sábado, 20 de junio de 2009

Más que un gesto al islam

Por Mario Diament (La Nación, Buenos Aires)

MIAMI.- El mundo no está acostumbrado a escuchar a un presidente norteamericano llamar a las cosas por su nombre. Tampoco, a aludir a su educación musulmana, a citar frases del Corán y a extender la mano al rival con humildad y no con prepotencia.
Menos aún, a poner la necesidad de seguridad de los palestinos en un mismo plano que los israelíes y a tildar de ilegal la política de colonización de los territorios ocupados por Israel.
Todo eso sucedió en El Cairo, en lo que seguramente fue uno de los discursos políticos más significativos de los últimos 30 años.
Es cierto que las palabras por sí mismas no alcanzan generalmente para reemplazar los hechos, pero hay momentos en la historia en que se transforman en armas políticas excepcionales. Y el discurso de Barack Obama en la Universidad de El Cairo fue uno de ellos.
Poco importa que extremistas de uno y otro lado lo hayan rechazado. Su importancia radica, precisamente, en el amplio arco de elogios que ha provocado, del que sólo se excluyen los sectarios.
Lo primero que se admira en esta pieza de oratoria es el uso del lenguaje. No hay excesos ni ornamentos; no se advierte la intención de hipnotizar a la audiencia con recursos demagógicos, sino de expresar conceptos precisos de la manera más austera posible.
Obama no anunció un plan. En cambio, fijó la posición de su administración sobre el conjunto de conflictos que enfrentan a su país con el mundo musulmán. Y al respecto formuló definiciones que modifican de manera fundamental las políticas que Washington sostuvo en el pasado. Una de ellas fue la que tiene que ver con el conflicto entre palestinos e israelíes.
George H. W. Bush solía decir que su conflictiva relación con Israel le costó la reelección, afirmación que, en el mejor de los casos, resulta bastante dudosa. Los judíos constituyen el 1,4% de la población norteamericana y la manera como votan (raramente unánime) difícilmente pueda alterar el resultado de unas elecciones.
Bush y su secretario de Estado eran conservadores pragmáticos y veían las relaciones con Israel con el mismo sentido oportunista con que juzgaban el resto de los conflictos internacionales. Consideraban que la Guerra del Golfo había aminorado la amenaza a la existencia del Estado judío y, al mismo tiempo, había intensificado la necesidad de mejorar las relaciones con el mundo árabe, por lo que tendieron a reducir la influencia de Israel en las decisiones de Washington respecto de Medio Oriente.
Este cambio fue interpretado por la dirigencia judía norteamericana como hostil hacia el gobierno del premier Yitzhak Shamir, y de ahí proviene la reflexión de Bush acerca de su derrota electoral. Solución posible
La situación actual es distinta. Obama trae convicciones que Bush padre no tenía, como que la solución del conflicto palestino-israelí pasa por la fórmula de los dos Estados. Sabe que un Estado palestino no puede excluir a Hamas, y que ningún plan de paz prosperará si Israel no congela su política de expansión de colonias.
En este sentido, está preparado para presionar al gobierno del premier Benjamin Netanyahu. Y el primer paso fue anunciarlo públicamente en El Cairo.
A diferencia de lo que pasó con Bush padre, Obama cuenta con un considerable apoyo dentro de la comunidad judía norteamericana, buena parte de la cual está preocupada por la dirección que tomó Israel durante el nuevo gobierno.
Las partes están tan divididas que es difícil imaginar una solución. Pero si existe, Obama es la clase de líder que puede hacerla posible.