martes, 30 de junio de 2009

Los aciertos y desaciertos de las encuestas

Crítica de la Argentina

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Con los resultados oficiales del recuento provisional de votos ya publicados, las principales encuestadoras contrastaron ayer los números obtenidos en sus propias investigaciones con los datos publicados por el Ministerio del Interior. En la provincia de Buenos Aires, con excepción de Jorge Giaccobe e Isonomía, ninguna consultora proyectó la baja performance de la fórmula encabezada por Néstor Kirchner. Incluso el CEOP, a cargo de Roberto Bacman, llegó a darle más de seis puntos por encima de los que realmente obtuvo. Las principales consultoras subestimaron también la lista del Acuerdo Cívico y Social, encabezada por Margarita Stolbizer. Sólo Ricardo Rouvier y Opinión Autenticada les proyectaron un porcentaje de votos muy cercano al obtenido.

Para Gustavo González, de la consultora Opinión Autenticada, “en las últimas 48 horas previas a la elección casi todas las consultoras entendíamos que estábamos ante un empate técnico en territorio bonaerense”.

En el caso de las tres consultoras que midieron la victoria de Francisco de Narváez, González destaca el caso de Jorge Giacobbe “quien pudo proyectar con eficacia tanto el orden como los porcentajes, incluyendo en sus estimaciones a los indecisos, algo que Poliarquía no hizo. Casos como el de Giacobbe nos confirman a los colegas que el método científico de la encuesta sí funciona y permite obtener fotografías”. “En casos así, se mezcla la buena técnica favorecida por el azar del error muestral”, agregó González. Explicó que “los errores pueden ser en el orden de los candidatos o en el porcentaje de votos que han obtenido. Si en una elección tan reñida los resultados están dentro del error muestral, aunque no se den en el orden que fue proyectado, eso no puede ser considerado un fracaso”. Y agrega: “Mucho menos en una provincia tan compleja de medir como la de Buenos Aires, con un territorio enorme y una población vastísima, compleja y heterogénea”.

En la Ciudad de Buenos Aires, el caso imprevisible fue el de Fernando “Pino” Solanas, quien superó todas las expectativas de cualquier sondeo, lo cual implica que su intención de voto siguió creciendo hasta el último minuto. Más cerca estuvieron las consultoras de los resultados del PRO. Con excepción de Poliarquía e Ibarómetro –que llegaron a pronosticar cifras hasta seis puntos por encima para la candidata macrista–, el resto observó un caudal de votos no muy lejano al que realmente obtuvo. En el caso de Carlos Heller, casi ninguna consultora mostró su pobre desempeño y hubo quien le proyectó hasta casi cinco puntos más de lo obtenido.

Pero las desinteligencias en el manejo de encuestas también atañen a los propios medios de comunicación. Según González, “los medios también debería ser más criteriosos en el momento de publicar. Pienso que las consultoras que les suministramos información deberíamos darla para que sea publicada como en verdad son: no en forma de números puntuales sino por rangos. Eso les daría más prudencia a los medios, en especial en el momento de los elogios y las críticas”.

El sentido de las palabras

Por Jorge Sigal (Crítica de la Argentina)

Los últimos tiempos de la Argentina han sido muy abundantes en palabras altisonantes, fuertes, cargadas de energías, palabras agresivas, secas, hirientes, intransigentes. El país estuvo en guerra varias veces, el futuro se esgrimió demasiado, el pasado se convirtió en retórica amenazante, la memoria fue patrimonio de unos pocos y la democracia un recurso publicitario. Durante la campaña electoral, hemos asistido a un nuevo desfile impúdico de derrochones de esperanzas, gente que no se detiene ante nada ni ante nadie con tal de seguir vigente. Hace un mes, alguien me dijo, durante una fiesta cultural –llena de gente culta, claro– que había escuchado a otro de los invitados decir que en la sala había “un traidor”. No me dio el nombre del acusador pero sí el del acusado. Se trata de un querido amigo, también periodista, incansable defensor de los derechos humanos, con una intachable foja al servicio de la ética. ¿Su traición? No acompañar al oficialismo, dominante en ciertos ámbitos ilustrados. La mutación de un imbécil a ideólogo de la moda es uno de los fenómenos que más puede dañar a un grupo social. Y al sentido de las palabras.

La simplificación es la base de una comunicación eficiente y suele ser, también, la antesala de las peores frustraciones. Por razones aún inexploradas, un sector de la intelectualidad insistió, sobre todo a partir del conflicto con el campo, en desempolvar viejas categorías de análisis para aplicarlas mecánicamente a realidades imaginarias. Oligarquía, golpismo, dictadura, partido del campo, patria financiera, enemigo principal y otros términos se hicieron circular con la velocidad de un rayo y bajo la invocación de dudosas excusas teóricas. Y lo que es más grave, sin permitir disensos, a libro cerrado, cercenando cualquier posibilidad de superación y fabricando listas de los supuestos amigos y de los supuestos enemigos. Un puñado de setentistas, aferrado en mantener su vigencia sin derecho de inventario, ha confundido los tiempos históricos, desperdiciando una extraordinaria oportunidad para debatir –en serio– temas tan trascendentes como la democracia, el pluralismo, los partidos políticos, el rol del Estado, la economía de mercado, las nuevas hegemonías regionales, la desigualdad o la concentración de la riqueza. Por el contario, esparciendo ansiedades y preconceptos, minó el territorio de sospechas y cayó en la burda utilización de etiquetas simplistas. Buenos y malos, probos y réprobos, en una subasta manejada por vanidosos. Para colmo, sus diatribas fueron despachadas desde un poder prestado que ahora les dará nuevamente la espalda. La consecuencia será, más temprano que tarde, el desmoronamiento de otra ilusión, la derrota de algunas buenas ideas –arrastradas por el aluvión que generan las estampidas– y el desplazamiento de los centros de discusión. Triste y trajinado destino.

Las palabras son palabras pero encierran conceptos. Ésa es la cuestión. Se pueden usar para hacer discursos o como amenazas, se pueden emplear para declarar la guerra o para decir te amo, como sentimiento o como transacción, como pacto o como ruptura. Hay palabras graves y hay esdrújulas. Hay sustantivos y hay verbos. Están los adjetivos y las preposiciones, la conjunción y también está la señorita interjección. Hay palabras que acarician y otras que lastiman. Las hay lindas y otras muy feas. Todas son de libre consumo y disposición, aun las que están prohibidas: porque hasta ellas circularán, clandestinas, en las mentes y en silencio.

Pero ojo con los abusadores, porque mal empleados o en mano de detractores profesionales los vocablos se vuelven munición pesada. Son pocos los que no dañan cuando se desparraman sin medir consecuencias. Los poetas, por ejemplo, tienen licencia para sembrar con ellos el amor, el odio y hasta la muerte. Salvo el buen gusto, nadie les pedirá cuentas por ensañarse con los vocablos. Los cuentistas, los cuenteros, los novelistas y los noveleros también están habilitados.

Ahora, atención, ya que un traficante de términos puede causar tanto daño como el más vil de los usureros o el peor de los criminales. Miren nomás lo que se pudo hacer con “raza”, una palabra tan distinguida y tan odiosa al mismo tiempo. O con “pureza”, bella y perversa, según quién sea su ocasional propalador. ¿Y qué decir de “dios”? La vida y el odio, la eternidad y la venganza en una evocación de tan sólo cuatro letras.

¿Y revolución? El más bello de los vocablos, ¿cuántos crímenes se han cometido en su nombre?

Tiempo de discutir con calma

Por Luis Gregorich, escritor y subsecretario de Cultura en el gobierno de Raúl Alfonsín. (La Nación, Buenos Aires)

Tiempo de discutir con calma
Foto: LA NACION / Alfredo Sabat

La derrota del oficialismo kirchnerista en las elecciones legislativas de mitad de mandato ha sido precedida por una campaña electoral que fue, sin dudas, en muchos sentidos, una de las peores del cuarto de siglo de la reconquistada democracia argentina, y en un solo sentido, la mejor.

La lista negra resultó largamente transitada y no hace falta imaginación para reiterarla: escasa representatividad y abuso de autoelogios y promesas de los partidos políticos, desinterés e ignorancia en las ciudadanas y ciudadanos jóvenes, enfrentamientos estentóreos y discursos más mentirosos que el Indec, candidaturas testimoniales y clientelismo desaforado, amañadas judicializaciones, tristes parodias mediáticas con Grandes Parientes de la actividad política que merecieron más atención que la campaña misma y, sobre todo, como estilo general, tartamudeo ruidoso, exageración enfática y golpes en el pecho que sólo consiguieron hacer más patente el vacío reflexivo.

Paradójicamente -y éste es el sentido en que esta campaña ha sido mejor que todas las demás-, al presentarse en el escenario social, con tanta crudeza y en forma tan ostensible y detallada, el inventario de las lacras que agobian nuestra vida política, han quedado instaladas la oportunidad y la responsabilidad para superarlas o, por lo menos, restringirlas. Si nos queda vergüenza, si el reconocimiento es honesto y si no nos atamos a la noria de la repetición, el primer paso estará dado.

Lo mismo ocurre con el resultado de las elecciones. Allí, es obvio, habrá recompensas políticas para quienes sepan interpretarlo justamente.

Por el momento, el oficialismo se mueve como un boxeador bamboleante, desconcertado, ante la embestida de adversarios que lo han castigado con dureza y a los que suponía vencidos de antemano. No fue ejemplar la poco ortodoxa conferencia de prensa que Néstor Kirchner concedió a las dos y cuarto de la madrugada para reconocer la derrota. Habló de "sólo uno o dos puntitos" de diferencia y en ningún momento asumió su propia responsabilidad. Para nada se cargó sobre los hombros la adversidad del resultado (cuando fue evidente que, por lo menos, una parte de los votos de la oposición se emitió en contra de Kirchner y no a favor de los otros candidatos). Pero, más allá de la confusión inicial, el Gobierno debería tener la lucidez de proteger la transición hacia el 2011 buscando consensos con la oposición y desconfiando de muchos de sus propios aliados, que probablemente sean los primeros en abandonar el barco. Sobre todo, el peronismo -ya se sabe- no tiene conmiseración con los perdedores. Quedan, de todos modos, para los Kirchner, dos años de plena legitimidad constitucional, en los que la administración del poder, sencillamente, será más compleja que en el sexenio anterior.

