Por Diego Valenzuela (La Nación, Buenos Aires)
No es un país pobre, pero sí un país con muchos pobres: casi el 30 % de la población sufre necesidades en Brasil. También es uno de los países más desiguales del mundo: durante mucho tiempo se confió solamente en el crecimiento como arma contra la desigualdad, descuidando las políticas de redistribución.
Sin embargo, luego de 30 años de estancamiento en la situación social, entre 1970 y 2000, la historia reciente aparece alentadora gracias a una combinación de política social innovadora, urbanización de barrios pobres, movilidad en el mercado de trabajo y universalización de la educación.
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Un reciente viaje a Río de Janeiro para realizar una serie de informes acerca del combate a la pobreza me permitieron internarme en las entrañas del gigante, y de su lucha por dejar de ser terreno de exclusión social.
Una batalla ganada
Los indicadores sociales son concluyentes. Entre 2001 y 2006 hubo una baja sostenida en la desigualdad. El ingreso per cápita del 10 % más pobre sube un 11 % promedio por año (4 veces el promedio nacional, que es de 2,6 %), según un estudio de Ricardo Paes de Barro, del IPEA. En reducción de la pobreza, Brasil hizo en 4 años lo que le tomó 15 al resto de América latina: la bajó casi 10 puntos, desde 38,2 % en 2002 a 29,6 % en 2006 (son 11,2 millones menos de pobres y 9,6 millones menos de pobres extremos). En mucho menos tiempo del esperado, Brasil cumple la meta del Millenial Developmet Goals (MDG), cuya primera condición es reducir a la mitad la población viviendo en pobreza extrema para 2015.
Según el director del Instituto de Políticas Sociales de la Fundación Getulio Vargas, 27 millones de personas dejaron de ser pobres y entraron a la clase media en los últimos años. Marcelo Neri, a quien visitamos en las oficinas cariocas de este poderoso think tank brasileño, enfatiza que la clave es el significativo descenso de la desigualdad. El ingreso del 10 % más pobre subió 50 %, mientras que el ingreso del 10 % más rico subió un 7 % en los últimos 5 años.
No fue sólo consecuencia de la política social. Una macroeconomía ordenada, con un crecimiento moderado en un contexto de baja inflación, movilizó las fuerzas del mercado incorporando trabajadores al mundo de los ingresos laborales. Neri dice que en Brasil, "es como si los pobres vivieran en un país de alto crecimiento". Para bajar la desigualdad y la pobreza, además de crecer y ampliar el volumen de trabajo, se requieren políticas para que suba la participación en el ingreso de los más pobres. Allí, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina (donde se espera todo del mercado de trabajo), se considera un derecho que todo ciudadano tenga un ingreso mínimo para vivir. Es lo que hace Brasil con transferencias directas a los más pobres: el 57 % de los brasileños viven en una familia que recibe algún tipo de ayuda, lo que representa un alto grado de cobertura de la política social. Un 23 % de los brasileños viven en un hogar al que llega el Bolsa Familia, el plan social más grande del mundo.
Bolsa en portugués significa Beca. El Beca familia llega a más de 11 millones de hogares, unas 45 millones de personas, y Lula acaba de ampliarlo. Alcanza a un 25 % de la población con un costo relativamente bajo: 0,4 % del PBI brasileño. Implica transferencias monetarias sin condicionalidades a familias en situación de extrema pobreza (60 reales para quienes no tienen ingresos) y transferencias de 20 reales más por hijo hasta un máximo de tres, a condición de escolarización, vacunas, y chequeos prenatales. El primero (sin condicionalidad) apunta al corto plazo, a la urgencia. El segundo mira al mediano plazo, a romper la pobreza inter-generacional a través de una inversión familiar en salud y educación. Contra las críticas más tradicionales, la evidencia indica que el plan no tuvo impacto negativo en el mercado de trabajo. Los beneficiarios tienen una más alta participación en el mercado de trabajo que los no beneficiarios.
