martes, 14 de julio de 2009

De la ilusión del dialogo, y la realidad del monólogo

Por Orlando Barone (Radio del Plata, Buenos Aires)

La leyenda de la torre de Babel es el símbolo de la imposibilidad del diálogo si no se habla la misma lengua. Para Sócrates lo esencial era el diálogo: por eso no dejó nada escrito. El monólogo de sus perseguidores lo castigó con la muerte. Platón, su discípulo, eligió escribir, pero fiel a Sócrates, escribió únicamente diálogos. Monólogo es el antónimo de diálogo. Y entre los argentinos – y no seremos únicos- el monólogo es el que más nos concierne. Somos monologadores. Algo así como adictos a la masturbación colectiva: que no incluye ni convida. El diálogo participa, vincula. Tambièn separa. Pero con argumentos. Por eso es tan difícil. Si ni siquiera es fácil la coincidencia plena de dos cuerpos sin alguna dosis de concesión o de hipocresía. Por eso no hay que presumir la hipotética felicidad que resultaría invariablemente del diálogo. No todo se puede dialogar. Anverso y reverso, civilización y barbarie, dominador y dominado, no dialogan. Ni antropófago ni fagocitado. ¿Acaso pueden dialogar el cielo y el infierno? Si ahí están Montescos y Capuletos todavía sin hablarse. La procesión sigue por dentro. Y vuelve nuevamente por el sumidero donde se la mete. Cabría preguntarse:¿ por qué si ahora se le pide al gobierno que escuche la voz de las urnas , cuando en 2007 ganó por abrumadora mayoría la oposición se negó escucharlas y ya al otro día empezó su monólogo? Hoy la expectativa del diálogo político entre tanto surtido de intereses merece adhesión pero no inocencia. ¿Es Elisa Carrió la indicada para la conversación sin maldiciones? Tampoco lo es el atril del Gobierno si no le habla a todo el público y si solo se contrae en su hinchada. No parecen dialoguistas los titulares de los grandes diarios y los noticieros. Ni los caceroleros ni los lockout. No imagino a la Mesa de Enlace controlando su codicia campestre. Y después del Te Deum amonestador de Tucumán y de la declamación de la pobreza por Casaretto, no calculo a la Iglesia resignada a un diálogo donde su demanda se una con el todo. La Iglesia monologa. Sí, con los civiles; con los militares dialogaba. Monologa de arriba hacia abajo con los pobres y de arriba hacia abajo con los gobiernos de los cuales recela. Hay intereses al acecho que son el chantaje de la usura. Basta advertir que los que se avendrían al diálogo se desconfían, miden la debilidad del otro para ver cómo lo “dialoguizan” por nocáut. Sería inocente creer que el de más fuerte voz no quiera hacerse oír más que el de voz callada. O que el silencio. Lo interesante del silencio es que habla más que la palabra. Pero el silencio no es político. La dificultad del diálogo es la desigualdad de los participantes. Desigualdad de poder, de sinceridad y de ética. El diálogo se resuelve en un ganador. Sea con las palabras auténticas del mazo o las palabras de la manga, marcadas. Aunque el ganador disimule y le haga creer al que pierde que han llegado a un acuerdo justo.
El empate en los asuntos humanos no existe. Si nunca hay empate entre lo que se desea y lo que se consigue, ni en lo que se desea de lo que suponemos que deseamos. Tampoco hay empate en el amor, en las creencias y en las guerras. Ni en la paz. El diálogo ideal sería que confrontaran igual calidad de argumentos. Pero no existe balanza salomónica que los pese. Y si existiera la balanza la sobornarían con tal de quedarse con la última palabra. Y si Salomón se queja lo acusarían de sembrar “crispación”. Sobra más gula de oposición que de consenso. Y para el diálogo hay menos oídos que lengua.