sábado, 26 de junio de 2010

La guerra “secreta” de Obama



Por Eduardo Kragelund (Tiempo Argentino, 13/6/2010)

La presentación en sociedad de la Estrategia de Seguridad Nacional de Barack Obama fue saludada como el fin de la ley de las cavernas de su antecesor, George W. Bush. Medios y analistas destacaron con alborozo que en el plan del mandatario, enviado recientemente al congreso tras presentarlo en la academia militar de West Point, brillaban por su ausencia conceptos como “guerra preventiva” y “guerra contra el terrorismo”. Eso, tradujeron, significa el fin de la política de la pasada administración, que en aras de perseguir al terrorismo hasta debajo de la cama se pasó la legislación internacional, ONU incluida, por el arco del triunfo y violó los más elementales derechos humanos. En otras palabras, concluyeron, Obama está haciendo realidad la consigna de su campaña electoral: “yes, we can” (si, podemos).

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Es cierto que algo –no todo- cambió en la Casa Blanca. Midiendo sus palabras, a sabiendas de que casi la mitad de los estadounidenses prefieren el estilo John Wayne de su antecesor, Obama reconoció el fracaso de la táctica de Bush de cazar terroristas desplegando multimillonarias operaciones militares unilaterales, algo así como tratar de pescar mojarritas con redes para atunes. "Cuando hacemos un uso excesivo de nuestro poder militar, o no invertimos o desplegamos instrumentos complementarios o actuamos sin socios, entonces nuestras fuerzas armadas se ven sumamente presionadas”, dijo el presidente ante los futuros oficiales de las fuerzas armadas.
Como podía esperarse del dirigente demócrata, Obama encuadró los problemas de seguridad nacional en un concepto más amplio, donde el aspecto militar debe (o debería) ser sólo una parte complementaria. “Nuestra fuerza e influencia en el exterior –subrayó- comienza con los pasos que demos en nuestro país”. Es decir, hay que “hacer crecer nuestra economía y reducir nuestro déficit”, así como desarrollar la educación, las fuentes de energía limpias que rompan la dependencia del petróleo y preserven el planeta, y la investigación técnica y científica. “Sencillamente, debemos considerar la innovación estadounidense como el fundamento del poderío estadounidense”, concluyó.
Obama también hizo hincapié en la diplomacia para “evitar actuar solos”. Así, por ejemplo, marca objetivos que a Bush ni se le cruzaron por la cabeza, como "profundizar las relaciones con países claves por su influencia, como China, India y Rusia, y con naciones crecientemente influyentes, como Brasil, Sudáfrica e Indonesia". Consecuentemente, en lugar de dirigirse al elitista Grupo de los Ocho (los siete países más industrializados más Rusia) como “el principal foro para la cooperación internacional”, prefiere tomar como referente y ámbito de alianzas el Grupo de los 20 (G-8, más once países “recientemente industrializados” y la Unión Europea en bloque).
En este contexto, llama la atención que el documento presentado por Obama en el congreso, que llevó 16 meses de trabajo y consta de 52 páginas, no haga referencia alguna a América Latina. “Lo que pasa es que el discurso antiyanqui de Bolivia, Ecuador o Venezuela es francamente un juego de niños al lado del problema que tenemos con los talibanes, al-Qaeda, en Afganistán o en Irán”, dijo a Tiempo Argentino un dirigente del Partido Demócrata que conoce Latinoamérica a fondo. A falta de definiciones, los hechos parecen indicar que la actual política de Washington respecto a la región no difiere gran cosa de la de Bush. El ejemplo más claro lo acaba de dar Hillary Clinton, en la asamblea celebrada en Lima por la Organización de Estados Americanos (OEA). Con el apoyo de Colombia, Perú y Guatemala, incondicionales aliados de Estados Unidos, la secretaria de Estado defendió a capa y espada la reintegración de Honduras, lo que equivaldría a legitimar al gobierno surgido del golpe de Estado del 2009 contra el presidente Manuel Zelaya.
Dejando a un lado estos “exabruptos”, en términos generales se pueden ver cambios significativos si se piensa en la cruzada contra el “eje del mal” que lanzó Bush tras los ataques del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono. En lugar de autoconcebirse como el “Llanero Solitario” que persigue a los “malos”, con la pretensión de que el mundo “occidental y cristiano” se le adhiera sin chistar, la iniciativa de Obama propone que, antes de llegar a las armas, se busque el más amplio consenso, incluido el de los países “recientemente industrializados”. En otros términos, abre una instancia de negociación previa a la acción.
Pero de ahí a que haya desaparecido, como insinuaron muchos analistas, la posibilidad de una intervención militar, hay una distancia. “Nuestras fuerzas armadas serán la piedra fundamental de nuestra seguridad”, definió Obama. Y prueba de ello es que el presupuesto militar solicitado para el 2011 es el mayor de la historia del país: 708.000 millones de dólares.
A diferencia de Bush, el esfuerzo no estará puesto en las grandes operaciones militares televisadas, sino en lo que Obama cree que es la clave para derrotar el terrorismo islámico: acciones encubiertas, de sesgo más policial que militar, basadas en una sólida labor de espionaje y una estrecha cooperación con los gobiernos afines. De hecho, tanto el New York Times como el Washington Post aseguran, citando a altos mandos militares, que ya se amplió la guerra secreta contra al-Qaeda y otros grupos musulmanes radicales. “Las Fuerzas de Operaciones Especiales crecieron en número y presupuesto, y serán empleadas en 75 países en lugar de 60 como sucedía el año pasado”, escribió el diario de la capital estadounidense. El Comando Central de Estados Unidos, que realiza operaciones secretas en Oriente Medio, el sur de Asia y el Cuerno de África bajo el mando del general David Petraeus, cuenta ya con 13.000 soldados de élite de todas las fuerzas, de los cuales 9.000 están concentrados en Irak y Afganistán. Como definió el director de la lucha antiterrorista, John Brennan, poco después de que Obama presentó su estrategia, lo importante de la guerra secreta que ya se está librando es que Estados Unidos “no se limite a responder” después de un ataque, sino que “lleve la lucha contra al-Qaeda y sus aliados extremistas adonde ellos se entrenan y complotan en Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia y más allá”.
En suma, esta es la otra cara de la nueva doctrina de seguridad nacional, resumió The Washington Post. El fortalecimiento económico, el desarrollo científico y técnico y la diplomacia como herramienta para construir una red de alianzas serán la base para relanzar el liderazgo estadounidense. Pero la guerra contra el desafío de los radicales islámicos, aunque se torne más secreta que pública, seguirá siendo la punta de lanza por algo que Obama mismo dejó muy claro: la salvaguardia de los intereses fundamentales de Estados Unidos.

