Por Florencia Abbate (
Crítica, Buenos Aires)
En estos días de acalorada discusión en torno al Banco Central se han delineado tres posturas sobre “nuestras deudas”: 1) La postura oficial, que consiste en destinar reservas al pago de la deuda; 2) La que apunta a pagarla con recursos fiscales, generando un achique del gasto público para que sea financiable; 3) La que propone no pagar la deuda.
Quienes sustentan esta tercera postura, como Pino Solanas, argumentan que la deuda es fraudulenta. Y tienen razón.
Pero en estos contextos no basta con tener razón. Y no hace falta más que recordar el clima “globalizado” de crisis que se vivía para estas mismas fechas el año pasado. Los economistas del mundo discutían: ¿Cómo sigue esto del capitalismo?
[Sigue +/-]Todos parecían un tanto desconcertados. El pueblo estadounidense acababa de presenciar el alevoso hecho de que cientos de miles de millones de dólares eran repartidos a la misma gente que había causado la catástrofe. Un poco como en nuestra Argentina de fines del 2001 y principios de 2002, sólo que con cifras mucho más abultadas y repercusiones de escala mundial.
Todos los pueblos tuvieron la obligación de enterarse de que ésas son las leyes del capitalismo. Este tipo de Estados no está para salvar a los pobres y a los jubilados sino a gente como la que digita a los tahúres de Wall Street –aun cuando hayan firmado papeles en los que decían que podían permitirse perder el dinero invertido. Y más que nunca parecía acertada la afirmación de que “la política es la sombra que los grandes capitales proyectan sobre la sociedad” (J. Dewey).
El hecho de que la Reserva Federal, el principal Banco Central del mundo, decidiera obsequiarles a los grandes inversionistas los fondos que había ahorrado con la retención a los salarios de todos, no hacía más que poner en evidencia la naturaleza de los bancos centrales en un Estado capitalista de este tipo.
El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no parece haber percibido realmente el agotamiento de este modelo de capitalismo. Si bien la Presidenta, en sus declaraciones, suele mostrarse aggiornada al respecto -y conciente de que la crisis mundial es un buen escenario para crear alianzas entre las “fuerzas progresistas” de Latinoamérica–, sus políticas económicas no se han apartado demasiado del rumbo fijado cuando el capitalismo estaba en su esplendor. El dato de que sea Blejer el candidato para reemplazar a Redrado resulta elocuente. El Estado capitalista tiene por lo menos tres funciones. Una es la de proveer servicios que no pueden ser desarrollados de un modo fiable por medios privados. La segunda consiste en proteger a los poseedores contra los que nada tienen, asegurando el proceso de acumulación de capital en unos pocos mientras circunscribe las demandas de las masas trabajadoras. La tercera función, no tan mencionada, es impedir que el sistema capitalista se devore a sí mismo.
El sistema tiene en sí una tendencia a la sobreproducción y a la crisis del mercado. Una tendencia crónica hacia la sobreproducción de bienes y servicios del sector privado, y un infraconsumo de la población trabajadora. Por eso los grandes inversionistas invierten en “cosas virtuales”, como los bonos de deuda de los distintos países. Es que el dinero que les “sobra” para invertir rebalsa la economía real y las fronteras.
La administración de los Kirchner ha sido más sólida que otras a la hora de cumplir la tercera función del Estado, impidiendo el colapso; ha sabido por ejemplo acumular reservas. Pero esto no supone en principio ningún quiebre ideológico comprometedor para la buena salud de la plutocracia global.
Tiene razón Pino Solanas cuando dice que la pulseada en torno al Banco Central es payasesca porque el problema de fondo es el pago de la deuda. Pero lo cierto es que las macropolíticas impuestas al mundo continuarán como hasta ahora mientras no haya una verdadera posibilidad de desacople de la articulación comercial, productiva y financiera de la economía mundial. Mientras tanto no queda otra opción que pagar esas deudas, aunque sean fraudulentas.
Sólo en países en los que el capitalismo ha sido frenado en cierto grado por la socialdemocracia, las mayorías han podido asegurarse cierta prosperidad. De otra manera, las crisis seguirán ocurriendo cíclicamente –arrastrando con ellas a millones de personas–, como resultado de un sistema fundado en principios amorales.
El ensayista Santiago Alba Rico dio en la tecla cuando dijo que “el capitalismo es materialmente un nihilismo”, remitiéndose al filósofo chino que expuso hace siglos la paradoja del individualismo extremo: “No sacrificaré un solo cabello de mi cabeza aunque de ello dependa la salvación de todo el universo”.