Desde el punto de vista de las individualidades opositoras, descontando los visibles éxitos de Julio Cobos, Carlos Reutemann, Luis Juez y -más atenuadamente- Mauricio Macri, hay que destacar dos casos que se convirtieron en las verdaderas revelaciones de la campaña y de la elección misma. Son dos personajes de trayectoria distinta y de ideología dispar, pero que tuvieron la astucia o la fortuna de ocupar espacios vacantes que otros descuidaron.

Por un lado, está el vencedor de Kirchner, Francisco de Narváez, un empresario nacido en Colombia, pero ciudadano argentino, que supo aprovechar, hasta en los menores detalles, una cuidada -y muy costosa- campaña publicitaria, al adoptar con auténtica convicción un lenguaje simple y llano, un tono conversacional que lo diferenció de otros candidatos, más engolados, más tradicionalmente "políticos", en el sentido peyorativo de la palabra. Bienvenida sea la posibilidad de un centroderecha liberal y constructivo, sinceramente preocupado por una gestión eficaz del Estado y el bienestar de la gente, siempre y cuando no oculte tras esa fachada, como ha sucedido más de una vez en nuestro país, la subordinación de la política a los negocios y la defensa de sectores que, por sus privilegios, no necesitan ser defendidos.

El otro caso, de menor dimensión pero igualmente llamativo, es el de Fernando "Pino" Solanas, un reconocido cineasta de 73 años que renació como dirigente político al ocupar el segundo lugar en la elección porteña, tras una verdadera ola de apoyo que lo llevó, a partir de valores mínimos en las encuestas, a conquistar el 25 por ciento del electorado de la ciudad. Con sus propuestas nacionalistas de centroizquierda, sustentadas en la defensa de los recursos naturales y del medio ambiente, consiguió un merecido impacto en sectores juveniles, en grupos sindicales no oficialistas y en todos aquellos que -aun con signos ideológicos diferentes y hasta, a veces, opuestos- no se sentían representados por las demás opciones. Solanas tuvo, además, la habilidad de moderar su discurso, en el que no aparecieron sus relaciones iniciales con el menemismo (y sí su duro enfrentamiento posterior), ni tampoco menciones a Chávez o Ahmadinejad.

Para no contar con la ventaja de una supuesta objetividad, diré que voté, en la Capital, a los candidatos del Acuerdo Cívico y Social. Me tocó compartir, en este caso con mi voto, una de las más débiles actuaciones de esta coalición en el conjunto del país, precisamente en el distrito que motivaba las mejores y más lógicas esperanzas. ¿A qué atribuirlo? Seamos honrados: a claros errores de su conductora, Elisa Carrió, ante todo por la selección del primer candidato de la lista (que ella misma debió liderar), mediáticamente inexpresivo y estratégicamente volcado a buscar votos de centroderecha y no de centroizquierda. Y además, por cierta incoherencia de su propio discurso, salpicado por ramalazos de autoexaltación y discutible humor.

No parece, sin embargo, como se ha insistido en afirmar, que este tropezón elimine definitivamente las aspiraciones presidenciales de Carrió. Todavía cuenta, en su cuaderno de notas, con muchas calificaciones positivas: su condición de infatigable luchadora contra la corrupción, la solidez de sus propuestas programáticas, y, sobre todo, el protagonismo en la construcción del frente político socialdemocrático que abarca a la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica y el socialismo, además de otras expresiones menores, y que después de estas elecciones se ha convertido en la principal fuerza opositora, en el nivel nacional, del kirchnerismo gobernante. Y la carrera hacia 2011 es todavía un camino sinuoso y lleno de obstáculos.

Empieza, después de las elecciones del 28 de junio, un período difícil, cuyo tránsito dependerá de la inteligencia del Gobierno y de la oposición. Es el tiempo de las palabras moderadas y serenas, no del hueco resentimiento ni del triunfalismo inútil. No seamos caníbales, aunque es cierto que hay un momento de conflicto y antagonismo en la democracia, una lucha de valores e intereses que caracteriza la vida política y que no puede ser borrada por meros acuerdos de dirigentes o cúpulas partidarias. Pero hay también, reconozcámoslo, etapas de reunión, de diálogo, en las que se establecen unos pocos puntos comunes, que la comunidad reclama, sin perjuicio de mantener posiciones divergentes en todo lo demás. La lección que dejan las recientes elecciones es que nadie tiene todo el poder, que habrá que gobernar sin hegemonismos ni aplastantes mayorías parlamentarias y que, si el Gobierno asimila cabalmente la voluntad de cambio expresada, tampoco la oposición debe empeñarse en obstrucciones.

Aprovechemos los dos años que faltan para las próximas elecciones nacionales, para participar, todos los que nos sintamos con ganas, en el debate sobre ideas, palabras y programas que la reciente campaña ha malversado. Hay temas muy concretos de discusión, como, por ejemplo, la organización fiscal, la asignación universal para la infancia y el sistema de medios de comunicación, que merecen una consideración profunda y compartida. Y por fin hay, asimismo, temas más teóricos, aunque igualmente relevantes: ¿qué es ser progresista en la Argentina de hoy? ¿Qué significa ser de derecha y qué de izquierda (y quién tiene el derecho de asignar estas categorías)? ¿Qué es lo nacional, qué lo democrático y qué lo republicano? La lucha por las palabras y por el sentido: incruenta, pero decisiva.

Un momento para escuchar las críticas

Por Alberto Fernández, ex jefe de gabinete (La Nación, Buenos Aires)

Inexorablemente, en esta vida debemos desafíos que nos son impuestos y que exigen nuestros máximos esfuerzos para poder superarlos.

Pero después de cada desafío la sensatez nos impone revisar el acierto o desacierto con que afrontamos el momento. Ese es el día después. El momento para sumar experiencia asimilando lo virtuoso y desechando todo lo nocivo que del error deriva.

En la democracia, el sufragio es la ocasión en que el accionar político es sometido al veredicto ciudadano.

La Argentina acaba de concluir un proceso que deja una nueva composición del Congreso. El oficialismo ha perdido mayorías legislativas y la oposición, aunque fragmentada, ha incrementado su representación. Así puede ser leído desde lo formal.

Sin embargo, esta elección está arrojando otros resultados. Inmersa en un contexto internacional particularmente crítico y con una economía que cruje por la crisis financiera mundial, transcurrió una campaña con insultos, amenazas de caos, cuestionamientos a la habilidad legal de los postulantes y hasta denuncias en donde se entremezclaban candidatos y traficantes de drogas. Y toda propuesta estuvo ausente. A duras penas, tal vez alguien haya encontrado ideas superadores de un presente que, en diversos aspectos, preocupa mucho a los argentinos.

Hoy es, precisamente, el día después de los comicios. El instante en el que deberíamos reflexionar sobre el mensaje de la ciudadanía. Y en el resultado global ha habido mensajes de los votantes que tuvieron al gobierno como único destinatario: sólo uno de cada tres argentinos avaló sus políticas.

Seguramente, un importante número de esos sufragantes tuvieron la sensación de estar emitiendo un voto sólo para que alguien resulte derrotado. Lo sustancial era sacar al gobierno del letargo en el que quedó atrapado cuando no pudo imponer a las exportaciones agropecuarias un régimen de retenciones móviles.

Del apoyo al rechazo

Ese ha sido un instante culminante de la gestión política inaugurada el 25 de mayo de 2003. Desde entonces, han quedado de manifiesto grandes dificultades para entender la dinámica social. Por esas dificultades la enorme adhesión con que contaba el Gobierno mutó hacia el rechazo. Cuestionamientos a la forma de ejercer el poder; críticas a muchas políticas que han mostrado su insuficiencia y controversias derivadas de prácticas que mellaron su credibilidad han operado como un denominador común de todos los ciudadanos que han decidido situarse en la vereda opositora.

Es cierto que el resultado electoral ha dejado para los opositores otras consecuencias: quienes gobiernan esta ciudad estarán preocupados en descifrar las razones que hicieron que en sólo diecisiete meses su adhesión se haya reducido del 45 al 31 por ciento.

Pero quienes acompañamos el proyecto político del gobierno no podemos sentirnos eximidos de la responsabilidad de revisar nuestra suerte cuando vemos que, en igual lapso, la adhesión de los ciudadanos se redujo en similares proporciones no sólo en la provincia de Buenos Aires sino también en toda la Argentina.

Indudablemente habrá razones que expliquen las causas por las que un tercio de los porteños que acompañaron al jefe de gobierno de la ciudad en 2007 hayan emigrado hacia otras alternativas. Seguramente el fundamento central de esa emigración radica en el descontento con muchas de sus políticas. Pero habrá también motivos que expliquen las causas por las cuales muchos argentinos abandonaron el espacio político que fundamos junto con Néstor Kirchner.

En el día después, si el objetivo no se ha alcanzado, se hace anímicamente muy costoso establecer el porqué del fracaso. Pero es entonces cuando debe pedírsele ayuda al sentido común para encontrar las respuestas. El arte de gobernar aconseja estar preparado para enfrentar el momento en que la gente prefiere no acompañar sus políticas. Lo que nunca recomienda es resignarse atribuyéndoles a otros la incapacidad de comprender las bondades de nuestra acción política.

En esas situaciones, lo correcto es observar la realidad, revisar nuestras conductas, escuchar las críticas honestamente formuladas y exigirle a la sensatez que nos ayude a encontrar la puerta de salida que nos reponga en la misma senda por la que caminan aquellos a los que decimos y pretendemos representar.

