sábado, 8 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

¡Al diablo los inmigrantes!


Por Raymundo Riva Palacio (El País, Madrid)

Arizona nos llena hoy la boca de horror y galvaniza nuestros peores presentimientos sobre un país que no ha logrado superar sus traumas desde la Guerra Civil. Pero Arizona no es un síntoma de lo que está sucediendo en Estados Unidos, ni de las contradicciones en su sociedad o de su polarización. Subraya sí, una tendencia de años en contra del multiculturalismo, al cual han atacado desde liberales como Arthur Schlesinger Jr. -quien fuera muy cercano al presidente John F. Kennedy-, hasta un halcón de la política como Samuel Huntington, y muestra también una derechización ideológica que a muchos está preocupando.

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Si Sarah Palin, la ex gobernadora de Alaska y ex candidata a la vicepresidencia es ahora una de las figuras emergentes más populares entre los republicanos, si hay un movimiento tan beligerante como conservador denominado el Tea Party, con el cual se reconocen dos de cada 10 estadounidenses, que está organizando protestas contra el gobierno en todo el país, y si al propio Barack Obama, que nació y creció en el universo multicultural de Hawai lo señalan de haber nacido en Kenia, sugiriendo que su Presidencia es inconstitucional, ¿qué pueden esperar las personas de piel cobriza y ojos oscuros, sin gran estatura ni fortachones, católicos y no protestantes que se sienten agredidos por la ley antiinmigrantes en Arizona?
El alegato contra el multiculturalismo es que la inmigración a Estados Unidos afecta al tejido social y la vida del estadounidense común y corriente. Los inmigrantes, continúa la argumentación, no comparten los valores tradicionales estadounidenses y prefieren seguir fieles a sus viejas culturas, sin querer asimilarse a aquella en donde ahora viven. Esta nación, fundada por inmigrantes, repele hoy a los inmigrantes cuando estos no encuadran en el estereotipo de los peregrinos que edificaron el primer asentamiento de la colonia en Plymouth ni llevan en los genes el significado del Día de Gracias.
La nueva ley antiinmigrante en Arizona ha sido descrita como la más regresiva en Estados Unidos, y se combatirá en las cortes, que tendrán mucho trabajo. Arizona fue el primero de una decena de estados que quieren leyes similares en contra de inmigrantes, y que están respaldados por una creciente ola de opinión pública que sí quieren la mano dura contra quienes se encuentren sin documentos en Estados Unidos. Cierto, tiene más apoyo en Estados Unidos de los que muchos les gusta admitir.
Según el reconocido Rasmussen Report, el 60% de los estadounidenses aprueban la ley que recién firmó la gobernadora Jan Brewer, contra el 31 por ciento de oposición. El 44%, en reflejo de uno de los argumentos más fuertemente esgrimidos contra la inmigración, asegura que será bueno para la economía, y que los inmigrantes dejarán de robar empleos para los estadounidenses o los inmigrantes con documentos. Esta justificación es tramposa y esconde el fondo del fenómeno.
Hace algunos años, el ex presidente mexicano Vicente Fox, en una simplificación del debate, dijo que los mexicanos hacían trabajos en Estados Unidos que ni los negros querían hacer. En casos reales, no hay mejores trabajadores que los oaxaqueños en la pizca de la fresa en el sur de California, por su baja estatura que les permite ser muy rápidos. Tampoco hay más eficientes y veloces en limpieza de edificios que los mexicanos, a quienes llueven contratos a lo largo de la costa este de Estados Unidos.
Los mexicanos han ido ocupando gradualmente en las dos últimas décadas cada plaza de trabajo en industrias que antes estaban copadas por los negros. Producen tabaco en Carolina del Norte y empacan pollos en Alabama y Tennessee. Han abierto restaurantes en el corredor industrial y agrícola en los estados que colindan en la parte central del país con Canadá, y prácticamente monopolizan el trabajo en servicios en ciudades como Las Vegas. Muchos de ellos son indocumentados.
Cuando el huracán Katrina devastó Nueva Orleans, fueron los mexicanos quienes llegaron a hacer los trabajos de limpieza y las primeras obras de reparación, como sucedió en 1996, cuando al no verse cómo se concluirían las instalaciones deportivas en tiempo para la inauguración de los Juegos Olímpicos en Atlanta, las autoridades migratorias cerraron los ojos para que entraran mexicanos, sin documentos, a salvarles la fiesta.
El equipo de futbol más popular en Estados Unidos es México, según reportó esta semana The Wall Street Journal. Por eso se ha vuelto un éxito de taquilla: 90,000 espectadores en el Tazón de las Rosas en Pasadena, California, contra Nueva Zelanda, 63,000 en Carolina del Norte contra Islandia, y próximamente se esperan otros 80,000 en el juego contra Ecuador en Meadowlands, Nueva Jersey, cerca de la ciudad de Nueva York, donde nadie podría pensar, por los gritos y la algarabía, que se juega en un país que no es México. El seleccionado local, en comparación, no logra meter más del 50% de esa taquilla.
El tema de fondo en la discusión que atañe a México no es el económico o el proceso de integración que están siguiendo los mexicanos en Estados Unidos, sino el de la discriminación y el racismo. Pero este fenómeno, que galopa libremente por esa nación ante la preocupación e impotencia de muchos, no es sino uno más de los componentes ideológicos que se están sucediendo aceleradamente en esa nación, y que muestran una radicalización ideológica hacia la derecha en campo abierto y con más adeptos cada vez.
Su voz más beligerante es la cadena Fox, cuyos noticieros en los sistemas de cable tienen más audiencia que los noticieros combinados de CNN, MSNBC y CNBC. Sus conductores, en los programas hablados, caracterizados por la virulencia y tonos inflamatorios de sus palabras, arrasan a sus competidores. Glenn Beck, antiinmigrante de cepa, tiene casi 600 mil más televidentes que Larry King y Anderson Cooper juntos. Ambos, combinados, apenas si empatan el rating de Bill O'Reilly, otro extremista del micrófono.
No es gratuito que la televisión más ideológica, la que rebasa los parámetros del conservadurismo y está totalmente despreocupada por los equilibrios y la ponderación, sea la más vista en Estados Unidos. Para allá está caminando esa nación, que se ha quitado el pudor y la vergüenza de que se le tilde de derechosa. "No culpen a Arizona", escribió este domingo en The New York Times el columnista Frank Rich. "El estado del Gran Cañón solamente estuvo en el lugar correcto en el momento preciso para inclinarse hacia el lado oscuro. Su histeria es otro síntoma de un virus político que no puede ponerse en cuarentena y cuya cura es aún desconocida".
Lo que dice es que las cosas se pondrán peor. Hoy mandan al diablo a los inmigrantes, pero esa enfermedad avanzará por encima de ellos y sobre cosas aún inimaginables.

