Por Silvio Santamarina (Crítica de la Argentina)
En la jerga callejera se le llama “espalda contra espalda”: cuando quedamos pocos y los enemigos son cada vez más, hay que resistir amuchados. Y el aguante se hará con la técnica de apoyarnos mutuamente, como si el compañero fuera una pared que nos sostiene y a la vez nos cubre de los ataques externos.
Así es la estrategia poselectoral del Gobierno. En realidad, se trata de una estrategia forzada, porque en las primeras horas posteriores a la derrota el matrimonio Kirchner jugó a hacerse el distraído. Pero sus adversarios, y especialmente sus aliados, se encargaron de refregarle en la cara la debacle, para que no puedan obviarla.
Primero tiraron lastre políticamente incorrecto con la salida del polémico Ricardo Jaime. No alcanzó. Los gobernadores opositores y oficialistas metieron presión para dejar claro que si Néstor no cede parte del poder, entonces se quedará solo a masticar el amargo despoder.
Ayer no hubo “cambios” de gabinete; hubo un achicamiento. Por eso el fiel Aníbal Fernández quedará a cargo de todos los hilos políticos para intentar pilotear la turbulenta desperonización del kirchnerismo.
Sergio Massa quería volver a Tigre, y aceptarle la renuncia fue un símbolo del divorcio de Néstor con los “traidores” bonaerenses. Para apoyarse, quedan: un Moreno quemado, un Scioli devaluado, los piqueteros defraudados y, mientras le sigan confiando “cajas”, Moyano. Nada más. Ah, sí: quedan los intelectuales de Carta Abierta.