Si así ocurre, si somos capaces de detectar los errores e incapacidades que nos son propios, el día después deja de ser traumático y se convierte en una nueva oportunidad para recobrar el rumbo.

lunes, 29 de junio de 2009

Las elecciones y los analistas

Crítica de la Argentina

Uñas, dientes, votos
Por Martín Caparrós

Kirchner perdió más que una elección
Por D. Schurman

¿Podrá el matrimonio K dejar de ser kirchnerista?
Por Damián Glanz

Una pastilla para el día después
Por Susana Viau


Página 12

Después de seis años, la nececidad de empezar de nuevo
Por Mario Wainfeld


Es el campo, estúpido

Por Horacio Verbitsky

La sociedad votó a la derecha

Por Eduardo Aliverti

La hora de hacer las cuentas

Por Luis Bruschtein

Un golpe duro e inesperado

Por Daniel Miguez

Las razones frente a las urnas

Por Washington Uranga



La Nación


Se condenó a si mismo

Por Joaquín Morales Solá


Un golpe definitivo

Por Carlos Pagni


¿Qué modelo?

Por Ronaldo Hanglin


Las incógnitas que vienen

Por Paulino Rodriguez


domingo, 28 de junio de 2009

¿Son los candidatos que nos merecemos?

Por David Rotemberg (Crítica de la Argentina)


“Los argentinos tenemos los políticos que nos merecemos” reza el saber popular. Es más, en su célebre monólogo N° 1.000, el gran Tato Bores –a quien algunos sacrílegos de ShowMatch osan citar como influencia– se permitió contradecir a su guionista –y maestro de guionistas–: “Si se pusiera a cortar boludos históricos con retroactividad, otra hubiera sido la historieta hoy. Historieta que, como país, no creo que nos merezcamos –esto lo dice mi libretista Santiago Varela, yo no estoy tan seguro… un cacho de culpa tenemos también–”.

Nos toca votar una vez más. Y, como siempre, en la cola del supermercado, en la del colectivo, en la mesa familiar y en la del bar, ante la pregunta: “¿A quién vas a votar?”, se escuchan las clásicas respuestas: “Al menos malo”, “a Fulano, porque es el mal menor”, “a Sutano… y bue, no hay otra” o directamente “a cualquiera: son todos iguales”.

Ahora bien, ¿tenemos los candidatos que nos merecemos? Si hiciéramos una encuesta, seguramente el resultado diría que los argentinos “tenemos los encuestadores que nos merecemos”.

Por eso le propongo un sencillo ejercicio: cuando esté en la cola para votar, responda al siguiente test de merecimiento de candidatos. Sólo debe responder con la verdad (pero de verdad, eh). Dele, total, es una conversación entre usted y usted, nadie se va a enterar. Son 10 multiple choice sobre algunos problemas de los argentinos.

1. El gobierno actual:

a. “Tiene aciertos y errores como cualquier gobierno. Pero habría que atender algunas cuestiones de fondo”.

b. “Es un desastre. Lo peor de los últimos 500 años” o “Es genial, perfecto, lo atacan injustamente, ¿qué cuestiones de fondo?”.

c. “Hay que matarlos a todos, tanto al gobierno como a la oposición, y que vuelvan los militares”.

2. La oposición debe ser:

a. “Una fuerza que controle y fiscalice al gobierno, acompañando las buenas obras y oponiéndose a las malas”.

b. “La máquina de impedir, para que ésos no vayan por la reelección” o “Un buen socio, total… hoy por nosotros, mañana por ellos”.

c. “La misma m… con distinto olor. Pero si me hacen un lugarcito…”.

3. Las coimas son:

a. “La piedra basal de la corrupción institucionalizada. Por aparentemente inocente que sea, es deplorable”.

b. “Depende… si es insignificante, por una multita, una mejor ubicación o dar/conseguir laburito, está bien darla o recibirla”.

c. “Si me das un diego te respondo”.

4. La función pública:

a. “Sirve para solucionar los problemas de los que menos tienen y crear una sociedad más justa”.

b. “Sirve para solucionar los problemas de mi familia usando como pretexto a los que menos tienen, para crear una sociedad (anónima) más justa”.

c. “Sirve para darme fueros y zafar de ir en cana”.

5. Mi contador es:

a. “El profesional que determina cuánto debo pagar de impuestos y cobra por ese servicio”.

b. “El profesional que determina el mínimo posible a pagar de impuestos ¡y encima cobra por eso!”.

c. “El HDP que compró un título en la facu y me ayuda a evadir impuestos. Cobra en negro por eso”.

6. La inseguridad:

a. “Es un mal de estos tiempos: se soluciona dando un ejemplo de honestidad de arriba hacia abajo; pagando los impuestos y que estos vayan a educación, salud, obras, generación de empleo y a una policía preparada y honesta”.

b. “Es un invento de los medios” o “Creció por culpa de este gobierno”.

c. “Es un buen negocio para mí y los muchachos”.

7. Con la delincuencia juvenil:

a. “Hay que actuar ya, conteniendo, reeducando y alejando de la calle y las drogas a esta generación, y trabajando desde la familia para el futuro”.

b. “Hay que bajar la edad de imputabilidad y encerrarlos” o “Es un problema de los jueces”.

c. “Hay que hacerlos m… a esos p… ¡Y a los padres también, por botonear!”.

8. Cuando conduzco:

a. “Respeto todas y cada una de las leyes de tránsito”.

b. “Respeto los semáforos, pero no uso cinturón, arrojo el pucho por la ventanilla y no hago señales porque tengo la mano ocupada con el celular”.

c. “¿Qué semáforos? ¿Qué señales? ¿Qué velocidad máxima? ¿Qué peatones? ¿Qué fue ese ¡ahhhh!?”.

9. Al cruzar la calle:

a. “Espero el semáforo rojo como corresponde”.

b. “Espero a un metro de la vereda, con el semáforo en verde y, si tengo un cochecito, mejor”.

c. “Me mando, total, la prioridad es del peatón. Si me pisa, con un buen abogado le saco como 200 lucas”.

10. Ser presidente de mesa es:

a. “Un compromiso con la democracia, que permite garantizar la transparencia de los comicios”.

b. “Un mero trámite, está todo bien” o “La única forma de controlar a esos guachos que tienen todo arreglado”.

c. “Una pérdida de tiempo y varias veces decliné ir: una vez porque tenía trámites que hacer; otra porque justo viajé; otra porque dije que no me llegó el aviso y ahora porque estoy embarazado (sí, soy filipino nacionalizado, ¿y qué?)”.

RESULTADO

• Mayoría de respuestas c): A usted no le importa nada ni nadie. Si busca un poco, seguro encuentra al menos un candidato en cada lista. Vote tranquilo, que la democracia garantiza hasta esa libertad de la que usted goza.

• Mayoría de respuestas b): Se siente absolutamente representado por varios candidatos, tanto del oficialismo como de la oposición y los partidos menores. Usted tiene su voto definido hace rato.

• Mayoría de respuestas a): No se siente representado por nadie, ni tiene la más p… idea de a quién votar. Revise nuevamente las listas y, si no encuentra a nadie, revolee la moneda (si encuentra una).

IMPORTANTE

Si usted respondió con sinceridad, y aun así le dio a) en todas, pero TODAS las respuestas, no desespere. No es que los argentinos tengamos los políticos que nos merecemos, sino que “todos los argentinos tenemos los políticos que la mayoría merece”.

Por esta vez, zafe como pueda, pero en la próxima elección júntese con los que son como usted (camine, camine… y va a ver) y, por favor, candidatéese, ¿sí?

Feliz elección.

Todavía nos deben la democracia

Por Damián Glanz (Crítica de la Argentina)

Francisco de Narváez está afiliado al partido que preside su adversario Néstor Kirchner. El diputado de Unión PRO es candidato por un sello electoral que creó para poder enfrentar al PJ. El cuarto oscuro de hoy estará repleto de partidos creados, alquilados o comprados para postular al protagonista de algún éxito del marketing político. El socio de De Narváez, Felipe Solá, también peronista, comparte bloque parlamentario con el mendocino Enrique Thomas, un justicialista que responde a Julio Cobos. El vicepresidente, integrante del gobierno nacional, lidera la campaña opositora del radicalismo unificado de Mendoza, que lleva como primer candidato al presidente del bloque de la UCR, el senador Ernesto Sanz. Los radicales, junto a los socialistas y la Coalición Cívica, formalizaron este año el Acuerdo Cívico y Social, la fuerza con la que compiten en casi todo el país contra el kirchnerismo. En la provincia de Buenos Aires se enfrentan también a los peronistas cercanos a Cobos.

En Santa Fe, el ACyS lo lidera el socialismo. Pero el PS quedó fuera del armado de la ciudad de Buenos Aires y en la provincia es un apéndice del kirchnerismo. En Córdoba, Elisa Carrió –líder del Acuerdo– respalda a Luis Juez, adversario de Ramón Mestre, de la UCR.

En esa provincia, como en Santa Fe, y en casi todos los distritos, los kirchneristas se enfrentan a recientes ex kirchneristas o a viejos peronistas disidentes. Pero todos dicen ser justicialistas. Como los peronistas de Mauricio Macri, como el propio De Narváez. Como aquel sector del electorado al que pretende captar Carrió.

¿Cómo es posible que los aliados de aquí sean adversarios más allá? ¿Las ideas mutan con los saltos de las tranqueras que dividen las provincias? ¿Acaso tienen ideas?

La convicción ideológica y el proyecto de país perdieron –como nunca antes– la disputa que les libraron el marketing electoral y las encuestas. Esta democracia sin partidos políticos se convirtió en el deporte bienal de encestar el voto en una urna.

Esta noche habrá candidatos ganadores y otros perdedores. Pero los partidos políticos, y la democracia, habrán sido todos derrotados.

sábado, 27 de junio de 2009

La economía poselectoral

Por Maximiliano Montenegro (Crítica de la Argentina)

Es la elección que más interrogantes abre desde 2003. Será decisiva para despejar u oscurecer el horizonte de, por lo menos, seis candidatos presidenciales (Scioli, Reutemann, Macri, Binner, Cobos, Carrió). Alumbrará una nueva matriz del poder, inimaginable hace apenas un año y medio, con la que deberá convivir el matrimonio presidencial hasta fines de 2011. Y develará hasta qué punto Néstor Kirchner conservará el papel protagónico en la escena política. En Olivos ya se delineó un plan de acción para el Día Después o, mejor dicho, las próximas semanas. El programa supone un escenario base: el oficialismo se impondría en Buenos Aires, por un margen de 5 o 6 puntos. Éste es, a su vez, el escenario deseado por buena parte de los intendentes del conurbano. Una ventaja necesaria para ratificar su poder territorial y preservar a Daniel Scioli. Pero insuficiente para alentar las fantasías de Kirchner de correr por un nuevo mandato.