lunes, 3 de mayo de 2010

Un poco más de respeto


Por Eduardo Aliverti (Página 12, Buenos Aires)

Sí, habría que tener un poco más de respeto por las palabras. Por algunas de ellas, mejor dicho. Y mejor todavía, por lo que connotan.

Estamos en democracia, para empezar por una perogrullada que, sin embargo, alguna gente parece perder de vista con extrema facilidad. Buena, mala, perfeccionada, empeorada, carente de demasiados derechos básicos, avanzando en otros. Pero estamos en democracia. Si en lugar de eso se prefiere hablar de “el régimen”, “sistema burgués”, “fantochada institucionalista”, “partidocracia”, “monarquía constitucional” u otros términos de vitupero, es legítimo pero hay que buscarle la vuelta a que se los puede vociferar sin problemas.

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Nadie va preso (apenas la segunda recordación primaria, ya apuntada por algunos colegas, y uno comienza a cansarse). También es atendible que esa prerrogativa, la libre expresión, no alcanza para vivir como se debería. Lo semantizó Anatole France: “Todos los pobres tienen derecho a morirse de hambre bajo los puentes de París”. Expresarse en libertad puede entonces no tener resultados prácticos, para quienes no comen ni se curan ni se educan con el decir lo que se quiera. Si además se afina la puntería para meterse con la libertad de prensa, por aquello de que todo ciudadano tiene derecho a publicar sus ideas sin censura previa, resulta que hay que contar con la prensa propia. Y en consecuencia pasamos a hablar de la propiedad de los medios de producción. Lo cual es igualmente legítimo, desde ya, pero con el riesgo de que se convierta en teoricismo si acaso no es cotejable con la época y circunstancias que se viven. Veámoslo a través del absurdo: si siempre es igual, democracia y dictadura también son iguales. En este punto el cansancio por las obviedades se incrementa. Y uno se pregunta si no se lo preguntan quienes sí viven de poder expresarse libremente por la prensa, pero para referirse al momento argentino como si continuáramos en plena dictadura.

Mataron a mucha gente acá. Picanearon, violaron, nos mandaron a una guerra inconcebible, robaron bebés, desaparecieron a miles, tiraron cadáveres al mar y adormecidos también, electrificaron embarazadas, regaron el país de campos de concentración, torturaron padres delante de los hijos. Se chuparon a más de cien periodistas acá. Si hasta parece una boludez recordar que estaban prohibidos Serrat y la negra Sosa, que las tres Fuerzas se repartieron las radios y los canales, que inhibieron textos sobre la cuba electrolítica, que en el ‘78 estaba vedado por memorándum criticar el estilo de juego de la Selección Argentina de fútbol. ¿Nos pasó todo eso y por unos afiches de mierda y una escenografía de juicio vienen a decirnos que esto es una dictadura? ¿Pero qué carajo les pasa? ¿Dónde están viviendo? ¿Cómo puede faltársele así el respeto a la tragedia más grande de la Argentina? Acá lo cepillaron a Rodolfo Walsh, ¿y hay el tupé de ir a llorar miedo al Congreso? Faltaría ir al Arzobispado. Si bendijo a los milicos, seguro que también puede dar una mano ahora que se viene el fin del mundo con el matrimonio gay.

