembre a candidatos diferentes a los que oficialmente respaldan los republicanos. Una de las opciones defendidas en esta conferencia es la de, simplemente, cortar todos los lazos con el partido y presentar candidatos en listas propias. Pero la que más parece prosperar estos días es la de intentar conciliar intereses en plataformas y con candidatos conjuntos. Los Tea Party tampoco aceptan ser absorbidos sin más en la estructura del partido.
"No necesitamos nada de ellos [los republicanos]. Son ellos los que tienen que venir y demostrarnos que se merecen nuestra confianza", dijo Dick Armey. Como explica el veterano comentarista conservador Patt Buchanan, "esta conferencia es como los comisarios del Ejército Rojo: han puesto una ametralladora en la retaguardia y van a disparar contra todo soldado que huya; ningún republicano que vote por más impuestos volverá a casa sano".
El máximo representante del partido en la reunión, John Boehner, líder del grupo republicano en la Cámara de Representantes, garantizó que su organización no va a tratar de cooptar a los Tea Party. "Mientras yo sea su líder, los vamos a respetar y vamos a caminar junto a ellos".

La guerra de los medios



Por Luis Bruschtein (Página 12, Buenos Aires)

La guerra declarada entre la corporación mediática y el Gobierno cerró mucho los márgenes y las brechas por donde se había filtrado hasta ahora la mejor expresión de la diversidad informativa. La Nación dice que Cristina Kirchner no estuvo presa como ella dijo. Y el que diga lo contrario es un despreciable oficialista. Aun cuando después el diario reconoció que sí había estado detenida. Es decir que para hacer verdadero periodismo hay que coincidir contra el Gobierno aunque sea en la mentira. Y saber que la desmentida no es importante, porque lo que importa es el daño que se produjo al enemigo.

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Perfil ha publicado notas donde un supuesto ex psicólogo personal de la Presidenta, al que nunca se identifica, se explaya sobre la supuesta “bipolaridad” del carácter presidencial. Todo es supuesto y nada se comprueba. La bipolaridad es una enfermedad psiquiátrica, es algo comprobable. Pero se pueden hacer artículos de tapa con estupideces de ese tipo. Y el que no está de acuerdo con esa manipulación, o se atreve a decir que eso no es serio, es una mierda oficialista. O poner un periodista y un fotógrafo a perseguir a la hija adolescente de los Kirchner para después publicar estupideces sobre los sociales de la piba. Decir que eso no es ético no es ser oficialista y no decirlo no es ser opositor, sino corporativo. Son golpes bajos.
En Clarín no se puede encontrar un solo titular “objetivo” y mucho menos favorable. Esta semana había un título que decía algo así: “Por el impuestazo tecnológico, X fabricará celulares en Tierra del Fuego”. El impuestazo es un arancel que aprobó el Congreso para favorecer la industria nacional, y que X haya decidido fabricar celulares en Argentina es uno de los logros más importantes de esa medida. Pero si se la califica de “impuestazo tecnológico”, la carga es sin duda negativa. El resultado en ese caso era esquizofrénico, pero en general todo está tan forzado que hasta resulta ridículo y cansador. Y la misma carga forzada está en las preguntas de los movileros, las columnas de opinión y los noticieros de los canales y las radios que pertenecen a los multimedia más importantes. Se han hecho decenas de tapas con profecías apocalípticas que nunca se cumplieron. Se anunció varias veces que se disparaba el dólar, que se importaría carne o trigo, que habría una crisis energética terminal. Ninguna de esas advertencias se cumplió. Ninguno de los que las anunciaron se disculpó o se explicó. Los medios que les dieron los titulares de tapa nunca se preocuparon por informar que el Apocalipsis se había postergado.
Resulta hasta vergonzoso constatar la falta total de diversidad que existe en la propuesta mediática. Y al mismo tiempo es alarmante la uniformidad corporativa con la que actúa el mundo de la información comercial. No se está discutiendo si este gobierno es bueno o es malo. Lo que nadie dice es que discutir si la Presidenta miente cuando afirma que estuvo detenida (lo cual además fue verdad) es una estupidez. Hacer titulares sobre la bipolaridad de Cristina y las fiestas de chiquilines de Florencia Kirchner es una estupidez y hasta una bajeza. Son todos recursos periodísticos de bajo nivel.
A pesar de la pobreza de esos recursos, la masividad y la potencia con que se difunden han logrado empujar el canon periodístico a situaciones similares, aunque extremas, a las que primaron durante la guerra de Malvinas. Para los grandes medios, esa etapa tuvo después un costo alto de credibilidad y varios de los periodistas de la televisión lo pagaron con el descrédito y la expulsión de la pantalla.
Así como en aquel momento nadie se atrevía a contradecir ese canon de triunfalismo malvinero, ahora, para este esquema corporativo de grandes multimedia actuando en bloque, cualquiera que no acepta el nuevo paradigma de “periodista independiente” es un oficialista corrupto. Hay sociólogos que estudian las instituciones de la democracia republicana. El lugar de los medios nunca es claro. Son parte empresas, parte institución pública. La empresa usa esa ambigüedad cuando le conviene. Pero la información que mueve a una sociedad se genera allí. Nadie habla del corrimiento absurdo de los parámetros informativos. ¿O para hablar de eso hay que ser oficialista? O mejor dicho: el que hable de eso será acusado de oficialista. ¿Para ser “periodista independiente” hay que ser reaccionario, conciliar con la mentira y la deformación ostensible de las noticias? En todo caso, se trata de la necesidad de democratizar la información, de buscar la diversidad, pero eso para el canon es atentar contra la libertad de prensa.
El trabajo de los periodistas que no coinciden con las líneas editoriales de los medios donde se desempeñan ha sido buscar las brechas que se producen en ese tejido por la necesidad del medio de construir credibilidad. Siempre han sido márgenes estrechos, pero la polarización tan fuerte los ha reducido aún más. Son poquísimos los periodistas que no se alinean con las empresas en su expresión más extrema, más partidista y menos profesional. Es muy difícil soportar esa presión no sólo laboral sino también ambiental. Siempre es más fácil ir para donde va la corriente. Les sucede incluso a periodistas que comenzaron sus carreras con la ilusión de aportar una mirada diferente y ahora resulta patética la forma en que finalmente han sumado su voz al esquema corporativo. La excusa emblema es la “independencia”, no se aclara de qué, aunque se sobreentiende que sólo se trata del Gobierno, lo cual es funcional para coincidir con las empresas o con los anunciantes, de los cuales se “depende”. No es un problema de convicción o de servicio, es de “independencia”. Nadie era más independiente que los viejos condottieri que podían estar a las órdenes del Papa o en su contra, según quien pagara más o lo contratara primero. La excusa emblema de la independencia es tan infantil como la de la “objetividad”.
Cuando el canon de época llega a este extremo tan forzado, los cambios suelen ser bruscos y lo que ahora tiene la fuerza de la uniformidad indiscutible se transforma en la herramienta de ocultación de una verdad que luego resulta obvia, aunque en el momento no se haya visualizado por ese smog cultural. Así sucedió en los ’70 tras la hegemonía cultural gorila de quince años que había invisibilizado fusilamientos y bombardeos del antiperonismo a la población civil. Lo mismo sucedió durante la dictadura y la guerra de Malvinas. En los ’70, la reacción a esa hegemonía forzada fue la peronización de las clases medias y el retorno de Perón. Y en los ’80 fueron los juicios por Malvinas y por los derechos humanos. Esos cambios bruscos fueron la reacción contra una imagen virtual hegemónica construida por los medios sobre la maldad intrínseca de Perón y el peronismo y la superioridad moral de la casta militar sobre la sociedad civil. La sociedad atravesó esas imágenes como si rompiera una pantalla, porque el hilo de credibilidad que las sustentaba era muy tenue. Más tenue es ese hilo cuanto más forzada es la imagen que se construye y la reacción contraria de la sociedad también es más fuerte.
El debate sobre los medios, que abrió la ley de servicios audiovisuales, recién ha comenzado, justamente porque a partir de esa ley el flujo de la información ha sido utilizado abiertamente como ráfaga de ametralladora contra el Gobierno en una guerra donde todo vale. Para los periodistas debería ser una preocupación, porque se rompen reglas de juego y porque en definitiva correrán el riesgo de ser los fusibles de un cambio de época, como sucedió en los ‘80.