Ningún gobernador justicialista hizo esta vez campaña con afiches del ex presidente y señora. Varios intendentes del conurbano que en 2007 triunfaron gracias a esa postal, esta vez prefirieron jugar sólo con sus apellidos. Dos son las verdades más escuchadas por estos días en el justicialismo: uno, soplan vientos de cambio en la sociedad que Néstor no supo olfatear a tiempo; dos, la alta imagen negativa de Kirchner –según las encuestas propias, segundo sólo detrás de Patti– sería un obstáculo insalvable en cualquier elección con ballottage. Los pasos futuros de gobernadores, caciques del conurbano y dirigentes con peso territorial se guiarán por esas dos flamantes verdades peronistas.

Proyectos. Volvamos a las medidas que prepara el matrimonio presidencial para encarrilar la política económica tras los comicios. En Olivos se asume como dato que en el nuevo Congreso de diciembre el oficialismo perderá el quórum propio y la mayoría en Diputados y afrontará discusiones más reñidas en el Senado. Frente a ese diagnóstico, el objetivo será aprovechar la actual conformación legislativa para retomar la iniciativa ante una oposición fortalecida como nunca en los últimos años. Según confió un ministro a este diario, sólo una inesperada derrota en Buenos Aires obligaría a un replanteo. Pero aun así varias de esas iniciativas continuarían en pie. Veamos cuáles son:

• Convocatoria al Consejo Económico y Social, con participación tripartita (empresarios, sindicatos y funcionarios). Desde principios de 2008 que el Gobierno coquetea con el asunto. Sin embargo, después del último cruce con la UIA, Scioli fue quien más presionó para reflotar el proyecto. Y en el Gabinete dicen que una de las primeras movidas de Cristina en los próximos días será enviar el proyecto al Congreso.

• Autonomía del INDEC. Más allá del respaldo incondicional de Kirchner a Moreno, el proyecto iría al Parlamento para anticiparse a las iniciativas que impulsará la oposición desde diciembre. En la propuesta se destaca la designación de un consejo académico presidido por el decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, que debería monitorear los estudios del organismo.

• Un proyecto de ley para que el Congreso evalúe la propuesta de canje de deuda para los llamados holdouts, que tres bancos extranjeros presentaron al Gobierno. La operación de canje ya estaría lista, pero en la Rosada prefirieron archivarla hasta después de las elecciones.

Fuentes oficiales aseguran que también se girará al Parlamento el proyecto de ley de Radiodifusión. En cambio, no figura en carpeta la estatización del comercio de granos, con el que Kirchner había amenazado en febrero último, en medio de las negociaciones con los dirigentes rurales.

Tampoco hay luz verde con el Fondo Monetario, por ahora. Si bien funcionarios como Sergio Massa, Martín Redrado y Amado Boudou –el candidato con más chances de ocupar el Ministerio de Economía en poco tiempo más– insisten con que sería una alternativa para financiar la política fiscal expansiva, Kirchner responde que no está dispuesto a pagar el costo político.

Por otro lado, el Gobierno aprovecharía los próximos cinco meses, antes de que se arme el nuevo rompecabezas legislativo, para prorrogar leyes que en Olivos consideran engranajes de la gobernabilidad. Una es la ley de impuesto al cheque, que sólo coparticipa con las provincias un 30% de la recaudación y se suele prorrogar año tras año en diciembre. La otra es la Emergencia Económica, que habilita a la renegociación de contratos con las privatizadas, entre otras facultades excepcionales. En septiembre, en tanto, junto con el Presupuesto 2010, el oficialismo buscaría renovar la facultad de la Jefatura de Gabinete de reasignar partidas del gasto público a través de decisiones administrativas.

Dólar atado. La incertidumbre preelectoral volvió a meter presión en los últimos días al dólar. Pero la mayoría de los analistas coinciden en que Redrado mantendrá sin sobresaltos la política de “devaluación gradual”. El consenso de la encuesta que releva el Central entre las principales consultoras privadas arroja un valor del dólar de $ 4,10 a fin de año, 8% superior a la cotización actual. Ese pronóstico implica una devaluación del peso similar –o algo menor– a la que indujo el Central desde principios de año, acompañando la inflación real. Salvo Alfonso Prat-Gay, el candidato de Carrió en Capital, nadie prevé una maxidevaluación.

Sin embargo, la fuga de capitales (a razón de u$s 20 mil millones anuales), que se largó a fines de 2007, continúa. Y es lo que impide al Central, fijarle un techo al dólar, acumular reservas y bajar las tasas de interés. Sin escenario de crisis a la vista, la duda de los economistas apunta a la duración de la recesión. Como ya se dijo en esta columna, hay indicadores que mostrarían que se tocó fondo en mayo-junio. Y llegan desde el exterior señales favorables: la soja a u$s 440 la tonelada, el real apreciándose en Brasil, reactivación en China, etc. Pero, ¿quién puede jurar que la reactivación está a la vuelta de la esquina?

La caja. Otro interrogante poselectoral: ¿cómo apuntalar una política fiscal expansiva –necesaria para la salida de la recesión– con la recaudación en el tobogán y mayores vencimientos de deuda en el horizonte? Con el superávit fiscal en picada, la metáfora de la frazada corta es cada vez más real.

Hacia fines de 2008, la escapatoria a ese dilema fue la estatización de los fondos de las AFJP. En la segunda mitad de 2009, los caminos son más estrechos. Una posibilidad –discutida entre funcionarios– para mantener los niveles de gasto y al mismo tiempo cumplir con los compromisos de la deuda sería la utilización de los excesos de liquidez inmovilizados en el sistema financiero. Por ejemplo, emitiendo un bono del Tesoro contra los dólares que los bancos mantienen indisponibles ante el Banco Central (sobre el encaje legal), excedente que rondaría los u$s 4.000 millones. Sin embargo, cualquier jugada en tal sentido conlleva un riesgo: que la desconfianza de los depositantes dispare una corrida bancaria.

La misma chispa podría encenderse si se optara para pagar vencimientos de deuda echando mano sólo a las reservas. A propósito, el Central todavía no publicó su balance anual 2008, donde se observar con precisión cuánto de los u$s 46.209 millones de dólares informados ayer como reservas son tales y cuánto son, por ejemplo, préstamos del Banco de Basilea y otros organismos.

Otro camino para sostener una política keynesiana con la recaudación desinflándose sería apelar a “fuentes de financiamiento externo”, como el FMI. Pero, como se dijo, Kirchner todavía se niega.

Desde que estalló la crisis internacional –en los últimos ocho meses– la recaudación se desaceleró de golpe: los ingresos fiscales –incluso con los aportes de las ex AFJP– crecieron al 15%, cuando un año antes aumentaban casi al 40%. Por el lado del gasto público, en cambio, se pisó el freno levemente: entre octubre y mayo último, el gasto creció 30% frente a 37% en igual período del año anterior. Pero dos partidas sobresalen muy por arriba del promedio: las transferencias discrecionales a provincias (+56%) y las erogaciones en obra pública (+70%). Pasadas las elecciones, ¿se viene un ajuste en las transferencias para pagar obras en provincias y municipios, como de hecho ocurrió tras las elecciones de 2007?

En despachos oficiales, admiten que el goteo de esos fondos será, nuevamente, una carta de la Rosada para alinear voluntades.

Lo que el viento se llevó

Por Silvio Santamarina (Crítica de la Argentina)

¿Se acuerdan cuando algunos candidatos, en la década del ochenta, hacían el último esfuerzo de campaña y, tragándose el orgullo, iban a hacer el ridículo a la barra de “El Contra”, encarnado por el cómico Juan Carlos Calabró? Hoy los candidatos imitan los latiguillos de sus imitadores televisivos para volverse un poco simpáticos ante la gente –o “el pueblo”, la farsa es la misma–, que en su mayoría ni siquiera los reconoce por la calle.

¿Se acuerdan cuando en la escuela, a comienzos de la restauración democrática, los trabajos prácticos vinculados con las elecciones consistían en comparar las “plataformas” (una palabra pasada de moda, por cierto) de los distintos partidos políticos? Hoy las propuestas son casi inexistentes, los estrategas electorales las consideran aburridas para la audiencia, y las posturas ideológicas de cada postulante cambian al ritmo del rating minuto a minuto.

¿Se acuerdan cuando en el barrio había un montón de “comités” y de “unidades básicas”? Hoy hasta los sitios web de los partidos políticos están desactualizados, y el único espacio de encuentro cotidiano con la “militancia” (otra palabra para anticuarios) es la cuenta en Facebook de un candidato.

¿Se acuerdan cuando los debates de los competidores en plena campaña lograban el pico de suspenso de la programación de un canal? Hoy la única duda es si el candidato bailará con su doble en “Gran Cuñado”, si cantará o si preferirá lucirse en un duelo de chistes con doble sentido.

¿Se acuerdan cuando los actos de cierre de campaña consistían en inundar de ciudadanos el Obelisco porteño? Hoy los partidos supuestamente mayoritarios arman sus actos en teatros, o directamente no hacen actos de cierre.

¿Se acuerdan cuando un gobernador o un intendente le contestaban a la prensa que, antes de pensar en una candidatura presidencial, primero tenía que concentrarse en cumplir con las promesas de gestión en su distrito? Hoy los candidatos ni siquiera se dignan a confirmarles a sus electores si piensan asumir o terminar sus mandatos.

¿Se acuerdan cuando la mejor manera de no hacer cola en los centros de votación era presentarse a última hora, porque la mayoría corría a votar apenas se abrían las mesas? Hoy la prioridad del domingo de los comicios es dormir hasta tarde y alargar la sobremesa mirando la tele, hasta que la culpa o las amenazas de la justicia electoral nos hagan manotear el DNI poco antes de las seis de la tarde.