Uno entiende que pasaron algunas cosas, nada más que algunas por más significativas que fueren, capaces de suscitar que sea muy complejo trabajar de periodista en los medios del poder. Lo de las jubilaciones estatizadas, lo de la mano en el bolsillo del “campo”, lo de la ley de medios audiovisuales y la afectación del negociado del fútbol de Primera. Ahora bien, ¿la contradicción aumentada entre cómo se piensa y dónde se trabaja justifica las sobreactuaciones? Es decir: puede pensarse que en verdad algunos dicen lo que pensaron toda la vida, y que otros quedaron presos de la dinámica furiosa de la patronal. Pero, ¿decir que estamos o vamos hacia una dictadura? ¿Que si esto sigue así puede haber un muerto? ¿Hace falta construir ese delirio para congraciarse? En todo el país, si es cuestión de propiedad mediática y de programas y prensa influyentes, bastan y casi sobran los dedos de ambas manos para contar los espacios que –con mayor o menor pensamiento crítico– apoyan al Gobierno. La mayoría aplastante de lo que se ve, lee y escucha es un coro de puteadas contra el oficialismo como nunca jamás se vio. La oposición es publicada y emitida en cadena, a toda hora. ¿Qué clase de dictadura es ésa? Ese libre albedrío, muy lejos de ser mérito adjudicable al kirchnerismo, ocurrió igualmente con Alfonsín, la rata, De la Rúa, Duhalde. Lo que no había sucedido es esta cuasi unanimidad confrontadora salvo por los últimos tiempos del líder radical, a quien por derecha se le cuestionaban sus vacilaciones y por izquierda también. Contra Menem recién cargaron en su segundo lustro, después de que completó el trabajo. La Alianza se caía por su propio peso. Con el Padrino pegar era gratis, porque el país ya había estallado. Pero en el actual, que después de todo es simplemente un gobierno más decidido que el resto en cierta intervención del Estado contra el mercado y en el perjuicio a símbolos muy preciados de la clase dominante, ¿qué tan de jodido pasa como para hablar de una dictadura? ¿Será que basta con tocar unos intereses para edificar en el llano la idea de que pueden empezar a matar? ¿Los Kirchner son Videla, Massera, Suárez Mason? Por favor, tienen que aclararlo porque de lo contrario hay uno de dos problemas. O se lo creen en serio y, por tanto, se toma nota de que desvarían. O saben que es una falsedad sobre la que se montan para condolerse y entonces se anota que está bien. Que no se justifica pero se entiende. Que quedaron tras las rejas de los medios en que laboran. Ojalá sea lo segundo, por aquello de que un tonto es más peligroso que un mal bicho.

Se cometieron varias estupideces en forma reciente. Se le dio mucho pasto a la manada, se perpetraron injusticias con colegas que no se lo merecen, se agredió a los que precisamente buscan victimizarse. Eso no es hacer política. Es jugar a la política. La diferencia entre una cosa y la otra es que cuando se ejecuta lo primero es bien medida la correlación de fuerzas. A quiénes se beneficia, cuánto se puede tensar la cuerda en la dialéctica entre condiciones objetivas y subjetivas; cómo no sufrir un boomerang, en definitiva, y si se produce cuánto de fuerte son las espaldas para sortearlo. En cambio, si se juega a la política todo eso es lo que importa un pito antes que nada, con el agravante de que las consecuencias las paga un arco mucho más amplio que el de quienes formularon la chiquilinada.

De ahí a que se tomen de esos yerros para hablar de peligro de muertos, de sensación de asfixia dictatorial, de avanzada totalitaria, media una distancia cuya enormidad causa vergüenza ajena de apenas pensarla. No es algo que no pudiera preverse. Como lo dijo allá por los ’80 César Jaroslavsky, otro sabio sólo que de comité pero muy ducho en transas y arremetidas: te atacan como partido político, y se defienden con la libertad de prensa.

Se sabe que es así. Pero igual uno ya está harto de los hartos que se hartaron ahora.

sábado, 1 de mayo de 2010

El primer Mundial en África, ¿un evento excluyente?



