La semana que viene va a ser decisiva para el presidente Obama. En efecto, será la semana que separe el periodo de las promesas, y luego del entusiasmo y la toma de posesión, de un periodo mucho más complejo en el que va a tener que lidiar con la realidad. A primera vista, todo va bien: gracias al masivo plan de reactivación, a las medidas de regulación y a la conversión de Estados Unidos a la protección del medio ambiente y la lucha contra el calentamiento climático, se puede considerar que quienes pusieron su confianza en Obama tienen motivos para sentirse satisfechos. Por si fuera poco, en los últimos días se han producido también dos acontecimientos destacados: el comienzo de la retirada de Irak y la elección en Minnesota del sexagésimo senador demócrata, con lo que privan automáticamente a los republicanos de la minoría de bloqueo de la que aún disponían en la Cámara alta.
Pero si la observamos con detenimiento, la realidad es más complicada. El mismo Obama es consciente de ello, ya que ha afirmado claramente que, a sus ojos, lo más difícil aún está por llegar, pues, según dijo, es necesario afrontar a los "cínicos que utilizan cualquier pretexto para frenar el proceso de reforma". Las dificultades del presidente no sólo residen en la oposición sistemática de los republicanos, sino sobre todo en la dificultad que representa el carácter heterogéneo y variopinto del conjunto de los aforados demócratas. Tanto es así que la Casa Blanca se está viendo obligada a aceptar compromisos que algunos juzgan ya excesivos. En todo caso, la mayoría absoluta obtenida en el Senado no implica en modo alguno la supresión de todos los obstáculos. Ha habido que llegar a acuerdos sobre las medidas de regulación, ante la oposición de Wall Street; y aún más con ocasión de la adopción por la Cámara de Representantes, antes de que llegase al Senado, del plan para el medio ambiente, que puede considerarse el equivalente estadounidense del plan para el clima y la energía adoptado por la UE.
Y aún tienen que presentarse otras dificultades. En primer lugar, con la aprobación de medidas destinadas a mejorar la cobertura social y médica de aquellos estadounidenses que carecen de ellas, que era una de las promesas centrales de la campaña. Sanidad, regulación financiera, energía-clima: las tres prioridades del presidente para 2009 tropiezan con el difícil juego de la construcción de un consenso político en el Congreso. De hecho, en Washington, algunos observadores hacen la siguiente pregunta: ¿tendrá que rebajar sus expectativas como el anterior presidente demócrata, Bill Clinton, y avenirse con aquellos que, dentro de su propio partido, y tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, actúan más como representantes de los lobbies que como defensores del interés general? No olvidemos que en EE UU el ritmo de la vida pública lo marcan las elecciones cada dos años y que ya se vislumbra la renovación parcial del Congreso en 2010. Tal es la complejidad de la ecuación que debe resolver Obama.
Y aún hay que añadir dos variables más. La primera, en el frente interno, atañe a la reactivación. ¿Es suficiente? Estados Unidos ha perdido desde el comienzo de la recesión seis millones y medio de empleos. El plan Obama de reactivación económica prevé la creación de tres millones y medio de aquí a 2010. Evidentemente, es mejor que nada. Pero algunos han señalado que las cuentas no cuadran. Es el caso de Paul Krugman, premio Nobel y editorialista de The New York Times, que implora al presidente que prepare un segundo plan de reactivación. Krugman denuncia en efecto a aquellos que, tanto en Wall Street como en los pasillos del Congreso, critican el dispositivo inicial y quieren reducirlo, y señala que para aguantar el golpe sería necesario un nivel de crecimiento que permitiese crear hasta ocho millones y medio de empleos. El Nobel observa, además, que cierto número de Estados tienen problemas y deben recortar sus programas sociales, lo que, evidentemente, retrasará la salida de la crisis. También recuerda que Roosevelt tropezó con las mismas dificultades, y teme que éstas se repitan. El año 1937 marcó, en efecto, una recaída, y para Krugman, si Barack Obama no lanza un segundo plan de reactivación, 2010 corre el riesgo de parecerse a 1937.
El otro frente es exterior. Si bien el comienzo de la retirada de Irak significa que EE UU va a ser cada vez menos responsable de la evolución política del país, no hay que olvidar que esta retirada lleva aparejado un aumento del esfuerzo en Afganistán, donde las probabilidades de estancamiento son altas. Por no hablar de la delicadísima gestión de la crisis iraní, que está en la raíz de los desencuentros entre EE UU y Rusia -hostil a cualquier acercamiento de Irán con EE UU o Europa- y debería estar también entre las principales cuestiones debatidas en el G-8 que se reúne el miércoles en Italia. Por todas estas razones, hemos entrado en la fase más activa y, sobre todo, difícil del mandato de Obama.