¿Se acuerdan cuando había una lista para votar al peronismo y otra para votar a la UCR? Hoy el cuarto oscuro es un laberinto de frentes, uniones, acuerdos, complicado por una maraña de “colectoras” y “listas espejo”.

¿Se acuerdan cuando el gobierno de turno se refería a sus adversarios electorales llamándolos “la oposición”? Hoy todo lo que no suene a oficialismo es etiquetado como el discurso de “la derecha”.

¿Se acuerdan cuando los candidatos, oficialistas u opositores, explicaban su mala performance electoral asumiendo que la mayoría de los argentinos les había dado la espalda a sus ideas? Hoy cada traspié de campaña se adjudica a “una operación de los medios”.

¿Se acuerdan cuando los ganadores ganaban claramente las elecciones? Hoy es casi imposible juntar en las urnas algo parecido a una mayoría.

¿Se acuerdan cuando los gobiernos prometían que, luego de los comicios, se analizarían los resultados y se llamaría a una concertación nacional y se formaría un gabinete de consenso pluralista? Hoy los voceros oficialistas avisan que si ganan “irán por todo”, pero que si pierden “harán las valijas y que se arreglen los que queden”.

¿Se acuerdan cuando los candidatos opositores habían militado varios años en el llano hasta que lograban volver al gobierno? Hoy los opositores son oficialistas recién renunciados o aspirantes a negociar sus votos con el Poder Ejecutivo.

¿Se acuerdan cuando las cosas importantes sucedían en la Casa Rosada? Hoy directamente se gobierna y se instala el búnker de campaña en la quinta de Olivos. ¿Se acuerdan cuando las denuncias de corrupción podían quebrar la carrera de un candidato opositor o voltear un ministro? Hoy un candidato denunciado crece porque la opinión pública interpreta que es víctima de un “carpetazo”, y cualquier funcionario sospechado resiste los pedidos de renuncia gracias a “los códigos” de la mesa chica que controla la caja estatal.

¿Se acuerdan cuando una investigación sobre corrupción aumentaba la tirada y la venta de los diarios? Hoy la evaluación generalizada en las redacciones es que las denuncias mantienen la identidad de un medio, pero que saturan a los lectores, quienes ya se acostumbraron a convivir con los delitos administrativos.

¿Se acuerdan cuando los periodistas “de izquierda” condenaban la corrupción gubernamental? Hoy teorizan acerca de la falsa objetividad periodística, y priorizan el compromiso revolucionario por encima de la presunta neutralidad informativa, devaluada por ser una “hipocresía burguesa”.

¿Se acuerdan cuando circulaban pocas encuestas y nos creíamos los resultados? Hoy los medios publican promedios de decenas de sondeos para no ser acusados de tendenciosos.

¿Se acuerdan cuando los afiches de propaganda electoral prometían algo? Hoy aparecen algunos que no dicen nada, y ni siquiera muestran a los candidatos por temor a fastidiar a los transeúntes.

¿Se acuerdan cuando se organizaban colectas y reuniones vip para recaudar fondos de campaña para los grandes partidos? Hoy parece que tanto el Gobierno como la oposición grande tienen resueltas sus necesidades presupuestarias de antemano, y que sólo piensan en cómo maquillar tanta opulencia ante las ONG de transparencia republicana.

¿Se acuerdan cuando las personas sin ambiciones de cargos políticos se afiliaban a los partidos? Hoy hay cada vez más partidos, pero al mismo tiempo crecen las disoluciones de partidos por no cumplir los mínimos requisitos de participación que les exige la justicia electoral.

¿Se acuerdan de las internas partidarias? Hoy es eso que vemos en el cable, cuando la CNN informa sobre las “primarias” norteamericanas. Acá sólo quedan los “dedazos”.

¿Se acuerdan del orgullo de ser autoridad de mesa? ¿Se acuerdan de cuando no existían los “boca de urna”? ¿Se acuerdan de los programas políticos con alto rating? ¿Se acuerdan de la “nueva política”, que traería el “que se vayan todos”? ¿Se acuerdan cuando “privatizar” y “estatizar” querían decir eso, y no todo lo contrario? ¿Se acuerdan de cuando un discurso político hacía lagrimear a la tribuna y no al candidato que aprendió a hacer rendir sus emociones gracias a un media training? ¿Se acuerdan cuando estábamos seguros de a quien íbamos votar antes de entrar al cuarto oscuro? ¿Se acuerdan cuando la palabra política no sonaba como una mala palabra?

Una historia de Hollywood

Por Mario Diament (La Nación, Argentina)

MIAMI.- Admitámoslo: si Hollywood hubiera tomado la historia del gobernador Mark Sanford y la hubiera llevado a la pantalla con Richard Gere y Julia Roberts, la gente habría necesitado una toalla para secarse las lágrimas.

¿Qué puede ser más conmovedor que una historia de amor alocado? El adusto gobernador de un estado igualmente adusto, casado con una mujer a cuya fortuna le debe su carrera, con cuatro hijos que puestos en fila trazan una perfecta diagonal, inesperadamente flechado por una porteña de ojos verdes.

¿Cómo contener el palpitar del corazón mientras escucha, como un murmullo distante, el parloteo de sus asesores? ¿Cómo desprenderse de las imágenes que obstinadamente se apoderan de su mente, desplazando cualquier otro pensamiento? Ella es el amor imposible, sí, pero también es el amor.

¿Quién puede sobreponerse al intenso aguijoneo de los recuerdos, a la memoria de la tierna sensación de sus besos, de la sensual curva de sus caderas, al contorno de sus pechos resplandeciendo en la penumbra?

¿Qué espíritu romántico podría dejar de admirar la osadía del gobernador de levantarse un buen día del sillón de su despacho, de la mesa cubierta de anteproyectos y decretos a la firma, de pliegos de presupuestos deficitarios e informes sobre seguridad interior, y dejarlo todo para correr hacia ella?

No le dijo nada a nadie. Nadie supo dónde estaba. Uno de sus asesores insinúa que el gobernador, agobiado por la presión de su trabajo, se ha ido a escalar las montañas Apalaches, como solía hacerlo cuando era chico.

Pero él está en otro lado, volando hacia una Buenos Aires invernal, sucia, intoxicada de debates sobre las inminentes elecciones.

Nada de esto lo amilana porque sabe que al final de ese purgatorio están las calles arboladas del barrio de Palermo, la puerta de cristal, la escultura en el vestíbulo de entrada, el portero somnoliento que baldea la vereda, el ascensor demasiado moroso y, finalmente, ella.

La cama retiene aún el calor de la noche y él se pierde en sus brazos, en sus labios, en el revuelo de su pelo y en las medias palabras que se emiten en el ardor de la pasión.

El amor, aunque efímero, ha triunfado. Mañana no importa. No importan la pretenciosa moralina de los periodistas, los desdeñosos comentarios de políticos rivales, el escándalo, la traición, el precipicio que se abre a sus pies. Nada de eso importa. El corazón ha triunfado.

Lástima que la realidad no tenga la armonía de la ficción literaria. Lástima que haya personajes tan perversos que sean capaces de apoderarse de un intercambio íntimo de correos electrónicos entre amigos y pasárselos anónimamente a la prensa. Lástima que hubo un periodista advertido esperándolo en el aeropuerto de Atlanta.

Fin del encantamiento

Pero él no tiene derecho a lamentarse. Después de todo, cayó en el mismo error, debe reconocerlo, cuando cuestionó la "legitimidad moral" de Bill Clinton por su affaire con Mónica Lewinsky y reclamó su juicio político, o cuando criticó a un colega con una historia similar a la suya, diciendo que "violó el juramento a su esposa".

En este punto es donde Richard Gere desaparece y Mark Sanford retoma su rol. Aquí es donde el encantamiento se esfuma y lo que reaparece es la descarada institución del arrepentimiento político.

El gobernador hizo su mea culpa , como antes de él hicieron otros políticos. Las mismas palabras, la misma admisión de haber traicionado a todo el mundo. A su mujer, a sus hijos, a sus amigos, al electorado. Las conferencias de prensa son el confesionario de los funcionarios pecadores. Todo fue un desatino, una pérdida temporaria de la razón. El amor no importa. El corazón es un embaucador. Ahora lo comprende. Lo que importa es la misión, la fe religiosa, los deberes del funcionario.

Hubo otras desprolijidades, es cierto. El viaje anterior a la Argentina pagado con fondos públicos, el abandono de su función, el engaño respecto de su paradero. No exactamente la clase de comportamiento que uno esperaría de Richard Gere. Pero él se propone enmendar las faltas, reponer el dinero, ganar la absolución de su esposa, recuperar la confianza del público.

¿Qué pensará María, a solas en el departamento de Palermo, mirando a su amigo pedir perdón por televisión? ¿Pensará también que al amor es lo de menos?

Un hombre solo contra la mafia y la miseria


Por Jorge Fernández Díaz
(La Nación de Buenos Aires)


Un hombre solo contra la mafia y la miseria
La extraordinaria panadería que abrió para los chicos
Foto: LA NACION/Silvana Colombo

El primer aviso mafioso llegó un viernes. Ocho hombres prolijos, bien vestidos y armados para una guerra tomaron por asalto el taller de la escuela gráfica de los chicos pobres, los amenazaron de muerte y se llevaron unos pocos pesos.

El segundo aviso fue dado casi tres meses después: encapuchados secuestraron a un adolescente de la Obra Juan XXIII, lo pasearon en un auto bordó y le advirtieron que quemarían tres edificios de la Fundación Pelota de Trapo.

Sesenta días más tarde enviaron el tercer aviso. Levantaron de la calle a un educador, lo metieron en una Ford EcoSport y le dijeron: "Alejate de esa campaña de mierda contra el hambre; éste es el último aviso". Lo golpearon fuertemente, le apuntaron con una pistola y lo dejaron a quince cuadras de la estación Gerli.

