domingo, 7 de febrero de 2010

México: Lugar común, la muerte en manos de los narcos


Por Gerardo Albarrán de Alba (Págna 12, Buenos Aires)

México, D.F.- “Está cabrón, muy cabrón”, dice un diputado del PRI, mientras saca sus cuentas sobre el saldo de la guerra contra el narco en el primer mes de este año: 904 muertos, y contando. Luego multiplica por 12 los asesinados de enero y la cifra es escalofriante: a ese paso, el año terminaría con 10.848 ejecutados. Ahí la llevamos: súmense los 18 adolescentes ejecutados durante una fiesta en Ciudad Juárez, Chihuahua, en los primeros minutos del 1º de febrero, la mayoría jugadores de un equipo estudiantil de fútbol americano. Y otros 10 en un bar en Torreón, Coahuila, un par de horas después.

Lo peor tal vez no sean los asesinados, que ya es decir mucho. Nadie debería morir así, en la barbarie. Lo verdaderamente grave es que esas vidas perdidas se convierten en números que ya no alarman. La violencia se ha convertido en un lugar común; una muerte más o una vida menos es un mero ejercicio de estadística.

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La administración de Felipe Calderón parece no inmutarse ante las masacres cotidianas. Como si fueran buenas noticias que justifican su guerra, los asesinatos se integran a un discurso que ha repetido hasta la náusea: mueren los narcos, vamos ganando.

Y como Calderón, ningún funcionario de ningún nivel de gobierno, ya sea federal, estatal o municipal se hace responsable de la descomposición que vive el país. Nadie da la cara, nadie rinde cuentas, nadie tiene la dignidad de renunciar, por más que la gente lo exija.

Al día siguiente de la masacre, entre los féretros de los jóvenes chihuahuenses asesinados, una madre llora más de rabia que de tristeza. “A ver, que Calderón traiga a vivir para acá a sus hijos, pero sin escolta. Si a él le hubieran matado a un hijo, ya estaría moviendo cielo y tierra para castigar a los culpables. Pero nuestros hijos no le importan.”

La mujer tiene razón. Ni el presidente ni el resto de la clase política mexicana lo encuentran relevante, es apenas materia de discursos que, de tan manidos, sólo escuchan entre ellos.

Lo que más indigna no es la indiferencia, sino la burla. El secretario de Seguridad Pública del estado de Chihuahua, Víctor Valencia de los Santos, renunció a su cargo la mañana del mismo 1º de febrero, pero no por vergüenza, sino para buscar la candidatura del PRI precisamente a la alcaldía de Ciudad Juárez. De todos modos no había mucho que hacer, la investigación del crimen en Ciudad Juárez tuvo que esperar 24 horas: ese día fue feriado y el Ayuntamiento cerró. Calderón estaba en Japón cuando ocurrió el crimen múltiple y apenas atinó a decir que todavía no sabía bien qué había ocurrido.

Los mexicanos ni siquiera cuentan de su lado a los grandes medios electrónicos, caracterizados por la espectacularización y la banalidad: los noticieros de televisión llevaban una semana dedicando horas de transmisión a la cobertura del ataque al jugador paraguayo de fútbol Salvador Cabañas, quien sobrevivió a un disparo en la cabeza cuando estaba en el baño de un bar, la madrugada del 25 de enero. Pero a la masacre de Juárez apenas le dieron unos segundos. Una nota más de unos muertos más de una jornada sangrienta más. Eso ya no es noticia, y menos si los muertos no son famosos o trabajan para una empresa de las propias televisoras, como Cabañas, delantero del América, propiedad de Televisa, que lo cobija como a un mártir, mientras su rival, TV Azteca, especula sobre los malos pasos del seleccionado uruguayo.

La violencia en México es de náusea, pero sólo parecen padecerla quienes se ven envueltas directamente en ella. El resto intenta por todos los medios reforzar el autoengaño: eso les pasa a otros, como si los otros no fuéramos todos.

Durante el sepelio de los jóvenes deportistas asesinados en Ciudad Juárez, la madrugada del lunes pasado, uno de los jugadores de Jaguares de Cotis, un chavo de apenas 15 años, dice que está harto de Ciudad Juárez, harto de México.