miércoles, 1 de julio de 2009

El PJ antiliberal debe definir una nueva política de alianzas

Por Jorge Muracciole, Sociólogo. Docente, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires (Buenos Aires Económico)

Hasta los datos oficiales sobre las primeras mesas escrutadas en la provincia de Buenos Aires, el discurso de los principales referentes de la oposición de derecha era coincidente con los editoriales de los medios del establishment en la recta final de la campaña electoral: el fantasma del fraude sobrevolaba como una posibilidad cada vez más cierta. Cuando el escrutinio fue avanzando y la ventaja por más de 2 puntos se tornaba inamovible, el triunfalismo y los festejos sepultaron la teoría conspirativa.
Los que habían ganado con escaso margen no eran los “malos de la película”, sino los representantes del bien, esos referentes de la llamada “nueva política”, una versión descafeinada del ideario noventista, fóbica a los debates que generen “división entre los argentinos”; esa derecha aggiornada que repite hasta el cansancio que hay que mirar hacia adelante y no seguir con el pasado.
La realidad poselectoral refleja un nuevo escenario político, con tres fuerzas heterogéneas que buscan consolidarse a escala nacional. La primera minoría, el kirchnerismo y sus aliados potenciales, que han perdido la hegemonía pese ha haber ganado en once provincias; el panradicalismo, expresado por el Acuerdo Cívico y Social, que tuvo un retroceso en la Ciudad Autónoma pero con la sumatoria de Cobos, que obtuvo una holgada victoria en Mendoza, es la principal oposición a escala nacional. Por último, Unión Pro, que pese a su escaso desarrollo territorial logró hacerse con la llamada “madre de todas las batallas” en territorio bonaerense.
Más allá de la paridad, la etapa abierta trasciende la fotografía del mapa electoral y será el punto de inflexión de las fuerzas de derecha en sus distintas vertientes, cuyo objetivo no será otro que el debilitamiento de la heterodoxa experiencia kirchnerista, con el norte puesto en la restauración conservadora, en el retorno a la lógica de los mercados y a la imposición de sus intereses corporativos.
El proyecto neoliberal del siglo XXI en la Argentina se asienta en la articulación del bloque sojero y su complementación con la agroindustria de exportación, con la hipótesis de inserción en la economía del mundo, en consonancia con la división internacional del trabajo a escala planetaria. Este nuevo proyecto de acumulación está basado en las superganancias de los commodities y un dólar alto, que permita, en una etapa posterior –producto de las rentas extraordinarias de ese bloque agroindustrial–, llevar adelante la tan cacareada teoría del derrame en las clases subalternas. Este sueño conservador aggiornado ha logrado un primer paso de notoria relevancia. Ha debilitado profundamente la hegemonía de la heterodoxia kirchnerista en el Partido Justicialista y, tras la renuncia de Néstor Kirchner a la presidencia del PJ, se verá a corto plazo quién es quién en la divisoria de aguas abierta tras la crisis electoral.
La polarización del PJ podrá ser resuelta con una salida ecuménica que discipline a la gran mayoría en un giro hacia la derecha –enmarcada en la vieja teoría del péndulo– que dé por tierra con los avances del 2003 a nuestros días. O, en su defecto, la crisis lleve a un replanteo de los sectores consecuentemente distribucionistas del peronismo hacia una suerte de frentismo antineoliberal, con el Nuevo Espacio de Martín Sabbatella o el Proyecto Sur del sorprendente Pino Solanas.
Esa necesaria articulación con el progresismo y sectores del campo popular puede