La tercera fue la vencida, y entonces Alberto Morlachetti, creador de esa fundación famosa, coordinador del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo e impulsor de la campaña nacional "El hambre es un crimen", se convenció de que la mafia no se detendría y que todos estaban en peligro de muerte.

No se equivocaba. Desde ese momento ocurrirían todavía cinco ataques más. Interceptaron a una docente en Temperley. Luego raptaron, golpearon y le realizaron perversas heridas leves con un cúter en brazos y piernas a otra educadora de ese movimiento humanitario. A los diez días se la llevaron de nuevo en José C. Paz, la narcotizaron y la dejaron tendida boca arriba en una plaza frente al cementerio de Chacarita. Lo mismo hicieron con otro maestro de un hogar para niños, que apareció tirado en plaza Constitución, y también con un voluntario que dejaron libre en el hipermercado Coto de Lanús después de un viaje de miedo y aprietes.

La razón de tanto ensañamiento es, aunque resulte increíble, una campaña pacífica pero multitudinaria que se lleva a cabo en todas las provincias y que tiene un fin noble: difundir la demencial hambruna por la que pasan millones de argentinos. La noticia llegó hace unos meses hasta el diario El País de Madrid, que comenzaba el artículo con esta estadística: "Ocho niños menores de cinco años mueren por desnutrición al día en la Argentina, uno de los mayores exportadores de alimentos del mundo".

El protagonista de esta movida no gubernamental y de esta campaña amenazada es un hombre singular que empezó como canillita, estudió sociología en la Universidad de Buenos Aires, dedicó su vida a los chicos pobres porque él mismo lo fue, y está sentado ahora frente a mí, en una casa de Avellaneda, adonde va Serrat de vez en cuando a tomarse unos mates y donde el Viejo -así le dicen todos con cariño- fuma indolentemente un cigarrillo tras otro.

Bordea los 66 años, tiene cáncer de próstata y arde en deseos de terminar el tratamiento y estar mejor para volver a vivir en la sede de la Fundación porque extraña terriblemente a los niños. Le señalo el cigarrillo y Alberto se ríe: "Fumé toda la vida, esto no tiene nada que ver con la próstata". Así que no me jodas, pudo haber agregado, pero se guarda el pensamiento por cortesía de recién conocido.

Vengo a contar su historia, y el Viejo lo sabe. Pocas veces accede a notas. No le gusta la exposición y me pide que no abunde demasiado en su enfermedad porque hay buenos pronósticos y porque no quiere aparecer vulnerable ante sus "hijos". Se lo ve bien, lúcido y afable. Los secuestros del año pasado se detuvieron misteriosamente, pero todavía siguen enviando de vez en cuando mensajes intimidatorios a sus celulares. ¿Quiénes son? ¿Quiénes pretenden desarticular una idea que busca concientizar sobre el gran drama argentino? ¿Existe una especie de nueva Triple A en la provincia de Buenos Aires? No hay respuestas, y entonces yo le pido que me cuente algo. Me cuenta una vida.

Morlachetti nació en el campo, pero su patria es Avellaneda. Vivía en un conventillo, en el tiempo del empedrado y el tranvía, cuando esa zona todavía estaba cruzada por la ética del trabajo. Alberto andaba todo el tiempo en la calle. "Hay delitos que para los pobres nunca prescriben -me dice recordando correrías que no quiere precisar-. La pobreza es dura, una cicatriz abierta."

Todavía existía el gallego del café de la esquina que lo escondía de la policía o le daba algo para comer. Igualmente recuerda esa sensación inolvidable: tener hambre, padecer ese dolor de estómago vuelto amargura y desesperanza. Alberto se salvó de lo peor porque sus padres lo mandaron al colegio y porque en el puesto de diarios se hizo adicto a la lectura. Pero muchos de sus compañeros se quedaron en el camino: "La pobreza no es una elección -me explica como si hiciera falta en esta sociedad frívola-. La pobreza es una imposición: te pone una pistola en la cabeza".

Alberto tiene una pena inmensa por esos pibes que no pudieron salir del laberinto. "A mis amigos les saquearon las palabras", me dice. La lucidez del lector, la posibilidad de amueblar la vida con libros, lo rescataron a él de un destino trágico. En su adolescencia, leía de todo: diarios, revistas, libros; Camus, Marx, el Nuevo Testamento. Y se quedaba en los potreros del crepúsculo pensando que era posible construir un paraíso en la tierra.

De forma natural, comenzó a organizar partidos de fútbol y después campeonatos, y a dirigir a equipos con chicos de la calle. Todavía era muy pobre cuando se anotó en la UBA y estudió sociología. Trabajaba y estudiaba y era un exotismo en el barrio. Alberto era sesentista. Los años 60 eran los años de los sueños. Pero su madre era católica. Le dejó un legado preciso: "Cuando algún día la vida te trate duramente, tomá la mano de un pobre".

Gracias al fútbol Alberto arrancó con su plan. Creó primero los "sábados de chocolate": partido y chocolatada con facturas, que garroneaba en panaderías del barrio. No lo hacía como una cuestión política ni por simple caridad. Lo hacía con amor legítimo por esos chicos, que provenían de villas, de orfandades, de la nada oscura. Lentamente, comenzaron a plegarse clubes, sociedades de fomento, vecinos.

El Viejo era joven, pero sabía perfectamente que debía construir un territorio. Lo hizo. Con rifas, con donaciones, con trabajos y rebusques, logró comprar dos lotes y levantar la Casa del Niño de Avellaneda. Desde ese dificultoso comienzo hasta ahora han pasado cerca de treinta años. Hoy tienen una imprenta, una panadería, dos hogares, una granja, bibliotecas, consultorios y sobre todo una organización nacional donde comparten alegrías y fuerzas con otros trescientos emprendimientos solidarios de todo el país, como la Red El Encuentro, de José C. Paz, o el Hogar Juan XXIII, de Avellaneda.

Cuando en los inicios Alberto Morlachetti abrió la sede de la Fundación y se mudó a ella con chicos de la calle, todo el mundo le decía que estaba loco. ¿Cómo era posible que alguien con tanta capacidad intelectual, que era docente universitario y había leído a Marcuse y seguido de cerca los textos de la Escuela de Francfort perdiera el tiempo en esos menesteres y se pusiera a tiro de esos chicos difíciles? Más allá de las convicciones, estaba la íntima necesidad de compartir su vida con aquellos niños de modales distintos y problemáticas duras pero que sabían querer mejor que nadie.

Los primeros fueron recogidos de cuevas indignas ubicadas detrás de la Facultad de Derecho. Alberto les dio cobijo, instrucción, horizonte y certidumbre. En 1977, comenzó el aluvión de los chicos callejeros, y Pelota de Trapo dio refugio a muchos de ellos. Alberto era el "padre" de todos y, al principio, tragaba saliva, en medio de sus contradicciones. Esos niños bravos tenían costumbres salvajes y lenguaje áspero. "Yo tuve que aprender de ellos -me dice-. Tuve que aprender para enseñarles."

Se enfrentó a la droga, que antes era la cocaína y el Poxiram y hoy es el paco, y a la prepotencia de la policía y sobre todo al prejuicio social. Morlachetti presenció, a lo largo de estas décadas cómo se dinamitaban en la Argentina los puentes de comunicación entre los grandes y los chicos de todas las clases sociales, y también cómo la sociedad iba colocando al niño en el lugar de victimario y enemigo público.

"Cuando un chico comete un error no es hora de estigmatizarlo y castigarlo con rigor sino de abrazarlo fuerte -explica-. A veces algunos de esos actos desesperados (no me refiero por supuesto a los homicidios ni a violencias graves) son incluso un buen signo. Un gesto de vida. Esas conductas violentas, transgresoras, antisociales, son una esperanza, como dice Winnicot, un notable de la psiquiatría. Mirá, los pibes librados a su suerte, los chicos abandonados, son un tema muy complejo. Si construir un vínculo no es algo espontáneo ni con el recién nacido, cuando toda la historia está por escribirse, ¿cómo se va a gestar un vínculo con el chico de la calle cuando en su historia nada pasó por seducirlo para la vida sino todo lo contrario? Suelto de madre es necesario domiciliarlo en un vínculo amoroso. No hay pedagogía sin ternura."

No puedo sino pensar en las noticias violentas que tienen a los menores como protagonistas absolutos. Pero también percibo, como en un ramalazo de luz, dos cosas: este hombre no es meramente un teórico, y como el padre Pepe de la Villa 21 y tantos otros soldados laicos o religiosos, políticos o apolíticos, de derecha o de izquierda, como tantos héroes en la trinchera de la miseria y el hambre, Alberto Morlachetti sabe de lo que habla aunque intente sacar el agua de un bote agujereado con la ayuda de un pocillo. Está solo en medio del mar. El Estado no lo acompaña más que con algunas becas y subsidios menores. El Estado no está ni para la foto. Sigue adelante con los médicos de la Fundación Garrahan, con donaciones y sobre todo con la buena voluntad de la gente.

Las grandes tesorerías de la política de cualquier signo faltan a la cita. Tal vez con esas tesorerías se podría practicar con eficiencia y masividad la política de la paciencia y la ternura, y no la ley de la reja y el gatillo. Pero más allá de discursos progresistas, hoy no hay plata para eso. Se ve que la plata rinde más en otro lado.

Muchos de aquellos niños rebeldes que al Viejo le daban dolores de cabeza hoy son señores con oficios y cargos bien rentados en empresas. Le traen ahora a sus nietos y le cuentan sus progresos. Son hombres hechos y derechos con la cultura del trabajo totalmente incorporada. Alberto recuerda cuando tenía que retarlos, cuando los esperaba despierto toda la noche hasta que volvían, cuando afrontaba con preocupación y a veces con humor sus diabluras.

"Una vez vienen a contarme que en una excursión uno de mis chicos, Ernesto, había robado manzanas de un puesto -recuerda con una sonrisa lluviosa-. Lo agarré al pibe y le dije: ¿cómo se te ocurre hacer eso? Momento, Alberto -me contestó-. No es así. Yo vi las manzanas rojas y sentí que me llamaban. "Ernesto, lleváme. Ernesto, lleváme", me decían las manzanas. Yo no las robé, sólo accedí a lo que me pedían." Ernesto hoy es fotógrafo y sigue cantando tangos, y tiene una buena familia. Era, en aquellos viejos tiempos, un residuo de la sociedad.