Un baño de sangre que enluta a México y enriquece a los narcos



Por Eduardo Kragelund (Tiempo Argentino, 6/6/2010)

La foto es la misma desde hace años: jóvenes, viejos y niños acribillados en las calles, madres llorando junto a los cuerpos de sus hijos y funcionarios dando sus condolencias a familiares de las de víctimas del narcotráfico y de su propia ineptitud, cuando no complicidad. El “México lindo y querido”, donde tantos argentinos encontraron refugio en los años de plomo y donde hoy viven muchos de sus hijos y nietos, se ha convertido en eso: en un país que llora de impotencia ante una guerra regida por la corrupción, en la que los “malos” aportan las drogas, los “buenos” un mercado que rinde jugosos dividendos y la población miles muertos.

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"No es usted bienvenido", le dijo una madre en la cara al presidente Felipe Calderón durante su última visita a la norteña Ciudad Juárez. "Si hubieran matado a alguno de sus hijos, ya hubieran buscado debajo de las piedras para encontrar a sus asesinos".
Dos días antes, la mujer había enterrado a uno de sus hijos, asesinado a tiros, junto a otros 12 adolescentes, en su mayoría jugadores de un equipo estudiantil de fútbol americano. Nadie sabe por qué los mataron. Se dice que el grupo de sicarios que abrió fuego los confundió con narcotraficantes rivales. Pero lo que si saben los mexicanos es que esta matanza, ocurrida en febrero, no es un hecho aislado y demuestra, una vez más, que las autoridades están lejos de ir ganando la guerra contra los carteles de la droga, como a diario repite el gobierno.
La violencia se ha convertido en el pan de todos los días en buena parte de México, en particular en los estados que forman los 3.200 kilómetros de frontera con Estados Unidos, el país que más drogas consume en el mundo. Desde que Calderón llegó a la presidencia, hace cuatro años, y desató la mayor ofensiva militar contra el narcotráfico, suman 23.000 los muertos, muchos de ellos inocentes. Pero la sangre que corre casi a diario sólo parece pedir más sangre. Ciudad Juárez es un triste ejemplo. Los más de siete mil soldados que patrullan esta población de 1,3 millones de habitantes no han logrado que sus calles dejen de ser escenario de encarnizados combates, muchos de ellos entre las mismas bandas que se disputan el negocio de las drogas.
El gobierno mexicano ha hecho una fuerte inversión en esta guerra. También ha recurrido a la ayuda de Estados Unidos, cuya agencia antinarcóticos, la DEA, tiene operando en México un centenar de agentes y 11 oficinas regionales, la mayor cantidad de dependencias abiertas en el extranjero. Tampoco se le puede negar los duros golpes que ha asestado a los carteles de la droga, como lo reconoció la jefa de la DEA en México, María Furtado. Sin embargo, las bandas de Tijuana, del Golfo, del Pacífico, del Chapo Guzmán y de los hermanos Beltrán Leyva se han seguido desarrollando. De ser productores y exportadores de marihuana, han entrado con fuerza en el mercado de la cocaína aprovechando el vacío que dejó el descabezamiento de los carteles colombianos de Medellín y Cali en los años 90. Los investigadores calculan que entre el 70 y el 90 por ciento de toda la cocaína que llega a Estados Unidos pasa por México. Es más, incluso han internacionalizado su actividad. Como señaló el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez, “los sicarios ya no tienen una patria, sino que las invaden todas: el cartel de Sinaloa tiene laboratorios en la provincia de Buenos Aires, las bandas que actúan en las sombras imponen guerras en las favelas de Río de Janeiro o en las villas de San Martín o Boulogne”.
En otras palabras, en la guerra se ha invertido mucho dinero, esfuerzo y sangre, pero no ha dado el resultado esperado. Por el contrario, ha aumentado el poder de las mafias del narcotráfico. El Chapo Guzmán, por ejemplo, de quien se dice que controla entre el 30 y 40% de las drogas que ingresan a Estados Unidos, tiene una riqueza de más de mil millones de dólares (ver recuadro). El Procurador General de México en el 2009, Eduardo Medina, precisó que el flujo de efectivo desde los consumidores estadounidenses a México sumaba unos diez mil millones de dólares anuales. Una cantidad de dinero que no sólo alcanza para incursionar en nuevos mercados, como sucede desde el 2000 con el de las metanfetaminas, sino también para adquirir todo tipo de armamentos -desde pistolas hasta granadas y fusiles AK-47- y sobornar -“aceitar”, le dicen- las estructuras encargadas de reprimirlos.
