martes, 7 de julio de 2009

La clase media estabiliza México

Por Jorge Castañeda, ex canciller de México (El País, Madrid)

México ingresa paulatinamente en una normalidad democrática, donde los resultados de comicios intermedios reflejan las tendencias propias de todas las democracias -matizar los resultados de elecciones presidenciales anteriores- sin por ello imponerles modificaciones mayores. A pesar del revuelo que generaron distintos vaticinios sobre la votación del 5 de julio entre corresponsales extranjeros, embajadas y políticos interesados, no se cumplió ninguno de los que insinuaban grandes cambios. El partido de gobierno, el PAN, cayó a un segundo lugar, pero manteniéndose cerca (con 29%) de los niveles del 2003, la anterior elección intermedia, cuando obtuvo 31% del voto.

El PRI pasó de ser tercera fuerza a recuperar la camiseta amarilla, pero con un porcentaje (37.5%) de nuevo casi idéntico al de 2003 (37%), y una ventaja de ocho puntos porcentuales sobre el PAN. El viejo partido autoritario se hacía ilusiones de conquistar por sí solo una mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, pero se quedó con las ganas. Aumentó con creces su cuota de escaños, superando ligeramente el monto que logró en la elección intermedia anterior (233 diputados en el 2009 versus 224 en el 2003).

El PAN pensó que la supuesta popularidad del presidente Felipe Calderón le sería transferida, y que obtendría un número de legisladores muy superior al que alcanzó en el 2003 (154), cuando también contaba con la presencia de un mandatario popular (Vicente Fox) en la casa presidencial. No hubo tal: el PAN conquistó 146 diputaciones, y además perdió cinco de las seis gubernaturas estatales en juego, incluyendo dos que había ganado seis años antes.

Y por último, la izquierda, a pesar de un intento sostenido de suicidio colectivo comparable sólo al que capitaneó Jim Jones en Guayana hace 30 años, terminó con números (17% y 85 diputados) no tan lejanos de los del 2003 (20% y 101 diputados), único año de comparación legítima; su caída no fue debacle.

La abstención se mantuvo en los niveles del 2003 (58%), aunque el voto nulo y los votos no válidos por candidatos independientes casi triplicaron su porcentaje de entonces (6% versus 2.3%); es probable que los casi cuatro puntos de aumento provengan de anteriores votantes del PAN.

De todo ello se pueden extraer muchas lecciones, pero sobresalen tres. La primera, sin duda la más estructural, consiste en el papel cada día más preponderante de las clases medias. De acuerdo con números de firmas de mercadotecnia, de encuestas ingreso-gasto del Gobierno, y de fuentes especializadas como el Banco Mundial y la revista The Economist, en México hoy casi el 60% de la población puede ser considerado de clase media. La cifra correspondiente al electorado es li-geramente superior, ya que los viejos aparatos clientelares del PRI (trasladados en algunas regiones al izquierdista PRD) que antes sacaban a votar a los pobres, o votaban por ellos, se han debilitado enormemente. Los sectores más rezagados del campo votan menos, y, en consecuencia, el peso relativo de las clases medias es mayor.

Por tanto, ciertas aspiraciones -equivocadas o no- de dichas clases medias se imponen en todas las elecciones, aunque, por supuesto, más en unas que en otras. Entre ellas: no entregarle todo el poder (el Ejecutivo y el Legislativo) a un solo partido; no encargarle la conducción del país a una izquierda radical y no devolverle el poder presidencial al PRI: éste obtiene exactamente el mismo porcentaje del voto que en 2003, el cual de ninguna manera le permitió siquiera acercarse a la presidencia en el 2006.

Desde 1997, estas tres enseñanzas, entregadas por los votantes a los políticos, se han confirmado de manera repetida, y a menos que suceda algo insólito de aquí al 2012, volverán a corroborarse en los comicios presidenciales de ese año.