No piensa el Viejo que no haya que castigar el delito. Todo lo contrario: sostiene que se debe ser duro. Pero introduce una salvedad: "Los delitos grandes no los hacen los chicos". Le asombra el poco conocimiento que tienen los funcionarios sobre la problemática de la minoridad carenciada. Le dan vergüenza ajena. Y lo asusta que, comparados a los primeros chicos que él sacó del pozo, los pibes de esta década están más empobrecidos. Ahora el paco directamente los discapacita. "La droga, más allá del lucro, es funcional al sistema de dominación", dice enojado.

De pronto irrumpe en esa casa el hijo de una colaboradora cercana. Es un niño pequeño y Alberto deja la entrevista y la frente arrugada para abrazarlo y jugar con él con una felicidad impúdica. Es tan feliz ese hombre viejo con ese niño sonriente que quedo descolocado, como el involuntario voyeur de una intimidad sublime. Me doy cuenta en un gesto cuánto amor hizo falta para levantar todo esto. Y que ese amor no es impostado y racional, sino un torrente natural que le viene de muy adentro al canillita que se volvió campeón.

Luego nos recomienda que visitemos la panadería que levantaron en una esquina pelada. Quisiera venir con nosotros, pero el tratamiento lo tiene cansado. Los chicos de Alberto están, a esa hora, en la trastienda con el repostero. Preparan manjares. Los miro y me pregunto quién podría querer dañarlos. ¿Quiénes secuestraron, golpearon y amenazaron a esas personas buenas? ¿Quiénes envían todavía amenazas de muerte a celulares? ¿Existen incipientes escuadrones de la muerte en la provincia de Buenos Aires? ¿A quién beneficia callar la verdad?

El hambre es un crimen. Qué duda cabe. Una panadera de 17 años se sube a un banquito y anota, en un pizarrón donde hay una receta de pionono, esta frase: "Aquí no sólo se amasa el pan. Cobran sentido nuestros sueños. Echan a andar nuestros proyectos. Amasamos el país que amamos".

Deja el lápiz. Está prolija y orgullosa. Alguna vez esta chica tuvo la mirada opaca y fría. Pero ahora me mira con ojos brillantes. Asiento con la cabeza y salgo a la intemperie. Pienso en el Viejo.

Tiene que recuperarse rápido, Viejo, hay mucho trabajo. No me falle.

Cae la tarde sobre Avellaneda.

El personaje

ALBERTO MORLACHETTI
Creador de la Fundacion Pelota de Trapo

  • Quién es : tiene 66 años, es ex canillita, sociólogo de la UBA, creador de esa fundación e impulsor de la campaña nacional El hambre es un crimen.

  • Su obra : fundó hogares, cooperativas, jardines maternales, consultorios para carenciados, escuelas de oficio, granjas y redes sociales.

  • Distinciones : fue premiado y reconocido por Alemania, Suecia, Estados Unidos, el Instituto Bet-El, la Organización Mundial de la Salud, las Naciones Unidas y muchas instituciones argentinas y latinoamericanas. La Comunidad de Madrid le dio el Premio Infancia.

viernes, 26 de junio de 2009

Fidel 2.0: invita a comentar sus notas



El ex presidente cubano Fidel Castro invitó hoy a los lectores que hagan comentarios por Internet sobre sus artículos de opinión titulados "Reflexiones", que publica el sitio oficial Cubadebate .

Debajo del título de su última columna, "Un gesto que no se olvidará", en la que se solidariza con el presidente de Honduras, José Manuel Zelaya, se hace la invitación a los lectores: "Haga un comentario".

La novedad coincide con la renovación del sábado pasado del portal Cubadebate, que creó páginas en comunidades virtuales como Facebook. A partir de ahora también está relacionada con Flickr, Picasa, Twiter, Friendfeed, Myspace y YouTube.

Fidel Castro, visto por última vez en público en julio de 2006, empezó a publicar sus Reflexiones en la prensa escrita en marzo de 2007 y desde junio aparecen también en Cubadebate.

Chau, Cascioli

Por O. Bazán (Crítica de la Argentina)

Uno se siente un sonso en momentos así, cuando debería haber agradecido tanto antes. Dos veces nada más vi personalmente a Andrés Cascioli y no se me ocurrió decirle “gracias”. Soy de aquellos que entendió la vida como Humor Registrado la mostró. Me quedaron de aquellas años de lecturas asombradas en el colegio secundario, cierta noción de ética periodística, cierto “de eso se habla”, cierta intención del cuidado del lenguaje, de la apertura de cabeza, de rebeldía, aunque suene ingenuo. Desde Soriano a Cortázar, los conocí por Humor. Supe que era cierto, que quería ser periodista, leyendo a Paredero, a Wargon, a Santiago Varela, a Gloria Guerrero. No sé si está suficientemente escrita aquella época de los peores años de la dictadura. Un grupo tan maravilloso de gente inteligente, divertida, arriesgada. Y la terrible envidia de lo que debe haber sido trabajar en Editorial La Urraca. Nunca pude explicar a quienes no lo vivieron lo que significaba la llegada quincenal de Humor a mi pueblo. Y la emoción de aquella mañana que me llegó en sobre sin identificación, el número prohibido, el de Nicolaides en patineta (cuando lo prohibieron mandé una carta como lector triste y, en un gesto increíble, me la mandaron desde Buenos Aires por correo). Y después, con la multiplicación de las revistas de la editorial supe que había alguien que estaba ayudándome en el descubrimiento del mundo, alcanzándome un mapa de los sitios que era bueno visitar. Pasá por acá, la historieta te espera en Fierro. Vení, ¿querés saber algo de ciencia ficción? Está Péndulo (desde Ballard a Capanna, las notas de Elvio Gandolfo descubriéndome a Stephen King, un cuento inédito de Tolkien). Ey, el rock tiene cosas para decir, hablemos de culturas juveniles, ¡Hurra! (¿cómo podrán los jóvenes de hoy ser jóvenes si no tienen una revista como Hurra?). Fijate, el país y el mundo se pueden ver así, decía El Periodista. Y la picardía de Superhumor y la ternura de Humi. Esos senderos luminosos de nuestra educación sentimental no hubieran existido, o serían claramente diferentes, de no haber existido Editorial La Urraca.

¿Cómo habrá sido toda esa gente junta, cuando afuera pasaba lo que pasaba? ¿Cómo fue que Cascioli los juntó y les dijo “vamos para allá”? Y que fueran. Alan Pauls, Grondona White, Ceo, Viuti. ¿Cuánto daríamos, periodistas de siempre, por vivir una experiencia así? Desparpajo y compromiso, gracia y seriedad, todo junto. Y por sobre todo, el nombre de Andrés Cascioli, que los juntó y les dijo “vamos para allá”. Es tarde, pero quiero decirte gracias.

Seudoprogres, boquipapas, Pino

Por Martín Caparrós (Crítica de la Argentina)

Pasado mañana, sabemos, con sólo cuatro meses de apuro, llegan las elecciones. Es difícil hablar de unas elecciones que nunca tuvieron mucho que decir, y sobre las que ya parece todo dicho. Es difícil, hoy, aquí, hablar de otra cosa.

Karl Krauss fue un gran periodista y ensayista austríaco que publicó solo, durante décadas, una revista que todavía se cita: Die Fäckel, La Antorcha. Había escrito casi todo sobre casi todo; por eso cuando, en 1934, dijo que “sobre Hitler no se me ocurre nada”, la frase fue un pequeño tratado sobre la inmensidad del horror. A mí sobre estas elecciones no se me ocurre nada por razones opuestas: la campaña de sus actores –actores– principales termina como empezó: manteniéndose a prudente distancia de cualquier cosa que se parezca, así sea por error, a una idea.

Salvo algún caso, como el del Proyecto Sur, cuyo avance –ya lo dije– me alegra, y más en la medida en que es el resultado de un esfuerzo hecho sin dinero por gente convencida que quiere participar, hacer política –y que sus votantes serán, dicen, mayoría de jóvenes. Lo cual hace que la doctora Carrió se sienta amenazada y se lance a una defensa corporativa de la clase política: “La reconstrucción no es tarea de improvisados”, dijo ayer para descalificar a Solanas –como si alguien reconociera en los políticos algún saber exclusivo deseable, como si cualquier ciudadano no tuviera derecho a proponer ideas y pedir que las voten. Y parece que, gracias al susto, notó, tarde pero seguro, que mucha gente tiene hacia Prat Gay –dijo– “un prejuicio de clase”: la sospecha paranoica de que un “hijo de familia”, ex alumno de Cardinal Newman y profesor de la Católica, ex ejecutivo de la banca Morgan, no va a defender los intereses de los pobres. (El Cardinal Newman, a propósito, colegio religioso y muy british y tan pero tan paquete, che, es un boom. Las tres estrellas de la derecha boquipapa son sus ex alumnos: el citado Prat, el recitado Macri, el incitado De Narváez.)

Que, para poner una sonrisa en estos días tediosos, salió a decir que estaba a favor de estatizar servicios públicos. Cuando alguien se dio cuenta de que eso no era Pro, sus asesores –dice La Nación– aclararon: “Francisco explicó que no quiso usar la palabra ‘estatización’ sino ‘nacionalización’ de los servicios públicos, es decir que intervengan capitales nacionales, no el Estado”: con amigos así quién necesita enemigos. Si la estrategia Pro incluye difundir la idea de que su candidato no sabe distinguir entre dinero del Estado y capital privado, esa gente tiene el futuro asegurado.

En cualquier caso los encuestadores, que tanto se equivocan, juran que no habrá sorpresas. En la batalla decisiva y bonaerense, dicen, los dos ¿peronismos? van a conseguir, si no median cataclismos o milagros, dos tercios de los votos. O sea, dos de cada tres de mis vecinos los votan. Y yo, en cambio, querría ferviente que perdieran ambos ¿peronismos?, el seudoprogre y el boquipapa.