lunes, 15 de febrero de 2010

Wall Street encubrió a Grecia



La noticia de que Grecia ha engañado durante años a la Unión Europea sobre la verdadera situación de sus finanzas con la ayuda, nada despreciable, de Goldman Sachs sigue trayendo consecuencias. Ante una situación que afecta directamente al prestigio del Eurostat, la Comisión Europea ha presentado este lunes una propuesta legislativa para que su oficina estadística pueda auditar las cuentas públicas de los Estados miembros con el fin de evitar que se reproduzcan este tipo de escándalos.
"Esta propuesta para dar a Eurostat poderes de auditoría reforzará sustancialmente la capacidad de la UE para refutar la comunicación incorrecta de datos estadísticos", ha asegurado el comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, en un comunicado. En todo caso, Rehn ha insistido en que "cada Estado miembro tiene la responsabilidad de enviar información fiable y exacta sobre sus presupuestos y finanzas públicas".

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Bancos de inversión estadounidenses ayudaron a los gobiernos de Grecia y de otros países europeos a encubrir la magnitud de sus deudas mediante operaciones similares a las que causaron la crisis de las hipotecas "subprime", según informa The New York Times. Con el apoyo de Wall Street, dice el diario, Grecia logró eludir durante diez años los límites de deuda pública impuestos a sus socios por la Unión Europea.
Una investigación del periódico desvela el papel desempeñado por los bancos de inversión estadounidenses en una crisis que ha hecho tambalearse la cotización del euro y ha puesto en duda la solvencia de varios países europeos, entre ellos España. The New York Times denuncia que Goldman Sachs intentó ayudar al Gobierno de Yorgos Papandreu a eludir los controles de Bruselas pocas semanas antes de que el nerviosismo se apoderase de los mercados internacionales.
A principios de noviembre, cuando Atenas comenzaba a situarse en el punto de mira de los inversores, analistas y medios de comunicación especializados, un equipo de Goldman Sachs llegó a Atenas para presentar una propuesta a unas autoridades agobiadas por las deudas, según relatan las fuentes de The New York Times. Capitaneados por el presidente de Goldman Sachs, Gary D. Cohn, los ejecutivos ofrecieron a sus interlocutores griegos un instrumento para aplazar durante años la deuda del sistema público de asistencia sanitaria. El periódico asemeja la operación a las ampliaciones de hipoteca que solicitan los ciudadanos incapaces de hacer frente a los pagos de sus tarjetas de crédito y otras facturas.
Antecedentes
Ese modelo había funcionado anteriormente, según The New York Times. En 2001, justo después de que Grecia se integrara en la zona euro, Goldman Sachs ayudó al Gobierno de Atenas a conseguir miles de millones de euros en financiación. La operación, que se ocultó la luz pública presentándola como si fuera un intercambio de divisas en lugar de un préstamo, ayudó a Atenas a cumplir los objetivos de déficit mientras seguía gastando por encima de sus posibilidades. Atenas, finalmente, no accedió a la segunda propuesta.
The New York Times subraya que como ya ocurriera con la crisis de las hipotecas basura en EE UU y el colapso del gigante de los seguros AIG, los derivados financieros desempeñaron un papel clave en el aumento de la deuda griega. Instrumentos desarrollados por Goldman Sachs, JPMorgan Chase y otros bancos permitieron a los políticos de Grecia, Italia y probablemente de otros países enmascarar más préstamos, asegura el periódico neoyorquino.
En docenas de operaciones transatlánticas, los bancos dieron dinero a los Gobiernos a cambio de promesas de pago aplazado. Para ocultar estas maniobras, los Gobiernos dejaban las deudas fuera de sus respectivos balances. A cambio, Grecia tuvo que ceder varios años de ingresos en tasas aeroportuarias y loterías. Este tipo de acuerdos, que no quedan registrados como préstamos, llevaban a engaño a los inversores y a los reguladores sobre la solvencia de un país. Algunas de las operaciones se bautizaron con nombres de la mitología griega, como Eolo, dios del viento.
Nada ilegal
The New York Times hace hincapié en que no hay nada ilegal en estas operaciones, pero pone de relieve cómo los bancos de inversión de Wall Street han conseguido cuantiosos beneficios a costa de gobiernos dispuestos a endeudarse más allá de lo que dicta la prudencia. En la operación de 2001, por ejemplo, Goldman Sachs cobró 300 millones de dólares al Gobierno griego.
Una de las consecuencias de la crisis desatada por los problemas financieros griegos es que países como España, Italia y Portugal tienen que pagar más para financiarse.