En el terreno
En Río hay 13 % de pobres, pero 20 % entre chicos de 0 a 5 años. Contra lo que se cree, en las favelas no viven los más pobres, sino los trabajadores de clase media y media baja (en la jerga, sectores C y D) que necesitan estar cerca del mercado laboral para obtener ingresos.
Los programas de renta mínima como el Bolsa Familia tienen mucho mayor impacto en el norte del país que en Río, porque allí la pobreza es extrema y el mercado laboral muy débil. Es evidente que el éxito político de Lula combina el apoyo de los sectores altos y empresarios por su política económica moderada, pero fundamentalmente es consecuencia de la identificación con su historia de ascenso social y de los programas de inclusión social que han apuntalado a las familias más pobres.
La segunda forma de atacar la exclusión es la urbanización de los barrios más humildes, las favelas. En tres días pudimos visitar varias de ellas, las más populosas y peligrosas, como Rozinha, Morro do Alemao, o Vidigal (con la mejor vista de Río, sobre el morro de San Conrado, mirando a Ipanema, Leblón y el Pan de Azúcar). En ellas es "natural" encontrarse con retenes de seguridad narcos, jóvenes con armas largas en medio de la calle, con la gente pasando frente a ellos como si nada. Fuera de esta naturalización de la violencia, es notable el esfuerzo que se está haciendo para llevar el estado, los servicios, los derechos y la infraestructura básica a las favelas. Hace rato que se ha abandonado la idea de erradicación, primando la de urbanización. Es que las favelas están incrustadas en Río, muy cerca de las más famosas playas, y viven en ellas 1,5 millón de personas, el 30 % de la población de Río.
Favela Barrio es el plan para favelas menores (500 a 12500 habitantes, el estado gerencia y subcontrata a constructores por licitación y concurso), mientras que el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) es la herramienta oficial para desarrollar la infraestructura con un objetivo de inclusión social en las favelas más grandes, como Rozinha, donde viven más de 120 mil personas. En ella visitamos a una familia, y comprobamos que las casas no son tan precarias como parecen, y están bien mantenidas por dentro. Rogeria, madre de 4 hijos, explicó que gracias a la urbanización sus hijos podrán ir al centro de deportes de la Rozinha, y ella podrá llevar a sus hijos al centro de salud de la favela, en lugar de viajar dos horas a un hospital y hacer 4 horas de cola. También sospecha que la urbanización permitirá acotar el poder de la droga en la favela.
Recorrimos Alemao, Manguinhas y Rozinha con Jorge Jáuregui, urbanista argentino que vive en Río desde fines de los años ´70. Especialista en urbanización de favelas y premio de urbanismo de Harvard en el 2000, nos mostró los impactantes proyectos en marcha para convertir las favelas en barrios populares, para mejorar la condición física y psicológica de los habitantes, uniendo ciudad informal con ciudad formal.
En Morro do Alemao han abierto calles, construido viviendas, una escuela secundaria, un centro de deportes, centro de salud, guardería, y plazas. No sólo eso, ya está en marcha un teleférico que va a unir 4 morros, con 6 estaciones, para que la gente puede subir a su casa con mayor facilidad. La meta es garantizar desde estado la movilidad de los pobres, otorgándoles condiciones de vida mínimas, como las que tienen los habitantes de la ciudad formal. Es, en palabras de Jáuregui, "una inyección simbólica para los más pobres, significa decirles que es posible vivir mejor. El Estado debe dar el primer paso para animar a la gente a invertir, no sólo en sus casitas, sino en el barrio, rompiendo el imaginario de que la favela es sólo reducto de los delincuentes".
Algunas lecciones:
- Macroeconomía ordenada, crecimiento con baja inflación, son la base para aumentar los ingresos generales sin dañar el poder adquisitivo de los pobres.
- En Brasil no hay una línea de pobreza oficial, pero los organismos públicos e independientes trabajan con profesionalismo y coinciden en que el costo de la canasta básica ronda los 130/140 reales por mes por persona.
