jueves, 1 de julio de 2010

Obama resultó ser "progre"


Por Eduardo Kragelund (Tiempo Argentino)

Para variar, Joseph Stiglitz puso la realidad en blanco sobre negro. “Si una familia no puede pagar sus deudas, se le recomienda que gaste menos para que pueda hacerlo. Pero en una economía nacional, si se recorta el gasto, decae la actividad económica, nadie invierte, disminuye la recaudación fiscal, aumenta el gasto en desempleo y uno termina sin dinero para pagar las deudas”, dijo el premio Nóbel de Economía.
Sin embargo, ninguno de los países desarrollados lo escuchó en la reciente reunión celebrada en Toronto por el Grupo de los 20 (los ocho países más ricos, la Unión Europea y 11 naciones “recientemente industrializadas”). Europa -dominada por gobiernos neoliberales secundados por algunos “socialdemócratas” travestidos en fondomonetaristas, como el del español José Luis Zapatero- enfatizó que poner en orden las finanzas públicas, reduciendo los déficits fiscales mediante drásticos programas de ajustes, era la clave para salir de la crisis. Alemania, abanderada de esa posición, buscaba sin más un respaldo a los recortes que caracterizaron el Estado de Bienestar –salarios y jubilaciones decentes, seguro de desempleo, cobertura médica universal, etc.- como los que se están aplicando en Grecia, España y Gran Bretaña.

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Aunque suene paradójico, Barack Obama fue el único miembro del Grupo de los Ocho que salió al cruce de la ortodoxia del FMI. Sus planteos lo colocaron del lado de los “pobres” del G-20, como Argentina y otros de los llamados “recientemente industrializados”. El presidente “progre” del grupo explicó lo que Stiglitz ha dicho una y otra vez: si se deja de estimular el consumo interno, si no se regula la actividad financiera para evitar que la voracidad de los mercados se coma el ahorro de la población, si el Estado no interviene en la economía, la crisis se va a profundizar. “Hay muchos experimentos que lo demuestran gracias a Herbert Hoover y el FMI”, señaló Stiglitz refiriéndose al presidente estadounidense que provocó la gran depresión del 30 recortando el gasto público y a las políticas restrictivas aplicadas en Argentina, entre otras naciones que padecieron las recetas del FMI.
Los alfiles económicos de Obama explicaron por qué su jefe coincide con posiciones hasta ahora caracterizadas como populistas o tercermundistas. "Tenemos que demostrar un compromiso para reducir los déficits a largo plazo, pero no al precio del crecimiento a corto plazo. Sin crecimiento ahora, los déficits aumentarán y pondrán en riesgo el crecimiento futuro", dijeron el secretario del Tesoro, Tim Geithner, y el presidente del Consejo de Asesores Económicos, Lawrence Summers, en un artículo conjunto publicado por el Wall Street Journal.
Estados Unidos tiene razones de sobra para sustentar su posición. Hace un año, cuando el G-20 se reunió en Londres y se cuestionaba la posición heterodoxa de la Casa Blanca, su economía se contraía a un ritmo anual del 6% y ahora crece a una tasa que supera el 3%. Es decir, se trata del mayor cambio en el crecimiento de ese país en medio siglo, lo que permitió que se frenara la pérdida de 700.000 empleos al mes y que el sector privado comenzara a dar señas de recuperación. Esto “sólo fue posible debido a que tomamos medidas para reparar nuestro sistema financiero, reduciendo los costos de los préstamos para los propietarios de viviendas, consumidores y negocios y estableciendo la Ley de Recuperación, la cual incrementó la demanda al reducir los impuestos para las familias, ayudando a los trabajadores desempleados e invirtiendo en infraestructura”, subrayaron Geithner y Summers.
Si se tiene en cuenta que una de las prioridades de Obama es reducir el desempleo (10%) y que en noviembre se realizarán elecciones legislativas, parece más que razonable que insista en su apuesta de superar la crisis por la vía de un incremento del crecimiento y de la demanda. Sin romper con Europa, cuyo objetivo declarado es la restricción del gasto para que los países paguen sus deudas con los grandes bancos, el mandatario ejerció toda su presión para obtener al menos parte de lo que buscaba en la cumbre de Toronto: que las metas fiscales estuvieran condicionadas a la reducción del impacto social. En otras palabras, lo que Obama exhibió fue un plan para salir de la crisis basado en el encausamiento racional del gasto hacia el crecimiento, con el consecuente beneficio social, y dejó a Europa como la defensora de una austeridad que, además de impopular, sólo ha servido para profundizar las crisis.