(Publicado en El País, Madrid)

La deuda soberana pesa cada vez más sobre la zona euro


Por Brian Blackstone (The Wall Street Journal)

Frankfurt.- En momentos en que los funcionarios europeos lidian con el problema inmediato de cómo evitar una cesación de pagos de la deuda soberana entre los miembros más débiles de la zona euro, los gobiernos contemplan una batalla a largo plazo para pagar su deuda.
Grecia, España y los otros rezagados fiscales de Europa que no tienen la posibilidad de mantenerse a flote con una devaluación de sus monedas como lo hacían antes de unirse a la zona euro se enfrentan a un escenario en el que el costo de sus deudas pesa sobre sus economías, ya afectadas por una reducción de la recaudación impositiva, un aumento de las necesidades de gasto social y una productividad rezagada. Bajo intensa presión de los mercados financieros, los inversionistas podrían mostrarse reacios a comprar bonos gubernamentales sin una prima generosa, que hundiría a los países con aún más deuda.

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Algunos economistas advierten que las perspectivas de un malestar económico prolongado en los países afectados, que podría devaluar la economía europea en su conjunto, persistirá durante muchos años, incluso si los funcionarios europeos logran resolver la crisis de financiación inmediata de Grecia.
Eso es así porque los enormes pagos de intereses de deuda que deben realizar países como Grecia para cumplir con los términos de sus obligaciones probablemente limiten el gasto en otras áreas que podrían ayudar a impulsar sus economías.
"Si (los inversionistas) comienzan a pensar en perspectivas a mediano plazo para la economía y el nivel de deuda, quizás las preocupaciones podrían extenderse a Italia y Bélgica", que tienen una deuda alta como porcentaje de su Producto Interno Bruto, afirma Ben May, economista de la consultora Capital Economics, en Londres. Incluso Francia está en la mira, advierte la firma, porque pidió prestado más como porcentaje de su economía que cualquier otro país europeo, con excepción de España, Grecia e Irlanda. Además, una gran parte de su deuda pendiente vence este año.
Cuando la deuda de un país alcanza a equivaler al 90% de su producción económica anual, como ocurrió en Grecia, las tasas de crecimiento económico se reducen, en promedio, en un punto porcentual al año, según una investigación de los economistas Carmen Reinhart, de la Universidad de Maryland, y Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard.
El problema es más agudo tras crisis financieras, cuando los ingresos fiscales tienden a reducirse y los gastos se disparan a medida que los gobiernos intentan amortizar el golpe.
"Luego de una ola de crisis financieras, en especial en centros financieros, empiezan a repuntar los incumplimientos de pagos", indicó Reinhart en una entrevista reciente. "Se da un salto de una crisis financiera a una crisis de deuda soberana. Creo que estamos en presencia de un período donde esa clase de escenario es muy probable".
Los países en mayor riesgo en Europa son Grecia ?que según prevé la Comisión Europea alcanzaría una proporción entre deuda y PIB de 120% este año?, Irlanda y Portugal.
Se prevé que España, que ingresó a la crisis con una proporción de deuda a PIB por debajo de 40%, alcance el 66% este año y 74% para fines de 2011.
Estos países no son casos aislados. Algunas de las mayores economías del mundo, incluidas las de EE.UU., el Reino Unido y Japón, ya superaron la marca de 90% o lo harán pronto, lo que sugiere que el peso de la deuda soberana sobre las economías será global. Por ahora, los inversionistas parecen confiar en que el sólo poder de estos países y la autonomía de sus bancos centrales les permitirán sobrevivir. La mayoría de los países tienen bancos centrales que pueden, en un minuto, imprimir dinero y comprar deuda del gobierno, algo que el Banco Central Europeo no puede hacer.

Momento para reacomodar



Por Eduardo Aliverti (Página 12, Buenos Aires)

Debe atenderse al fuerte cambio de enfoque noticioso que se produjo entre el mes pasado y lo que va de éste.

Durante enero, la novela de Redrado sirvió para que se hablase, otra vez, de la diferencia entre el clima económico y el político. Mientras el primero estaba en positivo, con una temporada turística brillante y notables niveles de consumo, la situación institucional fue pintada como poco menos que caótica al mentarse un choque de poderes. Esto no tuvo ni tiene nada de inocente: construir el sentido de que el Banco Central es un poder “autónomo” significa, ipso pucho, que se le confiere un rango similar al de los otros tres. Y en consecuencia, también de modo automático y subliminal, queda establecido que esa institución es una suerte de Estado independiente, en condiciones de manejar el valor de la moneda como mejor le parezca. El abecé del manual de cualquier conservador de estas pampas. Esa diferencia, entre la percepción de una clase media que andaba de parabienes consumistas y un escenario político atormentado, permite inferir que el “caso Redrado/Fondo del Bicentenario” fue, visto desde el interés masivo, mucho más una amplificación mediática que una inquietud popular. Como en otras oportunidades, a falta de poder entrarle al oficialismo desde la marcha de la economía, la oposición y los enormes medios periodísticos que la integran optaron por ensanchar las vetas críticas del funcionamiento “político”: autoritarismo y desprolijidad en la pretensión de usar las reservas para pagar deuda, enriquecimiento ilícito de los K, el hotel de El Calafate (al que a esta altura ya pareciera que le hacen el chivo gratis porque, de otra forma, es dificultoso entender qué aportan esas notas descriptivas de sus lujosos servicios, como si eso no estuviera subsumido en la denuncia de que Kirchner se gastó en él 2 millones de dólares. ¿Para qué se va a gastar esa carrada de plata? ¿Para comprarse un telo en el Once?). Sin perder de vista que esta suma de ofensivas justificadas e injustas, ridículas y legítimas, cuentan con el precioso aporte del mismo matrimonio, gracias a ese desdén por las formas con el que después la derecha se hace un picnic, ¿cuánto de todo esto, en realidad, pega en “la gente”?

