Por Hugo Restall (The Wall Street Journal)
Los estadounidenses tienden a ver el ascenso económico de China a través del prisma del déficit comercial bilateral y la competencia que representa para los empleos manufactureros. Pero la verdad es que las instituciones chinas están comprando participaciones accionarias y otorgando préstamos para fortalecer su influencia en el sector de recursos naturales. América Latina es la arena más importante para las inversiones de China.
Algunos analistas presentan la incursión de China en Latinoamérica como una amenaza en el "patio trasero" de Estados Unidos. En realidad, el creciente comercio entre China y los países latinoamericanos representa una oportunidad si Washington sabe jugar sus cartas.
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Hay varias razones para estar optimista sobre la creciente participación de China en América Latina. La más obvia es que su interés en la región es más pragmático que ideológico. La meta es estimular un crecimiento económico doméstico a través de la apertura de nuevos mercados y un flujo garantizado de insumos necesarios.
Intervenir en política no es parte del juego. Incluso cuando Beijing tiene buenas relaciones con detractores de EE.UU., como el presidente venezolano Hugo Chávez, se cuida de no fomentar sus actividades desestabilizadoras.
De todos modos, parte del atractivo del capital chino es que viene con pocas condiciones algo que, naturalmente, tiende a socavar la influencia que EE.UU. ha disfrutado en el pasado como el mayor socio comercial e inversionista de la región. La llegada de China, que coincide con el ascenso de Chávez y el presidente de Bolivia, Evo Morales, hace que sea más difícil contener el daño de estos gobiernos populistas de izquierda.
EE.UU., no obstante, mantiene una influencia considerable en la región. China representa apenas un 6% del comercio de la región. El comercio y la inversión china generan más atención porque es ahí donde está el crecimiento.
La herramienta principal de Beijing en la región son las cuantiosas reservas en dólares que guarda el Banco de Desarrollo de China. En momentos en que el capital no es abundante, especialmente en los mercados emergentes, las instituciones chinas pueden hacer una diferencia fundamental al financiar nuevos proyectos. El Banco Interamericano de Desarrollo tiene pocos fondos disponibles a estas alturas.
Aunque pareciera que China tiene el sartén por el mango, ha tenido que ofrecer préstamos a tasas preferenciales y a 20 años para conseguir suministros de petróleo y otras materias primas a precios de mercado. Aunque los precios de los commodities están bastante lejos de sus máximos, parece que los productores aún tienen cierta influencia debido al aparente apetito insaciable de China por los minerales y al temor de que su suministro pueda verse afectado si acude al mercado abierto.
De hecho, la política estatal por Beijing de comprar y asegurar provisiones de materias primas tal vez no sea tan pronunciada en unos cuantos años si el tiro sale por la culata. Considere el hierro. El mineral sin refinar se ha estado acumulando este año en los puertos chinos, a medida que las empresas incrementan su capacidad y los comerciantes se abastecen en anticipación a un alza en los precios. Pero el paquete de estímulo de China, que catapultó el gasto en infraestructura y, por lo tanto, el consumo de acero, disminuirá en los próximos dos años. Los urbanizadores también experimentan un frenesí de construcción, aunque podría tratarse de una burbuja. La caída en los precios de las acciones en Shanghai sugiere que la recuperación de China no es tan robusta como se creía en un principio.
No sería la primera vez que las inversiones del gobierno resultan fallidas. China Investment Corp., el fondo soberano de US$200.000 millones, registró altas pérdidas cuando invirtió en Blackstone y Morgan Stanley en 2007. Esa debacle, sumada al daño provocado por los altos precios del petróleo y del mineral, podría haber contribuido a la actual política que prioriza las inversiones en materias primas.
Además, mientras más invierte China, más alto es el riesgo de que se produzca una reacción contraria. Ya hay susurros de intereses creados en América Latina de que Beijing es una potencia neocolonial, que compra materias primas e inunda la región con productos manufacturados baratos. Está claro que la competencia de bienes chinos ha tenido un impacto mucho mayor en América Latina que en EE.UU., al golpear a las industrias textiles de Brasil, Argentina y México. Esto ha provocado una ola de demandas anti-dumping.
Pese a todos los discursos de fraternidad entre los países del sur, la verdad es que las economías en desarrollo compiten entre sí porque sus ventajas comparativas son similares. Es por eso que EE.UU. podría indisponer a las otras dos partes en esta relación triangular.
