Por Mario Soares, ex presidente y primer ministro de Portugal (
El País, Madrid)
MÁRIO SOARES 17/07/2009
La situación en la que se encuentra la Unión Europea, sin rumbo cierto y paralizada en el ámbito institucional, me preocupa mucho. Como europeísta convencido, la derrota de la izquierda democrática en las elecciones europeas, a contracorriente respecto a lo que está ocurriendo en los Estados Unidos de Barack Obama, parece un signo de bastante mal agüero. Va contra los llamados vientos de la historia que, procedentes de EE UU, soplan para vencer la crisis global. Vientos a favor de las políticas sociales y ambientales, contra el desempleo y por un nuevo paradigma político-económico.
Ahora, los Gobiernos y los dirigentes europeos, insistiendo en políticas y rostros del pasado, reconfortados con las recientes elecciones europeas, parecen querer cambiarlo todo lo menos posible para que todo siga igual.
Pues bien, algo así es imposible. Cualquier persona con un mínimo de lucidez es capaz de comprenderlo. Cuando las reformas necesarias no se hacen a tiempo, se cosechan revueltas, contestaciones violentas y hasta revoluciones. Es la lección que nos llega de todas partes: de Irán a Honduras, para citar sólo dos ejemplos recientes.
[+/-]Europa, a la que pertenecemos, me preocupa por la incapacidad demostrada en estos complejos tiempos por sus dirigentes políticos para entenderse entre sí y por la ausencia de políticas concertadas y eficaces de lucha contra la crisis. Cada Estado, y son 27, parece centrado en sus propios problemas nacionales, olvidando los valores europeos y transmitiendo la sensación de desconocer que en un mundo multilateral en tan rápido proceso de cambios, en lo que a las relaciones de fuerza entre los grandes se refiere, Europa sólo puede contar como agente global si permanece unida y en convergencia respecto a las políticas que desarrolla y a los valores que siempre fueron suyos. En caso contrario, podrá seguir paralizada o correr incluso el riesgo de disgregación, perdiendo sentido e influencia.
No hay que olvidar que la Unión Europea es indudablemente el más original proyecto de paz y cooperación política, social y económica asumido voluntariamente en la segunda mitad del siglo XX. Ha traído a Europa desarrollo, bienestar para las personas y las sociedades, progreso social y grandes conquistas civiles -y valores éticos- que pueden acabar perdiéndose. Lo que supondría una catástrofe no sólo para la Unión, sino también para el mundo, para el que ha sido una referencia insustituible de paz, de democracia, de respeto por los derechos humanos, de libertad y de dignidad de las personas. Es todo esto lo que podría estar en cuestión, más allá de la superación de la crisis global.
Las elecciones europeas no representan, con todo, una victoria de la derecha, por mucho que sus partidos hayan obtenido más votos que los socialistas. Se han saldado, más bien, con una derrota de la izquierda, que se vio muy afectada por la abstención, por los votos en blanco y nulos.
¿Por qué razón ha afectado la abstención fundamentalmente a la izquierda? En mi opinión, porque los socialistas no han sido lo suficientemente socialistas y, con frecuencia, al estar en los Gobiernos, se dejaron colonizar por el neoliberalismo, la doctrina de la derecha dominante en época de Bush. ¿No será que los amigos de Bush pueden continuar en Europa ocupando puestos de responsabilidad cuando la Norteamérica de Obama procura encontrar un nuevo paradigma para resolver la crisis y está cambiando su propio estilo de hacer política?
No lo creo. Porque la Unión Europea, en la fase que estamos viviendo, si llega a distanciarse de Estados Unidos, entraría probablemente en una deriva muy peligrosa, disgregadora y suicida.
En el sector de los Verdes, con el sorprendente resultado de Cohn-Bendit, y de los liberales, después de la reelección en el grupo liberal del Parlamento Europeo del belga Guy Verhofstadt, un europeísta de sólidas convicciones, parece haber una voluntad política real de hacer avanzar la Unión, rehabilitando sus valores, lo que implica una cierta mano tendida a los socialistas -y no a los conservadores- con la que pueden llegar a contar para la consolidación de una mayor convergencia entre Europa y Estados Unidos, dejando atrás los errores y las prácticas políticas del neoliberalismo.
Por tanto, los socialistas europeos deben comprender que, en el momento actual, sus adversarios son los conservadores y la derecha y no la izquierda, incluida la radical, a pesar del extremismo irrealista de esta última.
Y pienso sobre todo en España y Portugal. Dados los lazos que los unen a Iberoamérica y a África, y contando ambos con Gobiernos socialistas, estos dos países deben aproximarse al humanismo progresista de Barack Obama. Sólo así podrán vencer una crisis que aún no ha tocado fondo, con políticas sociales y ambientales serias, teniendo primordialmente a la vista la lucha contra el desempleo, las vociferantes desigualdades sociales, las quiebras de las pequeñas y medianas empresas, y la ayuda a las clases medias en vías de empobrecimiento. Es su espacio social y político y deben ocuparlo. Pensando como izquierda y movilizando a los partidarios de una Europa política unida, igualitaria, defensora de sus valores y solidaria entre sí. Al contrario de lo que está ocurriendo ahora.