Quiero que pierda Kirchner porque se cargó un pasado y un futuro: intentó apropiarse de una historia supuestamente heroica que no fue la suya y convertirla en oropel y justificación de un presente turbio que sí le pertenece. Trató de justificar con sus reivindicaciones –tan tardías– de los derechos humanos de los setentas un gobierno que mejoró muy poco los derechos humanos básicos, urgentes –comer, curarse, educarse, alojarse– de la mayoría de los argentinos del año 2010. Y terminó abriendo el camino para la vuelta de los caciques sindicales y los intendentes clientelistas –con él– y de los chicos Newman –contra. Pero, sobre todo, produjo un efecto devastador en la política argentina: quién sabe por cuántos años va a ser muy difícil hablar de distribución de la riqueza sin que suene la carcajada al fondo por tanta palabra malversada, hablar de estatización sin que aparezca la sospecha judicial por tanto colchón pagado con fondos estatales, hablar de cambio social sin que te tiren por la cabeza con el recuerdo de esta banda de amantes del poder.

Quiero que pierda porque hipotecó la posibilidad de cualquier tentativa de cambio en la Argentina por un tiempo –¿largo?– y le dejó el camino abierto a la derecha más desembozada. Que, por supuesto, también quiero que pierda. Digo: quiero que pierda la coalición de la papa en la boca. Hacía tiempo que la boquipapa no tenía tanto peso en la política argentina. No recuerdo cuándo fue la última vez que una banda de muchachos elegantes, hijos de papás con cuentas o campos o fábricas o tiendas –De Narváez, Macri, Solá, Prat Gay–, irrumpió tan oronda, sin ninguna necesidad de disimular su acento –sus marcas de clase, digo– para hacer política. Más bien al contrario: los boquipapa son la avanzada de una clase que ahora puede hacer alarde de su plata y su estilo, que aprovecha un país sin proyecto para mostrarse en todo su esplendor, que aprovecha un gobierno desquiciado para recuperar el discurso capitalista duro de los noventas, que aprovecha incluso el honestismo ambiente para sugerir que, como ya son ricos, no necesitan robar tanto.

Así que lo más decisivo de estas elecciones va a ser su rol de internas ¿peronistas? para las presidenciales de 2011: el derrumbe del sistema de partidos con militantes –o al menos afiliados, que adhieren a una organización porque imaginan que los representa– produjo, entre otras cosas, el auge de la política de la sangre: este mecanismo según el cual tantos candidatos tienen vínculos prepolíticos –familiares, sanguíneos más que nada– con el caudillo regional. La sangre reemplaza a las convicciones: como los partidos clásicos ya no tienen programas que mantengan unidos a sus integrantes, la única garantía de que Pepito no se pase a la contra en cuanto le tiren un puesto o unos mangos es no mandar al Senado a Pepito sino a mi señora.

Para esto sirve, también, la desaparición de aquel ritual en que los entonces afiliados elegían a los candidatos del partido: las elecciones internas. Ya no hay: ahora la política es cuestión de figuritas más o menos vendibles que saltan de aquí para allá como ratones en un laboratorio. Y, por lo tanto, elecciones como ésta sirven para que los aspirantes acumulen poder para negociar con otros aspirantes y, eventualmente, quedarse con el queso.

O sea que el lunes todos empezarán estudiar cómo quedó la línea de largada para 2011. Y será improbable que haya algún candidato que no sea –o haya sido hace poco– gobernador: Reutemann, Scioli, Macri, Duhalde, Busti, Romero.

Hasta 1989 los presidentes democráticos argentinos no habían sido gobernadores: ni Perón ni Frondizi ni Illia ni Cámpora ni Alfonsín lo fueron. Menem, una vez más, lo hizo: fue el primero, y desde entonces todos menos una. El “empoderamiento” de los gobernadores es un producto de la destrucción del Estado que empezó con los militares y culminó con el menemismo, cuando la Nación perdió el control sobre la salud, la educación, la energía, los transportes. Ahora el poder político nacional depende de las alianzas de esos jefes; se vio tan claro en el caos de 2001, cuando los gobernadores pasaron por encima del Congreso y se reunieron para elegir a aquella sucesión de presidentes interinos –entre ellos mismos: Puerta, Rodríguez Sáa, Duhalde.

Así que la Argentina se convirtió en una liga de caudillos provinciales, un reino de taifas en que los jefes territoriales arman alianzas para conservar y repartirse el poder nacional, y no se puede decir que nos haya ido bien con este mecanismo. A veces creo que, si los gobernadores no pudieran elegirse entre ellos, algo cambiaría en la forma de administrar las provincias y, por supuesto, la Nación. Por eso se me ocurre una modesta proposición perfectamente naba: una ley que defina que ningún gobernador puede ser presidente hasta que pase por lo menos diez o quince años en el llano.

O sea: si un ciudadano quiere ser gobernador de su provincia, que lo sea –que lo intente–, pero sólo porque quiere ser gobernador de su provincia: sabiendo que es la culminación de su carrera política. Entonces gobernaría para su provincia, no para su carrera, y su gobierno no sería un ejercicio de acumulación de poder sino una renuncia explícita a todo lo que no sea dirigir su territorio por un lapso preciso, limitado. Nos perderíamos algún administrador con experiencia; nos salvaríamos de una cantidad de caudillos que gobiernan pensando en acumular poder futuro –y condicionan así la vida de sus gobernados y la política nacional. Quizás algunas cosas cambiarían. No es mucho, pero hay días en que realmente no se me ocurre nada.

Y encima la amenaza mordisquea. Salvo milagro o cataclismo, el lunes se lanzará la carrera más triste que recuerde este país triste: el Trofeo Presidencia 2011 con la participación estrellar de un corredor de botes, un corredor de coches y un fabricante, todos ellos famosos por la fiera oquedad de sus cabezas, el tesón con que intentan mostrarla y su fidelidad a nada que no les dé poder. Y para colmo el martes –digamos miércoles, quién te dice jueves– se suelta la jauría, perros y más perros y algún can: todos los aumentos, todos los conflictos a duras penas contenidos en campaña van a explotar a partir del mes que viene. Ahí sí que va a ser de agarrate Catalina.

jueves, 25 de junio de 2009

Una verdadera vergüenza, señores

Por Luis Bruschtein (Página 12, Buenos Aires

Votame, votate, privatizame, privatizate, nacionalizame, nacionalizate. Esta campaña es muy linda, ¿viste?, porque todos somos amplios y gente republicana y de consenso. No nos vamos a pelear por una nacionalización más o menos, porque eso no es lo que importa. Lo importante es sonreír siempre, mandar buena onda y contar que tenemos mamá y abuelitos. Eso es lo lindo de votar a gente siempre sonriente y de onda. La felicidad de votar a tipos piolas que han triunfado y son famosos. Terminemos con los políticos caracúlicos, esos tipos que están siempre enojados o con esas minas groseras que se hicieron machonas con la política, esas gronchas autoritarias y mandonas.

¿Para qué pelearse por una estupidez? Lo que importa es no pelearse, busquemos consenso y si el consenso dice que hay que nacionalizar: nacionalizame, nacionalizate. Pero, eso sí, siempre con onda, porque los que se enojan para nacionalizar, seguro lo hacen mal. Porque ahí se les ve que lo que quieren es hacer daño o algún negociado, como Perón con los trenes. Perón no fue tan malo como lo pintan, pero ahí se equivocó y mostró la hilacha, porque los ingleses le vendieron chatarra. Fue un negociado de aquí a la China. Las nacionalizaciones no están mal, lo que está mal siempre, pero siempre, es la forma en que se hacen.

Todo lo que se haga con mala onda está mal. Eso lo sabe cualquiera. Si se nacionaliza o no, pero con buena onda, todo bien. Y si no se nacionaliza, también. Después de todo, la buena gente nunca nacionalizó nada, siempre votó en contra de los autoritarios y de los ignorantes, y sobre todo de los ladrones que quisieron nacionalizar algo para hacer un negociado turbio. Eso también lo sabe cualquiera. Los que nacionalizan siempre son chorros, o no tienen ideología, o son bastante brutos, en una palabra: es una vergüenza. Si se nacionaliza, hay que nacionalizar con elegancia, sin gritos ni malos modales. Y si no se nacionaliza, también. Porque todo lo demás es lamentable, una vergüenza, una verdadera vergüenza.

¿Por qué será que los únicos nacionalizadores finos, elegantes, como la gente, nunca nacionalizaron nada? ¿Por qué será, en cambio, que los que nacionalizaron algo son todos bravucones y ladrones? Son preguntas que habrá que responder alguna vez. Mucha gente de izquierda también se hace esta pregunta. Pero es evidente, y hasta triste –porque en realidad da tristeza– que una buena idea, perfeccionable tal vez, como las nacionalizaciones, no se ha llevado de la mano con los buenos modales. Faltó gente culta. Porque esa gente no fue ni a la escuela. Son ignorantes y ladrones: la chusma. No tendrían que existir. Una vergüenza.

Alguna vez, para dar el ejemplo, habría que nacionalizar algo, pero con elegancia, con inteligencia y, sobre todo, sin que nadie se enoje, por consenso, siempre en positivo, sonriente, para mejor, para adelante y para arriba. Es una vergüenza que la gente se pelee para nacionalizar algo. UNA VERDADERA VERGÜENZA, señores.

Eso es lo lindo de la nueva política. Gente joven, gente linda, ideas nuevas, donde cualquiera puede decir cualquier cosa y si mañana cambia de opinión, no hay problemas, porque eso es lo nuevo, lo lindo, porque no hay mala onda, la nueva política es en positivo, siempre en positivo y con buena educación. No nos vamos a pelear por cosas secundarias como nacionalizaciones sí o no. Y si no se nacionaliza, también está bien. Eso es importante: si no se nacionaliza, igual está bien. Porque lo que tenemos enfrente es la chusma, una vergüenza, UNA VERDADERA VERGÜENZA, señores. Avergonzame, avergonzate. Votame, votate.