Con semejantes bolsas de premio, cada vez que cae un capo siempre hay varios aspirantes a mafiosos dispuestos a reemplazarlos. La muerte del colombiano Pablo Escobar Gaviria o la detención del mexicano Rafael Caro Quintero son prueba de ello. El resto, la “carne de cañón”, los “burros” que transportan la droga y los grupos de choque que protegen el negocio, es lo que sobra en los países proveedores, donde reina la pobreza y los policías desocupados o mal pagos.
Por eso es un error, como señalan muchos analistas, creer que el problema del narcotráfico en México, como en otros países latinoamericanos, puede tener una solución militar. No hay balas suficientes en el mundo que puedan acabar con los “cañonazos” que diseminan millones de dólares a diestra y siniestra y con un mercado que paga lo que se le pida con tal de meterse lo que sea por las venas o la nariz. Las balas, en suma, no deben apuntar a los narcotraficantes, sino al blanco principal, sin el cual no habría narcotraficantes: el corazón del negocio.
La marihuana o la cocaína no valen casi nada en sus lugares de origen. Pero cada vez que un cargamento pasa de mano en mano con destino a Estados Unidos, cada vez que hay un decomiso o se desbarata un laboratorio, el valor de la mercadería aumenta exponencialmente y se convierte en un incentivo para la larga cadena del narcotráfico, que se extiende, vía lavado de dinero, a instituciones financieras, constructoras y los más diversos negocios de compra y venta.
La faceta más visible del negocio es la misma guerra, alimentada por los millones de dólares que la “aceitan” a un lado y al otro de la frontera. Alguien se pregunta, por ejemplo, por qué la DEA, que hace gala de tanta efectividad al sur del Río Bravo, nunca logra desmantelar las grandes redes de distribución que reparten drogas a lo largo y ancho de los casi diez millones de kilómetros cuadrados que tiene Estados Unidos ni captura a ninguno de sus grandes capos. O alguien investiga, para seguir con los ejemplos, de dónde salió tanto billete verde, tanto “cash” fresco, para desatar el boom multimillonario que tuvo la construcción en Miami a fines del siglo pasado y principios del presente.
Sin embargo, la corrupción, como la guerra misma, es sólo la punta del iceberg. En este caso, al menos, matar al perro no termina con la rabia.
Lo que hace que la rabia se siga esparciendo son las condiciones que cimentan el suculento negocio del narcotráfico, tanto en México y en América Latina como en los países consumidores. Las mafias que producen y exportan drogas no tendrían razón de existir si no hubiera una fuerte demanda. Y esta demanda, que compra con avidez todo lo que le cae en sus manos, está indisolublemente ligada a la prohibición. La historia de Estados Unidos da un buen ejemplo. Los 13 años que mantuvieron a sangre y fuego la “ley seca” (1920-1933) sólo sirvieron para fomentar el alcoholismo, causar más de cien mil víctimas entre muertos a balazos y enfermos por ingestión de productos adulterados, promover todo tipo de crímenes y delitos y desatar una corrupción que abarcó a una tercera parte de las fuerzas que debían combatirlos.
Pero la sola idea de legalizar el consumo de drogas pone los pelos de punta a muchos sectores de la sociedad, en particular a los más conservadores y a los que lucran con los “derivados” de la guerra. Sin ninguna base científica, enarbolando tabúes religiosos o pretendidamente morales, rechazan lo obvio, el sentido común: que la drogadicción, al igual que el alcoholismo o el tabaquismo, debe ser tratada como una enfermedad y no como un delito. Les parece inconcebible propuestas como la de Martínez, quien explicó que “no se trata de alentar el consumo, sino de controlarlo mejor, invirtiendo esos mismos millones en salud pública y en campañas efectivas que no demonicen al consumidor ni lo atemoricen con un destino de represión y cárcel”. Por el contrario, aunque la historia y las estadísticas digan todo lo contrario, insisten en que la legalización aumentaría la demanda y siguen apostando a una guerra que cada día hace más atractivo el narcotráfico y tiñe más de sangre a países como México. En suma, por ignorancia o complicidad, terminan coincidiendo con los grandes capos de la droga. Ellos sí tienen claro que el levantamiento de la prohibición, el único “valor agregado” que eleva el precio de las drogas a las nubes, le asestaría un golpe mortal al negocio.