EE.UU. aún puede unir a la región al ofrecer a América Latina un mayor acceso a sus mercados y otorgarle a sus vecinos una ventaja en la competencia con China. Tras el fracaso de las negociaciones de un Área de Libre Comercio de las Américas en 2005, la única manera de avanzar en la apertura de los mercados fue la firma de acuerdos muchos más limitados.
Pero a medida que la huella de China se expande en la región, podría convocar nuevamente a los negociadores. Ese sería un resultado favorable para todo el hemisferio.
Intervenir en política no es parte del juego. Incluso cuando Beijing tiene buenas relaciones con detractores de EE.UU., como el presidente venezolano Hugo Chávez, se cuida de no fomentar sus actividades desestabilizadoras.
De todos modos, parte del atractivo del capital chino es que viene con pocas condiciones algo que, naturalmente, tiende a socavar la influencia que EE.UU. ha disfrutado en el pasado como el mayor socio comercial e inversionista de la región. La llegada de China, que coincide con el ascenso de Chávez y el presidente de Bolivia, Evo Morales, hace que sea más difícil contener el daño de estos gobiernos populistas de izquierda.
EE.UU., no obstante, mantiene una influencia considerable en la región. China representa apenas un 6% del comercio de la región. El comercio y la inversión china generan más atención porque es ahí donde está el crecimiento.
La herramienta principal de Beijing en la región son las cuantiosas reservas en dólares que guarda el Banco de Desarrollo de China. En momentos en que el capital no es abundante, especialmente en los mercados emergentes, las instituciones chinas pueden hacer una diferencia fundamental al financiar nuevos proyectos. El Banco Interamericano de Desarrollo tiene pocos fondos disponibles a estas alturas.
Aunque pareciera que China tiene el sartén por el mango, ha tenido que ofrecer préstamos a tasas preferenciales y a 20 años para conseguir suministros de petróleo y otras materias primas a precios de mercado. Aunque los precios de los commodities están bastante lejos de sus máximos, parece que los productores aún tienen cierta influencia debido al aparente apetito insaciable de China por los minerales y al temor de que su suministro pueda verse afectado si acude al mercado abierto.
De hecho, la política estatal por Beijing de comprar y asegurar provisiones de materias primas tal vez no sea tan pronunciada en unos cuantos años si el tiro sale por la culata. Considere el hierro. El mineral sin refinar se ha estado acumulando este año en los puertos chinos, a medida que las empresas incrementan su capacidad y los comerciantes se abastecen en anticipación a un alza en los precios. Pero el paquete de estímulo de China, que catapultó el gasto en infraestructura y, por lo tanto, el consumo de acero, disminuirá en los próximos dos años. Los urbanizadores también experimentan un frenesí de construcción, aunque podría tratarse de una burbuja. La caída en los precios de las acciones en Shanghai sugiere que la recuperación de China no es tan robusta como se creía en un principio.
No sería la primera vez que las inversiones del gobierno resultan fallidas. China Investment Corp., el fondo soberano de US$200.000 millones, registró altas pérdidas cuando invirtió en Blackstone y Morgan Stanley en 2007. Esa debacle, sumada al daño provocado por los altos precios del petróleo y del mineral, podría haber contribuido a la actual política que prioriza las inversiones en materias primas.
Además, mientras más invierte China, más alto es el riesgo de que se produzca una reacción contraria. Ya hay susurros de intereses creados en América Latina de que Beijing es una potencia neocolonial, que compra materias primas e inunda la región con productos manufacturados baratos. Está claro que la competencia de bienes chinos ha tenido un impacto mucho mayor en América Latina que en EE.UU., al golpear a las industrias textiles de Brasil, Argentina y México. Esto ha provocado una ola de demandas anti-dumping.
Pese a todos los discursos de fraternidad entre los países del sur, la verdad es que las economías en desarrollo compiten entre sí porque sus ventajas comparativas son similares. Es por eso que EE.UU. podría indisponer a las otras dos partes en esta relación triangular.
EE.UU. aún puede unir a la región al ofrecer a América Latina un mayor acceso a sus mercados y otorgarle a sus vecinos una ventaja en la competencia con China. Tras el fracaso de las negociaciones de un Área de Libre Comercio de las Américas en 2005, la única manera de avanzar en la apertura de los mercados fue la firma de acuerdos muchos más limitados.
Pero a medida que la huella de China se expande en la región, podría convocar nuevamente a los negociadores. Ese sería un resultado favorable para todo el hemisferio.