sábado, 27 de junio de 2009

Lo que el viento se llevó

Por Silvio Santamarina (Crítica de la Argentina)

¿Se acuerdan cuando algunos candidatos, en la década del ochenta, hacían el último esfuerzo de campaña y, tragándose el orgullo, iban a hacer el ridículo a la barra de “El Contra”, encarnado por el cómico Juan Carlos Calabró? Hoy los candidatos imitan los latiguillos de sus imitadores televisivos para volverse un poco simpáticos ante la gente –o “el pueblo”, la farsa es la misma–, que en su mayoría ni siquiera los reconoce por la calle.

¿Se acuerdan cuando en la escuela, a comienzos de la restauración democrática, los trabajos prácticos vinculados con las elecciones consistían en comparar las “plataformas” (una palabra pasada de moda, por cierto) de los distintos partidos políticos? Hoy las propuestas son casi inexistentes, los estrategas electorales las consideran aburridas para la audiencia, y las posturas ideológicas de cada postulante cambian al ritmo del rating minuto a minuto.

¿Se acuerdan cuando en el barrio había un montón de “comités” y de “unidades básicas”? Hoy hasta los sitios web de los partidos políticos están desactualizados, y el único espacio de encuentro cotidiano con la “militancia” (otra palabra para anticuarios) es la cuenta en Facebook de un candidato.

¿Se acuerdan cuando los debates de los competidores en plena campaña lograban el pico de suspenso de la programación de un canal? Hoy la única duda es si el candidato bailará con su doble en “Gran Cuñado”, si cantará o si preferirá lucirse en un duelo de chistes con doble sentido.

¿Se acuerdan cuando los actos de cierre de campaña consistían en inundar de ciudadanos el Obelisco porteño? Hoy los partidos supuestamente mayoritarios arman sus actos en teatros, o directamente no hacen actos de cierre.

¿Se acuerdan cuando un gobernador o un intendente le contestaban a la prensa que, antes de pensar en una candidatura presidencial, primero tenía que concentrarse en cumplir con las promesas de gestión en su distrito? Hoy los candidatos ni siquiera se dignan a confirmarles a sus electores si piensan asumir o terminar sus mandatos.

¿Se acuerdan cuando la mejor manera de no hacer cola en los centros de votación era presentarse a última hora, porque la mayoría corría a votar apenas se abrían las mesas? Hoy la prioridad del domingo de los comicios es dormir hasta tarde y alargar la sobremesa mirando la tele, hasta que la culpa o las amenazas de la justicia electoral nos hagan manotear el DNI poco antes de las seis de la tarde.

¿Se acuerdan cuando había una lista para votar al peronismo y otra para votar a la UCR? Hoy el cuarto oscuro es un laberinto de frentes, uniones, acuerdos, complicado por una maraña de “colectoras” y “listas espejo”.

¿Se acuerdan cuando el gobierno de turno se refería a sus adversarios electorales llamándolos “la oposición”? Hoy todo lo que no suene a oficialismo es etiquetado como el discurso de “la derecha”.

¿Se acuerdan cuando los candidatos, oficialistas u opositores, explicaban su mala performance electoral asumiendo que la mayoría de los argentinos les había dado la espalda a sus ideas? Hoy cada traspié de campaña se adjudica a “una operación de los medios”.

¿Se acuerdan cuando los ganadores ganaban claramente las elecciones? Hoy es casi imposible juntar en las urnas algo parecido a una mayoría.

¿Se acuerdan cuando los gobiernos prometían que, luego de los comicios, se analizarían los resultados y se llamaría a una concertación nacional y se formaría un gabinete de consenso pluralista? Hoy los voceros oficialistas avisan que si ganan “irán por todo”, pero que si pierden “harán las valijas y que se arreglen los que queden”.

¿Se acuerdan cuando los candidatos opositores habían militado varios años en el llano hasta que lograban volver al gobierno? Hoy los opositores son oficialistas recién renunciados o aspirantes a negociar sus votos con el Poder Ejecutivo.

¿Se acuerdan cuando las cosas importantes sucedían en la Casa Rosada? Hoy directamente se gobierna y se instala el búnker de campaña en la quinta de Olivos. ¿Se acuerdan cuando las denuncias de corrupción podían quebrar la carrera de un candidato opositor o voltear un ministro? Hoy un candidato denunciado crece porque la opinión pública interpreta que es víctima de un “carpetazo”, y cualquier funcionario sospechado resiste los pedidos de renuncia gracias a “los códigos” de la mesa chica que controla la caja estatal.

¿Se acuerdan cuando una investigación sobre corrupción aumentaba la tirada y la venta de los diarios? Hoy la evaluación generalizada en las redacciones es que las denuncias mantienen la identidad de un medio, pero que saturan a los lectores, quienes ya se acostumbraron a convivir con los delitos administrativos.

¿Se acuerdan cuando los periodistas “de izquierda” condenaban la corrupción gubernamental? Hoy teorizan acerca de la falsa objetividad periodística, y priorizan el compromiso revolucionario por encima de la presunta neutralidad informativa, devaluada por ser una “hipocresía burguesa”.

¿Se acuerdan cuando circulaban pocas encuestas y nos creíamos los resultados? Hoy los medios publican promedios de decenas de sondeos para no ser acusados de tendenciosos.

¿Se acuerdan cuando los afiches de propaganda electoral prometían algo? Hoy aparecen algunos que no dicen nada, y ni siquiera muestran a los candidatos por temor a fastidiar a los transeúntes.

¿Se acuerdan cuando se organizaban colectas y reuniones vip para recaudar fondos de campaña para los grandes partidos? Hoy parece que tanto el Gobierno como la oposición grande tienen resueltas sus necesidades presupuestarias de antemano, y que sólo piensan en cómo maquillar tanta opulencia ante las ONG de transparencia republicana.

¿Se acuerdan cuando las personas sin ambiciones de cargos políticos se afiliaban a los partidos? Hoy hay cada vez más partidos, pero al mismo tiempo crecen las disoluciones de partidos por no cumplir los mínimos requisitos de participación que les exige la justicia electoral.

¿Se acuerdan de las internas partidarias? Hoy es eso que vemos en el cable, cuando la CNN informa sobre las “primarias” norteamericanas. Acá sólo quedan los “dedazos”.

¿Se acuerdan del orgullo de ser autoridad de mesa? ¿Se acuerdan de cuando no existían los “boca de urna”? ¿Se acuerdan de los programas políticos con alto rating? ¿Se acuerdan de la “nueva política”, que traería el “que se vayan todos”? ¿Se acuerdan cuando “privatizar” y “estatizar” querían decir eso, y no todo lo contrario? ¿Se acuerdan de cuando un discurso político hacía lagrimear a la tribuna y no al candidato que aprendió a hacer rendir sus emociones gracias a un media training? ¿Se acuerdan cuando estábamos seguros de a quien íbamos votar antes de entrar al cuarto oscuro? ¿Se acuerdan cuando la palabra política no sonaba como una mala palabra?