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Es complicado saberlo, y sobre todo si se lo quiere medir en impacto electoral. Se supone que les ratifica el odio visceral a quienes, aunque les vaya mejor que nunca, arremeten contra los K por un cúmulo de razones tanto de tilinguería como de acción corporativa, y que van desde denostar los zapatos y las carteras de Cristina hasta la afirmación de que la Ley de Medios Audiovisuales implica una avanzada totalitaria de tinte comunista. Y se supone que a una mayoría del resto de “la gente” todo eso le importa algo así como tres pitos, en una sociedad en la que el culto al “roba pero hace” ya llegó a demostrar que Menem pudo gobernar diez años consecutivos. Encima, imparcialmente nadie puede decir, con mínima seriedad, que el grueso social está peor que hace siete años. Si se quiere, puede decirse que es un país más desigual que entonces porque se amplió la brecha entre quienes más y menos ganan. Pero no más pobre, ni con más pobres. Y ni que hablar si el conjunto de la oposición, que en verdad no llega a ser un rejuntado porque rige ante todo su campeonato de egos, es un cambalache que no ofrece alternativa alguna. O sí: la vuelta a los ‘90, pero guay de explicitarlo así.

Ahora bien: como a “la gente” no sólo le va como le va sino como le parece que le tiene que ir y/o como los medios le dicen que le está yendo, una cosa, como caso, es lo que sucedió en enero; y otra, aquello con lo que febrero se planta. Siempre como hipótesis, la novela con Redrado no les movió mayormente el amperímetro a la realidad y la sensación populares. Las reservas del Central, el papel de héroe victimizado del Golden Boy, las idas y vueltas sobre si había que decapitarlo de una o aislarlo mediante mecanismos más escrupulosos, suenan a temática que queda lejos del interés público. Muy por el contrario, si el kilo de asado se arrima a los 30 pesos, y las frutas viajan a las nubes, y encima se viene el colegio de los chicos y avisan de un saque bravo en los materiales escolares, el cómo nos dicen que nos va se muda a cómo nos va o puede ir realmente. Por supuesto, esto no quiere decir que detrás de la escalada inflacionaria –o adelante, más bien– no esté la mano de los monopolios y oligopolios que determinan la formación de los precios; y el aprovechamiento que hacen de ello los grupos concentrados de la comunicación opositora, para horadar al Gobierno. Como fuere, la carne se fue donde se fue, el resto también y si, para más, la vocería oficialista no tiene mejor idea que hablar de “reacomodamiento” y exceso de lluvias...

Si se tiene en cuenta que el proceso electoral ya comenzó, registrando incluso la reaparición del Menem blanco santafesino, el blanqueo del Gardener de Mendoza en su foto con la cúpula radical y hasta la salida de ultratumba de Domingo Cavallo, para apoyar al primero, apreciado desde los intereses kirchneristas no les queda otra que cortar por lo sano. Y meter el cuerpo entero hacia la intervención en eso que el eufemismo por concentración productiva denomina “los mercados productores”. Hay explicaciones coyunturales atendibles, como las secuelas catastróficas de la sequía en la liquidación de stock vacuno. Hay otras de estructura, de las que el Gobierno se tiene que hacer cargo, como la ausencia de una política agropecuaria que impidiera la transformación del país en una alfombra de soja. Pero como quiera que sea, el proceso de cambio progre–distributivo que, más o menos a los tumbos, vive la Argentina (dentro, entendámonos, de las restricciones impuestas por un modelo capitalista), sufre la amenaza de sectores salvajes. Parcelas de la clase dominante que, en lo económico, no tienen prurito alguno en maximizar a como sea su tasa de ganancia. Y que en lo político, aunque todavía como mamarracho, tampoco disponen de vergüenza alguna para, llegado el caso, llevarse puesto al Gobierno aun a costa de re-diseñar un proyecto de exclusión mucho más agresivo que lo que marcan las deudas sociales de esta experiencia kirchnerista.

Así no se coincida con eso de que esto no es de izquierda, pero que no hay nada a la izquierda de esto (en términos de probabilidades de acceso al poder), por lo menos debería aceptarse que es muchísimo lo que hay hacia la derecha. El progresismo en general y algunas de sus franjas en particular que juegan al nacionalismo revolucionario, tal vez debieran medir mejor la correlación de fuerzas realmente existente. Y de seguro el Gobierno debería contribuir dejando de espantar a los susceptibles de ser propios a la par de acumular ajenos obvios. Lo cual será difícil si, en lugar de ampliar su base de sustentación, continúa la apuesta de refugiarse en cuitas como –entre otras– los barones peronistas del conurbano o la manipulación grosera del Indec.

Matrimonio gay



Por Paz & Rudy (Página 12, Buenos Aires)

domingo, 14 de febrero de 2010

Lo que tienen en común los genocidios



Por Luisa Corradini, corresponsal en Francia (La Nación, Buenos Aires)

París.- Poco días antes de viajar a París, el juez federal Daniel Rafecas dispuso que se enjuiciara al ex presidente de facto Jorge Rafael Videla por 30 homicidios, 552 privaciones ilegítimas de la libertad y 264 casos de tormentos.

Mientras Videla esperaba su juicio detenido en una unidad del Servicio Penitenciario Federal en Campo de Mayo, Rafecas se subió al avión en compañía de otros 19 jueces federales. Entre ellos también estaba Carlos Rozanski, presidente del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, que en 2006 había condenado a prisión perpetua al ex director de Investigaciones de la Policía Miguel Osvaldo Etchecolaz y, más recientemente, al sacerdote Christian Von Wernich.

