A ver si nos ponemos de acuerdo. En la Argentina no hay riesgos de hegemonía partidaria, como temían los republicanos porteños, ni de “normalización” del sistema de partidos, como auguraban los intelectuales... porteños. No hay ni habrá un PRI a la mexicana, ni un sistema de partidos a la europea. Descartada la magia, queda la política.
La Argentina tiene veinticuatro provincias, aunque desde la General Paz sólo se vean dos. En 1983, el peronismo ganó en 12, el radicalismo en 9 y fuerzas locales en tres. El domingo pasado, para diputados, el peronismo ganó en 13 (incluyendo la inefable San Luis), el panradicalismo y sus aliados en 8 (incluyendo la Santiago aún K) y fuerzas locales en tres (Neuquén, Capital y Buenos Aires). ¿Que hoy los partidos no son tan disciplinados como entonces? Es cierto. Pero un sistema de partidos se define por la interacción entre, y no por la naturaleza de, sus partes. En cualquier caso, esa naturaleza no cambió demasiado a pesar del terremoto de 2001.
El peronismo es una identidad sociopolítica enraizada en los sectores populares y orientada hacia el poder. El no peronismo, en cambio, se destaca por su prevalencia en los sectores medios y cierta alergia al poder, al que aspira a limitar o aprovechar, pero no tanto a ejercer. Cada identidad tiene su partido favorito, que actúa como punto focal y herramienta electoral. Un punto focal atrae expectativas, una herramienta electoral moviliza y fiscaliza votos. El problema es que ambos partidos, a pesar de ser socialmente representativos y electoralmente eficientes, no han desarrollado mayores habilidades de gestión. La diferencia entre ellos, ciertamente importante, es que el peronismo dura mejor. Lo que está por probarse es si en los Kirchner ese instinto no se ha atrofiado.
El ex presidente pensaba, como es sabido, que ganaría la elección. Menos sabido es que, si la diferencia era amplia, soñaba con volver a la presidencia. Tampoco es tan conocido que la Presidenta nunca habla de política con ministros, gobernadores, intendentes... Su marido se encarga de eso y de otros detalles, como gobernar. ¿Qué impide hoy a los barones peronistas que ganan elecciones y gobiernan provincias hacerse del poder real? Hasta el domingo fue, justamente, que el poder no estaba vacante (aunque se ejerciera por vía conyugal). Pero a partir del domingo el freno es otro: Julio Cobos. Si el vicepresidente fuera peronista, la probabilidad de que Cristina terminara el mandato sería similar a la de que De la Rúa sea reivindicado por la historia. Por extraña paradoja, es la fenecida Concertación Plural la que hoy asegura la estabilidad presidencial del peronismo.
Hay quien se pregunte cuál es el lugar del PRO en un escenario que sigue siendo bipolar. Para ganar la próxima elección precisaría fiscales; para gobernar, legisladores. Con mucha pero mucha plata se puede comprar un poco de cada, aunque no lo suficiente. Los líderes del PRO están más cerca del peronismo, y sus electores (salvo en el conurbano) del radicalismo. Por lo tanto, la fractura del conglomerado no es inminente, pero sí inevitable.
El metabolismo peronista ya está procesando la sucesión. A partir de ahora, la lucha por llegar se confundirá con la lucha por no irse porque, según explicó con elocuencia un legislador kirchnerista bonaerense, la alternativa residencial a Olivos no es El Calafate sino Devoto. Si el panradicalismo se unifica, el peronismo también lo hará; caso contrario, es mejor que todos y todas se agarren porque vamos a cabalgar.