martes, 30 de junio de 2009

Un momento para escuchar las críticas

Por Alberto Fernández, ex jefe de gabinete (La Nación, Buenos Aires)

Inexorablemente, en esta vida debemos desafíos que nos son impuestos y que exigen nuestros máximos esfuerzos para poder superarlos.

Pero después de cada desafío la sensatez nos impone revisar el acierto o desacierto con que afrontamos el momento. Ese es el día después. El momento para sumar experiencia asimilando lo virtuoso y desechando todo lo nocivo que del error deriva.

En la democracia, el sufragio es la ocasión en que el accionar político es sometido al veredicto ciudadano.

La Argentina acaba de concluir un proceso que deja una nueva composición del Congreso. El oficialismo ha perdido mayorías legislativas y la oposición, aunque fragmentada, ha incrementado su representación. Así puede ser leído desde lo formal.

Sin embargo, esta elección está arrojando otros resultados. Inmersa en un contexto internacional particularmente crítico y con una economía que cruje por la crisis financiera mundial, transcurrió una campaña con insultos, amenazas de caos, cuestionamientos a la habilidad legal de los postulantes y hasta denuncias en donde se entremezclaban candidatos y traficantes de drogas. Y toda propuesta estuvo ausente. A duras penas, tal vez alguien haya encontrado ideas superadores de un presente que, en diversos aspectos, preocupa mucho a los argentinos.

Hoy es, precisamente, el día después de los comicios. El instante en el que deberíamos reflexionar sobre el mensaje de la ciudadanía. Y en el resultado global ha habido mensajes de los votantes que tuvieron al gobierno como único destinatario: sólo uno de cada tres argentinos avaló sus políticas.

Seguramente, un importante número de esos sufragantes tuvieron la sensación de estar emitiendo un voto sólo para que alguien resulte derrotado. Lo sustancial era sacar al gobierno del letargo en el que quedó atrapado cuando no pudo imponer a las exportaciones agropecuarias un régimen de retenciones móviles.

Del apoyo al rechazo

Ese ha sido un instante culminante de la gestión política inaugurada el 25 de mayo de 2003. Desde entonces, han quedado de manifiesto grandes dificultades para entender la dinámica social. Por esas dificultades la enorme adhesión con que contaba el Gobierno mutó hacia el rechazo. Cuestionamientos a la forma de ejercer el poder; críticas a muchas políticas que han mostrado su insuficiencia y controversias derivadas de prácticas que mellaron su credibilidad han operado como un denominador común de todos los ciudadanos que han decidido situarse en la vereda opositora.

Es cierto que el resultado electoral ha dejado para los opositores otras consecuencias: quienes gobiernan esta ciudad estarán preocupados en descifrar las razones que hicieron que en sólo diecisiete meses su adhesión se haya reducido del 45 al 31 por ciento.

Pero quienes acompañamos el proyecto político del gobierno no podemos sentirnos eximidos de la responsabilidad de revisar nuestra suerte cuando vemos que, en igual lapso, la adhesión de los ciudadanos se redujo en similares proporciones no sólo en la provincia de Buenos Aires sino también en toda la Argentina.

Indudablemente habrá razones que expliquen las causas por las que un tercio de los porteños que acompañaron al jefe de gobierno de la ciudad en 2007 hayan emigrado hacia otras alternativas. Seguramente el fundamento central de esa emigración radica en el descontento con muchas de sus políticas. Pero habrá también motivos que expliquen las causas por las cuales muchos argentinos abandonaron el espacio político que fundamos junto con Néstor Kirchner.

En el día después, si el objetivo no se ha alcanzado, se hace anímicamente muy costoso establecer el porqué del fracaso. Pero es entonces cuando debe pedírsele ayuda al sentido común para encontrar las respuestas. El arte de gobernar aconseja estar preparado para enfrentar el momento en que la gente prefiere no acompañar sus políticas. Lo que nunca recomienda es resignarse atribuyéndoles a otros la incapacidad de comprender las bondades de nuestra acción política.

En esas situaciones, lo correcto es observar la realidad, revisar nuestras conductas, escuchar las críticas honestamente formuladas y exigirle a la sensatez que nos ayude a encontrar la puerta de salida que nos reponga en la misma senda por la que caminan aquellos a los que decimos y pretendemos representar.

Si así ocurre, si somos capaces de detectar los errores e incapacidades que nos son propios, el día después deja de ser traumático y se convierte en una nueva oportunidad para recobrar el rumbo.