"El Chapo" Guzmán, en la lista de la revista Forbes (Recuadro)

“El Chapo” Guzmán, uno de los narcotraficantes más buscados de México y del mundo, se ha convertido en una leyenda que encabeza tanto las listas de la agencia antinarcóticos de Estados Unidos (DEA) como la de los multimillonarios de la revista Forbes. El “chaparro” (petiso) Joaquín Guzmán Loera, con una fortuna de 1.000 millones de dólares, fue ubicado entre los hombres con más billetes del mundo, junto a otros mexicanos como el financista Alfredo Harp Helú –primo del hombre más rico del planeta, Carlos Slim Helú- y Emilio Azcárraga Jean, presidente de la mayor cadena de televisión en castellano, Televisa.
"El (el “Chapo”) no está disponible para entrevistas", dijo a la prensa Luisa Kroll, editora de Forbes, cuando Guzmán ingresó en el 2009 a la lista de millonarios. "Pero su situación financiera está bastante bien", agregó.
Su fortuna la amasó traficando drogas. Forbes calcula que los traficantes mexicanos y colombianos lavaron entre 18,000 y 39,000 millones de dólares en el 2008 provenientes de la venta al por mayor de embarques de drogas a Estados Unidos. La revista estima que el jefe del cártel de Sinaloa, estado norteño donde nació hace 56 años, obtuvo al menos un 20% de esa suma, lo suficiente para ganarse un lugar en la lista de poseedores de más de 1000 millones de dólares.
Con apenas 1,55 metros de estatura, el “Chapo” es un ejemplo vivo de que la guerra contra el narcotráfico, basada en la prohibición de las drogas y en el castigo del adicto, sólo lleva agua al molino de las grandes mafias que manejan este negocio.
Al “Chapo” le pasó de todo en su ya larga carrera delictiva. En 1993, fue detenido y condenado a 20 años de prisión. Desde la cárcel siguió dirigiendo su cartel y vivió una de sus grandes épocas de prosperidad. Pero el dinero no era suficiente y organizó su fuga, con evidente complicidad de las autoridades carcelarias. El objetivo lo logró el 19 de enero del 2001, cuando huyó de un penal de máxima seguridad al mejor estilo de las películas de hollywood: escondido en el camión de la lavandería.
Desde esa fecha se dicen muchas cosas del “Chapo”. Los “narcocorridos” exhaltan su vida fuera de la ley y su capacidad de sobrevivencia pese a que el gobierno mexicano ha ofrecido cinco millones de dólares por su captura. Se dice, por ejemplo, que cada día cambia de número de celular para evitar ser detectado. También le han pegado fuertes golpes. Sin ir más lejos, el año pasado sufrió la mayor incautación de drogas del mundo: le decomisaron 23,5 toneladas de cocaína que transportaba en un buque por el Pacífico. Pero nada de esto parece quitarle el sueño al “Chapo”. Por el contrario, sus negocios siguen viendo en popa.


Ese “daño colateral” llamado niños (Recuadro)

Los niños, como siempre, son la cara más trágica de la guerra contra el narcotráfico. Además de soportar los problemas comunes a muchos otros chicos latinoamericanos –desnutrición, insalubridad, falta de un hogar, abanono-, los de México enfrentan la violencia desatada en muchas ciudades del país entre las mafias de la droga y las fuerzas de seguridad.
Se calcula que unos 7.000 chicos y adolescentes han sido víctimas del conflicto desde el 2006, de los cuales unos 4000 fueron asesinados, en su mayoría en fuegos cruzados entre las mismas bancas o con el ejército, y los otros 3000 se quedaron huérfanos por las mismas causas.
Pero los muertos, heridos y huérfanos son sólo parte del “daño colateral” que ocasiona esta guerra en la infancia mexicana. Mucho niños ven a los narcos con admiración: tienen dinero, autos soñados, mujeres bonitas y nadie los toca. Igual que en las películas. Y cuando crecen, la falta de trabajo o los empleos mal pagos los llevan a engrosar las filas de los “ídolos” de la infancia. Sólo un ejemplo: de los 10.000 detenidos en el 2009 por delitos violentos en la ciudad fronteriza de Mexicali, la mitad eran menores de 13 años.

