Por Miguel Olivera (Crítica de la Argentina)
Obama anunció una reforma financiera histórica. En sus propias palabras: “Propongo una reforma simple y de sentido común que llamamos la “regla Volcker”, por este tipo alto que está parado detrás de mí. Los bancos ya no podrán ser dueños, o invertir o promover hedge funds, fondos de inversión privados o realizar operaciones de trading, utilizando su balance en su propio beneficio y que no esté al servicio de sus clientes”. Al pie de la letra, es una revolución en las finanzas globales que va a llenar libros de historia. ¿Será?
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Para entender lo que Obama propuso, el Congreso será el que finalmente decida, hay que hacer un poco de historia y de economía. Vale la pena para entender cuán dramática sería la transformación y pensar algunas de sus consecuencias para nuestros países.
Empecemos por la economía. ¿Qué hace un banco comercial? Toma depósitos de aquel que tiene ahorros y los presta a quien necesita para consumir o invertir. Con el desarrollo vino la innovación financiera (unos pocos economistas, usualmente pagados por los bancos, piensan que es al revés) y aparecieron los mercados de capitales, donde se comercializan bonos y acciones. Ésa es banca de inversión, ya no comercial, y que no se financia con depósitos sino con inversores a través de bonos y acciones. Los bancos de inversión, además, se dedican a comprar y vender los activos financieros que ayudan a crear asesorando a las empresas. Suficiente economía.
Ahora la historia. En 1930 se produjo una fenomenal crisis bancaria que, para muchos, fue la causa de la Gran Depresión. En 1933, una de los remedios fue la sanción de una ley en los Estados Unidos (la Glass-Steagall) que separó la banca comercial de la banca de inversión. A partir de allí, un banco no podía jugar a la ruleta con los depósitos de la gente. La banca comercial, la de inversión, el financiamiento hipotecario, el negocio de seguros… todo tenía que hacerse por separado evitando la colusión y la formación de un mega-banco. Más, como los depósitos estaban (y están) garantizados por el Estado, la separación evitaba que las actividades más riesgosas se financiaran con capital subsidiado.
Por varias décadas la ley Glass-Steagall estuvo vigente. Poco a poco empezó a tener fisuras frente a la presión de los bancos. En 1997, se le permitió a los bancos comprar casas de bolsas. Un año después, y vaya a saber en qué marco legal, la Reserva Federal de los Estados Unidos autorizó la fusión entre el Citigroup (banco) y Travelers (seguros). En 1999, el Clinton post Lewinsky envió al Congreso una ley de modernización financiera que en los hechos acabó con la ley GS.
Todo es historia. Revisar la historia ayuda a entender la ley Volcker: la reforma propuesta por Obama es, en algún sentido, una limitación parecida a la que estuvo vigente hasta finales de los años noventa en Estados Unidos. Siempre que se pueda llevar a la práctica. Y es más también: acorde a los tiempos que corren, la propuesta también incluye límites al tamaño.
Son muchas las cosas para decir a partir de la iniciativa. Algunas más anecdóticas. Otras, que llevan a repensar incluso las políticas macroeconómicas locales. Como en botica, aquí van algunas.
Empecemos por Volcker, el consejero que le da nombre a la reforma. En la Argentina de hoy, Volcker sería considerado un conservador furioso y un militante de la política antiinflacionaria: cuando le tocó dirigir la Reserva Federal, bajó la inflación de 13,5% en 1981 a 3,2% en 1983 ¡pero lo hizo subiendo la tasa de interés al 20%!
Sin embargo, Volcker tuvo –y tiene obviamente– una visión dura acerca de las libertades que se le tienen que dar al sistema financiero: tanto que Ronald Reagan prefirió no ofrecerle nuevamente el puesto de presidente de la Fed y eligió, en cambio, a Greenspan quien (des)regularía y promovería la liberalización financiera de los años noventa. Tanto así que ya en 1987, el artículo del New York Times que narraba el cambio sostenía que la diferencia entre ambos era que Volcker “tendía a resistir la desregulación mientras que Greenspan estaba más favorablemente dispuesto” (http://www.nytimes.com/1987/06/03/business/volcker-out-after-8-years-as-federal-reserve-chief-reagan-chooses-greenspan.html) Como Presidente de la Reserva Federal, Volcker apoyó el Plan Austral de Juan Sourrouille (ambos aún son amigos).
No es tan sencillo. Llevar adelante la reforma no es un asunto fácil y no se trata sólo del poder de lobby fenomenal de los bancos. Primero, Obama lanzó la reforma sin buscar la coordinación internacional. La falta de acuerdo internacional es un problema serio: en un mundo globalizado, la existencia de otros centros financieros internacionales alternativos a Wall Street abre la posibilidad de eludir alguna de las regulaciones. Varios mercados nacieron (por ejemplo, el de eurodólares) como resultado de regulaciones e impuestos unilaterales.
