viernes, 3 de julio de 2009

La crisis internacional y la próxima ronda de impactos y desafíos

Por Fernando Peirano, economista del Centro Redes (Buenos Aires Económico)

Hasta el momento, la atención respecto de la crisis internacional ha estado centrada en sus impactos más inmediatos: caídas bursátiles, situaciones de iliquidez, ajustes recesivos y desempleo.
Sudamérica no ha sido ajena a estos problemas, pero a diferencia de otras ocasiones, en esta oportunidad los efectos han sido más moderados. En gran medida, esto se debe a que los países de la región han adoptado en los últimos años un mayor compromiso con una economía ligada a la producción y al trabajo, donde el mercado interno tiene mayor protagonismo. También ha sido importante la administración pragmática del tipo de cambio y el prudente manejo de las cuentas fiscales. Esto marca una gran diferencia con las políticas económicas neoliberales que mostraron ser sumamente vulnerables ante desarreglos en la economía internacional, castigando con especial intensidad al empleo y a la solvencia tanto del sistema financiero como de los Estados. Sin embargo, aún resta por enfrentar efectos colaterales de la presente crisis internacional. Aquí se plantean tres temas y se recomienda adoptar una perspectiva regional para superarlos. De esta manera, se apostará por minimizar las soluciones basadas en sacar provecho de las debilidades de los países vecinos y se ampliarán las posibilidades para construir una agenda de desarrollo conjunto, que permita superar restricciones estructurales que históricamente han limitado el desenvolvimiento latinoamericano y mejorar el poder de negociación con el resto del mundo.

CONSUMO.
El primero de ellos se vincula con la reconfiguración del mapa del consumo mundial. Hasta hoy, el grueso del consumo mundial se concentra en un acotado conjunto de países. Y estos países necesitan recomponer sus niveles de empleo y actividad industrial. Por lo tanto, es probable que reduzcan su exposición al comercio internacional, afectando a los países en desarrollo que han crecido impulsados por la dinámica demanda externa. Frente a este cambio, los países en desarrollo que han logrado constituirse en polos industriales –principalmente Asia, pero también Brasil– buscarán compensar esta situación orientando su producción hacia otros mercados emergentes.
Sin una administración competente del comercio exterior se perderá buena parte de la ampliación de la estructura productiva que se produjo en los últimos años y con ello se reducirá la capacidad para dar empleo y mejorar salarios.
En el corto plazo, la política económica deberá saber gestionar la liquidez para que el consumo privado y el gasto público sostengan el crecimiento. Y en el largo plazo, la apuesta tiene que ser continuar mejorando la distribución del ingreso, a fin de hacer del mercado interno una plataforma sustentable de desarrollo. En otras palabras, el carácter estratégico del mercado interno sale fortalecido, pero el desafío es no quedar atrapados en su estrechez en materia de escala y presión competitiva. En este sentido, la integración de los mercados latinoamericanos siempre es una opción latente, pero no puede limitarse a los aspectos meramente arancelarios.
Resulta necesario incorporar la perspectiva productiva a fin de conformar estructuras industriales complementarias e integrar las infraestructuras energética y vial. También debería apostarse en mayor escala a emprender desarrollos científicos y tecnológicos conjuntos.

RESTRICCIONES.
El segundo desafío tiene que ver con la dimensión financiera. América latina no se ha librado de la histórica restricción externa. Tarde o temprano la escasez de divisas volverá a ser un inconveniente de primer orden. La puesta en funcionamiento del Banco del Sur puede ser en este sentido un paso transcendente ya que permitiría, en el corto plazo, minimizar el costo de la estrategia de acumulación de divisas y ser una fuente de financiamiento para aliviar eventuales problemas de liquidez externa.
También en el plano financiero existe otro desafío: el creciente cuestionamiento al dólar como moneda internacional. Para Sudamérica, este cambio reviste una importancia central ya que desde los años 70 las monedas nacionales dejaron de ser instrumentos de ahorro y tanto el sector público como el privado han venido atesorando en dólares.
Una vez más, la posibilidad de unificar estrategias entre los países de la región es el método más directo para ganar peso en el concierto internacional y no quedar afuera del proceso de transición hacia un esquema de moneda internacional repartido entre varios activos.
La tercera de las cuestiones sobre las cuales se debe estar atento corresponde a la previsible reconfiguración de las estrategias de las corporaciones multinacionales. En las últimas décadas, estas empresas conformaron cadenas globales de producción. La fabricación de bienes y la provisión de servicios se localizó allí donde resultaba más eficiente y rentable. Bajo las nuevas condiciones internacionales, es posible que estas corporaciones desanden parte del camino recorrido a fin de atender el reclamo de sus gobiernos por recomponer el empleo doméstico.
Esto representa la salida de algunas corporaciones o el fin de sus contratos de abastecimiento con proveedores ubicados en países en desarrollo. En estos casos, será conveniente tomar medidas para que estas capacidades productivas y las fuentes de trabajo no se pierdan, sino que puedan ser reorientadas hacia nuevos destinos. Esto puede requerir reconvertir los productos o ampliar el proceso productivo para obtener ya no bienes intermedios sino bienes finales ajustados a consumidores con menor poder adquisitivo.
Para ello se necesitarán políticas de aliento y apoyo a la innovación, la capacitación y la inversión de capitales domésticos. Y, nuevamente, la perspectiva regional es una opción disponible, aunque requiere de acciones deliberadas. También, como respuesta a este nuevo escenario, y luego de despejarse las incertidumbres financieras más inmediatas, es posible que asistamos a una ola de adquisiciones y fusiones, pero en esta oportunidad con mayor protagonismo de operaciones entre firmas de países en desarrollo.
Sin acuerdos regionales y tutela estatal, este proceso beneficiará a las firmas relativamente más grandes y con mayor acceso al crédito de largo plazo. Nuevamente, las asimetrías en materia de financiamiento pueden ser mitigadas con una agenda de desarrollo regional para evitar un proceso de reconfiguración empresarial fundado sobre bases espurias.