martes, 7 de julio de 2009

Incógnitas y realidades en la arena internacional

Por Marcelo Lascano, economista (Buenos Aires Económico)

La suerte o el futuro del dólar han concentrado fuertemente la atención y preocupación mundial, paradójicamente cuando es la divisa que en los últimos tiempos ha sabido atraer sostenida demanda por parte de ahorristas privados, de entidades públicas y de bancos centrales para acumular reservas internacionales.
Para una corriente de pensamiento ha llegado el momento de modificar el sistema financiero internacional, ampliamente entendido, en el cual la moneda norteamericana todavía ejerce una inconmovible hegemonía. Para otra, todavía no se vislumbra un cambio aceptable que desaloje al dólar de su actual posición de divisa líder en materia de comercio y finanzas internacionales.
Ambas alternativas tienen fuertes argumentos que sirven para fundar sus hipótesis de trabajo. Tienen razón quienes abogan por sustituir de alguna manera el régimen de facto actual, en cuanto, entre otras cosas, concede ventajas gratuitas a los EE.UU. sin contrapartida, como es en el caso de financiarse fiscalmente a bajo costo y generar eventuales presiones inflacionarias que alteran las paridades entre monedas nacionales e influyen en sus desempeños internos y en los intercambios.
Quienes no ven alternativas por el momento, se preguntan qué divisa lo reemplazaría y aquí empiezan las fantasías donde se observan sesgos ideológicos y debilidades técnicas inocultables. La realidad es que el dólar representa lo que son los EE.UU. en la economía mundial, a saber: casi la cuarta parte del PBI global; una locomotora en materia de intercambio de bienes y servicios, cuyo monto rondó los 4,5 billones en el 2008 o el 30% del mismo; simboliza el 75% de las reservas internacionales voluntarias de los países y configura el principal centro financiero del planeta, además de un liderazgo tecnológico cuya envergadura testimonia la inversión extranjera, que como en el caso de China, tiene un fuerte componente exportador. El stock de capital por habitante en los EE.UU. supera veinte veces al de la República Popular.
Se ha insistido, por ejemplo, que el pujante grupo denominado BRIC (Brasil, Rusia, India y China) podría llegar a competir con los EE.UU. y eventualmente encarar una cruzada monetaria que se proyecte como alternativa al dólar. Me parece bien, pero veamos los números y comprobaremos que ello todavía sería una quimera, además de conjugar otras consideraciones que expondré a continuación.
Los cuatro miembros representan el 22% de la superficie física total, menos del 20% del PBI mundial y el 41% de la población del globo, todo lo cual no supone una amenaza inminente ni entraña riesgos sistémicos, mucho menos si se consideran aspectos estructurales que no carecen de significación. Por ejemplo, los BRIC configuran diversidad de espacios económicos e instituciones, carecen de relaciones significativas entre sus miembros y mantienen con los EE.UU. distintas vinculaciones, todo ello dificulta o no favorece las relaciones entre sí, volviéndose más accesibles frente a terceros países.
China y los EE.UU. tienen fuertes lazos productivos y financieros, en cambio entre China y Rusia el intercambio no supera el 2 por ciento. Con Brasil la cuestión cambió súbitamente. Ahora es China el primer socio comercial de nuestro vecino y no los norteamericanos. India tiene poca presencia en el intercambio mundial. China, cuyas exportaciones industriales las protagonizan compañías extranjeras, por supuesto también norteamericanas, se diferencia de Rusia porque ésta exporta fundamentalmente commodities. Brasil crece y se diversifica sin conquistar todavía liderazgos a pesar de su envidiable pujanza. El yuan, por lo demás no es convertible y China rehusa abrir su contabilidad nacional al FMI, al menos en los últimos años.
En una palabra, los BRIC no reúnen condiciones para eventualmente desafiar directa o indirectamente al dólar como insignia mundial, o sugerir alternativas como las que patrocina el G-8 o el foro denominado G-14 que se reunirá el 9 de julio para discutir varias cosas, entre otras, la crisis financiera global. Quedaría la posibilidad de consagrar al euro o, ajustes mediante, a los derechos especiales de giro (DEG), inventados hace exactamente veinte años en el ámbito del FMI. Europa configura un conglomerado heterogéneo con serias trabas institucionales. Son 27 miembros de los cuales sólo 16 integran la eurozona que comparte el euro. Carece de constitución política y denuncia severas limitaciones organizativas a pesar de su esplendor burocrático.
Siendo las cosas más o menos así, la eliminación del dólar como moneda de reserva mundial no parece por el momento una determinación política realista, extremo que ha hecho afirmar al profesor Xu Xiaonian de la Business School of Shanghai que se trataría, como las reuniones que lo propician, de intentos más simbólicos que reales. Es que para entenderlo debemos recalar en la realidad de las condiciones en que opera el mundo, las actitudes de los titulares de activos monetarios, los criterios de administración de las reservas internacionales por parte de las autoridades monetarias y un sin fin de aspectos que no resisten análisis superficiales o de conveniencias para peor sin consenso.
De las tres funciones que se reconocen al dinero, el dólar las reúne pacíficamente y sin necesidad de demostración, porque se trata de una “divisa”, entendida globalmente como una moneda extranjera fuera de los EE.UU. Funciona como unidad de medida, medio de cambio y reserva de valor. Los precios se expresan dondequiera que sea en dólares de los EE.UU. como ocurre con algo así como el 75% de las exportaciones mundiales. El dólar se emplea para pagos de bienes y cancelación de obligaciones y, finalmente, desempeña la función de reserva de valor de estados y particulares.
Es menester recordar eso para correr el velo y desterrar fantasías, lo cual no supone admitir que la emisión desmedida de dólares deba admitirse sin críticas ni respuestas, pero ello es otra cosa. La alternativa de los DEG constituye una legítima aspiración internacional, pero como lo demuestran los intentos en vigor en las Naciones Unidas con Stiglitz a la cabeza, no dejan de tropezar con dificultades de difícil resolución.
En la misma dirección se orientan las recurrentes recomendaciones de China para reemplazar al dólar como moneda de reserva de la economía global. No se ve claro cuál sería el eventual activo y qué respuesta recibiría de público y gobiernos. Parece que se olvida que el valor y la aceptación del dinero responden a profundas y a veces contradictorias valoraciones sicológicas. Sino cómo se explica el imperio del dólar durante sesenta ascendentes y contradictorios años, y lo más sorprendente, que los EE.UU. hayan aspirado pacíficamente los dólares dispersos en el planeta Tierra mientras sus instituciones financieras se desmoronaban y una severa crisis fiscal se viene agudizando sin interrupción desde mediados del 2007.