martes, 18 de mayo de 2010

Lo que no se dice de la crisis



Por Vicenç Navarro (*)

La crisis que están viviendo algunos países mediterráneos –Grecia, Portugal y España– e Irlanda se está atribuyendo a su excesivo gasto público, que se supone ha creado un elevado déficit y una exuberante deuda pública, escollos que dificultan seriamente su recuperación económica. De ahí las recetas que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo (BCE) y el Consejo Europeo han estado imponiendo a aquellos países: hay que apretarse el cinturón y reducir el déficit y la deuda pública de una manera radical.

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Es sorprendente que esta explicación haya alcanzado la dimensión de dogma, que se reproduce a base de fe (el omnipresente dogma liberal) y no a partir de una evidencia empírica. En realidad, ésta muestra lo profundamente errónea que es tal explicación de la crisis. Veamos los datos.
Todos estos países tienen los gastos públicos (incluyendo el gasto público social) más bajos de la UE-15, el grupo de países más ricos de la Unión Europea, al cual pertenecen. Mírese como se mire (bien gasto público como porcentaje del PIB; bien como gasto público per cápita; bien como porcentaje de la población adulta trabajando en el sector público), todos estos países están a la cola de la UE-15. Su sector público está subdesarrollado. Sus estados del bienestar, por ejemplo, están entre los menos desarrollados en la UE-15.
Una causa de esta pobreza del sector público es que, desde la Segunda Guerra Mundial, estos países han estado gobernados la mayoría del periodo por partidos profundamente conservadores, en estados con escasa sensibilidad social. Todos ellos tienen unos sistemas de recaudación de impuestos escasamente progresivos, con carga fiscal menor que el promedio de la UE-15 y con un enorme fraude fiscal (que oscila entre un 20 y un 25% de su PIB). Son estados que, además de tener escasa sensibilidad social, tienen escaso efecto redistributivo, por lo que son los que tienen mayores desigualdades de renta en la UE-15, desigualdades que se han acentuado a partir de políticas liberales llevadas a cabo por sus gobiernos. Como consecuencia, la capacidad adquisitiva de las clases populares se ha reducido notablemente, creando una economía basada en el crédito que, al colapsarse, ha provocado un enorme problema de escasez de demanda, causa de la recesión económica.
Es este tipo de Estado el que explica que, a pesar de que su deuda pública no sea descomunal (como erróneamente se presenta el caso de Grecia en los medios, cuya deuda es semejante al promedio de los países de la OCDE), surjan dudas de que tales estados puedan llegar a pagar su deuda, consecuencia de su limitada capacidad recaudatoria. Su déficit se debe, no al aumento excesivo del gasto público, sino a la disminución de los ingresos al Estado, resultado de la disminución de la actividad económica y su probada ineficacia en conseguir un aumento de los ingresos al Estado, debido a la resistencia de los poderes económicos y financieros.
Por otra parte, la falta de crédito se debe al excesivo poder del capital financiero y su influencia en la Unión Europea y sus estados miembros. Fue la banca la que, con sus comportamientos especulativos, fue creando burbujas que, al estallar, han generado los enormes problemas de falta de crédito. Y ahora están creando una nueva burbuja: la de la deuda pública. Su excesiva influencia sobre el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (este último mero instrumento de la banca) explica las enormes ayudas a los banqueros y accionistas, que están generando enormes beneficios. Consiguen abundante dinero del BCE a bajísimos intereses (1%), con el que compran bonos públicos que les dan una rentabilidad de hasta un 7% y un 10%, ayudados por sus agencias de cualificación (que tienen nula credibilidad, al haber definido a varios bancos como entidades con elevada salud financiera días antes de que colapsaran), que valoran negativamente los bonos públicos para conseguir mayores intereses. Añádase a ello los hedge funds, fondos de alto riesgo, que están especulando para que colapse el euro y que tienen su base en Europa, en el centro financiero de Londres, la City, llamada el “Wall Street Guantánamo”, porque su falta de supervisión pública es incluso menor (que ya es mucho decir) que la que se da en el centro financiero de EEUU.
Como bien ha dicho Joseph Stiglitz, con todos los fondos gastados para ayudar a los banqueros y accionistas se podrían haber creado bancos públicos que ya habrían resuelto los problemas de crédito que estamos experimentando (ver mi artículo “¿Por qué no banca pública?”, en www.vnavarro.org).
En realidad, es necesario y urgente que se reduzca el sobredimensionado sector financiero en el mundo, pues su excesivo desarrollo está dañando la economía real. Mientras la banca está pidiendo a las clases populares que se “aprieten el cinturón”, tales instituciones ni siquiera tienen cinturón. Dos años después de haber causado la crisis, todavía permanecen con la misma falta de control y regulación que causó la Gran Recesión.
El mayor problema hoy en la UE no es el elevado déficit o deuda (como dice la banca), sino el escaso crecimiento económico y el aumento del desempleo. Ello exige políticas de estímulo económico y crecimiento de empleo en toda la UE (y muy especialmente en los países citados en este artículo). No ha habido una crisis de las proporciones actuales en el siglo XX sin que haya habido un crecimiento notable del gasto público y de la deuda pública, que se ha ido amortizando a lo largo de los años a base de crecimiento económico. EEUU pagó su deuda, que le permitió salir de la Gran Depresión, en 30 años de crecimiento. El mayor obstáculo para que ello ocurra en la UE es el dominio del pensamiento liberal en el establishment político y mediático europeo, imponiendo políticas que serán ineficientes, además de innecesarias. Y todo para asegurar los beneficios de la banca. Así de claro.