Por Peter Wonacott (The Wall Street Journal)

Ciudad del Cabo.- Con la llegada del Mundial este junio a Sudáfrica, la máquina de marketing de la entidad que gobierna las federaciones de fútbol de todo el mundo y sus estrictas reglas sobre el uso de las marcas registradas colisionan con todo tipo de negocios, grandes y pequeños.
Cuando la aerolínea de bajos costos Kulula.com quiso vender vuelos a ciudades sede de partidos de la Copa del Mundo, la compañía lanzó un anuncio en el que se describía como "la Aerolínea Nacional No Oficial de 'Ya-Sabe-Qué'". El anuncio mostraba a un jugador, varios balones de fútbol y la bandera sudafricana.

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Ni en sueños, contestó la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA). Abogados de la organización acusaron a Kulula de "marketing de emboscada", alegando que el anuncio asociaba ilegalmente a la aerolínea con el Mundial de la FIFA en Sudáfrica, protegido por la ley de marcas registradas.
La advertencia llevó a Kulula a modificar su publicidad. Entre otros cambios, reemplazó los balones con una bola de discoteca, la bandera por un silbato y le quitó los medias y los botines de fútbol al jugador.
La FIFA informa que está investigando más de 400 casos relacionados con violaciones de marcas registradas en Sudáfrica. Mientras tanto, las reglas de la FIFA sobre quiénes pueden vender artículos cerca de los estadios se están colisionando con los pequeños negocios y los vendedores callejeros sudafricanos.
El tema es particularmente preo cupante en Sudáfrica, un país con una de las mayores disparidades de ingresos en el mundo y con una tasa de desempleo de casi 25%. Mucha gente pobre se gana la vida en las calles, vendiendo desde plumeros a camisetas de fútbol no oficiales en las veredas y ventanillas de vehículos.
Es la primera vez que el Mundial se juega en territorio africano, una decisión que busca no sólo subrayar la naturaleza global del deporte sino también mostrar el apoyo a las economías emergentes del continente. El gobierno sudafricano se embarcó en una enorme tarea de construcción de carreteras, líneas férreas y estadios para prepararse para la avalancha de visitantes, lo que avivó las esperanzas de creación de empleos y de un repunte del crecimiento económico. Desde que salió de una difícil recesión a finales del año pasado, el país espera casi con desesperación obtener dividendos del Mundial.
El secretario general de la FIFA, Jérôme Valcke, dice que cuesta US$1.000 millones organizar el Mundial de Sudáfrica, y los acuerdos publicitarios exclusivos son necesarios para financiar el evento. Esta es la razón por la que la FIFA está colaborando con las autoridades para ahuyentar a quienes practican el "marketing de emboscada", agrega.
Los patrocinadores como Adidas AG, Coca-Cola Co. y la aerolínea Emirates pueden vincular sus marcas al torneo de fútbol y sus famosos logotipos oficiales. Si bien la FIFA declinó revelar las cifras publicitarias, un veterano de la industria con conocimiento de las tarifas actuales afirma que algunas multinacionales están pagando de US$250 millones a US$300 millones por un acuerdo de ocho años, o US$30 millones a US$40 millones por año.
La FIFA asevera que los negocios del Mundial se extenderán mucho más allá de los grandes nombres corporativos. El organismo cita estudios de la consultora Grant Thornton LLP que estiman que casi medio millón de visitantes acudirán a Sudáfrica para los partidos, lo que generará unos US$2.600 millones en ingresos y creará unos 415.000 empleos.
Sin embargo, en algunas ciudades, las autoridades sudafricanas se enfrentan al malestar de los pequeños negocios que se sienten marginados por el evento. La FIFA está colaborando con la policía para bloquear las ventas y la publicidad no autorizadas alrededor de los estadios en las llamadas Zonas de Exclusión, de entre medio kilómetro y tres kilómetros, dependiendo del estadio. El organismo señala que busca formas de integrar a los artesanos locales y a algunos propietarios de comercio en las zonas donde se concentrará un gran número de espectadores.
En Johannesburgo y en la capital de Sudáfrica, Pretoria, los vendedores ambulantes se quejan de que no se les permitirá acceso a las zonas cercanas a los estadios para vender sus productos en las áreas con mayor tráfico de peatones, afirma David Cote, miembro de la organización Abogados por los Derechos Humanos en Pretoria.
Funcionarios sudafricanos involucrados en el Mundial dicen que los vendedores ambulantes necesitan ajustarse a las reglas, al igual que los comerciantes de todo el mundo. Este cumplimiento no va a ser fácil, especialmente para los millones de personas que pertenecen a las clases más bajas de la sociedad sudafricana. Ester Nongauza, que opera junto a su hijo un puesto de snacks y cigarrillos en la estación de tren de Ciudad del Cabo, sospecha que no podrá vender durante la Copa del Mundo, ya que está cerca de un parque designado para aficionados. "Si nos quedamos en casa, no tenemos nada", dice.

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