La segunda lección del voto del domingo pasado consiste en el paradójico desempeño del presidente Calderón. Paradójico porque podría pensarse que la pérdida por su partido de más de 50 curules (más de las que perdió Fox), de dos gubernaturas y de su posición de primera minoría en la Cámara baja, no constituye precisamente un éxito. Y sin embargo, si uno coteja este desenlace con la catastrófica situación en la que se encuentra el país, el saldo para Calderón se antoja aceptable: le hubiera podido ir mucho peor.

En efecto, aunque otras noticias han opacado algunas de las calamidades mexicanas actuales, el hecho es que la economía sufrirá en el 2009 su peor caída en más de 70 años, y probablemente la más severa de cualquier país del mundo, ya sin hablar de América Latina.

La correduría Goldman Sachs estima una contracción de - 8.5% este año, y el propio Gobierno, que sistemáticamente ha subestimado la recesión, acepta un retroceso de entre 6.5% y 7%. Para diciembre, más de un millón de mexicanos habrán perdido su empleo desde que comenzó la crisis; el ajuste presupuestario que viene pasadas las elecciones y para el año entrante recortará de modo draconiano el gasto público. El estímulo contracíclico de un punto del PIB que anunció el Gobierno hace meses empalidece frente a estos números, pero simplemente no hay dinero para hacer más.

En el frente predilecto de Calderón, a saber su guerra optativa contra el narcotráfico, el panorama tampoco es alentador. Aunque perdura la popularidad de la ofensiva contra el crimen organizado (mas no al mismo grado que antes), su eficacia deja cada día más que desear. De acuerdo con una recopilación del diario Milenio, el mes de junio fue el más violento del sexenio de Calderón: se llevaron a cabo 729 ejecuciones vinculadas al narco. La tendencia es aún más alarmante; en el 2006, último año de Fox, se produjeron 6,6 ejecuciones diarias en promedio; en el 2007, sumaron 6,1 al día; en el 2008, alcanzaron 15,4, y durante el primer semestre del 2009 superaron 18 diarias.

En otras palabras, no sólo no disminuye la violencia con el tiempo -como había sugerido el Gobierno que sucedería-, sino que, al revés, aumenta, y de manera significativa. Este año, si las cosas no mejoran durante el segundo semestre (y arrancó mal la primera semana: sumaron 124 ejecuciones, según el diario Reforma), acabaremos con los mismos 6.000 muertos que en el 2008. El Ejército sigue en las calles y carreteras porque no hay con quién sustituirlo, pero comienzan a proliferar los rumores a propósito del hastío militar, sobre todo a la luz de un dato lamentable. Hasta hoy no se ha graduado un solo cadete de combate de la nueva academia de la policía nacional creada en el 2007 en San Luis Potosí. Con este saldo desastroso a la mitad de su periodo, Calderón puede darse por bien servido con los resultados del domingo.

De todo ello se deriva la tercera lección: al igual que sus dos predecesores, Felipe Calderón pasó a ser, el pasado lunes, un mandatario saliente, paralizado por el arranque de las campañas presidenciales para el 2012, por la falta de mayoría en el Congreso y por la absoluta renuencia de los dos partidos opositores -el PRI, que carece por completo de agenda positiva, y el PRD por su radicalismo- a aprobar cualquier reforma que implique un cambio verdadero en el status quo mexicano. Las reformas necesarias son múltiples, e imposibles: una red social mínima universal y fondeada por el fondo fiscal central, abultado por la aplicación de un IVA generalizado del 15%; la inversión privada minoritaria en hidrocarburos; la creación de una policía nacional sustitutiva de las más de 2.500 corporaciones municipales y estatales completamente corrompidas por el narco; reformas institucionales como la reelección consecutiva de diputados y senadores, prohibida en México; el referéndum para modificar la Constitución, inexistente en México; las candidaturas independientes, prohibidas en México; la segunda vuelta en la elección presidencial, para que el próximo presidente no sea electo por un exiguo 30% de los votantes.

A menos que ocurra un milagro, nada de esto sucederá, y México seguirá por el frustrante camino de la mediocridad.