Además, la oportunidad del anuncio no es clara. Algunos medios sugieren que el timing es consecuencia de la derrota política en Massachusetts a manos de los republicanos. Sin embargo, con una recuperación en curso sin bases más sólidas que el estímulo público fiscal y monetario, un aumento en la percepción del riesgo financiero (toda reforma crea incertidumbre) puede ser contraproducente. De cualquier manera, los tiempos de implementación se piensan de 3 a 5 años.
Además, el sistema financiero fue en las últimas décadas una de las fuentes de crecimiento en los Estados Unidos. Cada vez más los servicios son una parte importante de la producción de un país en detrimento de la industria. Y dentro de los servicios, las finanzas tienen un rol importante. La “financialización” es una tendencia de largo plazo que llevó a que en la segunda mitad del siglo pasado el peso de los servicios financieros se duplicara de 10% a 20% del PBI mientras que la industria bajó de 30% a 12%. En los últimos años, Wall Street reforzó su peso a nivel local e internacional. En tanto la reforma financiera vaya en contra de esta tendencia puede tener costos de corto plazo en términos de nivel de actividad: las pólizas de seguro sirven pero al contratarlas hay que pagar la prima y, quién sabe, el resultado de ésta sea un mayor costo financiero la mayor parte del tiempo a costa de reducir las frecuencias de las crisis.
Obama y nuestras reservas. Hoy, mal que nos pese, los argentinos no podemos pasar del mundo. Nuestra suerte depende en buena medida de la liquidez mundial y los precios de las materias básicas (en términos más técnicos, los economistas estiman que más de la mitad del ciclo económico local se puede explicar sólo por factores externos). No estamos solos.
Cuando cae la tolerancia al riesgo de los inversores, los países en desarrollo se resfrían y, a veces, hasta se pescan una neumonía. Hay varias discusiones que hacen a cómo lidiar con la globalización financiera y, especialmente, mitigar sus efectos más negativos. Hay que entender que globalización significa, también, que todos los inversores privados se comportan como una manada, en forma coordinada. ¿Cómo protegerse?
La acumulación de reservas es una de las herramientas más elogiadas, especialmente luego de la crisis financiera global, en tanto póliza de seguro frente a la volatilidad importada. Los seguros, lo dije más arriba, tienen algún costo –acumular reservas no es gratuito– pero sirven cuando ocurre el siniestro. ¡Aun cuando, como en este caso, la razón sea la posible reforma bancaria en el principal país del mundo!
Por lo tanto, la utilización de las reservas, si sobran o no, si conviene usarlas para pagar deuda ahora o guardarlas en caso de que la economía mundial sufra una recaída, son asuntos de interés general y deberían ser, entonces, discusiones colectivas. Tal vez nuestro bienestar futuro dependa de ello.
Empecemos por la economía. ¿Qué hace un banco comercial? Toma depósitos de aquel que tiene ahorros y los presta a quien necesita para consumir o invertir. Con el desarrollo vino la innovación financiera (unos pocos economistas, usualmente pagados por los bancos, piensan que es al revés) y aparecieron los mercados de capitales, donde se comercializan bonos y acciones. Ésa es banca de inversión, ya no comercial, y que no se financia con depósitos sino con inversores a través de bonos y acciones. Los bancos de inversión, además, se dedican a comprar y vender los activos financieros que ayudan a crear asesorando a las empresas. Suficiente economía.
Ahora la historia. En 1930 se produjo una fenomenal crisis bancaria que, para muchos, fue la causa de la Gran Depresión. En 1933, una de los remedios fue la sanción de una ley en los Estados Unidos (la Glass-Steagall) que separó la banca comercial de la banca de inversión. A partir de allí, un banco no podía jugar a la ruleta con los depósitos de la gente. La banca comercial, la de inversión, el financiamiento hipotecario, el negocio de seguros… todo tenía que hacerse por separado evitando la colusión y la formación de un mega-banco. Más, como los depósitos estaban (y están) garantizados por el Estado, la separación evitaba que las actividades más riesgosas se financiaran con capital subsidiado.
Por varias décadas la ley Glass-Steagall estuvo vigente. Poco a poco empezó a tener fisuras frente a la presión de los bancos. En 1997, se le permitió a los bancos comprar casas de bolsas. Un año después, y vaya a saber en qué marco legal, la Reserva Federal de los Estados Unidos autorizó la fusión entre el Citigroup (banco) y Travelers (seguros). En 1999, el Clinton post Lewinsky envió al Congreso una ley de modernización financiera que en los hechos acabó con la ley GS.
Todo es historia. Revisar la historia ayuda a entender la ley Volcker: la reforma propuesta por Obama es, en algún sentido, una limitación parecida a la que estuvo vigente hasta finales de los años noventa en Estados Unidos. Siempre que se pueda llevar a la práctica. Y es más también: acorde a los tiempos que corren, la propuesta también incluye límites al tamaño.
