L´AQUILA, Italia.- Al principio, la idea fue una simple política de poder. Los problemas económicos instaron a las democracias más poderosas a convocar una reunión cumbre con el propósito de definir el curso del mundo o al menos a hacerlo en la medida de lo posible.
Funcionó a tal punto que repitieron la cumbre el año siguiente. Y el siguiente. Más países se unieron, y otros más empezaron a golpear a la puerta reclamando ser admitidos. Finalmente, el así llamado G-8 inició lo que podrían considerarse clubes auxiliares. Y así fue como anteayer terminaron por organizar una reunión que fue designada con el nombre de G-8 + 5 + 1 + 5. En serio.
La reunión número 35 del grupo es un acontecimiento que revela un crecimiento descontrolado, a tal punto que alrededor de 40 países han viajado hasta aquí para participar en ella. Ya no es posible que tan sólo ocho potencias impulsen todas las decisiones. El presidente Barack Obama encabezó una reunión de 17 líderes, que denominó el Foro de Economías Importantes, porque no tendría sentido abordar el problema del cambio climático sin la presencia, digamos, de China y la India.
Entonces, ¿de qué sirve el G-8 en un mundo del G-20? ¿Qué importancia tiene el G-8 si aparentemente no puede tomar decisiones cruciales sin alistar a otros? ¿Tiene sentido que miles de funcionarios, diplomáticos, grupos de presión, personal de relaciones públicas y periodistas se apiñen cada año en una única ciudad abarrotada, cuando tal vez una simple llamada en videoconferencia podría bastar? O, si aún es algo significativo, ¿la cumbre cuenta con los miembros adecuados en un mundo cambiante?
"El G-8 es un cóctel de elite, un grupo autodesignado. Creo que es un anacronismo y que debilita constantemente los esfuerzos de otras iniciativas multilaterales", dijo Kumi Naidoo, de Sudáfrica, líder del grupo Acción Global contra la Pobreza.
Estos cuestionamientos se producen todos los años, pero son más intensos últimamente, con los cambios del poder económico y político. El G-20, que incluye al G-8 y a una cantidad de naciones que van desde la Argentina hasta Turquía, pasando por Indonesia, ha surgido en los últimos meses como un poderoso foro para enfrentar la recesión global.
Los países en desarrollo dicen que el grupo más pequeño tiene los días contados. "El G-8 está acabado como grupo de decisión política", dijo el mes pasado Celso Amorim, ministro del Exterior de Brasil. "No tiene representatividad", afirmó, para agregar que "simplemente no se puede ignorar a países emergentes como Brasil, China o la India".
Todo esto se encuentra muy lejos de lo que era el mundo cuando los países más industrializados se reunieron por primera vez en las afueras de París en 1975 y los líderes de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Japón inauguraron el G-6. Canadá se integró un año más tarde, dando origen al G-7, una organización sin organización: sin sede, ni estatuto ni personal, tan sólo un liderazgo rotativo dispuesto para llevar a cabo la cumbre anual. El presidente Bill Clinton hizo admitir a Rusia en 1997.
John Kirton, director del Grupo de Investigación del G-8 en la Universidad de Toronto, dijo que el grupo evolucionará y contará con formatos adicionales que le permitirían incluir a más países. Pero agregó que los ocho centrales aún representaban un poder político y económico inigualado, y por eso tenían la obligación de incidir en problemas de la democracia de maneras que los otros no podrían incidir. "Hay muchas cosas que esos ocho pueden hacer y los otros no", dijo. "Siempre hará falta el G-8."