Por D. Rotemberg (Crítica de la Argentina)
He aquí un título vendedor, estimado lector. Sí, pasadas las elecciones, al fin puedo gritarlo: ¡odio la soja! Pese a que consumo sus brotes, su salsa, sus insulsas milanesas y a que reactivó la economía del interior del país, la odio (aunque odio odiar), y eso gracias a los ultrakirchneristas que abrieron mis ojos y supieron explicarme que la soja arruinó mis neuronas. ¡Gracias!
Ya le tenía bronca antes por lo del biodiesel: hacer combustible a partir de soja para no contaminar con hidrocarburos, favoreciendo la desertización de los suelos por la tala indiscriminada y –de paso– hoy, que escasea el alimento, utilizar comida de humanos para darle de morfar al poderoso V8 de un auto alemán… hay que ser, eh.
Pero mi odio por la soja nació en 2008, cuando los defensores del Gran Néstor Carlos (GNC, ya que hablamos de combustibles) que se dedican a agredir anónimamente en los foros me enseñaron que el glifosato, ese maldito herbicida cuya toxicidad contamina el agua, el aire y causa algunos tipos de cáncer, también generaba pensamiento crítico anti-K. O sea, quien critica al Gobierno, lo hace porque el fucking glifosato inhibe el amor por Néstor, Cristina, Guillermo Moreno e incluso por Luis D’Elía. Maldita soja.
En la era Antes de Cristi (AC), un periodista o columnista podía expresarse en un diario, radio o TV, y recibía comentarios a favor o en contra, generando así un debate constructivo.
Pero hoy pareciera que si alguien expresa su pensamiento vivo hay que matarlo; sólo se permite debatir dentro de los límites intelectuales de “Gran Cuñado” y se reduce cualquier disenso a un simple “sojeros versus argentinos de bien”, como si quien cultiva la soja y vive de ello no fuera un argentino de bien.
OK, sí. Hay algunos sojeros que son flores de HDP, pero lo eran desde antes de dedicarse a la soja y no a causa de ella. Afirmar que todo aquel que vive del campo es un “sojero oligarca golpista hijo de una estanciera tal por cual” es una simplificación semejante a decir que todos los justicialistas son iguales.
Con ese criterio, si Menem es del PJ, ¿los justicialistas son todos menemistas? ¿Kirchner, Eduardo Duhalde y Francisco de Narváez son iguales? Más: si Jorge Capitanich es justicialista y fue socio de un pool sojero, entonces, ¿los justicialistas son todos sojeros? ¿Kirchner le debe su presidencia a Duhalde? ¿La presidencia es un bien matrimonial? ¿O es un mal matrimonial? (Son demasiadas preguntas, debe ser la soja que comí anoche).
En la Era Cristina, uno publica una modesta columna de opinión sobre políticos escrachados que se acuerdan del interior sólo en campaña (sean del partido que fueren) y pasa a ser un “hijo de papis sojeros”.
También, si osa dudar de la inflación publicada por el INDEC es un “sojero oligarca y golpista”; si pregunta dónde están los fondos de Santa Cruz, tiene las neuronas “contaminadas por el glifosato”; si se queja de la inseguridad es porque compró una 4x4 gracias a la soja; y si no le gusta “Cacerola de teflón” de Copani es porque es fan de Soja Stereo.
Previo a la elección, parecía que ser setentista se resumía a pedir un 70% de retenciones a la soja y nada más. (Más preguntas: si les sacamos más plata a los sojeros, ¿el glifosato dejará de causar cáncer? ¿O billetera mata moral? Con el resultado puesto de la elección, ¿cambiará algo? ¿O será “otra vez soja”? Hum…)
Por eso odio la soja. Porque desde marzo del 2008 la usaron para dividir; para que quien trabaja el campo –dueño o no– sea equiparado a un pool sojero de 50 mil hectáreas; para que quien duda de la Teoría Moreniana de la Evolución de los Precios sea considerado el AntiCristi, y porque el dinero que le retienen, en vez de ser usado para construir hospitales, escuelas y rutas, tiene el mismo destino que las regalías petroleras de Santa Cruz.
Amén (amén de otros destinos).