Después de meses consagrados a leer, escuchar y, sobre todo, decidir sobre los insondables horrores de la naturaleza humana, ese viaje a la capital francesa bien podría haber sido para ambos hombres la ocasión de alejarse de tanta tensión visitando museos o exposiciones.

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Pero no fue así. Rafecas, Rozanski y el resto de sus colegas argentinos vinieron a París para participar en un seminario sobre genocidio, organizado por el Memorial de la Shoá (Holocausto), una institución con 60 años de experiencia, especializada en aspectos como la preservación de la memoria, homenaje a las víctimas o gestión de documentos y archivos. Durante cinco días, estimulados por la intervención de especialistas de primer nivel internacional, los 20 jueces reflexionaron sobre las similitudes del caso argentino con otros genocidios de la historia del siglo XX.

"Todos los genocidios. No sólo el Holocausto. También se habló de Ruanda, de Sudáfrica y, naturalmente, de la Argentina. Las similitudes entre el terrorismo de Estado en nuestro país y el régimen nazi son aterradoras ", explicaron durante una charla en París con LA NACION pocas horas antes de iniciar el regreso.

Rozanski relata que, en el desarrollo del seminario, mientras iban escuchando detalles de cómo se gestó todo el proceso nazi, cómo se llevo adelante, cuáles fueron sus prioridades, cómo definieron a la futura víctima, a medida que se avanzaba, cada uno de ellos iba diciendo pero esto lo conozco... La metodología, el sistema de razonamiento, la lógica utilizada... todo coincidía, dice Rozanski. Un decreto nazi explica, por ejemplo, por qué los familiares no tienen que saber dónde están sus seres queridos: para generar terror.

Para Rafecas, hasta lo que se llamó "la solución final" durante el nazismo tiene punto de contacto con la historia local. "Si uno analiza históricamente cuál fue la relación entre los sucesivos estados autoritarios en la Argentina durante los años 60 y 70, advierte que durante esos períodos se ensayaron distintas formas de contener la disidencia política: apelando a tribunales especiales, a legislaciones feroces como la pena de muerte, a bandas paramilitares. Hasta que, el 24 de marzo de 1976, la dictadura de Videla instaura lo que se puede definir como "la solución final" de la cuestión subversiva. Hasta en esta cuestión tan central se puede trazar también una suerte de paralelismo de la lógica de los dictadores argentinos con la lógica nazi", reflexiona.

Visiblemente conmovidos por una visita relámpago realizada la víspera a los campos de exterminio nazi de Auschwitz, Rafecas y Rozanski -cuya familia es precisamente de origen polaco- aceptaron hablar sin tapujos del lento, "lentísimo" proceso de democratización de la justicia argentina, sometida "hasta ahora incluso" a desviaciones racistas, políticas y antisemitas.

-¿Se puede ser juez en la Argentina y ser antisemita?

-Sí, lamentablemente.

Con desarmante naturalidad, este juez de 42 años responde sin la menor hesitación, para sorpresa de sus pares. Hasta Rozanski parece conmovido por su nivel de franqueza. Sin embargo, colegas, colaboradores y allegados que lo conocen bien saben que no hay de qué asombrarse: Rafecas es un defensor obsesivo de los derechos humanos. Convencido de que hay otras formas de pensar y aplicar la ley penal, en 2005 llevó a tres supuestos skin-heads menores de edad que habían atacado a un chico judío a recorrer la Fundación Memoria del Holocausto: en lugar de encerrarlos en un instituto, les dio una clase sobre racismo. En reconocimiento a sus esfuerzos, la entidad Bnai Brith Argentina le entregó en 2006 el premio Derechos Humanos.

Para Rafecas, la fascinación de la sociedad argentina por los modelos autoritarios europeos de la década del 30 dejó una impronta profunda de racismo, intolerancia y antisemistismo. "La Argentina comenzó a desandar ese camino a partir de 1983, pero muy lentamente. El tránsito a la democracia total aún no se ha concretado. Hay mucho ámbitos, como la justicia, donde sigue habiendo representantes de ese modelo. Hasta me atrevo a decir que los jueces con convicciones democráticas son una minoría", precisa. Cree, sin embargo, en la existencia de un cambio cultural en marcha. "Un cambio generacional se va produciendo lentamente gracias a un proceso de elección mucho más racional que tenemos desde mediados de los años 90. Pero estos procesos llevan décadas", concluye.

Rozanski, de 59 años, es otro experto en derechos humanos. Fue el primer juez federal nombrado por concurso por el Consejo de la Magistratura. Fue titular de la Cámara del Crimen de Bariloche y participó en el Consejo de la Magistratura de Río Negro. Como especialista en legislación sobre maltrato y abuso infantil, es el autor del libro Denunciar o silenciar, y del texto que modificó el Código Procesal Penal para que los menores víctimas de abuso sólo puedan ser interrogados por especialistas.

De origen judío, el juez Rozanski escuchó atentamente las explicaciones de su colega sobre las desviaciones antisemitas de la justicia argentina antes de opinar. "Quiero agregar un solo ejemplo que quizás valga más que 100.000 palabras -dijo por fin-: hace más de diez años, siendo camarista en la provincia de Río Negro, fui recusado por tener ´la misma condición racial´ de una fiscal que había investigado el caso. El que me recusó era un juez", relata.

-Francia consiguió hacer votar leyes rigurosísimas que condenan toda expresión antisemita, racista o segregacionista. Esa criminalización de ciertas actitudes que tienen que ver directamente con los procesos históricos de una sociedad -como el colonialismo, la colaboración con el ocupante nazi o la trata de esclavos- provoca actualmente un profundo debate en este país. ¿Creen ustedes que la legislación argentina necesita evolucionar en ese sentido?

-Rozanski: No lo creo. La Argentina incluye en su Constitución todas las convenciones sobre Derechos Humanos. En su conjunto, esos acuerdos cubren absolutamente todas las posibilidades y dan todos los instrumentos para juzgar violaciones a los derechos humanos en particular, pero también el racismo o el antisemitismo. Esto quiere decir que el problema no está en el cuerpo de las leyes, sino en la cabeza de los que tienen que decidir. Si quien decide es racista, las resoluciones serán racistas. Exista o no una ley. Porque si existe no la van a aplicar. Por eso es necesario el cambio cultural.

