lunes, 12 de octubre de 2009

O Brasil adelanta, o la Argentina atrasa


Por Jorge Elías
(La Nación, Buenos Aires)

En 2003, antes de asumir la presidencia, Luiz Inacio Lula da Silva recibe un pedido que amerita un rápido tratamiento: su inminente par de Senegal, Abdoulaye Wade, necesita un avión para combatir la peor plaga de langostas en 15 años en Africa occidental. "Le dije que se quedara tranquilo -suelta Lula, años después, en una entrevista con LA NACION-. Creí que iba a ser sencillo. Pasaron seis meses. El avión no había salido. Llamé al comandante de la Fuerza Aérea. Me informó que el pedido debía ser tratado por el Congreso. Es diferente en otros países; tienen otros mecanismos legales. Chávez puede mandar tractores a Bolivia. Yo no puedo."
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Lula conoce sus atributos y sus limitaciones. Si bien Brasil no ha estado exento de escándalos de corrupción, las sospechas apenas han rozado sus suelas. En la Argentina, los Kirchner transmiten otra imagen: incrementan su patrimonio y, sin venia legislativa alguna, usan aviones y vehículos oficiales y comprometen fondos públicos en campañas electorales o por asuntos personales. Esa diferencia traza una línea más extensa que la frontera entre ambos países, socios mayoritarios del degradado Mercosur. Traza una línea tan extensa, en realidad, como las prioridades de cada gobierno: Brasil prevé su 2016; la Argentina revé su 1976.
Esa línea habrá influido en la decisión del candidato presidencial uruguayo José "Pepe" Mujica de comprarse un traje por primera vez en su vida, a los 64 años, y lidiar con el portuñol de Lula en lugar de cruzar el charco para obtener apoyos y votos. El ex líder tupamaro, de dolorosa trayectoria en los años de plomo, es el favorito para las elecciones presidenciales del domingo 25; vislumbra en el presidente brasileño el modelo que pretende seguir. Con Lula, no con los Kirchner, Mujica tiene en común un pasado de lucha desde trincheras diferentes y, a su vez, una historia de superación. La gente -como los países- no cambia: evoluciona.
En el primer año del gobierno de Lula, Néstor Kirchner fija sus prioridades en la plataforma electoral: "La alianza estratégica con Brasil, la profundización del Mercosur y la relación con los países asociados, Chile y Bolivia". La falta de apoyo de Brasil en las negociaciones con el FMI, la escasa colaboración del presidente uruguayo Jorge Batlle en la búsqueda de los restos de la nuera de Juan Gelman en Montevideo, el conflicto con Tabaré Vázquez por las pasteras y la crisis del gas con Chile alteran esas intenciones.
Liderazgo silencioso
En ese momento, en una reunión entre gallos y medianoche en un hotel de Asunción, Hugo Chávez seduce a Néstor Kirchner con su aparente deseo de revisar las inversiones de la petrolera Pdvsa en los Estados Unidos y volcarlas en la Argentina. Lula comulga con ambos y todos los demás, pero comienza a proyectar a Brasil hacia el exterior con la agenda que, en parte, hereda de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso. Surge de ese modo el indicio de un afán de liderazgo regional silencioso, jamás admitido, que no necesita ser declamado.
La creación de la Unión de Naciones Suramericana (Unasur), así como varias intervenciones conjuntas en países vecinos en apuros, deja de lado al Mercosur, exitoso colchón de los diferendos bilaterales entre Brasil y la Argentina, mientras Uruguay y Paraguay denuncian en vano sus asimetrías y Venezuela no logra la aprobación de Brasil y Paraguay para incorporarse como miembro activo. Su papel, a 18 años de la firma del Tratado de Asunción, queda relegado a pronunciamientos políticos y seguimientos económicos.
Por cuestión de días, Lula y Néstor Kirchner no aterrizan juntos en 2003 en China, socio con Brasil, Rusia y la India del grupo BRIC. Por cuestión de días, también, no cancelan juntos en 2005 las deudas soberanas con el denostado FMI. Por otra cuestión, tampoco revisan juntos esa medida ahora: Brasil se propone capitalizar al organismo con 10.000 millones de dólares; la Argentina, cuyo principal agente financiero externo es Venezuela, se propone retornar a los mercados de deuda con mediciones internas de dudosa legitimidad y acreedores externos insatisfechos.
En forma simultánea, el Brasil de Lula, "cansado de ser una potencia emergente", según su propia definición cuando es reelegido en 2006, planea la compra de armamento militar más grande de América latina; la Argentina de los Kirchner, habitualmente ensimismada y crispada, planea el refuerzo de la flota aérea a su disposición más grande de la historia.
En un país, mimado por los mercados y los líderes internacionales, habrá Mundial de fútbol en 2014 y Juegos Olímpicos en 2016; en el otro, insistente en culpar de su fracaso hasta a la CIA con sus "operaciones basura", habrá elecciones presidenciales en una fecha incierta, tras el cambio de las legislativas de este año, en 2011.
O Brasil adelanta, o la Argentina atrasa. Entre ambos, Mujica opta por estrenar su traje donde sabe qué hora es. En Lula, con mandato a plazo fijo hasta 2011, esa decisión tiene más valor que precio y que los elogios de Barack Obama.