(*) Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy en The Johns Hopkins University

jueves, 13 de mayo de 2010

De la mala a la peor


Por Juan Gelman (Página 12, Buenos Aires)

Se apaga el concierto de voces que proclaman la salida de la crisis económica mundial: el sismo europeo es una fuerte réplica del epicentro que sacude a EE.UU. desde el 2008. Hasta el FMI subraya que las medidas adoptadas para salvar a Grecia son apenas calmantes de una enfermedad grave. Pero no explica en qué consiste el mal. Sólo propone la “cura” de las medidas de ajuste que afectan a millones y millones de habitantes del planeta.

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El distinguido profesor emérito de Economía de la Universidad de Ottawa, Michael Chossudovsky, y el investigador independiente Andrew Gavin Marshall acaban de reunir en el volumen titulado The Global Economic Crisis. The Great Depression of the XXI Century (Global Research Publishers, Centre for Research on Globalization, Montreal, 2010) los trabajos de 16 especialistas que exploran a fondo las causas y consecuencias de un fenómeno que no se debe precisamente a un puñado de banqueros sin escrúpulos, como Barack Obama propone: es el desemboque de un largo proceso de cambio del modelo económico occidental que se inició en los años ’80. La llamada “desregulación” que nació entonces estuvo normada por la implantación progresiva de complejos instrumentos creados por el aparato financiero.

Los editores sintetizan las conclusiones de los estudiosos en el prólogo de la obra (www.globalresearch.ca, 9-5-10). La central: “La humanidad se encuentra en la encrucijada de la crisis económica y social más grave de la historia moderna”. Se subraya que no consiste sólo en la burbuja inmobiliaria que estalló hace dos años: el hundimiento de los mercados financieros en el período 2008/09 fue secuela del fraude institucionalizado y la manipulación financiera. En obediencia, claro, a la ley del beneficio máximo.

Es notorio que esto ensancha las distancias entre base y cima sociales en materia de distribución del ingreso nacional. Un estudio que el profesor Emanuel Saez, del Departamento de Economía de la Universidad de Berkeley, llevó a cabo hace dos años revela que en EE.UU. ese distanciamiento “es particularmente brutal a partir de los ’80: el 10 por ciento más rico (de la población) acaparaba el 35 por ciento del ingreso nacional en 1982, una proporción que alcanza el 50 por ciento 25 años después, reinstalando la situación que precedió al crac de la Bolsa en 1929” ( , 15-3-08). Pese a las declaraciones optimistas de la Casa Blanca, el desempleo en la superpotencia va en aumento.

Otros análisis inquietantes se resumen en el prólogo de The Global Economic Crisis: esta recesión económica no tiene un origen acotado, sino que se inscribe en el desarrollo de una militarización a escala mundial. “La dirección de la ‘guerra prolongada’ del Pentágono se vincula estrechamente con la reestructuración de la economía global..., la arquitectura financiera global alimenta objetivos estratégicos y de seguridad nacional. A cambio, la agenda militar de EE.UU. y la OTAN sirve de apoyo a una poderosa elite empresarial que socava incesantemente las funciones del gobierno civil.”

El traslado de una ingente masa de capital a las actividades financieras ha “desmaterializado” la producción y provocado un cambio estructural en la economía estadounidense: crece el número de quiebras de empresas pequeñas y medianas, al mismo tiempo que la economía de guerra, engordada por un presupuesto de defensa de casi un billón de dólares, goza de muy buena salud. La industria de armas de alta tecnología y la contratación de mercenarios para las guerras de Irak y Afganistán conocen, entre otros, un esplendor sin precedentes. “Basta echar un vistazo a la escalada (bélica) en el Medio Oriente y Asia Central, así como a las amenazas de EE.UU. y de la OTAN dirigidas a China, Irán y Rusia, para percibir hasta qué punto la guerra y la economía están íntimamente vinculadas.”