-Rafecas: En la Argentina, los ámbitos judicial y profesoral en general son profundamente escépticos sobre la necesidad de apelar a herramientas punitivas penales para reprimir el negacionismo o el racismo. Tal vez por el profundo respeto que se ha tenido en este país a la más irrestricta libertad de expresión. En definitiva, ese tipo de medidas genera más perjuicios y desventajas de lo que se supone. En primer lugar, coloca al negacionista, al racista, en posición de víctima. En segundo lugar, la repercusión que tienen esas declaraciones públicas en la actualidad genera una ola de repudio tan monolítico por parte de los medios de comunicación y de la opinión pública que termina reforzando los valores democráticos en vez de demonizarlos.

Para Rozanski, el contexto social tiene en esos casos una importancia fundamental. "Si nuestro país pudo 25 años después retomar el hilo de los juicios a los responsables del terrorismo de Estado y volver a hacerlos, es porque se generó un espacio en la sociedad donde un poder político decidió crear una Corte Suprema totalmente inédita, que llegó a la conclusión de que no era oportuno ni sano que siguiera existiendo la impunidad sobre esos delitos. La Corte decidió que era imperativo que no existiera esa impunidad. Es un concepto jurídico. Dijo: ´estas leyes son inconstitucionales´ porque hizo la comparación -que muchos no hacen- de lo que estaba pasando en la Argentina con tantísimos años de impunidad y de una sociedad que miraba para otro lado. La decisión fue la correcta".

-¿Y cuál fue la consecuencia?

Rozanski: Que los jueces que estaban debajo de esa Corte comenzaron a hacer los juicios y a comprender que el que va a estar desubicado no es el que defiende la Constitución, la aplica y hace lo correcto, sino el que apoya un proceso de terrorismo de Estado o lo niega o mira para otro lado. Si no fuera cierto lo que estoy diciendo, Daniel Rafecas, que no es judío, jamás hubiera aceptado decir ante un periodista de un medio de la dimensión de LA NACION que hay jueces antisemitas.

sábado, 13 de febrero de 2010

El nuevo conservadurismo americano



Por Antonio Caño (El País, Madrid)

Si alguien cree que el tándem Bush-Cheney es la versión más extrema del conservadurismo norteamericano, es posible que pronto compruebe que está en un error. El movimiento conservador en desarrollo en los últimos meses en Estados Unidos, alimentado por el rencor de una clase media empobrecida y por la ambición de una nueva clase política post-partidista, rompe los moldes del republicanismo tradicional y evoca el carácter racista, nacionalista y fanático del fascismo. Por ahora, sólo le falta el ingrediente de la violencia.

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La última señal de alarma ha sido la reciente reunión de los Tea Party en Nashville (Tennessee) y el discurso de su líder más visible, Sarah Palin, que llevó el populismo hasta el grado de elogiar la ignorancia como muestra de autenticidad y de destacar como la mayor cualidad política de Scott Brown, el recientemente elegido senador por Massachusetts, el hecho de ser "simplemente un hombre con una camioneta".

Palin es aclamada por sus seguidores por la sencillez de su expediente académico, una simple graduación de periodismo por la modesta Universidad de Wyoming, frente a los títulos de Ivy League que acumula Barack Obama en Columbia y Harvard. El propio Brown ganó adeptos por la virilidad abiertamente exhibida en la revista Cosmopolitan, frente al refinamiento pudoroso de los políticos tradicionales.

La nación de los Tea Party se presenta, en efecto, convencida de haber puesto en marcha una revolución contra la oligarquía de Washington, similar a la que en el siglo XVIII expulsó a los colonialistas británicos. De repente, los republicanos con más pedigrí están en peligro ante esta oleada. El gobernador de Florida, Charlie Crist, un moderado que el año pasado gozaba de un 70% de popularidad, se ve hoy superado en las encuestas por un desconocido joven ultra religioso llamado Marco Rubio. Hasta John McCain, el indiscutible virrey de Arizona, está hoy seriamente amenazado por J. D. Hayworth, un charlatán de una radio local que, en definición de The New York Times, "cada día ataca, y no siempre por este orden, la inmigración ilegal, la pérdida de patriotismo en el país y todo lo que hace Obama".

Todas las mañanas surge entre las filas del Tea Party algún desconocido que en media hora de la demagogia más radical gana diez puntos en las encuestas. "El movimiento está madurando", afirma Judson Phillips, uno de los fundadores de este fenómeno, "las manifestaciones estaban bien para el año pasado, este año hay que cambiar las cosas, este año tenemos que ganar".

¿Ganar qué? ¿Para conducir al país hacia donde? Algunos conservadores moderados y cultos, como Peggy Noonan o David Brooks, aseguran que no hay nada que temer, que estos son grupos enraizados en las tradiciones libertarias de Estados Unidos y que su contribución servirá para dinamizar la vida política del país.

Es posible. Ciertamente, la hostilidad que este movimiento manifiesta hacia Obama no se aleja mucho de la que izquierda exhibió contra Bush -hay que recordar las menciones a su adicción al alcohol o su supuesta indigencia intelectual- y tiene cabida perfectamente, por tanto, en el juego de la democracia. Además, se trata aún de un movimiento muy incipiente. Una encuesta publicada hoy muestra que un 34% de los norteamericanos no ha oído hablar de los Tea Party y que sólo el 18% los apoya.

Pero, desde la óptica europea, ese 18% es mucho y lo que defienden suena peligrosamente excéntrico. Uno de los oradores en Nashville sostuvo con convicción que "está mejor documentado el nacimiento de Cristo que el de Obama". "Es africano", gritó una mujer entre la audiencia. Detrás de esta campaña que le niega a Obama su ciudadanía norteamericana se esconde el rechazo a su legitimidad como presidente.