Son muchas las cosas para decir a partir de la iniciativa. Algunas más anecdóticas. Otras, que llevan a repensar incluso las políticas macroeconómicas locales. Como en botica, aquí van algunas.
Empecemos por Volcker, el consejero que le da nombre a la reforma. En la Argentina de hoy, Volcker sería considerado un conservador furioso y un militante de la política antiinflacionaria: cuando le tocó dirigir la Reserva Federal, bajó la inflación de 13,5% en 1981 a 3,2% en 1983 ¡pero lo hizo subiendo la tasa de interés al 20%!
Sin embargo, Volcker tuvo –y tiene obviamente– una visión dura acerca de las libertades que se le tienen que dar al sistema financiero: tanto que Ronald Reagan prefirió no ofrecerle nuevamente el puesto de presidente de la Fed y eligió, en cambio, a Greenspan quien (des)regularía y promovería la liberalización financiera de los años noventa. Tanto así que ya en 1987, el artículo del New York Times que narraba el cambio sostenía que la diferencia entre ambos era que Volcker “tendía a resistir la desregulación mientras que Greenspan estaba más favorablemente dispuesto” (http://www.nytimes.com/1987/06/03/business/volcker-out-after-8-years-as-federal-reserve-chief-reagan-chooses-greenspan.html) Como Presidente de la Reserva Federal, Volcker apoyó el Plan Austral de Juan Sourrouille (ambos aún son amigos).
No es tan sencillo. Llevar adelante la reforma no es un asunto fácil y no se trata sólo del poder de lobby fenomenal de los bancos. Primero, Obama lanzó la reforma sin buscar la coordinación internacional. La falta de acuerdo internacional es un problema serio: en un mundo globalizado, la existencia de otros centros financieros internacionales alternativos a Wall Street abre la posibilidad de eludir alguna de las regulaciones. Varios mercados nacieron (por ejemplo, el de eurodólares) como resultado de regulaciones e impuestos unilaterales.
Además, la oportunidad del anuncio no es clara. Algunos medios sugieren que el timing es consecuencia de la derrota política en Massachusetts a manos de los republicanos. Sin embargo, con una recuperación en curso sin bases más sólidas que el estímulo público fiscal y monetario, un aumento en la percepción del riesgo financiero (toda reforma crea incertidumbre) puede ser contraproducente. De cualquier manera, los tiempos de implementación se piensan de 3 a 5 años.
Además, el sistema financiero fue en las últimas décadas una de las fuentes de crecimiento en los Estados Unidos. Cada vez más los servicios son una parte importante de la producción de un país en detrimento de la industria. Y dentro de los servicios, las finanzas tienen un rol importante. La “financialización” es una tendencia de largo plazo que llevó a que en la segunda mitad del siglo pasado el peso de los servicios financieros se duplicara de 10% a 20% del PBI mientras que la industria bajó de 30% a 12%. En los últimos años, Wall Street reforzó su peso a nivel local e internacional. En tanto la reforma financiera vaya en contra de esta tendencia puede tener costos de corto plazo en términos de nivel de actividad: las pólizas de seguro sirven pero al contratarlas hay que pagar la prima y, quién sabe, el resultado de ésta sea un mayor costo financiero la mayor parte del tiempo a costa de reducir las frecuencias de las crisis.
Obama y nuestras reservas. Hoy, mal que nos pese, los argentinos no podemos pasar del mundo. Nuestra suerte depende en buena medida de la liquidez mundial y los precios de las materias básicas (en términos más técnicos, los economistas estiman que más de la mitad del ciclo económico local se puede explicar sólo por factores externos). No estamos solos.
Cuando cae la tolerancia al riesgo de los inversores, los países en desarrollo se resfrían y, a veces, hasta se pescan una neumonía. Hay varias discusiones que hacen a cómo lidiar con la globalización financiera y, especialmente, mitigar sus efectos más negativos. Hay que entender que globalización significa, también, que todos los inversores privados se comportan como una manada, en forma coordinada. ¿Cómo protegerse?
La acumulación de reservas es una de las herramientas más elogiadas, especialmente luego de la crisis financiera global, en tanto póliza de seguro frente a la volatilidad importada. Los seguros, lo dije más arriba, tienen algún costo –acumular reservas no es gratuito– pero sirven cuando ocurre el siniestro. ¡Aun cuando, como en este caso, la razón sea la posible reforma bancaria en el principal país del mundo!
Por lo tanto, la utilización de las reservas, si sobran o no, si conviene usarlas para pagar deuda ahora o guardarlas en caso de que la economía mundial sufra una recaída, son asuntos de interés general y deberían ser, entonces, discusiones colectivas. Tal vez nuestro bienestar futuro dependa de ello.