- No alcanza con el crecimiento económico. Los ingresos de los más pobres deben crecer más rápidamente para cerrar la brecha.
- La diferencia la hace la alta cobertura de la política social, que iguala el punto de partida de todos los habitantes.
- Ha sido mejor la transferencia de dinero que la tradicional entrega de bienes. Lula cambió respecto de sus ideas anteriores, más cercanas a la entrega de alimentos, para retomar y potenciar los planes de Cardoso. Cierta continuidad de políticas es esencial.
- Junto a la política social, resulta crucial la universalización de la educación entre los más pobres, lo que empuja hacia arriba el mercado de trabajo y los ingresos laborales de toda la población.
- Llevar el estado, los derechos y los servicios a los barrios pobres es condición necesaria para unir ciudad informal con ciudad formal, creando condiciones para un desarrollo más equitativo.
Rozinha
Hay 750 favelas en Río, pero las 8 más grandes concentran 40 % de los habitantes de las favelas de la ciudad. César Maia, alcalde de Río por tres períodos, opositor a Lula, apunta que "la favela no es el problema, es la solución. Estar cerca del mercado de trabajo baja los costos de transporte para los trabajadores". En su gestión se apostó fuerte por la urbanización de las favelas.
Una de las favelas más grandes de Rio es la Rozinha, con una población superior a los 100 mil habitantes (casi tantos como todos los habitantes de villas de ciudad de Buenos Aires). Está en un lujoso barrio llamado Gavea, donde viven ricos y famosos. No hay transición: uno va subiendo el morro y de golpe deja de ver mansiones (como la de Chico Buarque) y entra a la favela. Hay en ella 6000 comercios, bancos, tiendas de ropa, talleres mecánicos, videoclubes. Tienen hasta canal de televisión, TV Roc, fundado por un argentino, Dante Quinterno.
En Rozinha pueden hacerse edificios de hasta 7 pisos, aunque algunas viviendas pre-existentes superan ese límite. Hay una de 13 pisos, conocido como "el Empire State de la Rozinha". La favela tiene un ritmo frenético, gente que viene y va sin parar, motos y colectivos por callecitas angostas, música, niños jugando. El rol del mototaxi es fundamental: por 2 reales sube a los habitantes (y a algunos turistas) hasta la cima del morro, desde donde la favela ofrece las mejores vistas de Río.
Una batalla ganada
Los indicadores sociales son concluyentes. Entre 2001 y 2006 hubo una baja sostenida en la desigualdad. El ingreso per cápita del 10 % más pobre sube un 11 % promedio por año (4 veces el promedio nacional, que es de 2,6 %), según un estudio de Ricardo Paes de Barro, del IPEA. En reducción de la pobreza, Brasil hizo en 4 años lo que le tomó 15 al resto de América latina: la bajó casi 10 puntos, desde 38,2 % en 2002 a 29,6 % en 2006 (son 11,2 millones menos de pobres y 9,6 millones menos de pobres extremos). En mucho menos tiempo del esperado, Brasil cumple la meta del Millenial Developmet Goals (MDG), cuya primera condición es reducir a la mitad la población viviendo en pobreza extrema para 2015.
Según el director del Instituto de Políticas Sociales de la Fundación Getulio Vargas, 27 millones de personas dejaron de ser pobres y entraron a la clase media en los últimos años. Marcelo Neri, a quien visitamos en las oficinas cariocas de este poderoso think tank brasileño, enfatiza que la clave es el significativo descenso de la desigualdad. El ingreso del 10 % más pobre subió 50 %, mientras que el ingreso del 10 % más rico subió un 7 % en los últimos 5 años.