Nadie habla en EE UU del ingrediente racista de esa campaña. Para los que apoyan a Obama puede parecer ventajista acudir al grito de ¡racismo! cada vez que se le critica. Sus enemigos, por supuesto, no reconocen ese pecado, por mucho que en la reunión de Nashville se escuchara sólo una voz negra, obviamente exhibida para ocultar el carácter puramente blanco del movimiento.

Este nuevo conservadurismo recoge mucha de la frustración del hombre blanco acumulada desde la liberación femenina, los derechos civiles, de todas las leyes para la igualdad que le han ido restando poder al sector de la sociedad eternamente dominante. Ese hombre blanco que tampoco se ha visto favorecido por los buenos contactos, las amistades útiles, el dinero fácil, y que ha ido engrosando durante las últimas décadas una clase media, que fue orgullo de la nación en los años cincuenta, pero que ha sido despiadadamente maltratada por la última revolución tecnológica y la reciente crisis económica.

Esa clase media blanca herida dispara contra lo que tiene más cerca: los inmigrantes, las minorías raciales, los dirigentes políticos. Intenta reducir la competencia, que considera injusta, y pretende que Estados Unidos sea sólo para los verdaderos americanos. Busca la salvación en nuevas doctrinas, y atiende la voz maternal de Palin y los alaridos patriotas de los locutores radiofónicos. Glenn Beck o Rush Limbaugh se convierten, así, en los Walter Cronkite de los nuevos tiempos.

Los conservadores norteamericanos no creen que haya ningún peligro. Confían ciegamente en la fuerza integradora de esta democracia y en su indestructible capacidad de contener cualquier amenaza. Pero desde una óptica europea, esa combinación de demagogia, racismo, nacionalismo y xenofobia, enarbolada por una clase media herida y agitada, es una receta muy conocida y todavía temida. Es verdad que el nuevo movimiento conservador norteamericano hace gala de su defensa de la libertad y no parece aún compatible con un Gobierno que no garantizase el respeto al individuo. Pero el aroma de Nashville siembra dudas, trae malas sensaciones, asusta.


jueves, 11 de febrero de 2010

Productos de exportación



Por Daniel Paz & Rudi (Página 12, Buenos Aires)

miércoles, 10 de febrero de 2010

La década que cambió el mundo



Por M. Á. Bastenier (El País, Madrid)

Estados Unidos y China están condenados a no entenderse. El problema es de simple y desnudo poder. Estados Unidos ha iniciado ya el regreso de su destino como mayor superpotencia del siglo XX, al tiempo que China inicia su ascensión.

La National Intelligence Unit de la CIA publicó en noviembre de 2008 el documento Tendencias globales para 2025, que prevé la disolución en cámara lenta de la hegemonía norteamericana. El informe no duda de que para esa fecha Washington siga siendo en términos de capacidad de destrucción la primera potencia del planeta, pero un grupo de países emergentes -India, Brasil- o resurgentes -Rusia- encabezados por China mitigará su poder de coerción. Y en 2010 ese horizonte parece mucho más cercano que en 2008. El PIB chino, de algo más de dos billones de euros, se habrá más que doblado en la próxima década, por debajo únicamente del estadounidense, pero superior al de África, Latinoamérica y Oriente Próximo agregados, según el Departamento de Energía de EE UU. El PIB de Estados Unidos, que en 2005, con 8,5 billones de euros, era mayor que el de toda Asia, África y Latinoamérica, será en 2020 un 40% menor que el de esos tres continentes.

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El comportamiento de China refleja ya semejantes augurios. Si en los Juegos de 2008 Pekín escenificó una première mundial tipo fantasía futurista, ha sido en la cumbre del clima en Copenhague, en diciembre pasado, donde se ha mostrado con el grado de displicencia que corresponde a un superpoder. No solamente resistió todas las presiones de Washington para que asfixiara sus emisiones de dióxido de carbono, sino que se permitió despachar a funcionarios de nivel medio para negociar con el equipo de Obama. Igualmente, unas semanas antes las autoridades chinas habían negado al presidente estadounidense acceso directo a los medios de comunicación nacionales, y el presidente Hu Jintao no cedió en su intolerancia contra cualquiera que osara recibir al Dalai Lama, el monje rapado que recorre el mundo para promover la independencia / autonomía del Tíbet. Obama sabe lo poco que le va a gustar a China que lo agasaje próximamente en Washington, como tampoco el arsenal que le va a vender a Taiwan, cuando Pekín lo que necesita es quietud absoluta para que funcione su plan de reintegración de la isla por la vía indolora de la unificación económica.

La gran plataforma de disentimiento la constituye, con todo, Irán y su pesquisa del poder nuclear. China cuenta con importar petróleo iraní a través de gasoductos que surquen Asia central, negándole a Washington el poder naval de interdicción que posee sobre las rutas marítimas. Y exporta gasolina a Teherán, que tiene mucho crudo pero poca capacidad de refino, en sustitución de la que le vendían India y Reino Unido, que han reducido sus envíos en previsión de sanciones de la ONU. Pekín ha invertido más de 80.000 millones de euros en la industria energética iraní, de los que 5.000 millones son para modernización de refinerías. Si China no aplicara las sanciones internacionales, éstas serían totalmente irrelevantes. El gasto chino en armamento, todavía muy lejos de los casi 450.000 millones de Estados Unidos en 2008, ya es, sin embargo, el segundo del mundo, con 60.000 millones de euros. Y aunque a medio plazo a Pekín le interesa sajar el absceso de Al Qaeda, que encuentra en la etnia uigur caldo de cultivo para el terrorismo, no va a llorar por las dificultades que experimente Washington en sus guerras de Oriente Próximo y Asia central.

China tiene tres grandes objetivos para el siglo. 1. Mantener el poder en manos del Partido Comunista, que ha recibido desde el año 2000 12 millones de nuevos miembros para aumentar su capilaridad entre la población. 2. Preservar un altísimo crecimiento, que legitima a la cúpula gobernante ante la opinión y le ha permitido sustituir a Estados Unidos como motor contra la crisis, inyectando miles de millones en su economía, así como convertido en inversor y donante favorito, en particular para América Latina y África. 3. Y como corolario de todo lo anterior, restablecer el imperio del centro en su histórica grandeza.