Las relaciones de la banca con el complejo militar-industrial y los gigantes del petróleo, el papel central que la política monetaria desempeña en la recesión, el peso de la deuda pública y privada, las repercusiones socioeconómicas y políticas que acarrearon las reformas del libre mercado, son aspectos que, entre otros, escrutan analistas destacados como Claudia von Werlhof, Richard C. Cook y Peter Dale Scott. Desde distintos puntos de vista y desde disciplinas diferentes, todos los autores coinciden –señala el prólogo– en que se trata de una crisis con alcances verdaderamente mundiales que influyen en todas las naciones y en todas las sociedades. La estadounidense incluida, desde luego.

“Nunca vi algo semejante –señaló Noam Chomsky sobre el estado de ánimo imperante en EE.UU. (www.legrandsoir.info, 24-4-10)–. Escucho la radio para enterarme de lo que dicen los que llaman por teléfono. ¿Qué me pasa?, se preguntan. Hice todo lo que me dijeron que hiciera. Soy un buen cristiano. Trabajo duro para mantener a mi familia. Tengo un arma. Creo en los valores de este país y, sin embargo, mi vida se derrumba.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Libertad de expresión



Por Ezequiel Fernández Moores (La Nación, Buenos Aires)

"Los republicanos también compran zapatillas". Es una de las frases más célebres en la historia del deporte. La pronunció Michael Jordan en 1990. Querían que el ídolo hablara para frenar el triunfo electoral de Jesse Helms, un político racista, homofóbico, amigo de las dictaduras latinoamericanas, del Ku Klux Klan y del apartheid sudafricano. Pero Jordan recordó que tenía un contrato de 20 millones de dólares con Nike. Los ídolos deportivos no deben "abusar de su liderazgo" para influenciar a sus seguidores, dijeron sus defensores. Además, agregaron, "el deporte debe mantenerse separado de la política". Veinte años después, los Suns de Phoenix, sepultaron la máxima de Jordan. El play off que liquidaron el pasado domingo ante los Spurs de Manu Ginóbili significó algo más que un triunfo deportivo. Marcó un hito para los estudiosos de los vínculos entre el deporte y la política. Comparable a la negativa de Muhammad Alí a combatir en Vietnam en 1965 y al podio rebelde de México 68 de los atletas negros Tommie Smith y John Carlos.

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Arizona está convulsionada por la nueva ley antiinmigración de la gobernadora Jan Brewer, que faculta a la policía a exigir papeles a quienes pueda sospechar que son indocumentados. ¿Cómo reconocer a un indocumentado? "Por su ropa, pero especialmente por su conducta", respondió el senador Brian Bilbray, de California. Los Suns, como muchos otros, entendieron a la ley como una cacería del inmigrante latino. El patrón del equipo, Robert Sarver, acordó con los jugadores que salieran al segundo partido contra los Spurs con una camiseta que decía "Los" Suns, en español. El canadiense Steve Nash, líder del equipo, y que ya en 2003 había salido a la cancha con una camiseta que criticaba la invasión a Irak, fue otra vez la voz cantante. Robert Kerr, ex compañero y gran amigo de Ginóbili en los Spurs, y actual gerente general de los Suns, calificó de "nazi" a la iniciativa. Senadores republicanos le exigieron que se rectificara. La mayoría de los mensajes que llegaron al diario The Arizona Republic a los Suns recordaban que al menos el 60 por ciento de la población de Arizona aprueba la ley. "Shut up and play" (Cállense y jueguen), decían carteles que los propios hinchas de los Suns exhibieron ese día a sus jugadores. Fuera del estadio, unas tres mil personas marchaban con camisetas de "Los" Suns. Fue una previa inusual para la trasmisión de la TV. "Me saco el sombrero con la decisión de Sarver", expresó en estudios el ex jugador Charles Barkley ante Ernie Johnson, un periodista deportivo cada vez más incómodo con el rumbo que tomaba la trasmisión. Nash y sus compañeros sabían lo que arriesgaban. No sólo volvieron a ganar esa noche. Triunfaron también en los dos partidos siguientes. Fue un 4-0 rotundo. Jugaron como nunca antes. En el último, el domingo por la noche, a Nash le cerraron un ojo de un codazo. Terminó ofreciendo un recital.

Los Suns recibieron apoyo de los Spurs y de la propia NBA, habitualmente reacia a definiciones políticas. Hasta Barack Obama saludó su gesto. Muchos esperan ahora que también el béisbol se pronuncie. Que defienda a sus jugadores, el 27 por ciento de los cuales son de origen latino. Se pide que la Major League Baseball (MLB) desplace a Phoenix como sede del Juego de las Estrellas de 2011. Y que se declare un boicot contra el equipo local, los Arizona Diamondbacks. El patrón del equipo, Ken Kendrick, se vio obligado a admitir que había aportado dinero a los candidatos republicanos, pero aclaró que no apoya la ley. Sus defensores dieron amplio detalle de fundaciones a las que él aporta dinero y que ayudan a niños latinos. La gobernadora Brewer escribió en la página web de ESPN que no tiene sentido impulsar boicots y, mucho menos, mezclar al deporte con la política. Brewer defendió la ley, afirmó que debió actuar porque Arizona es un estado fronterizo que sufre los clanes de la droga y del tráfico de personas que actúan desde México, que Phoenix se había convertido en la ciudad de Estados Unidos con mayor cantidad de secuestros (316 en 2009), que no podía aguardar más "la inacción" de Obama y que su ley no es racial y, mucho menos, nazi.