No fue sólo consecuencia de la política social. Una macroeconomía ordenada, con un crecimiento moderado en un contexto de baja inflación, movilizó las fuerzas del mercado incorporando trabajadores al mundo de los ingresos laborales. Neri dice que en Brasil, "es como si los pobres vivieran en un país de alto crecimiento". Para bajar la desigualdad y la pobreza, además de crecer y ampliar el volumen de trabajo, se requieren políticas para que suba la participación en el ingreso de los más pobres. Allí, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina (donde se espera todo del mercado de trabajo), se considera un derecho que todo ciudadano tenga un ingreso mínimo para vivir. Es lo que hace Brasil con transferencias directas a los más pobres: el 57 % de los brasileños viven en una familia que recibe algún tipo de ayuda, lo que representa un alto grado de cobertura de la política social. Un 23 % de los brasileños viven en un hogar al que llega el Bolsa Familia, el plan social más grande del mundo.
Bolsa en portugués significa Beca. El Beca familia llega a más de 11 millones de hogares, unas 45 millones de personas, y Lula acaba de ampliarlo. Alcanza a un 25 % de la población con un costo relativamente bajo: 0,4 % del PBI brasileño. Implica transferencias monetarias sin condicionalidades a familias en situación de extrema pobreza (60 reales para quienes no tienen ingresos) y transferencias de 20 reales más por hijo hasta un máximo de tres, a condición de escolarización, vacunas, y chequeos prenatales. El primero (sin condicionalidad) apunta al corto plazo, a la urgencia. El segundo mira al mediano plazo, a romper la pobreza inter-generacional a través de una inversión familiar en salud y educación. Contra las críticas más tradicionales, la evidencia indica que el plan no tuvo impacto negativo en el mercado de trabajo. Los beneficiarios tienen una más alta participación en el mercado de trabajo que los no beneficiarios.
En el terreno
En Río hay 13 % de pobres, pero 20 % entre chicos de 0 a 5 años. Contra lo que se cree, en las favelas no viven los más pobres, sino los trabajadores de clase media y media baja (en la jerga, sectores C y D) que necesitan estar cerca del mercado laboral para obtener ingresos.
Los programas de renta mínima como el Bolsa Familia tienen mucho mayor impacto en el norte del país que en Río, porque allí la pobreza es extrema y el mercado laboral muy débil. Es evidente que el éxito político de Lula combina el apoyo de los sectores altos y empresarios por su política económica moderada, pero fundamentalmente es consecuencia de la identificación con su historia de ascenso social y de los programas de inclusión social que han apuntalado a las familias más pobres.
La segunda forma de atacar la exclusión es la urbanización de los barrios más humildes, las favelas. En tres días pudimos visitar varias de ellas, las más populosas y peligrosas, como Rozinha, Morro do Alemao, o Vidigal (con la mejor vista de Río, sobre el morro de San Conrado, mirando a Ipanema, Leblón y el Pan de Azúcar). En ellas es "natural" encontrarse con retenes de seguridad narcos, jóvenes con armas largas en medio de la calle, con la gente pasando frente a ellos como si nada. Fuera de esta naturalización de la violencia, es notable el esfuerzo que se está haciendo para llevar el estado, los servicios, los derechos y la infraestructura básica a las favelas. Hace rato que se ha abandonado la idea de erradicación, primando la de urbanización. Es que las favelas están incrustadas en Río, muy cerca de las más famosas playas, y viven en ellas 1,5 millón de personas, el 30 % de la población de Río.
Favela Barrio es el plan para favelas menores (500 a 12500 habitantes, el estado gerencia y subcontrata a constructores por licitación y concurso), mientras que el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) es la herramienta oficial para desarrollar la infraestructura con un objetivo de inclusión social en las favelas más grandes, como Rozinha, donde viven más de 120 mil personas. En ella visitamos a una familia, y comprobamos que las casas no son tan precarias como parecen, y están bien mantenidas por dentro. Rogeria, madre de 4 hijos, explicó que gracias a la urbanización sus hijos podrán ir al centro de deportes de la Rozinha, y ella podrá llevar a sus hijos al centro de salud de la favela, en lugar de viajar dos horas a un hospital y hacer 4 horas de cola. También sospecha que la urbanización permitirá acotar el poder de la droga en la favela.