Notables son también las realidades que aconsejan a ambas potencias mantener el statu quo: desde 2000 su comercio bilateral casi se ha cuadruplicado. Por todo ello, éste no es el fin de Estados Unidos, ni un anuncio de guerra, sino el comienzo de una nueva geometría. Las grandes potencias nunca juegan en el mismo equipo.

La insoportable delicadeza del cambio



Por Shlomo Ben Ami, vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz (El País, Madrid)

El primer año de Barack Obama en el poder ha sido un ejercicio aleccionador sobre los límites del poder presidencial. También ofrece lecciones sobre cómo las fuerzas resilientes e impersonales de la historia pueden coaccionar el impulso de cambio de cualquier líder. El actual invierno de descontento de Obama refleja de manera genuina el historial contradictorio de su primer año. La debacle electoral de Massachusetts no hizo más que resaltar la creciente fisura entre la agenda del presidente y las sensibilidades populares.

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Hay que reconocer que Obama heredó un sistema financiero en bancarrota, un orden mundial decadente y la amenaza omnipresente del terrorismo global. En sus esfuerzos titánicos para frenar la caída y reformar a Estados Unidos, Obama ha mostrado visión y talento. Pero también ha aprendido del modo más duro que, como dijo Henry Kissinger en sus memorias, las promesas de los nuevos Gobiernos son casi invariablemente como "hojas en un mar turbulento". Los plazos imposibles, la información siempre ambigua que se le suministra al presidente y las complejas elecciones que debe hacer, con demasiada frecuencia tienden a chocar con restricciones políticas y la resistencia al cambio tanto de aliados como de enemigos.

La agenda doméstica del presidente es audaz y revolucionaria, pero se topa frontalmente con los principios más fundamentales de la cultura liberal e individualista de Estados Unidos. Su plan de reforma del sistema de salud, como demostró el voto de Massachusetts, se percibe como una obsesión personal y una distracción absolutamente innecesaria de cuestiones mucho más urgentes y vitales, como la crisis financiera y el desempleo.

Las prioridades de Obama en política exterior son definitivamente sólidas. Pero crear una estructura de relaciones internacionales que den lugar a un orden mundial más estable y duradero no es una tarea que se complete en el lapso de un año. Tampoco es una certeza, en absoluto, que los sacrificios que se le exigen a un país que ya se encuentra más allá de los límites de sus capacidades financieras, sumado a la resistencia de las otras potencias mundiales, vayan a permitir que esto se logre incluso en un solo mandato presidencial.

Irak está dando algunas señales positivas de recuperación política e institucional, pero los presagios para el futuro siguen siendo, según las propias palabras de Obama, "turbios". La desintegración de un país ya fragmentado, el regreso de la guerra civil y la sombra del poder de Irán irradiada sobre el Estado iraquí son, todos, escenarios posibles.Obama, un hombre de paz, se ha convertido en un presidente no menos belicoso que su antecesor. Tras haber visto las duras realidades del mundo tal cual es, se ha convertido en el defensor de la "guerra justa".

En Afganistán optó por un incremento militar sustancial, pero la idea de una victoria que permita una retirada de las tropas sigue siendo tan confusa e incierta como lo era en el caso de Irak. La solución es, en última instancia, política, no militar. El secretario de Defensa, Robert Gates, estaba en lo cierto al reconocer que los talibanes son "parte del tejido político" de Afganistán y, por ende, "necesitan participar en el Gobierno del país".

Pero esto tal vez no se logre sin involucrar a los principales actores regionales, entre ellos Pakistán, China y, posiblemente, Irán. La imposibilidad de la Administración de Obama de relanzar las conversaciones de paz sobre Cachemira entre India y Pakistán es una de las peores debilidades de su estrategia AfPak (Afganistán-Pakistán). Si no se logra controlar la hostilidad mutua de estos dos países, y un Afganistán fundamentalista sigue representando un centro estratégico a través del cual Pakistán amenaza a sus enemigos declarados indios, el desastre actual todavía podría alimentar la derrota.

Obama tiene razón cuando hace alarde de su éxito a la hora de lograr que China acepte que se apliquen serias sanciones a Corea del Norte, pero podría equivocarse si de esto saca conclusiones sobre Irán, un socio estratégico vital para los chinos. De la misma manera, la política de "tecla de reinicio" de Estados Unidos con Rusia ha mejorado, en efecto, las relaciones con el Kremlin, pero sigue siendo altamente improbable que los rusos pongan en peligro sus relaciones privilegiadas con Irán sumándose a un cerco económico.

El temor de Israel a que el fracaso de las sanciones pueda llevar a Estados Unidos a aceptar la convivencia con un Irán armado nuclearmente, como sucedió con la Unión Soviética durante la guerra fría, no es del todo infundado. La Administración de Obama no iniciará una guerra con un tercer país musulmán mientras las otras dos sigan ardiendo. Irán, llegado el caso, podría convertirse en el cementerio del sueño de Obama de un mundo sin armas nucleares.

George Bernard Shaw observó una vez que "en el arte de la paz, el hombre es un chapucero". Obama acaba de admitir que, en el proceso de paz israelo-palestino, un presidente también puede ser un chapucero. "Es un problema que no puede ser más difícil de resolver", admitió después de un año perdido, de más errores que esfuerzos. Ingenuamente, ignoró las duras lecciones de 20 años de proceso de paz abortivo, e insistió en aferrarse al paradigma agotado de negociaciones directas entre unas partes que, libradas a sus propios designios, tienden a estancarse. Fue encomiablemente humilde cuando admitió que se equivocó "al haber generado expectativas tan altas".

Sin un avance en el conflicto árabe-israelí, Obama se queda con el epicentro de los males de Oriente Próximo minando seriamente toda su estrategia en la región. Aun así, sigue siendo la mayor promesa para un mundo mejor que esta generación política puede ofrecer. Y todavía tiene tiempo para reivindicar la creencia de Woodrow Wilson de que un "presidente puede ser un hombre tan grande como elija ser".