En lugar de triples o home runs, el deporte pasó a hablar de "progres" o "nazis". Así debe ser, afirma el periodista y escritor de deportes Dave Zirin. Califica de hipócrita a Kendrick, el patrón de los Diamondbacks. Por un lado dice que no apoya la ley, pero, por otro, cederá su estadio para un mitín del senador Jonathan Paton, uno de los más furiosos defensores de la ley. Paton, agrega Zirin, tiene un estrecho vínculo con Russell Pearce, el senador ex combatiente en Irak que inspiró la ley. La TV mostró imágenes de Pearce reunido con líderes neonazis como J.T.Ready y John Birch y un correo electrónico antisemita que el senador reenvió en 2006 a sus seguidores. La revelación incomodó a quienes defienden la ley y se indignan con el calificativo de "nazi". Kerr no fue el único que lo utilizó. "No puedo imaginarme a Arizona utilizando las técnicas de la alemania nazi y de la Rusia comunista para perseguir a los sospechosos", expresó Roger Mahony, arzobispo de Los Angeles. ¿Acaso no fue justamente Arizona el estado que resistió largos años a aceptar el día feriado en homenaje a Martin Luther King? ¿Y no fue acaso la presión del deporte la que ayudó a cambiar esa postura? La National Football League (NFL, football americano) quitó a Arizona su condición de sede del Superbowl de 1993. La decisión, se dijo entonces, fue clave para que un año después los votantes de Arizona aprobaran finalmente adherir al feriado en honor al luchador por los derechos civiles asesinado en 1968. Los manifestantes que protestan ahora ante cada juego de los Diamondbacks pretenden que la MLB (béisbol) haga lo mismo con su Juego de las Estrellas de 2011. Quieren que el deporte se sume a otros sectores que ya comenzaron a boicotear a Arizona. ¿Acaso no fue un beisbolista, Jackie Robinson, un pionero que en 1947 rompió barreras raciales?

También la Major League Soccer (MLS, nuestro fútbol), que tiene a más del cuarenta por ciento de sus jugadores nacidos en Latinoamérica, evalúa si deberá excluir a Phoenix como subsede si la FIFA designa en diciembre a Estados Unidos como país organizador del Mundial 2018 o 2022. "Odio decirlo, pero ¿por qué debería darle un valor especial a la opinión política de un deportista que gana millones? El deporte cruza razas, colores y política y dos hinchas de un mismo equipo, aún cuando piensen lo opuesto, pueden hablar allí un lenguaje común. Cuando los atletas llevan al deporte las divisiones de afuera destrozan una ilusión, como cuando Jim Carrey encontró que su vida era el Truman Show", escribió el periodista Greg Salvatore. "Les pagamos para que nos sirvan de escape", coincidió su colega Skip Bayless. El deporte, dicen sus estudiosos, suele disfrazar de neutralidad posturas conservadoras. Y está cada vez más atado a sus patrocinadores. La asunción de Obama, sin embargo, desató fanatismos y leyes como las de Arizona. Consciente del peligro, Obama recomendó hace unos días leer qué dicen los que piensan distinto. "Puede que te hierva la sangre, pero es esencial para una eficaz convivencia".

El mercado laboral de Estados Unidos, contaba hace unos días el periodista Andrés Oppenheimer, demanda hasta 500.000 trabajadores no cualificados por año. El actual sistema inmigratorio autoriza apenas 5.000 visados anuales. Hay gente que lleva veinte años pidiendo su visa. Terminan entrando ilegalmente. Once millones de inmigrantes carecen de papeles en Estados Unidos. Casi medio millón están en Arizona, ex territorio mexicano. Una crónica reciente recordó la letra de "Somos más americanos", un corrido que cantan Los Tigres del Norte. "Ya me gritaron mil veces que me regrese a mi tierra porque aquí no quepo yo. Quiero recordarle al gringo: yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó…Ellos pintaron la raya para que yo la brincara y me llaman invasor… Nos quitaron ocho Estados. ¿Quién es aquí el invasor? Soy extrajero en mi tierra. Y no vengo a darles guerra. Soy un hombre trabajador". Del hombre trabajador, justamente, depende la pasión del deporte. Michael Jordan no tenía razón. "El deporte –escribió Paola Boivin en The Arizona Republic- sirve para algo más que para vender zapatillas".