Recorrimos Alemao, Manguinhas y Rozinha con Jorge Jáuregui, urbanista argentino que vive en Río desde fines de los años ´70. Especialista en urbanización de favelas y premio de urbanismo de Harvard en el 2000, nos mostró los impactantes proyectos en marcha para convertir las favelas en barrios populares, para mejorar la condición física y psicológica de los habitantes, uniendo ciudad informal con ciudad formal.
En Morro do Alemao han abierto calles, construido viviendas, una escuela secundaria, un centro de deportes, centro de salud, guardería, y plazas. No sólo eso, ya está en marcha un teleférico que va a unir 4 morros, con 6 estaciones, para que la gente puede subir a su casa con mayor facilidad. La meta es garantizar desde estado la movilidad de los pobres, otorgándoles condiciones de vida mínimas, como las que tienen los habitantes de la ciudad formal. Es, en palabras de Jáuregui, "una inyección simbólica para los más pobres, significa decirles que es posible vivir mejor. El Estado debe dar el primer paso para animar a la gente a invertir, no sólo en sus casitas, sino en el barrio, rompiendo el imaginario de que la favela es sólo reducto de los delincuentes".
Algunas lecciones:
- Macroeconomía ordenada, crecimiento con baja inflación, son la base para aumentar los ingresos generales sin dañar el poder adquisitivo de los pobres.
- En Brasil no hay una línea de pobreza oficial, pero los organismos públicos e independientes trabajan con profesionalismo y coinciden en que el costo de la canasta básica ronda los 130/140 reales por mes por persona.
- No alcanza con el crecimiento económico. Los ingresos de los más pobres deben crecer más rápidamente para cerrar la brecha.
- La diferencia la hace la alta cobertura de la política social, que iguala el punto de partida de todos los habitantes.
- Ha sido mejor la transferencia de dinero que la tradicional entrega de bienes. Lula cambió respecto de sus ideas anteriores, más cercanas a la entrega de alimentos, para retomar y potenciar los planes de Cardoso. Cierta continuidad de políticas es esencial.
- Junto a la política social, resulta crucial la universalización de la educación entre los más pobres, lo que empuja hacia arriba el mercado de trabajo y los ingresos laborales de toda la población.
- Llevar el estado, los derechos y los servicios a los barrios pobres es condición necesaria para unir ciudad informal con ciudad formal, creando condiciones para un desarrollo más equitativo.
Rozinha
Hay 750 favelas en Río, pero las 8 más grandes concentran 40 % de los habitantes de las favelas de la ciudad. César Maia, alcalde de Río por tres períodos, opositor a Lula, apunta que "la favela no es el problema, es la solución. Estar cerca del mercado de trabajo baja los costos de transporte para los trabajadores". En su gestión se apostó fuerte por la urbanización de las favelas.
Una de las favelas más grandes de Rio es la Rozinha, con una población superior a los 100 mil habitantes (casi tantos como todos los habitantes de villas de ciudad de Buenos Aires). Está en un lujoso barrio llamado Gavea, donde viven ricos y famosos. No hay transición: uno va subiendo el morro y de golpe deja de ver mansiones (como la de Chico Buarque) y entra a la favela. Hay en ella 6000 comercios, bancos, tiendas de ropa, talleres mecánicos, videoclubes. Tienen hasta canal de televisión, TV Roc, fundado por un argentino, Dante Quinterno.
En Rozinha pueden hacerse edificios de hasta 7 pisos, aunque algunas viviendas pre-existentes superan ese límite. Hay una de 13 pisos, conocido como "el Empire State de la Rozinha". La favela tiene un ritmo frenético, gente que viene y va sin parar, motos y colectivos por callecitas angostas, música, niños jugando. El rol del mototaxi es fundamental: por 2 reales sube a los habitantes (y a algunos turistas) hasta la cima del morro, desde donde la favela ofrece las mejores vistas de Río.